El ministro indio del Interior ha presentado su dimisión, asumiendo la «responsabilidad moral» (palabras suyas) en relación con el sangriento ataque terrorista contra múltiples objetivos que padeció Bombay durante tres días de la pasada semana. Antes de entrar en más consideraciones sobre las peculiaridades del asalto terrorista contra la capital económica de la India, los […]
El ministro indio del Interior ha presentado su dimisión, asumiendo la «responsabilidad moral» (palabras suyas) en relación con el sangriento ataque terrorista contra múltiples objetivos que padeció Bombay durante tres días de la pasada semana.
Antes de entrar en más consideraciones sobre las peculiaridades del asalto terrorista contra la capital económica de la India, los españoles no deberíamos olvidar dos precedentes relacionados con sendos ataques terroristas sufridos en nuestro país y con la actitud moral y política adoptada por quienes en esos momentos ostentaban la máxima responsabilidad de la seguridad pública.
El 20 de diciembre de 1973, el automóvil blindado oficial que conducía al entonces presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, voló por los aires en la madrileña calle de Claudio Coello, como consecuencia de una acción terrorista largamente planificada y complejamente ejecutada, que pasó inadvertida a los servicios de seguridad del Estado. Ante tan evidente fracaso ¿presentó su dimisión el entonces ministro de la Gobernación? Nada parecido. Desempeñaba ese cargo Carlos Arias Navarro, luego marqués de Arias-Navarro, antiguo director General de Seguridad y experto conocedor de lo que algunos han llamado las alcantarillas del Estado. Pues no sólo no presentó la dimisión sino que, a causa de su estrecha vinculación con la familia del general Franco, fue promovido a presidente del Gobierno, sucediendo en el acto al almirante asesinado, cuya seguridad personal de él dependía.
Veamos otro caso sintomático. El 11 de marzo de 2004 varias explosiones destrozaron en Madrid algunos vagones de los trenes de Cercanías, en el más grave y cruento atentado terrorista que jamás haya sufrido la capital española. Todavía con los cadáveres calientes, el ministro del Interior, Ángel Acebes Paniagua, no sólo no se avergonzaba por el estrepitoso (en todos los sentidos de esta palabra) fallo de los servicios de seguridad por él dirigidos, sino que se esforzaba en confundir a la opinión pública atribuyendo los atentados a un origen que, si a él y a su partido político les podría resultar electoralmente favorable, no sólo nada tenía que ver con la realidad, como después ha quedado de sobra demostrado, sino que tendía a forzar las apremiantes investigaciones por una vía abocada al fracaso. Pues no sólo no dimitió en el acto sino que, cuando su partido pasó a la oposición, pocos días después, fue nombrado secretario general del mismo.
A la vista de lo anterior, admitamos, al menos, que el concepto moral de la política mostrado por Shivraj Patil (el dimisionario Home Minister de la República de la India) supera en algunos enteros al de ciertos españoles que ostentaron en el pasado análogo cargo y afrontaron similares responsabilidades.
En cuanto al ataque terrorista en sí, conviene tener presente que los grandes medios de comunicación internacionales suelen ampliar el foco de sus noticias cuando algo sucede en los países anglosajones o en sus antiguas colonias, como es el caso en cuestión. La actuación coordinada de varios terroristas, ahora puesta tan de relieve en Bombay, no es algo nuevo: ya se produjo en Madrid, en Londres y también en EEUU. Pero, a pesar de eso, hay algunos indicios de que ha tenido lugar un avance cuantitativo en la complejidad con la que pueden actuar las organizaciones terroristas. Esto debería poner en guardia a los servicios de seguridad de los Estados a la hora de planificar las necesarias operaciones preventivas que, aunque no puedan garantizar una seguridad absoluta -y menos aún frente a agentes suicidas-, les permitan no ser del todo sorprendidos y puedan tener planes previstos de actuación ante cualquier hipótesis medianamente verosímil, lo que, al menos, aliviará algo sus nefastas consecuencias.
El caso aquí considerado añade a anteriores atentados un dato singular: los terroristas se trasladaron por mar y desembarcaron en territorio enemigo como si fueran la Infantería de Marina del terror. Las fronteras marítimas son de difícil protección, pero es evidente que habrá que mejorar los métodos utilizados. Además, la forma como operaron a la vez contra varios objetivos reveló un alto grado de preparación militar, un conocimiento previo del terreno y experiencia en el uso eficaz de armas variadas. No eran unos simples suicidas fanatizados.
Es fuerte la tentación de recordar a Clausewitz cuando afirmaba que «la guerra es un camaleón», que cambia de aspecto para adaptarse a las distintas circunstancias sociopolíticas en que se desarrolla. Se puede afirmar que el terrorismo también lo es. A pesar de las grandes diferencias que hay entre guerra y terrorismo, una cierta coincidencia en métodos, objetivos tácticos, preparación de las operaciones y estimulación de los combatientes hace que tanto la una como el otro tiendan a adaptarse de modo camaleónico al momento histórico y a la coyuntura política de allí donde desarrollan sus mortíferas operaciones. Aspecto que deberán tener muy en cuenta las agencias antiterroristas de todos los países, para evitar ser brutalmente sorprendidas, como ha ocurrido en la India.
* General de Artillería en la Reserva