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Todavía creo en la ONU

Fuentes: La Jornada

Había gaiteros vistiendo faldas escocesas, ciento de soldados que hacían su saludo con toda la prestancia de Sandhurst y una bandera que proclamaba «El Deber hasta la Muerte», lo cual podía haber titulado un capítulo de las aburridas novelas de G. A. Henty que mis padres me obligaban a leer. Tuve que pellizcarme para recordar […]

Había gaiteros vistiendo faldas escocesas, ciento de soldados que hacían su saludo con toda la prestancia de Sandhurst y una bandera que proclamaba «El Deber hasta la Muerte», lo cual podía haber titulado un capítulo de las aburridas novelas de G. A. Henty que mis padres me obligaban a leer. Tuve que pellizcarme para recordar que este rincón del imperio británico estaba, realmente, en el sur de Líbano. No había nada no británico en el regimiento Assa, cuyos honores de batalla se remontan a 1842 y cuya insignia aún ostenta los nombres de los coroneles victorianos en el Raj. Fue Malcolm Muggeridge quien una vez observó que los únicos ingleses que quedaban eran indios.

El Regimiento 15 de Assam es la contribución de India a las fuerzas de mantenimiento de paz de la Organización de Naciones Unidas a lo largo de la frontera israelí. Los puestos de control de Israel podían verse, espaciados, a lo largo de la meseta nevada de Golán esta día, y sus soldados, provenientes de los siete estados del noreste de India se han convertido en las más populares unidades de la ONU por dos simples razones: ayudan en muchas de sus labores veterinarias a los granjeros pobres y, lo que recuerda a la ciudad de alta tecnología de Hyderbad, también reparan las computadoras de las escuelas locales. Pero otra cosa destacó en el desfile de condecoración del batallón de la ONU: todas las demás unidades que enviaron a sus oficiales eran casi totalmente no occidentales.

Ahí estaban los efectivos de Fidji, Nepal y Ghana, y sólo unos cuantos franceses y uno que otro observador australiano. Cuando la fuerza interina de Naciones Unidas para Líbano (Unifil) estaba en el apogeo de la ocupación israelí, y sus soldados tendían a venir de países más ricos como Irlanda, Noruega, Finlandia y Francia. Ahora son los soldados más pobres los que se distribuyen por las colinas de Tiro y Golán.

También puede verse al ejército indio en acción en la República Democrática de Congo, y por un corto tiempo, estuvo en Sudán y Etiopía. Casi todos ellos han combatido en Cachemira, la mayoría de los hombres del batallón 15 llevaban en el pecho la medalla roja y verde de Cachemira y esto no se hizo notar oficialmente. Después de todo, la mayoría de los libaneses son musulmanes.

El alcance global de la ONU parece estar girando cada vez más en torno a fuerzas ajenas a la OTAN. Nuestros máximos ejércitos occidentales, sospecho, están mucho más felices en Bosnia o invadiendo ilegalmente Irak. Lord Blair de Kut al Amara no va a desperdiciar a sus hombres en la frontera israelí. Chipre es suficiente para los británicos.

Pero todo esto lleva a una cuestión importante. ¿Las naciones que alguna vez llamamos el «tercer mundo» son mejores manteniendo la paz? ¿No sería más apropiado -si es que no está ocurriendo aún- tener a soldados que entienden la pobreza haciendo labores de pacificación en países pobres?

Cuando los irlandeses fueron desplegados en Líbano, en 1978, Irlanda aún era una nación comparativamente pobre, y sus soldados inmediatamente lograron el afecto de los granjeros musulmanes chiítas y sus familias que vivían de sus pequeñas propiedades en las pedregosas colinas y valles. Debo recordar que hoy Irlanda cuenta con un batallón completo en Liberia y que tiene tropas en Kabul, Pristina y Monrovia.

Mientras los indios escuchaban a sus comandantes, se mencionó a Somalia, Camboya y Angola. Recuerdo ahora, en medio de la corrupción y horrores de las guerras en Bosnia y Croacia, cómo el contingente más inteligente y disciplinado no fue el francés o el canadiense, sino el batallón jordano apostado a lo largo de la frontera serbia.

En una ocasión, en 2002, cuando George W. Bush amenazaba a Naciones Unidas -de la misma forma en que lo hace actualmente con su idiota elección de John Bolton como próximo embajador estadunidense ante la ONU- alguien en Nueva York me preguntó si yo «creía en la ONU». Fue un poco como cuando a uno le preguntan si cree en Dios o en el diablo, como seguramente Bush cree en ellos. Debo admitir que si bien no estoy seguro sobre Dios -o al menos la versión que Bush tiene de él–respondí que sí creo en la ONU. Y aún creo en ella.

Fue en Bosnia que tuve una larga discusión con un funcionario canadiense de la ONU sobre el valor de Naciones Unidas. Estábamos bajo un fuego de granadas, y la discusión nos ayudó a concentrarnos. Su teoría era muy simple: Si hubiéramos tenido a la ONU en 1914, probablemente se habría evitado la primera guerra mundial. «No creo que hubieran existido Somme o Verdún si ahí hubiera estado Naciones Unidas», dijo. Y pese a todo lo que ha salido mal en Bosnia, hubiera sido mucho peor, más parecido a la Segunda Guerra Mundial, si la ONU no hubiera estado ahí.

La debacle en Somalia no fundamenta esa visión pero ¿acaso los estadunidenses lo han hecho mejor en Irak? Una vez que se deshicieron de la ONU, todo quedó en manos del ejército estadunidense y los muchachos de lord Blair, y ahora se las ven con una insurgencia cada vez más intensa, al grado que ningún occidental, o iraquí, para el caso, puede caminar o conducir por las calles de Bagdad sin temerle a una muerte instantánea.

«Deber hasta la muerte» es un lema que le sienta a batallón 1 indio en Líbano, pero dudo que muchos soldados estadunidenses lo adoptaran como el lema de su regimiento. Por alguna razón, siempre creemos que los ejércitos de Occidente pelean las batallas más duras, pero no estoy seguro de que esto sea cierto.

El ejército indio sirvió en Sri Lanka, donde los bombarderos suicidas hacen que los atacantes iraquíes parezcan blandos. «Había que conducir a todas partes a 160 kilómetros por hora», me dijo uno de los veteranos indios de Sri Lanka. «No creo haberme enfrentado nunca a una fuerza como la de esos atacantes».

He aquí una pregunta satánica. ¿Qué habría pasado si l a ONU hubiese enviado una fuerza multinacional a Irak a principios de la primavera de 2003? ¿Que hubiera resultado de tropas indias y soldados nepaleses, en vez de la primera división de la Infantería estadunidense, hubiera circulado a lo largo del Tigris y el Eufrates bajo una bandera azul? ¿El desastre sería pero de lo que es?

Si las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein pudieron ser destruidas por la ONU, como ocurrió de hecho pues no se encontró ninguna cuando invadimos, ¿no habría sido capaz la organización de insertar en Irak unidades militares tras la caída del régimen?

¿No? Bueno, de ser así, ¿cómo es que el régimen de Siria en Líbano se está desmoronando debido a la resolución 1559 del Consejo de Seguridad? Hasta Jamil Sayyed, el jefe sirio que encabeza la Dirección General de Seguridad libanesa, una figura muco más poderosa y siniestra que la del presidente libanés, se hizo a un lado, al igual que sus subalternos sirios.

Es cierto que franceses y estadunidenses presionaron por la resolución 1559. ¿Pero cuántos nos atreveríamos a admitir que la ONU está haciendo en Líbano lo que Estados Unidos no pudo hacer en Irak?

© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca