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Tres actores clave en un mundo en transición y en «guerra global híbrida situada»

Fuentes: Rebelión

Existen determinados factores y mecanismos que denotan un desplazamien­to en las placas tectónicas y el resquebrajamiento de algunas estructuras que datan de 1945.

Transcurre desde un mundo bipolar y un llamado tercer mundo o Bandung (1955) o la Conferencia de Bakú (1920), hacia uno unipolar, y la gestación de otro más multipolar. Se puede observar un hilo conductor subyacente a través de organizaciones de alcance mundial. Nos referimos al mundo moldeado a su imagen y semejanza por el país belicista por excelencia: el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), Bretton Woods (1944), la Organización del Tratado del Atlán­tico Norte – OTAN (1949).

Estamos frente a un triple final: el del dominio occidental de cinco siglos, la hegemonía estadounidense desde 1945 y el de la etapa posterior al final de la Guerra Fría (1990-2023). Dos hechos lo sintetizan, además del contexto: el conflicto Rusia-Ucrania-OTAN acelerado en 2022, y el 7 de octubre de 2023 con la incursión palestina en Israel.

China, Rusia e Irán protagonizaron tres de las revoluciones más grandes del siglo XX. Rusia en 1917 (continuada como Unión Soviética), la de mayor influencia sobre ese siglo.  China en 1949, la mayor en tanto impacto en el XXI como base del ascenso actual. E Irán en 1979, que revolucionó el centro de Afroeurasia. Las tres están y estuvieron atravesadas por diversas guerras y, también, por el imperialismo.

En 2001, Rusia y China crearon la Organización de Cooperación de Shanghái, a partir de “los cinco de Shanghái” (1996), junto con tres “stan”: Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán. Algo que en lo geográfico implica una “unión” sino-rusa frente a la fragmentación de la URSS, el mayor sismo geopolítico del último siglo. Las dos potencias se erigen en una alianza, la menos esperada por el Occidente Colectivo. Las invasiones estadounidenses a Afganistán (2001) e Iraq (1991, luego 2003) verifican el método guerrerista de nuevo imperialismo para intentar fraccionar Eurasia y a esa coalición.

En 2008 surgió el BRICS (Brasil, Rusia, India y China y luego Sudáfrica) liderado por la alianza sino-rusa. Este se expande con la incorporación de Egipto, Etiopía, Emiratos Árabes Unidos, Irán e Indonesia, con la propuesta para Arabia Saudita y Argentina (cuyo gobierno actual lo rechazó) –más la postulación de decenas de países–. Los integrantes fueron territorios y poblaciones colonizadas que están revirtiendo el desorden mundial. Entrelazado con la Organización de Cooperación de Shanghái, ambos se diferencian del G7, los anteriores siete países más industrializados e imperialistas: Estados Unidos, Alemania, Japón, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá, es decir, la “mesa chica” de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la organización más belicista de la historia humana.

El triángulo geoestratégico China, Rusia e Irán cuestiona el poder de Estados Unidos, Europa y Japón (la Tríada). El contexto es una crisis sistémica, de mayor confrontación geopolítica, de cuestionamiento de la unipolaridad, donde Eurasia resurge. Así adquieren un mayor protago­nismo los Océanos Índico, Pacífico y Asia en general, mientras la Tríada se encuentra en un declive hegemónico.

El triángulo geoestratégico China, Irán y Rusia

El triángulo geoestratégico de estas tres potencias euroasiáticas ya había sido previsto a finales del siglo XX por Zbigniew Brzezinsky (1997, p. 63). Aunque le asignaba poca probabilidad de concreción, el estratega del Partido Demócrata de EE.UU. decía que esa coalición “antihegemónica” debería evitarse porque era el escenario más temible. Para ello necesitaban irrumpir en los perímetros occidental, oriental y sur de Eurasia.

La Alianza entre China, Rusia e Irán se gestionó entre los bloqueos y sanciones impuestos desde el sistema imperial. De manera directa o indirecta, en cuestiones territoriales como es el caso del Mar de la China, o en la instalación de gobiernos afines, como es el caso de Ucrania. La dinámica de una cooperación más estrecha entre los tres Estados pivotes del corazón euroasiático (el Heartland, según Mackinder) profundiza su acercamiento.

Moscú, Beijing y Teherán ven la estructura global a través del prisma de la experiencia histórica. Consideran que las interacciones entre los tres transfigurarán el escenario mundial en las próximas décadas.

Rusia recuperó protagonismo en el tablero geopolítico mundial. En el espacio postsoviético se desenvuelve otra parte de la contienda hegemónica y por los recursos. La oposición de esta alianza se manifiesta en los tres ejes de presión en áreas neurálgicas de Eurasia. La rivalidad sistémica China-Estados Unidos se amplía a todo el orbe. Este triángulo surge bajo estos condicionamientos. En Moscú, en 2015, los tres países acordaron la cooperación para un nuevo orden multipolar a través de un proceso de integración política, estratégica, diplomática y militar. Además, adecuaron un plan de acción estratégico en el campo militar con relación a Europa y Estados Unidos.

Ocho años de una guerra devastadora con Iraq (1980-1988), seguidos de décadas de sanciones y aislamiento político, indujeron a Teherán a los brazos de Beijing y Moscú. En el siglo XXI, China y Rusia se establecieron como socios políticos, económicos y militares clave para Irán. La tendencia a la asociación entre los países de Eurasia se ejemplifica en este caso tripartito, pero existen más posibilidades al unirse (o no) en las diversas organizaciones como el BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) a otros como India, Pakistán, Turquía o Arabia Saudí, Indonesia o Egipto.

Estados Unidos se expandió en las inmediaciones de estos tres países, un mapa de sus bases militares y países aliados así lo corrobora. Washington ve el triángulo Moscú-Beijing-Teherán como un eje de adversarios y competidores sistémicos en un extenso espacio desde el noreste de Asia hasta Asia Central y Asia-Pacífico. Eso genera implicaciones geopolíticas y geoestratégicas significativas mundiales.

Tres grandes mares mediterráneos

Existen tres grandes mares “mediterráneos” en el mundo: el euroárabe, el americano (Golfo de México y Florida) y el asiático (Mar de China Meridional y Oriental). Un actor interno en esos mares puede alzarse con la hegemonía regional y convertirse en el más poderoso de la región, obstruyendo esas aguas a los actores externos, aumentando así su autoridad. En las costas orientales del mencionado euroárabe, tras la resistencia del régimen sirio a la política estadounidense de fraccionamiento, se contrastan las potencias telúricas de Rusia, Irán y China. Su objetivo es unificar la región bajo su influencia y destituir la preeminencia estadounidense para caracterizarse como potencias hegemónicas regionales.

Las dos tendencias de “fraccionamiento” e “integración” trastocan el correspondiente europeo y asiático en “espacios de descarga” de las tensiones internacionales. El principal interés de Estados Unidos, de fraccionamiento, será obstaculizar los diversos proyectos de integración entre el Mediterráneo europeo y el asiático, mientras que el interés de China, Rusia e Irán, de integración, es predominar en sus regiones y expulsar a Estados Unidos.

La visión unipolar del nuevo siglo estadounidense colisionó con el ascenso chino y la recomposición rusa. La supremacía norteamericana fracasó en sus incursiones militares como en Iraq y Afganistán y, además de la destrucción de países y poblaciones, con millones de asesinados, refugiados y heridos, no ha conseguido los objetivos propuestos.

Estamos frente a un desgaste de la credibilidad en la retórica de enemigos de la humanidad (“los terroristas”, los rusos, los chinos). El primer cuarto del siglo XXI avizora una tendencia a un siglo asiático, o más bien euroasiático.

Estados Unidos considera los principales enemigos o competidores de los “americanos”: Rusia y China, las dos grandes “potencias revisionistas” que quieren cambiar la jerarquía de potencia mundial; Corea del Norte e Irán, que amenazan el equilibrio geopolítico del noreste de Asia y Medio Oriente; y el “terrorismo yihadista” y cualquier tipo de organización criminal internacional que propague la violencia a través del tráfico de armas y drogas.

Rusia, China e Irán no son potencias del statu quo. Pretenden aumentar su influencia y estatura internacional. Sin embargo, la acusación de ser potencias revisionistas o de amenazar el orden liberal-democrático del mundo conlleva contradicciones. Una yace en si el orden internacional es o ha sido alguna vez de tipo liberal-democrático. En ese supuesto, Estados Unidos pretende imponer “un orden basado en reglas”.

Las tensiones en el espacio postsoviético se constituyen como un reajuste de las placas tectónicas, luego de implosionar la Unión Soviética, aquel trascendental cambio abrupto del socialismo al capitalismo. El viraje, y en simultáneo al acoso directo de Estados Unidos y potencias afines, sobre varios países del Medio Oriente ampliado, se contrapone a la red de relaciones encabezadas por China, exento de guerras las últimas cuatro décadas y acompañada por su vuelco de capitales de inversión y mercancías sobre el resto del mundo. A eso se le suman los nuevos organismos multilaterales que vendrían a socavar el poder hegemónico de aquellos entes internacionales fomentados por Estados Unidos desde el final de la II Guerra Mundial.

El liderazgo estadounidense se está erosionando. La aparición de un polo económico divergente y sus niveles de asociación demuestran un tipo de competencia diferente a la de la URSS y a la de los competidores capitalistas asociados a la primera potencia. Desde la caída de la URSS, debido a su euforia, Occidente cometió dos errores estratégicos superpuestos. En los ´90, rechazó las aspiraciones de las élites rusas de convertirse en parte de Occidente e integrarse en él, aunque como un sujeto relativamente independiente y soberano. Segundo, Occidente mintió y amplió la OTAN.

Estados Unidos lideró las invasiones y destrucción de países, pero no le permitieron terminar de imponer su “orden basado en reglas”. China y Rusia, más otros que se suman a esa alianza –aún con ambivalencias o sin cortar lazos con el eje anglosajón–, ofrecen resistencia y modelos alternativos a los que se establecieron hace ocho décadas.

Esta guerra global híbrida situada (GGHS) se desarrolla al menos en tres ejes de tensión instigados por Estados Unidos: Rusia-Ucrania, Israel-Irán-Palestina, China-Taiwán. La potencia americana se dispone a usar el método de las tres OTAN. La europea es apuntada contra Rusia; la del Pacífico dirigida contra China, con los aliados Australia y Reino Unido; la de Medio Oriente, en alianza con Israel y otros países, dirigida contra Irán.

Los tres anillos

Según Cheng Yawen (2022), China debe configurar un sistema internacional de “tres anillos” para garantizar su seguridad y desarrollo. Los países vecinos en Asia (Oriental y Central) y Asia Occidental forman el primero. Con ellos propicia una división industrial del trabajo y obtiene provisión de energía y una barrera de seguridad. El segundo lo componen los países de Asia, África y América Latina. Intercambian materias primas, bienes industriales y China debería colaborar en su desarrollo. El tercero se extiende a los países industrializados tradicionales: Europa y Estados Unidos.

La guerra de Ucrania impediría militarmente la integración euroasiática, eje de la gran estrategia china de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) o Nueva Ruta de la Seda. El atentado estadounidense contra los gasoductos del Báltico Nord Stream I y II ilustra el intento de quebrar nexos vitales, la interconexión ruso-alemana. La complicación de esa conexión tripartita entre Alemania, Rusia y China es uno de los mayores efectos de la guerra en Ucrania por delegación de la OTAN.

Junto con el desastre humanitario, la consecuencia es que se intensificó el cuestionamiento del dólar como moneda de reserva. Las reservas mundiales del billete verde pasaron de 73% en 2001 a 55% en 2021, y a 47% en 2022. Se agudizan las discrepancias entre el BRICS y la OCS respecto del G7. Y se catalizaron las desavenencias en la oposición de la OTAN con Rusia y, por ende, con China e Irán.

El eje tripartito China, Rusia e Irán presenta una alianza de enorme carga simbólica y geoestratégica. Ya por separado, el eje anglosajón los señala como desafiante sistémico a China, y como Estados hostiles a Irán y Rusia. Aliados, eso se multiplica. Por su parte, Estados Unidos no ha frenado su ideología expansiva y su costoso despliegue militar. Asimismo, al igual que en Ucrania con su integración de facto en la OTAN, apuntando contra Rusia desde 2014, con el caso de Taiwán Washington traspasaría una línea roja histórica de China.

Las influencias china y rusa, así como la iraní en Medio Oriente, se han ido desenvolviendo, a pesar o como contrapartida del accionar militar y el aumento de bases estadounidenses en sus zonas de influencia. Ejemplos de los cambios ocurridos en los últimos años son el acuerdo entre Irán y China (2021) por 25 años, de asociación e intercambio de petróleo y gas e inversiones en infraestructura y tecnología; la continuación del Acuerdo Nuclear con Irán; el corredor norte-sur entre Irán y Rusia; la asociación estratégica entre China y Rusia y el aumento de sus intercambios; la mediación china entre Irán y Arabia Saudí, y la creciente influencia del gigante asiático sobre esa región, y una incipiente desdolarización relacionada a estos sucesos.

Geopolítica según Beijing, Moscú y Teherán

Las geoestrategias de los tres actores tienden a un acercamiento, en los Mediterráneos euroárabe y asiático. Va en línea con la política de los tres anillos de China y el BRI, y su necesidad energética con la ampliación del BRICS+. Este trío, desde el final de la llamada Guerra Fría y con mayor énfasis desde la última década, comienza a consolidar sus lazos, puestos de manifiesto en las organizaciones multilaterales BRICS+, OCS, UEEA, en que puede considerarse un eje que contrasta con la hegemonía marítima occidental. Esta busca cercarlos, como con la OTAN y el AUKUS, para impedir su entrelazamiento.

La estrategia estadounidense de rodear al gigante asiático es contrarrestada por la alianza ruso-china manifestada en la OCS y el BRICS. Esa asociación estratégica se acopla en parte de Asia Central –espacio postsoviético–, se inclina hacia Pakistán – aliado tradicional y nuclear de Estados Unidos–, e incorpora a Irán (tratado con China de 25 años). Faltaría ver el rol de Turquía según la planificación de la NRS (Teherán-Estambul), con la que se intenta llegar a Europa por los corredores económicos.

La presión geopolítica se contrapone al desarrollo geoeconómico chino, el acople ruso, y el pivote iraní en Asia Occidental. Mientras los debates transcurren acerca de la guerra híbrida en curso, los países en Asia Occidental se realinean y acercan a este nuevo eje. Así se observa como la arquitectura del mundo organizado por Estados Unidos desde 1945 se continúa erosionando y resquebrajando. Igualmente, este busca aferrarse a su sistema imperial y control hegemónico en varios aspectos, como el tecnológico e ideológico, por lo cual no se trata de un ocaso imperial abrupto.

Esto se desprende del análisis geopolítico. No obstante, el equilibrio de estas acciones estará signado por las formas de resistencia o rebeliones populares que puedan suceder en las regiones analizadas. El mosaico euroasiático es central en el tablero mundial a partir de estos polos de poder emergente, en cada una de estas tres potencias por separado Beijing, Moscú y Teherán, del fortalecimiento de sus relaciones bilaterales y por el afianzamiento de las organizaciones multilaterales.

Es, a la vez, paraguas de protección frente a las dinámicas imperialistas impulsadas bajo la egida norteamericana y plataforma de nuevas construcciones colectivas a las cuales Nuestra América y Argentina deben saber posicionarse. Se gestan nuevos escenarios del Sur Global o Sur-Sur o de países hastiados de las imposiciones del Occidente Colectivo. Esa postura contrahegemónica puede convertirse en antiimperialista, lo es en el sentido de resistencia frente al mayor opresor y enemigo de los pueblos del mundo, que hoy conforman el país plutocrático gobernado desde Black Rock, Vanguard, Raytheon, junto al Complejo Militar-Industrial.

Pese a generar controversias respecto de su relación con las regiones periféricas, la irrupción de este triángulo geoestratégico reconfigura el escenario mundial y contrarresta el poder imperialista detentado por la belicosa tríada.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.