Si a alguien le quedare aún alguna duda del nuevo acomodo que están teniendo las fuerzas en América Latina, debería mirar lo sucedido en la primera semana de noviembre de 2005 en la ciudad-balneario Mar del Plata, en Argentina. Si aún viviese físicamente y hubiese estado en la llamada Perla del Atlántico o la Ciudad […]
Si a alguien le quedare aún alguna duda del nuevo acomodo que están teniendo las fuerzas en América Latina, debería mirar lo sucedido en la primera semana de noviembre de 2005 en la ciudad-balneario Mar del Plata, en Argentina.
Si aún viviese físicamente y hubiese estado en la llamada Perla del Atlántico o la Ciudad Feliz, tengo la certeza de que la pluma de John Reed, aquel talentoso y valeroso periodista norteamericano que escribió «Diez días que estremecieron al mundo» sobre el triunfo de la Revolución de Octubre en noviembre de1917, no hubiese pasado por alto escribir sobre las cinco jornadas de este noviembre que han conmovido a América Latina.
Tuve el extraordinario privilegio de estar dentro del ojo del huracán en esos días. Participar en la Cumbre de los Pueblos y seguir atentamente, por la radio y la televisión argentinas, lo que acontecía dentro de la zona de exclusión, es decir en la llamada Cumbre de las Américas, hechura del Imperio yanqui, para intentar mantener su dominio hegemónico y de control económico y financiero de América Latina.
Mar del Plata ha enseñado al mundo que América Latina, cansada de las promesas de los poderosos y de las políticas neoliberales que han generado mayor pobreza y desigualdades, busca cambiar su historia y alcanzar el sueño de su segunda independencia, un destino justo y soberano.
El Imperio y su cabecilla actual George W. Bush han sufrido una aplastante derrota política en esa ciudad-balneario.. No pudieron siquiera dentro de la zona protegida por decenas de miles de agentes policiales, sobrevolada constantemente por helicópteros y vigilada por portaviones norteamericanos imponer a los gobiernos de América Latina una declaración final que reafirmase, como en reuniones similares anteriores, al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y otros tratados similares como las fórmulas salvadoras para hacer salir a los países latinoamericanos de la profunda crisis a que han sido llevados por las políticas neoliberales. Bush no pudo alcanzar consenso en Mar del Plata, pues el motín de la dignidad entre los gobernantes latinoamericanos dio señales de que ha comenzado a crecer. Bush, en fin, como lo dijese Chávez, sufrió un knock out fulminante Y el entierro de esa palabra maldita, ALCA, es algo que sólo Washington y algunos lacayos no reconocen.
Paralelamente y fuera de la zona de exclusión se efectuó la Cumbre de los Pueblos que los medios de comunicación identificaban como «la contra-cumbre». En realidad, no se concibió como una contra-cumbre, sino como una gran reunión de las organizaciones y sectores progresistas de todo el continente -obreros, campesinos, estudiantes, mujeres, desocupados, religiosos, ecologistas, etc– para reflexionar y elaborar estrategias concretas de solución a gravísimos problemas tales como la pobreza, el hambre, el analfabetismo, la carencia de sistemas de salud, el saqueo y la explotación de las riquezas, el deterioro del medio ambiente y otros muchos.
De más de 150 actividades, efectuadas en diferentes lugares, entre ellas las aulas del Complejo Universitario de Mar del Plata, las instalaciones del Polideportivo y el Estadio Mundialista de Mar del Plata, constó el programa de la Cumbre de los Pueblos que tuvo el propósito de generar procesos de resistencia al proyecto de dominación que los poderes hegemónicos quieren imponer a los pueblos latinoamericanos. Más de 500 organizaciones y movimientos nacionales e internacionales participaron en esta Cumbre de los Pueblos. Cuba estuvo representada por una delegación de 300 personas en representación de los diferentes sectores de la sociedad
«Stop Bush» y «ALCA al carajo» fueron algunos de los lemas principales que se enarbolaron en la gigantesca marcha de diez cuadras efectuada el 4 de noviembre, y que concluyó con una concentración en el Estadio Mundialista, donde el orador principal fue el presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, y a cuyo lado estuvo el «pibe de oro», Diego Armando Maradona, el escritor y periodista Miguel Bonasso, la dirigente indígena ecuatoriana Blanca Chancosa y Hebe de Bonafini, una de las dirigentes de las Madres de Plaza de Mayo. Ni la lluvia ni un intenso frío impidieron que más de 50 mil personas desfilaran por la avenida Independencia y llegaran hasta el estadio de fútbol, donde colmaron sus gradas y gran parte del césped central. Al frente de la marcha estuvieron las Madres de Plaza de Mayo, Adolfo Pérez Esquivel y el candidato presidencial boliviano Evo Morales. Los sentimientos y la voz de las mayorías se hicieron sentir en aquella mañana y parte de es tarde primaveral.
Los grandes medios de comunicación, que como sabemos están controlados por fuertes intereses económicos vinculados al Imperio, no pudieron silenciar algo tan grandioso jamás sucedido en Mar del Plata, aunque hechos violentos ocurridos después de la concentración, protagonizados por algunos grupos radicales, como el intento de derribar la valla de hierro situada en Avenida Colón y Corrientes, y destrozos e incendios en algunos comercios, fueron potenciados por los grandes medios para, de tal manera, intentar bajar el nivel sobre el fracaso de Bush en la Cumbre de las Américas y el gran impacto del discurso de Chávez y la presencia de Maradona en el Estadio Mundialista.
Bolívar y Martí, San Martin y Artigas, entre otros próceres de la independencia latinoamericana, estuvieron muy presentes en la marcha y la concentración. Sus sueños incumplidos son hoy los sueños de todos los que desfilamos en Mar del Plata.
Martí no estuvo jamás en Argentina, pero sí tenía un profundo conocimiento sobre ella. Y escribió numerosos artículos que vieron la luz a finales del siglo XIX en el diario La Nación, de Buenos Aires, sobre la pampa, los gauchos, la ganadería, el desarrollo industrial, las relaciones comerciales de EE.UU. y Argentina…y, por supuesto, sobre la necesidad de la unidad de América Latina para hacer frente a la expansión del Imperio.
Muy vigente es un pensamiento suyo, publicado en La Nación, el 4 de diciembre de 1887, hablando de Argentina: «Unidos nos salvamos y divididos perecemos», decía Martí, y advertía que llamarla de otro modo que no fuera República Argentina era injuriar a los patriotas que con su sangre la han hecho lo que es.
Con dignidad ha salido Argentina del reto de Mar del Plata. Se ha evidenciado que la América Latina ha empezado a desprenderse de gobiernos serviles y neoliberales. Y los pueblos, unidos hoy más que nunca frente a las guerras, las amenazas, el terrorismo y la sed de conquista del Imperio, acogen con esperanzas, el camino de una auténtica integración económica y social nacida para la libertad, la igualdad, la justicia y la paz, no para alimentar la avaricia de los glotones del Imperio.
Lo posible tiene ya abiertas sus puertas. La salida no está en el ALCA, en el Imperio o en Mr. Walker Bush. Está en las ideas autóctonas, frescas, revolucionarias y justas de estos tiempos, en el desarrollo, por ejemplo, de la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA), en el socialismo del siglo XXI.
No dudamos que nuevos John Reed nos dejarán escrita esta historia conmovedora sobre lo ocurrido en estos primeros días de noviembre en Mar del Plata.