Las inundaciones que han golpeado Pakistán desde mediados del julio pasado han provocado un colosal desastre. Unas 20 millones de personas han resultado afectadas. Hasta ahora, en torno a 1.500 personas han perdido sus vidas. Ocho millones de supervivientes, que necesitan urgentemente agua potable, comida y alojamiento, corren el riesgo de sufrir cólera, tifus o […]
Las inundaciones que han golpeado Pakistán desde mediados del julio pasado han provocado un colosal desastre. Unas 20 millones de personas han resultado afectadas. Hasta ahora, en torno a 1.500 personas han perdido sus vidas. Ocho millones de supervivientes, que necesitan urgentemente agua potable, comida y alojamiento, corren el riesgo de sufrir cólera, tifus o hepatitis.
Varios países han dado casi 500 millones de dólares de ayuda, pero las pérdidas materiales se estiman en 43 mil millones de dólares. Cualquier recuperación tardará años en llegar.
Este desastre supera ya en magnitud al del tsunami que golpeó al sureste de Asia en 2004. Hay otra diferencia aún más significativa: el tsunami surgió de la naturaleza, mientras que muchas de las inundaciones en Pakistán han sido directamente provocadas.
En el siglo XIX, cuando el actual Pakistán formaba parte de India bajo el imperio británico, se construyó un sistema de regadío. Actualmente, existen grandes presas -algunas construidas con préstamos del Banco Mundial-, así como diques más pequeños cuya función es dirigir el agua por los canales. El sistema siempre ha servido a los intereses, a corto plazo, de los grandes terratenientes -regar sus cosechas-, pero nunca se ha mantenido ni reforzado lo suficiente como para hacer frente a los monzones, las fuertes lluvias que caen cada verano.
Este año, los monzones han sido excepcionales -seguramente a causa del cambio climático- y se ha utilizado el sistema de diques, no para evitar inundaciones, sino para redirigirlas.
Según el Socialist, publicación hermana de La Hiedra en Pakistán, los grandes terratenientes y los oficiales del Estado salvan sus propias tierras e inversiones de las aguas sacrificando a los pobres. Como denunció al Socialist un habitante del pueblo de Parang: «Fuimos inundados deliberadamente por el gobierno provincial».
De la misma manera, los poderosos protegieron una base estadounidense en Jacobabad, desviando las aguas a diversas ciudades de Baluchistán, destrozando así las casas de miles de sus habitantes. Por ser una base militar de EEUU, su pista de aterrizaje no se podía utilizar para hacer llegar la ayuda a los cientos de miles de damnificados de la región; sirve para bombardear Afganistán y los pueblos del noroeste de Pakistán.
Durante la guerra fría, Pakistán fue un aliado fiel de EEUU; en los años 80 hizo llegar la ayuda estadounidense a los mujahidín que luchaban contra la ocupación rusa de Afganistán. Ahora su relación es más compleja.
El presidente actual es Asif Ali Zardari, del supuestamente progresista Partido del Pueblo Pakistaní; su riqueza personal se estima en 1.800 millones de dólares. Si él es, en general, favorable a EEUU, dentro de las élites del ejército y del Estado, así como en la propia clase dirigente pakistaní, existe mucha simpatía hacia los talibanes.
Todo esto ayuda a explicar por qué las aguas volvieron a amenazar la base militar estadounidense. Si bien algunos dirigentes locales la habían protegido, más tarde otros decidieron que preferían que las aguas inundasen Jacobabad a perder sus propias tierras. Volvieron a cambiar los diques.
Del ejército pakistaní, Ali Hassan, vecino del valle de Suat, informó al Socialist que: «En vez de ayudar a la gente, ha protegido sus propias instalaciones».
El año pasado, el ejército pakistaní invadió el valle de Suat. En su intento de «erradicar a los islamistas radicales», provocó cientos de miles de refugiados. Aún hoy, las tropas siguen luchando contra los insurgentes en el noroeste del país, y el gobierno se jacta de que no serán trasladadas para ayudar a los damnificados.
El Estado se ha mostrado incapaz de proporcionar ayuda. En algunas zonas, los únicos que distribuyen agua y comida son los grupos islamistas, lo que constituye un grave problema para el Estado, así como para algunos de los movimientos sociales que ven al islamismo como la amenaza principal.
Para la izquierda consecuente, en cambio, el punto de partida no es la oposición a los islamistas, sino al imperialismo, al Estado y a los terratenientes. Ya ha habido protestas populares contra la falta de ayuda estatal, así como iniciativas desde abajo -algunas impulsadas por gente islamista, otras no- para ayudar a los damnificados. Aquí está el lugar de la izquierda combativa.
David Karvala es activista de En lluita / En lucha.