Entre los días 2 y 5 de noviembre de 2005, en el desarrollo de las llamadas Cumbre de las Américas y Cumbre de los Pueblos, se pusieron a prueba los conceptos teóricos y las líneas de acción estratégica de las organizaciones que se consideran revolucionarias. Argentina vive un proceso tal de degradación política generalizada, como […]
Entre los días 2 y 5 de noviembre de 2005, en el desarrollo de las llamadas Cumbre de las Américas y Cumbre de los Pueblos, se pusieron a prueba los conceptos teóricos y las líneas de acción estratégica de las organizaciones que se consideran revolucionarias.
Argentina vive un proceso tal de degradación política generalizada, como para asistir, por ejemplo, al hecho de que personas autoproclamadas dirigentes marxistas, hagan campaña electoral con su sola foto multiplicada en un alud de afiches, obtengan entre el 0,1 y el 0,6% de los votos (uno por cada mil afiches, grosso modo) y luego no sólo rehúsen un balance objetivo de lo actuado, sino que incluso lleguen a proclamarse victoriosos. De manera que no asombra encontrarse con esos mismos dirigentes eludiendo toda responsabilidad ante el hecho de no haber previsto y no formar parte y ni siquiera tomar cuenta de acontecimientos tales como la confrontación brutal del imperialismo con el Mercosur más Venezuela o la realización de un acto con más de 40 mil personas en el cual el único orador, Hugo Chávez, a su vez participante de la reunión de presidentes, proclame que la opción de este momento histórico es «socialismo o barbarie».
Esta completa enajenación de individuos y organizaciones que enarbolan posiciones de los autores clásicos del marxismo revolucionario y se comprometen con una revolución socialista es extraordinariamente gravosa para el desenvolvimiento objetivo de la acción revolucionaria. Cuadros valiosos y miles de militantes sinceramente entregados a la causa socialista se inmolan políticamente, restándose de una fuerza en gestación que estará al frente de la inexorable confrontación con el imperialismo y el capitalismo; un combate ya visible en el horizonte y en marcha a toda velocidad.
Frente a esa militancia, en este momento de crisis y recomposición urge el debate sobre un concepto clave de la teoría revolucionaria marxista, forjado precisamente por una revolución victoriosa y en marcha -la Revolución Rusa y la Internacional Comunista: el frente único antimperialista.
Crítica publicó en sus ediciones 23, 24 y 25 los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, precisamente porque en su labor de difusión, educación y debate, consideró imprescindible asumir la experiencia de los líderes teóricos, políticos y militares de la Revolución Rusa de 1917. Hemos recordado una y otra vez que en esa instancia -el mayor laboratorio de la teoría revolucionaria que jamás existió- con la victoria en Rusia, el múltiple ataque imperialista y la necesidad de avanzar en la realización efectiva del concepto de revolución mundial, los revolucionarios de entonces encabezados por Lenin llegaron a cambiar la clásica consigna del Manifiesto Comunista: «Proletarios de todos los países, unios», para enarbolar en su lugar un concepto adecuado a la realidad mundial: «Proletarios y pueblos oprimidos del mundo, unios».
Los revolucionarios de hoy tenemos todavía un desafío mayor. No sólo debemos asumir esa extensión socio-geográfica del bloque de fuerzas necesario para enfrentar y vencer al capitalismo en su fase actual, sino que nuestro punto de partida no cuenta con aquello que hacía articulable la noción de «unión de los proletarios de todo el mundo».
La degeneración, transfiguración y desarticulación de prácticamente todos los partidos socialistas y comunistas y el proceso paralelo de transformación de los sindicatos en todo el mundo, deja sin sustento material inmediato en términos organizativos a la consigna estratégica. En 1848 los destinatarios (casi exclusivamente europeos) del llamado al combate anticapitalista contaban con organizaciones de clase, con alcance de masas. En 1917/24, ya existían partidos socialistas y comunistas de masas en todo el mundo. Hoy, casi sin excepciones, no existe ni lo uno ni lo otro. Peor aún: aquellos nombres, cuando existen con realidad organizativa y política, casi invariablemente representan lo contrario.
Esto potencia un fenómeno que siempre existió, pero que en nuestro tiempo adquiere relieve mayor: la ubicación en posiciones ambiguas, políticamente alineadas con formaciones burguesas e ideológicamente identificadas con el antimperialismo e incluso el anticapitalismo, de amplios sectores populares y de capas medias, representados en la emergencia de intelectuales y dirigentes intermedios de extrema inconsistencia en todo sentido.
El frente único antimperialista parte de la certeza de que, sobre todo en momentos de crisis aguda del sistema capitalista mundial, sectores de la propia burguesía -incluso en el poder en países semicoloniales- ven aparecer contradicciones severas con los centros imperiales. Si esto era verdad en los años 20 del siglo pasado, ahora lo es mucho más: los avances científico-técnicos que dieron lugar a lo que vulgarmente se ha llamado «globalización», permiten al capital financiero internacional apropiarse de la plusvalía -y de las fuentes de plusvalía- de las burguesías subordinadas en todo el mundo.
Cuando se derrumbó la Unión Soviética la exacción interburguesa (que supone además la lucha interimperialista) se agravó al extremo. Es obvio que aquellas interpretaciones que en 1990 anunciaron una ofensiva mundial del proletariado revolucionario no podrían situarse correctamente frente a los acontecimientos que sobrevendrían, como tampoco podrían hacerlo aquellas que arrojaron la teoría revolucionaria marxista por la borda y desde entonces navegan al garete. Quince años después, cuando la revolución se instala otra vez en la orden del día, ha llegado la hora de que cuadros, cuadros medios y militancia de las organizaciones comprometidas con la revolución exijan a sus direcciones un balance objetivo de sus caracterizaciones y acciones desde entonces. Ahora sí, se han agotado todos los plazos. Y un error respecto de lo que está en curso no se limita a provocar un posicionamiento equivocado: lisa y llanamente coloca a quien lo comete al otro lado de la barricada en la lucha continental y mundial contra el capitalismo y el imperialismo.
Las «cumbres» de Mar del Plata
En la denominada Cumbre de las Américas se fracturó estrepitosamente la burguesía continental, el imperialismo estadounidense perdió el control de la situación, se vio impedido de retomar una iniciativa cedida desde hace cinco años, así como de imponer el Area de Libre Comercio de las Américas (Alca), recurso imprescindible para contrarrestar la crisis estructural del sistema y la competencia interimperialista. Con la negativa a incorporarse de inmediato al Alca, el Mercosur desoyó la perentoria orden de Washington y se plantó frente a frente con el imperialismo y quienes lo acompañaron. El abroquelamiento de los gobiernos de Brasil, Uruguay y Paraguay en torno al discurso de Néstor Kirchner es un hecho inequívoco, indicativo de la honda fractura abierta entre el imperialismo estadounidense y las burguesías dependientes.
Este alineamiento es tanto más significativo cuando se toma en cuenta que simultáneamente Tabaré Vázquez se comprometía con un tratado bilateral con Estados Unidos, Nicanor Duarte venía de dar inmunidad a tropas yanquis en su país y de chantajear a sus socios en la Comunidad Suramericana de Naciones con la amenaza de pasarse al lado del imperialismo y Lula preparaba en ese mismo instante la cita que tendría al día siguiente con Bush, donde se esforzaría por mostrarse con gesto aquiescente. El propio Kirchner, lejos de mantener en su gobierno una clara posición antimperialista, en los hechos ratifica cada día y en todos los terrenos una línea contraria a la ruptura con los centros de poder mundial y la afirmación de una línea de acción consecuente hacia la unidad suramericana, la organización de la nación para la resistencia y el enfrentamiento a los imperios. Lejos de desmentir nuestra afirmación, son precisamente estas actitudes demostrativas de temor y voluntad conciliacionista las que subrayan la importancia de lo ocurrido en el cónclave presidencial y la naturaleza objetiva de las causas que provocaron el enfrentamiento.
Prolongada y amplificada luego de la cumbre con la pelea entre Kirchner y el presidente de la Coca Cola mexicana Vicente Fox, la fractura producida en Mar del Plata es un dato crucial de la realidad y el futuro inmediato a escala continental. Sin partir de esa fractura será imposible comprender el complejísimo cuadro de situación y actuar como factor de peso desde las posiciones de la revolución socialista. Quienes de verdad estén dispuestos a librar la guerra contra el imperialismo no pueden desconocer aquella fractura. Más aún, puede afirmarse que de la posición que se adopte frente a ella depende el desenlace del combate.
Mientras tanto a pocas cuadras, en la así llamada IIIª Cumbre de los pueblos, aunque sin contornos definidos, se perfilaba la base social, organizativa y programática de un frente único antimperialista. Los días de sesión de ese encuentro, que más allá de circunstancias presumibles se organizó y desarrolló con criterio democrático, constituyeron una prueba irrefutable de que el curso objetivo del movimiento de las clases y sectores frente a la constante agudización de la crisis no está en las previsiones y la caracterización de prácticamente ninguna de la organizaciones que se autoproclaman revolucionarias. Un conjunto numerosísimo de organizaciones sociales y políticas, articuladas en torno al Serpaj (Servicio de Paz y Justicia) y con notoria intervención de la CTA, fue el que durante meses organizó la tercera edición de estas «cumbres», nacidas de una iniciativa en la que pesó particularmente el Partido Comunista de Cuba y a la que se sumaría luego el gobierno revolucionario de Venezuela.
Dicho de otro modo: esta dinámica de frente único antimperialista viene de fuera de Argentina y, al presentarse la oportunidad de plasmar aquí, lo hizo en torno a estructuras en las que no predominan las organizaciones revolucionarias marxistas. Por el contrario, muchos de quienes se consideran tales se mantuvieron fuera hasta el final, ajenos y contrapuestos al hecho relevante que ahora debe ser materia de análisis y debate: el acto de cierre en el estadio mundialista de Mar del Plata, donde las organizaciones partipantes de la IIIª Cumbre de los pueblos convergieron con contingentes puestos en movimiento por sectores del propio gobierno.
La multitud que acudió a escuchar al presidente venezolano y el impacto nacional que tuvo su discurso, centrado en la lucha frontal con el imperialismo y en la perspectiva de la revolución socialista, son prueba irrefutable de que la línea estratégica de frente único antimperialista -defendida desde su fundación por la Unión de Militantes por el Socialismo (UMS)- es la única capaz de:
a) afirmar un eje conceptual y político de unificación de las masas explotadas y oprimidas;
b) abrir un camino de articulación efectiva de fuerzas sociales y políticas en la perspectiva de afirmación de una herramienta política de masas de signo antimperialista y anticapitalista;
c) ofrecer el marco social y político para que las tendencias y cuadros marxistas genuinamente comprometidos con la edificación de un partido revolucionario y con la lucha de masas contra el imperialismo y el capitalismo, puedan avanzar en la teoría y la práctica por el camino de recomposición de fuerzas.
El hecho es que mientras en la reunión de presidentes Kirchner definía una línea que más allá de toda interpretación abroqueló a cuatro países (Venezuela, también sumada, no dependía de eso, sino al contrario) en oposición a la exigencia imperialista; mientras Chávez participaba en la clausura de la IIIª Cumbre de los pueblos, en el estadio (y en todo el país, porque el acto y el discurso fue transmitido por dos cadenas televisivas y seguido con entusiasmo por centenares de miles, acaso millones de personas), plasmaba un frente antimperialista que amplificaba más allá de toda previsión la derrota estratégica que sufrió el imperialismo en la persona de George Bush.
La incorrecta caracterización que impidió comprender el fenómeno objetivo por el cual cayó el gobierno de la Alianza y más tarde hizo posible el arribo de Kirchner al gobierno, impide ahora interpretar lo que está ocurriendo a escala suramericana y el lugar que Argentina juega en esa dinámica. Pero ocurre que esa incomprensión, más que inhabilitar a una dirección política para trazar una correcta línea de acción en función de los intereses de las masas y la revolución, en realidad empuja hacia el campo enemigo. No son palabras: los minúsculos grupos que el sábado 5 de noviembre, luego del acto de masas en el estadio, quisieron hacer su propio acto y dieron lugar a acciones que resultaron en enfrentamientos, detenciones y algunos casos de rotura de vidrieras y saqueos, hicieron mucho más que involucrarse en acciones tácticamente insostenibles y sin otra consecuencia que el repudio de las mayorías y el gesto satisfecho de un sector burgués que se infiltró con grupos provocadores. Más que eso, las dirigencias sin brújula que intentaron encubrir su desconcierto con medidas estridentes, trazaron una línea de acción que, en caso de ser seguida por sus bases, alejará a miles de militantes del movimiento social y político allí naciente, conceptualmente definible como frente único antimperialista, restando la voz, las ideas y la fuerza de una perspectiva revolucionaria marxista en el seno de esa dinámica viva cuyo devenir de masas es inexorable.
Algo semejante ocurrió cuando una década y media atrás nació el Congreso de Trabajadores Argentinos. Pero transcurrido el período histórico que ese lapso encerró (es decir, el cambio de retroceso generalizado a auge mundial de las fuerzas antimperialistas y anticapitalistas), aquel error hoy reiterado no tendrá sólo consecuencias por la negativa: será un factor gravitante a favor de la contrarrevolución. Es el destino fatal de los cuadros y organizaciones alcanzados por la enfermedad infantil del comunismo, el izquierdismo. Por eso es tarea impostergable de los revolucionarios marxistas combatirlos en la teoría, en la práctica política y en el desarrollo organizativo.
Desafíos de la coyuntura
Un frente único antimperialista hegemonizado por cuadros y corrientes centristas, tanto más si éstas son parte de un gobierno, no puede dar lugar al desarrollo y consolidación de una línea de acción consecuentemente antimperialista y anticapitalista. Pero las corrientes centristas, expresión de flancos de la burguesía y de otros sectores no proletarios, son por definición parte del frente único antimperialista cuando la crisis del capitalismo se agudiza.
Para quienes se limitan a graznar o garabatear obviedades anticapitalistas la fractura en la cumbre de las Américas y el punto de unificación en la Cumbre de los pueblos carecen de significación. Pero para quienes se consideren parte de la lucha sin retorno entre el imperialismo y las masas del mundo, se trata de la diferencia entre la posibilidad de victoria y la certeza de la derrota. Unir, organizar y concientizar a millones de personas contra el imperialismo es, en efecto, cuestión de vida o muerte.
En cambio, para quienes comprenden que Estados Unidos ha trazado una línea de acción estratégica que supone la invasión de Venezuela y Cuba y la militarización del continente, la fractura en la cumbre y el discurso de Chávez equivalen al toque de Diana en la jornada del combate. Por eso, sin desatender el debate y la lucha teórica contra el izquierdismo, en la medida en que se muestren capaces de atraer a genuinos luchadores, el centro inconmovible del accionar en todos los terrenos es la participación en las formas larvales del frente único antimperialista con el propósito de contribuir a su efectiva articulación y afianzamiento, y con la determinación de actuar en su seno como destacamento comunista dispuesto a defender la estrategia de revolución socialista, lo que equivale a decir organización propia de los trabajadores y recomposición de las fuerzas marxistas en un genuino partido revolucionario.
Por la naturaleza de la coyuntura y por el ya mencionado hecho de que el frente único antimperialista prefigurado en la llamada Cumbre de los pueblos tiene su origen fuera de argentina y reúne fuerzas de toda América Latina y el Caribe, la acción deberá desarrollarse a esa escala. El conjunto reunido en la IIIª Cumbre de los pueblos puede constituirse en punto de apoyo para la constitución de un bloque antimperialista continental y la declaración de Mar del Plata en base para una plataforma programática.
Precisamente una plataforma programática y la decisión de consolidar un bloque continental contra el imperialismo, deberían ser el único cedazo para la inclusión de aliados. El acto de clausura en el estadio mostró cómo al sumarse fuerzas integrantes del gobierno, los recursos de éste se pueden convertir en palanca para maniobras que desvirtuen la naturaleza de una movilización. Esto requiere resguardos organizativos; no obstante, ese riesgo deberá ser siempre asumido ante acciones concretas. No se trata de arrastar al oficialismo a posiciones que no tiene, sino de tomar sus contradicciones internas tal cual son y, mediante acciones de inequívoco contenido antimperialista, dejar que sean ellos mismos quienes las resuelvan y las evidencien ante la juventud, los trabajadores y el pueblo. El problema no es ni será qué hace o deja de hacer Kirchner, sino qué hacen o dejan de hacer las fuerzas revolucionarias involucradas en un frente único antimperialista.
Aun sin considerar el hecho de que la agudización de la crisis en todos los planos saltará al centro del escenario político argentino en el próximo año, ya en el cuadro actual resulta evidente la imposibilidad para el gobierno de sostenerse sobre la base de la ambigüedad y el doble discurso. Las tendencias e individualidades que, con definiciones antimperialistas y anticapitalistas, se incorporaron al oficialismo, envueltas ya en el torbellino de una lucha desigual que las acorrala, las corrompe y las desgaja, en su doble papel de legitimar al gobierno ante franjas del activismo e introducir demandas populares en el discurso oficial, constituyen un exponente frágil por demás. Sin base social genuina y sin otra fuerza organizativa que la que deviene del usufructo del Estado, estas tendencias -además duramente enfrentadas entre sí- no tienen la más remota posibilidad de influenciar -no digamos ya neutralizar- las decisiones centrales del gabinete ministerial.
Quienes apelando a un método subjetivista sostienen que en la voluntad de Kirchner está el propósito de afirmar un gobierno defensor de la soberanía nacional y de realizar profundas transformaciones sociales, deben comprender sin embargo que aun admitiendo esa presunción, el objetivo es inalcanzable con base en los minúsculos aparatos y las desprestigiadas figuras del flanco izquierdo del oficialismo. Hacer crecer y fortalecer una tendencia revolucionaria al amparo del jefe de gabinete es un error mayor que el cometido por la tendencia revolucionaria del peronismo en 1973/74. Si por voluntad o exigencia de las circunstancias, para defender su propia existencia el gobierno decidiera sostener una línea de confrontación con el imperialismo, su única alternativa sería la apelación a la movilización obrera, juvenil y popular. En tal hipótesis, las tendencias e individualidades de izquierda oficialista serían incapaces de proponer y defender una línea de independencia programática de las masas frente al gobierno. Harían, en una escala mayor y con efectos completamente diferentes lo que hicieron en el estadio de Mar del Plata: lanzar golpes de mano para adueñarse de una movilización que no gestaron e imponerse a un sentimiento colectivo y un programa de acción contrapuesto por el vértice al del gobierno. Hay que tener en claro que si no hubiese sido por el contenido central del discurso de Chávez, el enorme esfuerzo de la IIIª Cumbre de los pueblos hubiese sido abortado por la irresponsabilidad oportunista de pequeños aparatos financiados por el gobierno.
De modo que una perspectiva consecuente de frente único antimperialista requiere la afirmación de una base programática y una organización propias, lo cual plantea la necesidad de impedir que la mano oficialista se imponga y esterilice el formidable proceso en curso de convergencia antimperialista. Esto vale también para la CTA, fracturada por tendencias diferentes, en cuyas filas gravitan individuos y pequeños aparatos dependientes del gobierno, que en circunstancias especiales pueden hegemonizar esa organización cada día más fragmentada y vaciada de trabajadores.
Pero una base programática y una organización propia de los trabajadores, las juventudes, el conjunto de sectores afectados por la crisis del capital e incluso alas radicales del gobierno requiere a su vez de un motor revolucionario con potencia de ideas y capacidad de intervención. El frente único antimperialista se entrelaza así con la edificación de una herramienta política de masas en un proceso de constante contradicción y lucha interna, que a su vez es el único terreno en el que puede germinar una organización revolucionaria que resulte de la recomposición de fuerzas marxistas.
Desde luego este conjunto de tareas es más complejo que pegar afiches con fotos de dudosa estética implorando un voto. Es también más complejo que inventar estructuras «piqueteras» para cobrar subsidios del Estado y edificar una ficción capaz de engañar a sus propios promotores hasta que la voluntad de los trabajadores y las masas desposeídas demuestran qué lugar tienen tales fabricaciones en la conciencia y la acción de las masas. Pero es el único camino que lleva a la articulación de un bloque antimperialista continental; el único camino que puede forjar miles de cuadros dirigentes reales de movimientos reales, en condiciones de encarnar la unión de las ideas científicas de la revolución social con la fuerza viva de las masas explotadas y oprimidas; el único camino para librar con éxito la gran batalla histórica que se avecina contra el imperialismo y el capitalismo, en Argentina, en Suramérica y el mundo.
Amarrar tanto cuanto sea posible las manos del imperialismo y apelar a todas las instancias imaginables para minimizar los efectos devastadores de sus zarpazos agónicos; contribuir a la educación, concientización y organización de las juventudes y los trabajadores; defender incondicionalmente las revoluciones de Cuba y Venezuela contra la escalada bélica de Washington; continuar bregando sin descanso por la construcción de una herramienta política de los trabajadores y las masas; aplicar dosis letales de teoría y política contra la enfermedad infantil del comunismo y contra el oportunismo, que como ya subrayara Lenin son dos caras de una misma medalla; acelerar la marcha para recomponer las fuerzas marxistas… he allí las tareas impostergables de la hora.
Nota: este artículo es continuidad de «Dilemas de la transición en Suramérica», publicado en la edición anterior de Crítica de Nuestro Tiempo. Y está complementado con el balance de las elecciones del 23 de octubre publicado en esta edición.
Notas
1.- Ver texto completo en Eslabón N° 62, Septiembre 2005.
2.- Eslabón N° 62, Septiembre 2005.
3.- Eslabón N° 62, Septiembre 2005.
[Texto publicado en la edición N° 32 de Crítica de Nuestro Tiempo. Buenos Aires, octubre 2005-abril 2006]