En el amanecer del viernes 13 de agosto del 2004, Charley, un huracán categoría Dos en la escala Shafir Simpson que se encontraba en esos momentos causando grandes daños materiales en la isla de Cuba, trocó su rumbo y se enfiló hacia la península de Florida, a donde horas más tarde entraría por la bahía […]
En el amanecer del viernes 13 de agosto del 2004, Charley, un huracán categoría Dos en la escala Shafir Simpson que se encontraba en esos momentos causando grandes daños materiales en la isla de Cuba, trocó su rumbo y se enfiló hacia la península de Florida, a donde horas más tarde entraría por la bahía de Tampa, para ensañarse con una resolución poco común, con el más emblemático y lujoso de los hoteles establecidos en esta hermosa y paradisiaca rada. Tal acontecimiento no tendría nada de particular para una zona acostumbrada a darle la bienvenida a los meteoros en su temporada anual. Lo singular aquí es que en ese hotel, agonizaba la cuarta ronda de las negociaciones, a través de las cuales Estados Unidos pretende imponerle a la nación panameña un acuerdo político, disfrazado de tratado de libre comercio. Charley pudo, con su furia indiscutible, ahuyentar a los vacilantes negociadores panameños, truncando así, las inconfesables pretensiones de la administración Moscoso, que quiso mostrar en los estertores de su mandato, el gesto más supremo de capitulación incondicional al amo yanqui.
Pero el peligro no ha terminado. El nuevo gobierno establecido en Panamá a partir del primero de septiembre del 2004, no sólo ha prometido culminar un tratado de libre comercio con los Estados Unidos, sino que además, en la figura del Dr. Arístides Royo, nos asegura que retomará las gestiones de la pasada administración, dirigidas a convertir a nuestro país en la sede del engendro llamado ALCA. Esto demuestra que en el gobierno del Lic. Martín Torrijos, el «libre comercio» seguirá siendo entendido desde una perspectiva netamente neoliberal y contraria a los intereses de los pueblos. Las supuestas negociaciones continuarán bajo la más estricta de las reservas y la esperanza de algunos sectores y organizaciones panameñas de que sus actividades y productos agrícolas sean excluidos de los temas negociables, se desvanecerá, como se desvanecen los sueños en el reino de la fantasía. Porque la verdad sea dicha : los TLCs no fueron diseñados por las transnacionales para excluir absolutamente nada, sino por el contrario, se trata de incluir todo lo que sea susceptible de transformarse en mercancías y ser regido por las leyes del mercado. Además, por tratarse de una imposición sobre países sumisos o dependientes, nada que sea de interés para la parte norteamericana podrá ser excluido. Es por ello que rechazar todo el contenido de los TLCs, es la forma más efectiva que han encontrado los pueblos latinoamericanos, para derrotarlos.
La estrategia de considerar que un tratado de libre comercio con los Estados Unidos es asimilable y hasta aceptable, si excluye los servicios profesionales de los abogados, la educación superior o dieciséis cultivos y productos del agro considerados como sensitivos, resulta a todas luces un desconocimiento injustificado de cuán avasallador y contundente son los textos de los TLCs. Demuestra que se ignoran por completo los verdaderos propósitos que se esconden detrás de los tratados de libre comercio y de un proceso globalizador que, al desenvolverse bajo la ideología neoliberal, dista mucho de estimular «el comercio justo con derecho al desarrollo». Y lo que es peor aún : esta estrategia que desde su origen está destinada al fracaso más estrepitoso, refleja con inaudita crudeza la visión unilateral y egoísta que antepone su salvación, al margen de los daños y perjuicios que sufra el resto del la sociedad. Porque lo cierto es que los TLCs constituyen una amenaza real para todas las profesiones y no para unas cuantas; para todo el sector educativo y no únicamente para la educación superior ; para la agricultura en toda su complejidad y riqueza y no sólo para algunos productos agropecuarios. Aquí puede afirmarse con precisión irrebatible, que la salvación de unos pasa necesaria e inexorablemente por la salvación de todos.
Para nadie es un secreto que las aspiraciones de los Estados Unidos con los TLCs, rebasan en gran medida lo acordado en el seno de la OMC y a las últimas propuestas discutidas en el moribundo ALCA. En materia de servicios, propiedad intelectual, acceso a mercados y otras esferas, las exigencias estadounidenses son realmente inflexibles. A ello se suma el hecho de que en sus textos preestablecidos incorporan los temas de competencia, inversiones y transparencia de la contratación pública, aún cuando los mismos fueron retirados definitivamente de la agenda de la OMC el 31 de julio pasado, luego que recibieran el rechazo de los países en vías de desarrollo. En ese contexto, no cabe ni cabrá la exclusión de ningún sector ni de ninguna actividad. Lo que sí nos aguarda es la imposición de las llamadas «listas negativas» (rubros y sectores que no tendrán liberalización de inmediato) y normas más rigurosas que las contempladas en el TRIPS (Acuerdo General sobre los Aspectos de la Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio). Por eso no nos llamemos a engaño : la única opción posible es derrotar al TLC.