El atentado terrorista del fin de año en Estambul, en el que murieron 39 personas, y el del 19 de diciembre en Ankara, en el que fue asesinado el embajador ruso Andrei Karlov, y el de Berlín, en el que murieron doce personas, aun cuando son diferentes, tienen algo en común. Los vincula a todo […]
El atentado terrorista del fin de año en Estambul, en el que murieron 39 personas, y el del 19 de diciembre en Ankara, en el que fue asesinado el embajador ruso Andrei Karlov, y el de Berlín, en el que murieron doce personas, aun cuando son diferentes, tienen algo en común. Los vincula a todo lo que ha acontecido en Siria.
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La caída de Alepo no sólo ha representado la caída de la principal ciudad siria que estaba en manos del frente yihadista que lucha contra el presidente sirio Assad. En términos generales, representa la derrota de las fuerzas yihadistas en Siria, que ahora toman venganza contra aquellos que les habían apoyado -utilizándolos para sus propios fines- para luego abandonarlos. Esto no es nuevo en absoluto. El ex agente del servicio secreto militar italiano, Nino Arconte, reveló, como di cuenta en mi libro La terza guerra mondiale e il fondamentalismo islamico, que la raíz del odio contra EEUU y Europa fue la «traición» de los gobiernos occidentales, que habían utilizado a los fundamentalistas islámicos contra los gobiernos laicos en el Medio Oriente en los años 80.
En realidad, la caída de Alepo no muestra solo la derrota estratégica del frente yihadista. La guerra civil, desde el primer momento, se convirtió en una miniguerra mundial. Fue el campo de batalla entre grandes potencias, es decir, entre EEUU y Francia por una parte, y Rusia y, aunque de manera indirecta, China, por la otra. También ha sido campo de batalla entre las potencias regionales, es decir, entre Irán, por un lado, y Arabia Saudita, Turquía y Qatar por el otro. La caída de Alepo señala la derrota de todos los que habían aprovechado las primaveras árabes para promover el derrocamiento de los gobiernos laicos en el Medio Oriente, los de Gadafi y Assad incluidos.
En efecto, no hay que olvidar que si bien es cierto que los ataques en Europa, los de Bruselas, Niza y Berlín fueron organizados o al menos inspirados por ISIS, también es cierto que:
a) El Isis se consolida en Siria, tras el estallido de la guerra civil.
b) La guerra civil en Siria tiene el visto bueno de los EEUU y Francia, que esperaban subirse a la ola de protestas para deshacerse de Assad y debilitar a Rusia e Irán, recuperando así áreas estratégicas y económicas.
c) La guerra contra Assad fue financiada por estados fundamentalistas como Arabia Saudita y Qatar, aliados de EEUU y Europa Occidental. A estos estados árabes y su clase de rentistas parasitarios los europeos les están vendiendo miles de millones en armas, permitiendo la participación de sus capitales en sus principales empresas y bancos.
d) La guerra contra Assad se llevó a cabo con un decisivo papel organizativo por parte de Turquía, lo que ha permitido, entre otras cosas, la apertura de un corredor entre Siria y Europa a través del cual transitan los combatientes extranjeros europeos, entre ellos los autores de ataques como el de Charlie Hebdo.
e) Las potencias occidentales y árabes han apoyado a los grupos yihadistas como Al Nusra, surgida de Al Qaeda, que rápidamente asumió la hegemonía en la lucha contra Assad.
f) Todo esto ha sido apoyado y coordinado por Hillary Rodham Clinton.
Pero, a diferencia de Gadafi en Libia, Assad no ha quedado aislado y a merced de un amplio frente de adversarios. Con Libia, Rusia y China no vetaron la resolución de la ONU, que, aunque de manera ambigua, permitió los ataques de la OTAN contra Gadafi que inclinaron el equilibrio de la correlación de fuerzas en favor de las formaciones rebeldes, también allí, como se ha visto después, hegemonizadas por los yihadistas. En Siria, Rusia y China no sólo han dejado claro que no permitirían que la ONU bendijera un bombardeo occidental, sino que Rusia ha intervenido directamente con su fuerza aérea. Por otra parte, la posición geográfica de Siria ha hecho posible la llegada de ayuda del «frente chií», formado por el Hezbolá libanés y las milicias chiíes iraníes e iraquíes. Así pues, quien ha salido derrotado en el conflicto sirio ha sido EEUU -en particular la política de Obama y Clinton en Oriente Medio-, Europa Occidental, sobre todo Francia, y las potencias regionales sunitas, Turquía, Arabia Saudita y Qatar.
La estrategia de Obama-Clinton en Oriente Medio, orientada a un cambio de régimen y basada en proxy wars libradas por las milicias locales, principalmente yihadistas islámicos, con apoyo aéreo occidental, ha fracasado, como era evidente desde mucho tiempo antes de la caída de Alepo. Las principales consecuencias de la derrota de los estadounidenses y sus aliados occidentales y árabes son tres:
a) El cambio de alianzas en Oriente Medio. Turquía, tomando conciencia de la derrota y tras haber estado a un paso de una confrontación militar desastrosa con los rusos, dio un giro de ciento ochenta grados en su política de alianzas, alcanzando un acuerdo con la Federación Rusa y abandonando a las formaciones yihadistas de las que hasta entonces había sido la patrocinadora más directa. La cadena de ataques terroristas que ensangrienta Turquía más que a otros países se debe precisamente a este cambio. Por otra parte, lo más probable es que el intento de golpe de julio, rápidamente abortado, fuera una reacción, tal vez inspirada por los EEUU, de oficiales turcos vinculados a la OTAN ante este brusco cambio de rumbo. Según funcionarios estadounidenses de alto nivel, hoy todo el personal militar turco que trabajaba regularmente con la OTAN ha sido detenido, con las imaginables consecuencias en las relaciones entre la OTAN y las fuerzas armadas turcas. No debemos olvidar que Turquía tiene, después de Estados Unidos, el más poderoso ejército de la OTAN, que cubre el decisivo flanco sudeste de la Alianza. La decisión turca en términos de alianzas y las consecuencias del fallido golpe de estado debilitan a los Estados Unidos, la OTAN y su sistema de alianzas en el Mediterráneo.
b) El cambio de las relaciones de fuerza a nivel internacional. Quien está ganando, al menos hasta ahora, es Rusia. Esta, por primera vez desde el fin de la URSS, recupera un papel decisivo en el plano internacional, consiguiendo poner en jaque a los EEUU y sus aliados europeos y árabes. Rusia, en lugar de ser expulsada de Oriente Medio, como sucedía en la estrategia de la Clinton, se ha establecido aún más sólidamente en el Mediterráneo, abriendo grietas en la compacta OTAN. Manteniendo en Siria la base naval de Latakia, y estableciéndose de forma permanente en la base aérea de Hmeimin, Rusia se ha asegurado, a través de la alianza con Turquía, no sólo el paso de los oleoductos de Rusia hacia Europa, sino también la salida de la flota de Crimea (decisiva para mantener el control ruso sobre la península) a través del Bósforo. De este modo se resuelve uno de los problemas estratégicos de Rusia, la falta de acceso a los mares cálidos, haciendo posible mantener operativa su flota durante el invierno que bloquea los puertos nórdicos.
c) El cambio drástico en la política exterior y del grupo dirigente de Estados Unidos. El desastre producido por Hillary Clinton como ministro de asuntos exteriores, especialmente en Oriente Medio, es una de las causas de su fracaso en las elecciones a la Casa Blanca. Al mismo tiempo, la derrota de Estados Unidos en Siria y Oriente Medio contribuyó a la victoria de Trump. Este basó su campaña, entre otras cosas, en el cambio de la hoja de ruta en relación con Rusia. Esto, en parte, es un registro del cambio de las relaciones de fuerza en el campo de batalla, con la certeza de que sólo un acuerdo con Rusia permitirá salir del atolladero sirio. En parte, sin embargo, es la prueba de que, al final, el verdadero adversario estratégico de los Estados Unidos es China, el único país que está en disposición de llegar a cuestionar su hegemonía mundial. Rusia ha demostrado tener una capacidad militar considerable. Además, tiene un arsenal nuclear igual al de EEUU, y dispone de vastísimos recursos en materias primas. Pero demográficamente, y aún más económica e industrialmente, no es un peso pesado, con un PIB nominal por debajo del italiano y un PIB per cápita cuatro o cinco veces menor. Evitar que se consolide un bloque ruso-chino es lo que, si Trump mantiene las intenciones que ha manifestado hasta ahora, va a inspirar a la nueva administración de Estados Unidos. En este caso, la política diplomática de Estados Unidos hacia Rusia sería una versión invertida de la estrategia adoptada en 1972 por el presidente Nixon con la China de Mao. En aquel momento Nixon aisló a la URSS de China, ahora Trump intenta hacer lo inverso.
La estrategia del presidente Obama, Premio Nobel de la Paz, que deja tras de sí un rastro de destrucción, sangre y caos, algo que ya ha ocurrido algunas otras veces en la historia de los dos últimos siglos cuando el imperialismo tenía como objetivo reorganizar las regiones que había sometido. El cambio de régimen Obamiano-Clintoniano no ha dado lugar a ningún gobierno liberal-democrático, sino que ha promovido la gran ola del yihadismo, con su corolario de la lucha sectaria entre chiíes y suníes y brutales masacres, y la consolidación, en el mejor de los casos, de señores de la guerra o de regímenes militares. Contrariamente a lo que sostienen algunas fuentes, como la Open Democracy financiada por Soros y la Fundación Ford, en Siria no hemos sido testigos de una lucha popular contra un dictador sangriento, de acuerdo con el estereotipo aplicado a los personajes y a los regímenes incómodos para el Oeste. El carácter de la guerra en Siria rápidamente ha pasado de guerra civil a guerra de agresión impulsada desde el exterior. Esto ocurrió porque los países occidentales y sus aliados árabes han comenzado la lucha para derrocar al gobierno sirio mediante milicias llegadas desde fuera del país. No es de extrañar que el gobierno sirio, puesto contra las cuerdas, haya solicitado y aceptado la ayuda de Rusia y otros países del frente chií.
En cualquier caso, sería bueno evitar, por una parte, someterse a una lógica de neutralidad, abstractamente por encima de las partes, y, por otro lado, en una lógica de alineamiento ciego, que sólo tenga en cuenta la correlación de fuerzas en el tereno militar. El gobierno de Assad ha estado luchando en una guerra cuyo sesgo fundamental, aunque no exclusivo, es el de ser una guerra de agresión desde el exterior. La Federación Rusa ha bloqueado una agresión imperialista occidental por primera vez desde la desaparición de la URSS, y ha derrotado al ISIS y a los yihadistas. Pero la Rusia de hoy no es la URSS. La evolución de las relaciones capitalistas de producción en Rusia no es asimilable a la registrada en los EEUU y que les lleva a desempeñar un papel expansivo y agresivo. Sin embargo, hoy en día Rusia es un país capitalista, basado en una clase de oligopolistas, que se mueve de acuerdo a sus intereses económicos y geoestratégicos.
El punto principal sobre el que hay que centrarse, por lo tanto, es otro: la reconstrucción de una izquierda autónoma en Oriente Medio. Ahí, la izquierda ha visto reducido su papel al mínimo en tres ámbitos. El primero es la crisis de la agricultura, debida principalmente a la inserción en el mercado mundial capitalista, y un proceso de urbanización demasiado rápido y masivo. El segundo es el abandono por parte de los regímenes laicos de políticas populistas socializantes para seguir las instrucciones neoliberales del FMI y los países capitalistas avanzados. Un hecho que les ha llevado a transformarse a menudo en regímenes burocrático-autoritarios. El tercero es la emergencia del radicalismo islámico que ha surgido ya sea por el apoyo del imperialismo occidental y algunos regímenes autoritarios, ya sea la capacidad, gracias a los fondos de las petromonarquías reaccionarias árabes, de ofrecer a los antiguos campesinos ahora urbanos un welfare que el estado no era capaz de ofrecer. Los radicales islámicos, en particular los de orientación yihadista, han sido el arma utilizada para aplastar a la izquierda, debilitada por sus errores y la crisis después del colapso de la URSS. Concretamente Siria se ha visto abrumada por el imponente crecimiento de la población, la sequía, que duró desde 2006 hasta 2011, la crisis agrícola y el éxodo masivo de campesinos a las ciudades. Por otra parte, la Siria de Assad ha practicado la política más abierta entre los estados de la zona hacia los que habían huido de la guerra, aceptando, además de medio millón de palestinos, alrededor de 1,5 millones de iraquíes. Proporcionalmente, es como si en Francia hubiera una guerra, y 7 o 8 millones de franceses se refugiaran en Italia, teniendo en cuenta, además, que la situación económica de Siria no es ni remotamente comparable a la de un país avanzado e industrializado como Italia. Podemos decir que la guerra en Siria ha sido el último efecto del dominó que comenzó con la invasión de Iraq en 2003 por los EEUU y continuado en los años siguientes con la contribución de los europeos occidentales.
Es evidente, por tanto, que sin la derrota militar de los yihadistas y de otras partes del radicalismo islámico fanáticamente contrarias a cualquier acuerdo con las fuerzas laicas no se puede hablar de reconstrucción de un movimiento popular o del renacimiento de la izquierda. Por otra parte, la derrota del yihadismo pasa por la derrota de sus patrocinadores internacionales más o menos directos. La lucha, sin embargo, no puede llevarse a cabo sólo en el plano militar, el éxito de la lucha contra el yihadismo y el imperialismo requiere ser capaces de ofrecer soluciones económicas, sociales y políticas aceptables a las masas empobrecidas de Oriente Medio, combatiendo no solo las consecuencias del cambio climático, sino sobre todo a la globalización capitalista. En este sentido, es evidente que esta lucha debe tener un apoyo desde el interior del sistema capitalista mundial, crucial ante los procesos económicos y políticos que han causado un impacto tan devastador en Oriente Medio. Y por tanto, la izquierda europea occidental también está directamente implicada. No se trata solo de ofrecer una solidaridad humanitaria o manifestarse por la paz. La lucha por la paz y la estabilización de Oriente Medio pasa sobre todo por la crítica a la colusión de los estados europeos con las petromonarquías árabes, a una alianza militar occidental, la OTAN, que después del fin de la URSS ya no tiene ninguna razón para existir, y finalmente a la Europa capitalista tal como es ahora. Pasa por la crítica de los procesos de integración económica y monetaria, que acentúan la contracción de la base productiva y la demanda interna, empujando a los países europeos a expandirse en el exterior y a controlar agresivamente los mercados y fuentes de energía de Oriente Medio .
Fuente: http://www.elviejotopo.com/articulo/terrorismo-cambio-de-alianzas-y-relaciones-de-fuerza/