La geopolítica mundial está en pleno proceso de transición. Se está configurando rápidamente una nueva correlación de fuerzas en un mundo absolutamente globalizado e interdependiente. Como en todo momento histórico coyuntural los acontecimientos se aceleran, y la interrelación e interacción entre múltiples nuevas variables conforma un sistema de alta complejidad que tiene características «caóticas» y […]
La geopolítica mundial está en pleno proceso de transición. Se está configurando rápidamente una nueva correlación de fuerzas en un mundo absolutamente globalizado e interdependiente. Como en todo momento histórico coyuntural los acontecimientos se aceleran, y la interrelación e interacción entre múltiples nuevas variables conforma un sistema de alta complejidad que tiene características «caóticas» y por lo tanto se vuelve altamente impredecible.
El proceso de transición
La Segunda Guerra Mundial había dejado un sistema mundial basado en la Guerra Fría y el enfrentamiento entre dos grandes bloques de poder liderizados por los Estados Unidos y la Unión Soviética, lo que con altibajos, configuró un status quo que se mantuvo durante 44 años. Exceptuando un par de momentos excepcionales (la crisis de los proyectiles en Cuba en 1962 fue uno de ellos) este fue un período de relativa estabilidad, en el que ambos bloques mantuvieron un cierto respeto mutuo (basado en el poderío nuclear). La geopolítica mundial estuvo estructurada en forma bipolar, dos bloques compactos mantenían la hegemonía en todo el planeta.
Con la implosión y desaparición de la Unión Soviética en 1989, los Estados Unidos intentaron crear un nuevo sistema geopolítico unipolar. La pretensión de convertirse en gendarme del mundo aprovechando el vacío de poder dejado por la desaparición de su adversario, pareció durante un tiempo tener éxito. Estados Unidos era (y sigue siendo) la mayor potencia militar mundial, controlaba todos los organismos internacionales, económicos y políticos (FMI, BM, Organización Mundial de Comercio, y hasta la propia ONU), que intervenían en todas partes para defender sus intereses como potencia. El cenit de ese dominio unipolar se dio en la década de los 80, dónde no parecía existir ninguna posibilidad de enfrentarse a los designios imperiales, ya que la fuerza y el poder estaban absolutamente hegemonizados por EEUU.
Pero a la llegada del nuevo siglo empezaron a hacerse visibles nuevos factores en el panorama geopolítico. El increíble desarrollo económico y productivo de China introdujo una variable que fue más allá de esa área, ya que la incidencia de la capacidad comercial creciente del antiguo Imperio Celeste, lo convirtió inevitablemente en un nuevo factor de poder, que se transformó en social y político a nivel global. A la vez, la llegada de Vladimir Putin al poder en la Federación Rusa lideró un proceso de recuperación luego del desbande de la Unión Soviética, que ha colocado al Oso ruso en una nueva posición dentro de la geopolítica mundial. Los procesos de integración de América Latina han ido creando también, a través de las instituciones transnacionales MERCOSUR, UNASUR y CELAC, un nuevo foco de poder económico y político. La unión de China y Rusia a tres naciones emergentes como la India, el Brasil y Sudáfrica conforman el bloque económico del BRICS, representa otra alternativa a la hegemonía económica de EEUU, la UN y Japón.
La crisis y la política exterior esquizofrénica
Mientras florecen los nuevos protagonistas, los Estados Unidos y la Unión Europea vienen sufriendo una crisis integral, que se ha reflejado primero en lo económico a partir del estallido de la burbuja inmobiliaria de 2006, cuyo foco en los Estados Unidos provocó un efecto dominó a nivel de sus aliados, que puso a varios países de la UE (con la excepción relativamente única de Alemania) en un colapso -a nivel sobre todo de las finanzas estatales-y trajo al fantasma del desempleo y el estancamiento económico recorriendo todo el viejo continente. Esta crisis cuya presencia mediática fundamental se ve económica, es sin embargo una crisis estructural, social y política, que pone a los «países centrales» en una situación de decadencia creciente.
La principal consecuencia de esta crisis estructural se refleja en la errática política exterior de la supuesta potencia hegemónica. Una política exterior en la que se manifiesta la crisis con los sistemáticos fracasos de las intervenciones imperiales en los últimos años. Estos fracasos de intervenciones militares empiezan a verse en los gobiernos de George W. Bush, pero se consolidan y multiplican en el período de Barack Obama, que viene demostrando ser el presidente más mediocre y carente de poder (que cede sistemáticamente a la presión de todo tipo de poder interno, Complejo Militar Industrial, Corporaciones, Bloques de derecha, etc.) que hayan tenido los EEUU en su historia. Y los fracasos no son sólo de orden militar, cuando a pesar de derrotar a los ejércitos enemigos nunca se terminan de ganar las guerras (como en Irak o Afganistán por ejemplo); sino que incluyen todas las intervenciones imperiales, aún aquellas de nuevo cuño, como lograr que otros (la UE, la OTAN, los mercenarios, las corporaciones militares privadas) realicen la tarea sucia y sean los que intervengan, ataquen y peleen por ellos. La creación de Frankensteins que no responden a las órdenes de sus creadores y obligan a éstos a combatirlos se ha convertido ya un patrón sistemático. Desde Manuel Antonio Noriega y Saddam Hussein hasta el actual Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL), un gran número de monstruos que han sido creados, estimulados, financiados y armados por Estados Unidos para propiciar sus injerencias e intervenciones en las naciones, se han convertido después en enemigos que el imperio finalmente debe combatir a altos costos.
Los fracasos sistemáticos en las intervenciones han ido llevando a quienes planifican y deciden la política exterior desde la Casa Blanca y el Pentágono a caer en una especie de «desesperación», que los pone -en un ejemplo transparente de huída hacia adelante- a realizar cada vez más intervenciones, cada vez más disparatadas y destinadas al fracaso. Un ejemplo: cualquier evaluación seria hubiera partido del hecho, tanto en el caso de Libia como en el de Ucrania, de que no es posible realizar intervenciones violentas puntuales en países con grandes tensiones internas, sin correr el riesgo de las desastrosas consecuencias de una balcanización que lleve a largos procesos de enfrentamientos sin sentido. Tanto Kadafi como Yalukovich representaban factores de equilibrio en sus respectivas naciones frente a fuerzas internas en tensión. Cuando los EEUU hacen desaparecer estos factores de equilibrio se produce un efecto centrífugo que lleva al caos y a la desintegración de los Estados Nacionales. En definitiva, la política exterior norteamericana más que nunca se ha convertido en un factor de entropía en la geopolítica internacional, generadora de procesos caóticos, y cada vez más ineficiente para cumplir los objetivos que supuestamente la orientan.
El enfrentamiento inevitable
Mientras los poderes centrales se debilitan y actúan en forma esquizofrénica, los nuevos protagonistas que van surgiendo crean nuevos roles y nuevos factores que como dijimos son parte del cambio en la correlación de fuerzas a nivel global. Inevitablemente empiezan los enfrentamientos con los poderes centrales, que si bien están perdiendo poder, son todavía los mandamases.
Esto produce un conflicto inevitable, que por ejemplo en América Latina se ve reflejado en la sistemática injerencia que producen las agencias de inteligencia estadounidenses, buscando la desestabilización de los cada vez más numerosos gobiernos que se independizan de las directivas del Norte y además buscan unirse para consolidar su protagonismo internacional. En el caso de China la guerra -que ya ha sido perdida en el nivel económico y productivo- se da en la acción desestabilizadora y saboteadora de la «inteligencia», y en el uso sistemático de los medios corporativos de comunicación para desacreditar, demonizar y confundir respecto al gigante de Oriente.
En el caso de Rusia, la recuperación de un lugar preponderante en la escena mundial ha sido fulminante, sobre todo a partir de sus progresivos logros diplomáticos (en Siria, en Crimea, etc.) y la respuesta del bloque Occidental encabezado por los Estados Unidos ha sido la imposición de sanciones económicas (curiosas sanciones económicas que no se imponen al Estado ruso, sino a personeros de su gobierno y a empresas privadas relacionadas con él) y el ataque con la concentración de fuego por las baterías de los medios de comunicación y la diplomacia.
El aumento de la tensión
Rusia se ha defendido bastante bien con las sanciones económicas, respondiendo con la suspensión de compras a Occidente, sobre todo en rubros básicos como alimentación, lo que perjudica sobre todo a los productores europeos y por rebote a sus poblaciones. Las contra-sanciones agregan un nuevo factor acelerador de las crisis económicas internas. Donde la Federación se ha encontrado en desventaja ha sido en la guerra comunicacional. La constante generación de matrices falsas (Rusia interviene militarmente en Ucrania, por ej.) y el bombardeo constante de las cadenas mediáticas constituye una presión constante sobre el gobierno de Putin. Igualmente los acuerdos EEUU-UE para seguir imponiendo sanciones a Rusia han seguido adelante sin que la cada vez más eficaz diplomacia rusa haya podido detener el proceso. Los mandatarios europeos responden a las directivas de los EEUU de seguir presionando a Rusia a pesar de los perjuicios que provocan en sus poblaciones, lo que también aumenta las tensiones sociales internas en su región.
Esta es una situación en crecimiento constante, ya que la política estadounidense continúa adelante en su método de huída hacia adelante (más de lo mismo). La consecuencia inevitable se está dando en estos días, la temperatura aumenta y la confrontación empieza a salirse de sus cauces y amenaza entrar a otros terrenos muy peligrosos.
La constatación de un nuevo nivel de enfrentamiento nos la ha dado en estos días una intervención pública de Vladimir Putin, en un Congreso de la Juventud en su país (en el que participó la flor y nata de la intelectualidad rusa). Sus declaraciones fueron por lo menos inquietantes. Algunas de ellas, como decir sobre las Naciones Unidas que «No hay necesidad de la ONU si sirve solo a EE.UU. y sus aliados» o respecto a la UE y su actuación en Ucrania que «Si estos son los valores europeos, entonces estoy muy decepcionado» o respecto al gobierno ucraniano impuesto por Occidente que «Los ataques de Kiev se parecen a los de los fascistas en la Segunda Guerra Mundial» son ya una muestra de una posición de enfrentamiento frontal. Pero si le agregamos que también dijo «Todo lo que toca EE.UU. se convierte en Irak o Libia» y sobre todo, y lo que origina este análisis «Rusia es una de las más poderosas potencias nucleares. No son simples palabras, es una realidad. Además, fortalecemos nuestra fuerza de disuasión nuclear, estamos reforzando nuestras Fuerzas Armadas. Nuestro Ejército realmente es más compacto y eficiente, y realmente se hace más moderno en términos de equipamiento con sistemas de armas modernos. Seguimos fortaleciendo este potencial, y lo continuaremos haciendo, pero no para amenazar a alguien, sino con el fin de sentirnos seguros y para ser capaces de poner en práctica los planes que tenemos en el ámbito del desarrollo económico y en la esfera social» i el problema se hace evidente.
Por primera vez en muchos años de pos Guerra Fría vuelve a aparecer en forma explícita la realidad del factor nuclear. Recordar el poder nuclear como factor decisorio vuelve a llevarnos a la posibilidad real de un holocausto general. Es claro que siempre ha estado allí escondida esa posibilidad desde 1948, pero que se convierta nuevamente en un factor político público, nos retrotrae nuevamente a una situación de posible confrontación atómica, que parecía haberse alejado del escenario mundial. Y es claro que esto no es un error de Putin, quien se ha convertido en un estadista que sabe muy bien cuáles deben ser sus declaraciones, y lo viene haciendo impecablemente en los últimos años. Todo parece indicar que la introducción del factor nuclear ha estado obligada por las circunstancias, que parece ser la única alternativa posible a una política exterior esquizofrénica que no repara ni en hechos ni en argumentos para seguir atacando e intentando cercar a Rusia (y a China y todos aquellos que no respondan a sus designios).
Algunas consideraciones
Es claro que si bien esto nos acerca a las circunstancias de la Guerra Fría, no va a llevarnos a la misma situación. Lo preocupante es que la situación actual parece ser no sólo mucho menos estable que aquella, sino también mucho más impredecible. Antes había dos bloques consolidados que lograron llegar a mantener un status quo, hoy los factores que inciden en toda la geopolítica son múltiples, pueden actuar en alguna circunstancia aparejados, pero cada uno responde a realidades distintas (son varios los países que tienen poder nuclear y cada uno pude apretar el botón por su cuenta).
Solo esperamos que ésta, en un entorno tan fluido, sea solamente una circunstancia de coyuntura y no se convierta en adelante en un factor estructural del panorama geopolítico. Sino las cosas realmente van a seguir de mal en peor para la humanidad.
Fuente: http://barometrointernacional.bligoo.com.ve/miguel-guaglianone-tension-mundial-en-aumento