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The New Cold War, de Gilbert Achcar

Fuentes: rs21

Incluso antes de la invasión rusa de Ucrania ya era un lugar común hablar de nueva guerra fría entre EE UU por un lado y Rusia y China por otro. El fin de la historia que siguió al colapso del Muro de Berlín y de la URSS duró menos de diez años. Desde la guerra de Kosovo hasta las de Afganistán e Irak, los últimos treinta años han visto cómo las principales potencias se implicaban o se preparaban para la guerra.

Gilbert Achcar, prolífico académico socialista cuya obra se centra principalmente en Oriente Medio, dice que fue el primero en acuñar el término para describir la confrontación entre la OTAN y Rusia en relación con Kosovo. En este libro repleto de detalles, desarrolla este argumento de manera más amplia, añadiendo el aumento de las tensiones entre EE UU y China. La primera parte de The New Cold War data de finales de la década de 1990, mientras que la segunda parte es nueva, si bien ambas encajan bien entre ellas para ofrecer un argumento coherente, aunque no siempre convincente.

Buena parte del libro expone las vías por las que EE UU ha expandido su influencia militar y política tanto en Europa Oriental como en la región del Pacífico, como cusa primaria del aumento de las tensiones internacionales entre la triada estratégica de potencias mundiales: EE UU, Rusia y China. Como señala el propio libro, “el volumen actual del presupuesto de defensa estadounidense corresponde racionalmente a la aspiración de EE UU al expansionismo imperial y a la hegemonía global exclusiva” (p. 77). Esto se escribió en 1997, pero sigue siendo cierto hoy en día, a pesar de la breve reducción del presupuesto tras la retirada final de las fuerzas estadounidenses de Irak en 2012.

En Europa, esta expansión se ha producido en forma de incorporación a la OTAN de la mayor parte de Europa Oriental, mientras que el proceso en el Pacífico ha sido más difuso, apoyándose EE UU en mucha mayor medida en sus aliados de siempre (en particular Japón), que tienen sus propias relaciones conflictivas con China. El proceso en la región del Pacífico también se vio distorsionado por las guerras en Afganistán e Irak, que sorprendentemente se mencionan muy poco en el libro (la de Irak ni siquiera aparece en el índice), a pesar de que reconoce que debido a estas, “a partir de Obama, EE UU ha recurrido principalmente a operaciones de guerra cobardemente remota, realizadas en su mayoría bajo la línea de radar” (p. 188).

No obstante, habría sido útil comprobar la distancia entre las aspiraciones imperiales de EE UU y el alcance real de su influencia, determinado por el hecho de apoyarse en mayor medida en sus aliados tradicionales, y las tensiones consiguientes que comporta. Como señaló Chris Harman en 2003 en una puntualización muy útil a  la visión de EE UU como hegemón omnipotente:

El resultado nunca será satisfactorio para el capitalismo estadounidense. No puede sacar lo suficiente del imperialismo en términos de dinero contante y sonante para compensar sus gastos, tal como lo hicieron los capitalismos europeos hace un siglo. Tampoco puede confiar, como pudo hacerlo durante la segunda guerra mundial, en que el gasto militar le permitirá prosperar gracias a un auge prolongado… Por estas razones, el EE UU triunfante sigue siendo el EE UU débil. Las rupturas con las demás potencias continuarán, aunque alternarán entre gestos de desafío y acciones humillantes.

Rusia y China

Achcar da cuenta con todo detalle del ascenso de Vladímir Putin como consecuencia directa de la terapia de choque neoliberal infligida a la economía rusa en la década de 1990, y demuestra que la creciente beligerancia de Putin fue en gran parte una reacción a la ampliación de la OTAN a Europa Oriental. Como dice, la principal preocupación de la dirección rusa pasó a ser “conservar por lo menos una capa de Estados como zona intermedia entre su país y la OTAN” (p. 133), una ambición que se remonta a Stalin y más en general al nacionalismo de “… una potencia colonial dentro de la continuidad territorial del gigantesco imperio que gobernaba desde el siglo XVIII” (p. 129), que ha visto cómo se ha erosionado ese imperio tanto por las revueltas de naciones subordinadas como por obra de potencias externas. Sus descripciones de las guerras de Chechenia, Georgia y Siria las ven como intentos de mantener o restablecer el control perdido.

La combinación de ambos factores condujo también a la decisión catastrófica de invadir Ucrania. Achcar deja claro que la referencia al contexto más amplio de expansión de la OTAN y a la reacción militarista rusa no absuelve en modo alguno a Putin de la responsabilidad de la invasión, sino que ayuda a comprender cuáles fueron los motivos que estuvieron detrás. No emprende una narrativa de la propia guerra ni pretende predecir cómo y cuándo podría llegar a su fin, pero señala una serie de consecuencias negativas para Putin: los reveses económicos y el debilitamiento del poderío militar ruso, pero también el refuerzo tanto del nacionalismo ucraniano como de la OTAN. Escribe que la guerra ha “… reavivado la razón de ser de la OTAN mucho más allá de lo que Washington había conseguido en este sentido mediante todos sus esfuerzos desde la caída de la URSS” (p. 236).

El capítulo que trata de China es menos satisfactorio. En parte, esto se debe a que Achcar comparte el punto de vista de Walden Bello de que todavía no está claro si China es una potencia imperialista, pese al hecho de que China no solo es la segunda economía más grande del mundo, sino también el principal país exportador y el segundo país importador, así como el segundo exportador de capitales del planeta. Asimismo, China ha seguido los pasos de Occidente al considerar el Sur global ante todo como fuente de materias primas que pueden extraerse sin apenas preocuparse por los daños ambientales causados, como ha demostrado en el caso de África el libro  Extracting profit. De Lee Wengraf. El cómo y el cuándo pasó China a ser una potencia imperialista está fuera del alcance de esta reseña; un buen resumen es el reciente artículo de Pierre Rousset titulado China, el nuevo imperialismo emergente.

Además, no cabe duda de que la expansión de China se produjo gracias a su integración en la economía mundial existente: a partir de 2008, China ha sido el país que más ha contribuido al crecimiento económico mundial, y el Fondo Monetario Internacional (FMI) predice que lo mismo ocurrirá durante los próximos cinco años. Como señaló el economista Ho-fung Hung en The China Boom (2015):

El auge de China ha dependido del orden global neoliberal, que se basa en el expansionismo y el flujo transnacional sin restricciones de mercancías y capitales, y China está interesada en mantener el statu quo, aunque podría tratar de cambiar la relación de fuerzas dentro de este sistema… China es más un cimiento del statu quo global y sus contradicciones que no una alternativa y una solución de las mismas (p. 5).

Desde Lenin, Bujarin y Luxemburg, los y las marxistas han visto el imperialismo como producto necesario de la expansión de un capital nacional allende sus fronteras, con la consiguiente tendencia de las tensiones económicas entre capitales que compiten entre sí a convertirse en conflictos políticos y militares entre Estados. Si China llegara a ser una importante potencia capitalista plenamente integrada en la economía mundial sin volverse imperialista, se plantearía la cuestión de si existe alguna relación necesaria entre capitalismo e imperialismo, una cuestión que Achcar no aborda.

El segundo motivo, relacionado con este, es que el relato de Achcar se centra casi enteramente en las tensiones política y militares entre EE UU y China, en particular en relación con Taiwán, prestando escasa atención a la relación económica entre ambos países, que está en la raíz de dichas tensiones. Es una omisión grave, pues no es posible comprender los posicionamientos a menudo contradictorios que ha adoptado EE UU ante el ascenso de China desde un punto de vista puramente político-militar: la clave está en que el capitalismo estadounidense se basa en el crecimiento económico de China y al mismo tiempo lo teme, de un modo que en ningún momento fue el caso de la rivalidad entre EE UU y la URSS.

Pese a que la presencia militar de EE UU en Asia Oriental está expandiéndose, sigue siendo mucho menor que en tiempos de la guerra de Corea o de Vietnam. Un importante movimiento social forzó el cierre de las dos bases militares más grandes de EE UU en el extranjero, concretamente en Filipinas a comienzos de la década de 1990. Y pese a que desde entonces esta menor presencia militar ha ido menguando, conviene recordar que el giro a Asia de Obama no ha logrado reducir el poder y la influencia de China, como señala Achcar. Y no existe nada equivalente a la OTAN en Asia. La SEATO, en la que solo hubo a lo sumo tres países asiáticos, se disolvió en 1977. EE UU se enfrenta a obstáculos políticos mucho mayores para su expansiòn militar que lo que ha tenido que sortear en Europa Oriental, en gran parte porque los Estados de Asia Oriental y Sudoriental se sienten atrapados entre el miedo a la expansión china y su dependencia económica de China, de un modo que no se da en Europa Oriental y Rusia.

Finalmente, la descripción que da Achcar de la expansión militar y la agresividad de China es esquemática en comparación con el espacio que concede a las guerras de Rusia. El problema en este punto es que para comprender por qué EE UU tiene cierto éxito en su retorno al sudeste asiático es necesario comprender los crecientes antagonismos entre China y todos sus países vecinos, alimentados principalmente por el deseo de China de controlar áreas del mar de China Meridional que se hallan a cientos de millas de sus orillas.

¿Nos hallamos ante una nueva guerra fría?

El término nueva guerra fría está firmemente establecido como clave periodística del aumento de las tensiones militares entre las principales potencias mundiales, pero la intención de Achcar aquí es proponerlo como marco analítico para comprender la dinámica del proceso. En esto creo que está menos acertado.

Esto se debe principalmente a que su definición se centra en la confrontación militar y en el retorno de lo que él denomina la “economía de guerra permanente”. Pero el mundo actual ha cambiado radicalmente desde la guerra fría clásica de la época de John le Carré, en la que el mundo estaba dividido esencialmente en dos bloques opuestos cuya competencia se expresaba sobre todo en términos militares. El ascenso de China y de otras grandes economías del Sur global (Brasil, India, Corea del Sur, etc.) significa que tanto Estados Unidos como Rusia son más débiles de lo que eran en el apogeo de sus poderes, pero también que la competencia económica, política y militar  entre las grandes potencias vuelve a estar entrelazada. Y como bien señala él mismo, “… la colaboración entre China y Rusia se basa en la conveniencia, no en el amor” (p. 176). No existe un bloque oriental y China es claramente la más poderosa económicamente de las dos potencias.

Achcar aborda brevemente la cuestión del imperialismo en el capítulo sobre China, pero no es el núcleo de su análisis, que al centrarse en la competición militar entre las tres grandes potencias, a veces pasa por alto la importancia de otros actores del sistema mundial y omite casi por completo la resistencia desde abajo a las grandes potencias. La falta de una dimensión económica sustancial significa que lo que impulsa la competencia militar nunca se explica realmente: en el mejor de los casos, es simplemente lo que hacen los grandes Estados; en el peor, es “en gran parte por las malas decisiones de un hombre particularmente incompetente [Clinton]” (p. 120).

Para simplificar al máximo, mientras que en la guerra fría la rivalidad entre las grandes potencias se debía principalmente a la competencia militar y política, las nuevas tensiones se deben a la competencia económica y política por la influencia en un Sur global transformado: las discontinuidades son más significativas que las continuidades. Me parece más útil ver el presente como una nueva fase del imperialismo, en la que el mundo anterior a 1914 es un punto de referencia tan útil como la guerra fría, un argumento expuesto de diferentes maneras por autores como Ho-fung Hung, Au Loong Yu y Pierre Rousset.

Esto no quiere decir que volvamos al mundo de 1914, cuando la mayor parte del planeta estaba directa o indirectamente colonizada por las grandes potencias. El nuevo orden imperialista mundial se caracteriza tanto por el aumento de las tensiones militares entre las principales potencias del mundo, como por la competencia económica y las múltiples interconexiones entre esas potencias y las nuevas potencias económicas del Sur global. The New Cold War ofrece un relato detallado de la vertiente militar de estos acontecimientos, al menos entre Estados Unidos y Rusia, pero su relativo olvido de la dimensión económica significa que se queda corto a la hora de proporcionar el análisis completo que necesitamos para oponernos al imperialismo hoy en día.

Fuente: rs21

Traducción: viento sur

Gilbert Achcar. The New Cold War: The US, Russia and China from Kosovo to Ukraine [La nueva Guerra Fría: EE UU, Rusia y China, de Kosovo a Ucrania], Westbourne Press, 2023. 368 pp.