Una carta al director a la vez que un agradecimiento a Enric Llopis
Principalmente, quiero agradecer a Enric Llopis, el gran acierto que ha tenido al transcribir una conversación-entrevista que tuvimos en el café-librería «Ubik» de la calle Literato Azorín. Solo quiero indicar que aunque en el texto de esta entrevista, publicada en Rebelión, se repite al menos un par de veces que el decrecimiento debe de ser horizontal en el titulo («El decrecimiento ha de ser anticapitalista y organizarse de abajo arriba»), aparece que debe de ser organizada de abajo a arriba, y ello resulta ser una pequeña contradicción que quería comentar aquí.
Por otra parte, resulta de agradecer a Andrea Grillo (quien realizó la traducción al italiano de la entrevista que nos ocupa para la Web: Cittadini Ecologisti) haya tenido el acierto de traducir dicho título como: «La decrescita dev’essere anticapitalista ed essere organizzata dal basso», es decir que, más o menos, nos dice que …debe de ser organizada desde la base, una matización, tal vez mínima, pero con su importancia porque no menciona lo de arriba.
Y hay otra cosa que me desazona un poco, y es la repetida utilización del término «marxismo» (un término un tanto delicado en cuanto que ha sido demasiado recurrentemente maltratado y mal-interpretado). Uno puede sentirse marxista, como p.e. me sucede a mí, pero debe de andar con cuidado con la palabra marxista, pues tal vez mas del 90% de los lectores cuando leen la palabra marxista, como acto reflejo, lo asocia rápidamente más al concepto negativo de «doctrina marxista», al productivismo estalinista o al hiper-crecimiento del «comunismo» chino, que al autentico pensamiento marxista del la dialéctica marxista. Esto es, al menos, lo que les ha pasado a autores tan inteligentes, y que tanto nos han aportado a la humanidad, como pueda ser el caso del mismo Nicholas-Georgescu-Roegen, quien realizó una dura crítica al marxismo, sin darse cuenta que lo que estaba haciendo era una crítica al productivismo estalinista, productivismo que nada tiene que ver con la dialéctica y filosofía marxista.
Teniendo en cuenta esto, puede suceder que desde una buena intención de defender los aciertos de los principales pensamientos de Karl Marx, resulte que esta defensa quede en agua de borrajas, o incluso que obtenga el resultado opuesto de la que se pretendía obtener.
Y es que este sistema del pensamiento único y la pésima interpretación del marxismo, (por parte del estalinismo y el socialismo real) han conseguido masacrar y volver del revés muchísimas palabras que antes tenían buen sentido. Y puede que sea conveniente recordar aquí lo que digo en mi libro El decrecimiento feliz y el desarrollo humano: «Tal vez, la labor más urgente para la consecución del decrecimiento sea hacer un gran esfuerzo para saber reencontrar el verdadero sentido de muchas palabras, que han sido (por este nazi-capitalismo que padecemos) extremadamente desfiguradas, invertidas en su significado, maltratadas y encerradas en el campo de concentración del pensamiento único. […] Palabras que no debemos, confundidos, rechazar, sino rescatar, restituir en todo su verdadero valor» [1].
Y puede que una de estas palabras a rescatar sea la de «marxismo», pero que de momento no deba de usarse a la ligera hasta que no se haya hecho un esfuerzo tan intenso y prolongado, en restituirla, como el que se ha hecho (a través de muchos decenios) en masacrarla, por parte de este sistema mentiroso y por parte de sus pésimos interpretadores.
Sentado esto, y solo sentado esto, entonces sí que se puede decir que el decrecentismo puede convivir con el marxismo, aunque más bien diría con las ideas más acertadas de Karl Marx. Porque si lo asentamos al lado de la nefasta «doctrina marxista» (del productivista sistema estalinista o del crecentismo del «comunismo» chino) el salirnos del capital nos puede dar tanto vértigo como quedarnos dentro de él, pese a que lo hagamos a sabiendas de que nos conduce a un abismo sin retorno.
Nota:
[1] Julio García Camarero, El decrecimiento feliz y el desarrollo humano, Ed. Catarata 2010, pág. 52.
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