Sacerdote jesuita, vasco, fundador de la organización Probúsqueda de niños desaparecidos, amigo personal de Rutilio Grande y de Monseñor Romero, dedicó su vida a acompañar a los pobres de Chalatenango. Sus restos yacen en la capilla de la UCA junto a los mártires de 1989
El sacerdote jesuita Jon Cortina, fundador de la organización Pro-búsqueda, párroco de Aguilares, de san José las Flores y de Guarjila, y catedrático de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, falleció el lunes 12 de noviembre en la capital guatemalteca tras un derrame cerebral.
Tras masivas jornadas de duelo en la UCA, sus restos fueron finalmente trasladados a la capilla de la universidad, junto a los de sus compañeros de orden asesinados en 1989 por un batallón del ejército.
La organización que fundó hace once años, y que ha documentado más de 700 casos de menores desaparecidos en el conflicto armado, emitió un comunicado tras su muerte, en el que detallaba que Cortina «fue un hombre luchador por la justicia y defensa de los derechos humanos de los más desposeídos, desde su llegada a El Salvador en 1955, cuando tenia veintiún años».
Esta valoración fue compartida por miles de personas que se dieron cita durante una semana al campus de la UCA para despedir a un hombre que formó profesionales, protegió a la población civil durante la guerra y dedicó sus últimos años a reunificar familias separadas en esa misma guerra.
En su última entrevista, concedida a este periódico en abril de este año, Cortina definió su visión de la Iglesia a la que perteneció y representaba: «Hay ciertos puntos que son intocables. Defender a los pobres es intocable y vemos en este país que defender a los pobres ha sido causa de muchas muertes, entonces creo que tendría que haber habido una postura muchísimo más clara, muchísimo más contundente por parte de la Iglesia».
Fiel a estos principios, el sacerdote vivió desde los inicios del conflicto trasladándose cada semana de San Salvador a Chalatenango, particularmente a Guarjila, donde estableció su casa y adoptó a la comunidad como propia.
Campesinos de Guarjila, a quienes ayudó dándoles refugio, evangelizando, diseñando y construyendo un tanque receptor de agua y calles, llegaron a su sepelio a solicitar, en vano, que sus restos fueran trasladados hasta su comunidad.
De Bilbao a Guarjila
Vasco, jesuita y salvadoreño naturalizado. Juan María Raymundo de Cortina Garaigorta prefirió mantener el diminutivo con el que se conocía desde niño: Jon. Y para simplificar más su nombre obvió su último apellido. Así se presentaba, así lo llamaba quien lo conocía y así se le mencionó también por radio nacional entre la lista de jesuitas asesinados en noviembre de 1989: Jon Cortina.
Nació en Bilbao un ocho de diciembre de 1934. Dos años después de su nacimiento, España enfrentó la instauración de la dictadura del general Francisco Franco. «Fue por la dictadura de Franco que tuve que salir al exilio junto a mi madre. claro que yo estaba muy pequeño para recordar detalles, pero mi madre nos contó en su momento que habíamos sido testigos, a lo lejos, del bombardeo hecho por Franco al pueblo de Gernika», decía Cortina al recordar su infancia.
Una vez iniciado su noviciado jesuita, a los 21 años, dio su primer salto transatlántico. Se dio cuenta de que se necesitaba hacer más trabajo en otros lugares del mundo y, como en ese tiempo los jesuitas vascos enviaban docentes a Centroamérica, pidió que lo enviaran a El Salvador. «Yo pedí venir a El Salvador, y llegué por primera vez el 14 de septiembre del 1955». Sin embargo, se fue a los pocos años para continuar sus estudios teológicos y de ingeniería civil, y fue hasta 1973 cuando se instaló definitivamente.
De sus primeros años en el país recordaba a Santa Tecla, lugar donde se ubicaba la primera casa donde vivió, como un pueblo de calles empedradas donde sólo circulaban las carretas. Además rememoraba las largas caminatas que emprendía con sus compañeros entre los cafetales para llegar hasta la UCA.
La intensidad de su trabajo en sus primeros años en El Salvador no son recordados exactamente como sacerdote, si no como catedrático.
Cargando un doctorado en ingeniería civil realizado entre Alemania y los Estados Unidos, con una tesis que fue del interés de la comisión atómica de Canadá y la NASA por centrar el estudio en la resistencia de un perno a cero gravedad, comenzó a forjarse una fama de catedrático de hierro en las aulas de la UCA que aun es recordado por sus ex alumnos.
«Hay unos más Iglesia que otros»
En los últimos años de la década del 70 su trabajo académico comenzó a mezclarse con su trabajo pastoral, el cual se intensificó con la amistad que estableció con Oscar Arnulfo Romero, a quien conoció el 9 de marzo de 1977, cuatro semanas después de que el obispo fuera ordenado Arzobispo de El Salvador. Tres días después de aquel primer encuentro, su amigo, el sacerdote Rutilio Grande, fue asesinado en Aguilares. Cortina tomó entonces su puesto como párroco de la comunidad.
Cortina, al igual que Romero, fue muy cercano a Rutilio Grande. Durante su comparecencia en el año 2004 como testigo en el juicio contra el capitán Álvaro Rafael Saravia (acusado y encontrado culpable del asesinato de Monseñor Romero en Fresno, California), Cortina describió a Rutilio Grande como el primer sacerdote en trabajar basado en la teología de la Liberación, una corriente de la iglesia emanada del concilio de Medellín cuyas ideas fueron calificadas de comunistas por los grupos radicales de derecha en El Salvador, que privilegiaba la defensa de los pobres como la principal misión de la Iglesia en América Latina. Antes del asesinato del padre Grande, Jon Cortina trabajó directamente con él organizando a comunidades de campesinos en la zona de Aguilares. En Fresno, durante el juicio contra Saravia, el padre Cortina le dijo al juez: «Yo creo que todos nosotros somos la Iglesia, pero hay unos que son más Iglesia que otros».
Jon aseguraba que las homilías de Monseñor Romero «eran una clase de teología, por que tomaba la idea principal del Evangelio y le daba vida». Recordaba mucho que un día, estando estacionado en un semáforo en su vehículo, iba escuchando la homilía de Romero por la radio y una patrulla de la policía se le acercó. Instintivamente apagó la radio para evitarse problemas. Cuando la patrulla se detuvo a su lado, pudo escuchar que los policías también estaban escuchando la homilía.
De su relación con Monseñor Romero, Cortina recordaba también el día en que él, junto a tres monjas, se dirigió al Arzobispo para saber qué pensaba que debían hacer, si mantenerse alejados o estar con el pueblo cuando un grupo de campesinos habían ocupado por primera vez la iglesia. Monseñor Romero les contestó: «yo creo que lo más cristiano es acompañar al pueblo». «Así que con esa fuerza que nos había dado Monseñor nos regresamos al pueblo de Aguilares a acompañar a los campesinos». Estas historias, algunas registradas en el juicio de Fresno y en la película «Romero», fueron relatadas en varias ocasiones por Cortina.
«La represión, la persecución y el asesinato de campesinos se había intensificado. Por eso algunos hombres que había conocido años atrás llegaban a hablar conmigo, llegaban a decirme que tenían que irse a dormir a las montañas para que no los mataran. Otros me llegaban a contar que se incorporaban a la guerrilla. A otros simplemente ya nos los volví a ver».
El sacerdote evangelizado
Además de ayudar a las personas que llegaban en busca de consuelo o alguna otra ayuda hasta la parroquia de Aguilares, Jon también comenzó a asistir al refugio de San José de la Montaña, el refugio de la Basílica y el refugio de la iglesia de San Roque, sin abandonar sus responsabilidades académicas en la Universidad.
En 1985 pidió al Obispo de Chalatenango ser trasladado a ese departamento para atender algunas parroquias de las comunidades que había comenzado a conocer. Desde entonces comenzó a impartir misa en San José Las Flores, Los Ranchos y la comunidad de Guarjila, esta última donde vivió por más de quince años.
«Fue con la gente del campo con la que comprendí el evangelio de Jesucristo. Al ver la persecución que sufrían, al ver su humildad, su solidaridad entre hermanos, entonces es que comencé a enamorarme de este pueblo», afirmaba cuando trababa de explicar las razones que le hicieron acercarse a la gente de las comunidades.
El sacerdote repetía muchas veces que no estaba seguro de haber evangelizado a todos los pobladores de las comunidades, pero sí de haber sido evangelizado por el ejemplo de las demás personas.
Por esa estrecha relación cultivada en las comunidades, que durante la década del 80 fueron señaladas por los gobiernos de turno como la retaguardia de la guerrilla, Jon comenzó a ser visto por algunos como un sacerdote ¬colaborador de las organizaciones de izquierda. Sufrió dos atentados y se le dio por muerto tras el asesinato de los sacerdotes jesuitas de la UCA.
La primera muerte de Jon Cortina
Ese ir y venir de un departamento a otro, más la insistencia de la gente campesina, salvaron su vida en 1989 cuando fueron asesinados sus compañeros jesuitas. Jon había viajado como todos los sábados para dar misa en Guarjila, y no pudo regresar a San Salvador por el inicio de la «ofensiva final», lanzada por la entonces guerrilla.
Jon recordaba que después de permanecer cinco días en la comunidad, ayudando a atender a gente que llegaba herida y dando los santos óleos a quienes lo necesitaban, comenzó a insistir en su necesidad de regresar a la UCA para encontrarse con sus hermanos sacerdotes y para poder descansar. Pero la insistencia de la gente para que no partiera le impidió salir de la zona. Pero en San Salvador nadie lo sabía, y su nombre apareció en la lista de asesinados.
«Obviamente yo iba a llegar a la misma casa porque vivíamos todos juntos. Pero bueno, la gente no me dejó venir. Cuando en la mañana del jueves me entero de la noticia y escucho mi nombre entre los asesinados me quedé helado», explicaba Jon sobre su primera reacción al conocer la noticia. Ese, decía, fue el momento de mayor impotencia que había vivido.
Días antes, la Universidad de Stanford, en California, había ofrecido a Cortina y a los sacerdotes jesuitas becas para que fueran a dar clases y huyeran de las amenazas contra los sacerdotes en El Salvador. Fue el padre Martín Baró quien, a nombre de todos sus compañeros, rechazó la invitación argumentando que el lugar de los jesuitas era en El Salvador, junto a los pobres.
Pensando un poco sobre los asesinatos de sus compañeros y su vida, años después Jon aseguró que tal vez Dios quería que estuviese en Guarjila, que aún le hacía falta hacer algo más en esa comunidad. «En ese momento, cuando me doy cuenta de ese gran amor que el pueblo me tenía, me sentí muy agradecido con Dios y con la gente, y pensé que debía de buscar formas de retribuir ese afecto».
Decidido a vivir en Guarjila, Chalatenango, después de haberse firmado los Acuerdos de Paz entre el gobierno y el FMLN, comenzó a buscar la manera de ayudar a aquellas personas a tener una vida más digna. Una de sus primeras inquietudes fue ayudar para que las personas que vivían en Arcatao salieran de la incomunicación terrestre en la que habían estado por muchos años. Diseñó y dirigió la construcción del puente que aun está sobre el río Sumpul y que une a Arcatao con San José las Flores y los demás municipios vecinos.
A la construcción del puente se sumó la gestión que realizó para la reparación de las principales calles, además del diseño y gestión de ayuda internacional y nacional para la construcción de casas con sistema mixto en Guarjila, pues durante muchos años las familias habían tenido que vivir en casas de adobe, o simplemente bajo techos de lámina o plástico. Durante los últimos años se involucró en la construcción de un tanque de captación de agua en Guarjila que es visible desde su casa y que él se encargaba de hacer mucho más visible contando las aventuras que habían pasado para finalizar la obra.
El buscador de niños
En 1994 inició una nueva caminata junto a muchas madres, padres, abuelas y abuelos, tratando de localizar a niñas y niños que durante la guerra habían sido separados forzosamente de sus familias biológicas. Así se constituyó la Asociación Pro-Búsqueda, institución que, dirigida por él mismo, ha logrado el reencuentro de más de una centena de jóvenes con sus familias biológicas, y tiene más de 500 denuncias de niños y niñas desaparecidas.
«Lo que pretendemos con el trabajo de Pro-Búsqueda es restaurar la identidad de los jóvenes, explicarles de dónde vienen, quiénes son, cómo se llaman realmente. La mayoría quiere conocer y reencontrarse con su pasado. Puede ser un proceso doloroso, pero es un gran esfuerzo por una verdadera reconciliación entre hermanos», decía.
Por el trabajo que realizó al frente de esta institución recibió muchos reconocimientos, entre otros el entregado en el año 2000, el memorial por la paz «Joseph Vidal y Llecha» que es entregado en España a personas dedicadas a la defensa y fomento de la paz.
Con el trabajo de Pro-Búsqueda el sacerdote también logró llevar hasta el banquillo de los acusados al Estado salvadoreño ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, por el ahora conocido caso de las hermanitas Serrano. Proceso judicial que fue ganado por la ONG, al obtener por primera vez en la historia un fallo condenatorio en contra del Estado salvadoreño. La sentencia aún no ha sido cumplida en su totalidad.
Después de intentar sobrevivir a un derrame cerebral masivo, que sufrió mientras participaba en una actividad del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en la ciudad de Guatemala, Jon Cortina murió la mañana del pasado lunes 12 de noviembre en el hospital Nuestra Santísima Señora del Pilar.
Al ser difundida la noticia del fallecimiento, a través de varios medios de comunicación, campesinos y campesinas, jóvenes reencontrados, religiosos, miembros de organizaciones no gubernamentales, amigas, amigos y personajes de la vida política, y de algunos medios de comunicación, se acercaron a la UCA para despedirlo durante una semana.
Hace unos meses, durante su entrevista con El Faro, Cortina se describió a sí mismo: «Soy una persona que intenta ayudar, servir. Por eso me hice jesuita. Y me gusta ayudar y servir a la gente más sencilla, más humilde. No digo que lo haga bien, pero intento hacerlo».