En el diario israelí The Jerusalem Post (9 enero 2012), un periodista local, entre cuyos títulos incluye el haber trabajado como «experto en inteligencia» para el Gobierno, publicaba un artículo titulado «La guerra inminente contra Irán». Merece la pena reproducirlo abreviadamente, para que el lector se haga una idea de lo que puede estarse cociendo […]
En el diario israelí The Jerusalem Post (9 enero 2012), un periodista local, entre cuyos títulos incluye el haber trabajado como «experto en inteligencia» para el Gobierno, publicaba un artículo titulado «La guerra inminente contra Irán». Merece la pena reproducirlo abreviadamente, para que el lector se haga una idea de lo que puede estarse cociendo en los círculos israelo-americanos interesados en perpetuar en Oriente Medio esa hegemonía que EE.UU. ha ido deteriorando, con sus desafortunadas guerras en Irak y Afganistán, y que Israel malgasta a diario con su obcecación ante el problema palestino.
Según se lee en el texto citado, Irán iniciaría las hostilidades atacando a un portaaviones de EE.UU. en el golfo Pérsico, lo que provocaría la respuesta inmediata de Washington. Ésta no se dirigiría inicialmente contra las instalaciones nucleares de Irán, sino contra sus ejércitos, para anular su capacidad de represalia y evitar el cierre del estrecho de Ormuz. A continuación vendría la destrucción de las instalaciones nucleares iraníes y, simultáneamente, el desencadenamiento de una ofensiva política de amplio espectro y plena visibilidad, para incitar a la población a alzarse contra el régimen islámico y derribarlo, lo que el autor supone que sería muy bien acogido por la mayoría de los iraníes. Esto conduciría a una «primavera iraní», apoyada por EE.UU., que reintegraría Irán a la comunidad internacional.
Aunque esta historieta con final tan feliz parezca un cuento de hadas para ciudadanos incautos, no debería echarse en saco roto. En primer lugar, porque los antecedentes históricos muestran que es posible -y a menudo muy deseable- simular un ataque enemigo para provocar el tipo de reacción que se desee. Ocurrió en Cuba con el hundimiento del Maine que, falsamente atribuido a las autoridades españolas de la isla, sirvió en 1898 a EE.UU. para iniciar la anhelada guerra contra España; más recientemente, otro ejemplo de guerra subterránea fue el llamado «incidente del golfo de Tonkín» que, mediante informaciones falseadas, facilitó en 1964 a EE.UU. el ataque contra Vietnam del Norte.
En segundo lugar, conviene tener en cuenta que existen precedentes de la capacidad israelí para reclutar a miembros del grupo terrorista Jundalá, de adscripción suní, como informa la revista Foreign Policy (13 enero 2012), a fin de efectuar atentados y ataques en Teherán como parte de la guerra oculta que el Mossad sostiene contra el régimen iraní. Por eso no es descartable la sospecha de que, por análogo procedimiento, pudiera prepararse un incidente grave en el estrecho de Ormuz, a modo de mecha que encendiera la guerra. Guerra que Israel sabe que no podría ganar solo con sus propios recursos si no fuerza de modo irreversible una intervención militar de EE.UU..
Sin embargo, no sería necesario atacar a una de esas enormes plazas fortificadas, que son los once portaaviones activos de la Armada de EE.UU., verdaderas bases militares móviles con las que Obama, en su nueva estrategia para 2012, pretende mantener la presencia militar de EE.UU. en todo el mundo. Bastaría un incidente menor, como el ataque suicida que Al Qaeda lanzó el año 2000 contra el destructor Cole, atracado en el puerto de Adén, para desencadenar el proceso antes descrito.
Interrogados algunos relevantes funcionarios de Washington sobre la oleada de atentados contra iraníes implicados en el programa nuclear, varios de ellos han reconocido la actividad de EE.UU. cooperando con los servicios israelíes de inteligencia dentro de Irán para obtener información, pero han negado rotundamente su implicación en los atentados: «No perpetramos asesinatos políticos», afirmó un responsable de la inteligencia estadounidense.
Sin embargo, en mayo de 2011, un responsable de la operación que eliminó a Osama Ben Laden en su refugio pakistaní declaró a la agencia Reuters que había sido una operación de asesinato (kill operation). Cuando las guerras se están gestando, la mentira política es un arma adicional que debe utilizarse acertadamente pero que obliga a los dirigentes políticos a prestar atención a sus declaraciones públicas, para no caer en humillantes contradicciones.
Cuando Hitler invadió Polonia según un plan largamente preparado, se inventó un falso pretexto aduciendo que habían sido los polacos quienes habían atacado primero una instalación fronteriza alemana y se montó una operación de engaño. Luego esto no sirvió para nada, porque los aliados habían decidido ya responder con la guerra a la agresión nazi, pero el acto reflejo de engañar antes de atacar parece una ley bélica que presenta pocas excepciones. Es necesario tener esto en cuenta al valorar y analizar las noticias que se difunden en torno al explosivo triángulo formado hoy por Israel, EE.UU. e Irán.
Fuente: http://www.javierortiz.net/voz/piris/una-historieta-sobre-iran