Entre 1996 y 1997 acompañó a un grupo de «sin papeles» expulsados de Francia en su viaje de retorno hasta su Mali natal. Poco después fue testigo de las terribles situaciones que enfrentan en Melilla los emigrantes procedentes de África Subsahariana al tratar de alcanzar las costas españolas. Más tarde se sumergió en un mar […]
Entre 1996 y 1997 acompañó a un grupo de «sin papeles» expulsados de Francia en su viaje de retorno hasta su Mali natal. Poco después fue testigo de las terribles situaciones que enfrentan en Melilla los emigrantes procedentes de África Subsahariana al tratar de alcanzar las costas españolas. Más tarde se sumergió en un mar de plástico para descubrir la explotación a la que son sometidos los inmigrantes que trabajan como temporeros en los invernaderos de El Ejido. Los documentales Carnets d’expulsions (1997), L’Europe au pied du mur (1998) y Eldorado de plastique (2001) son el resultado de esas tres experiencias, compartidas con otros realizadores. Gracias a estos y otros trabajos de investigación, el periodista francés Philippe Baqué sabe bien lo que guardan las maletas de quienes fueron cargando con sueños y regresaron atesorando frustraciones. En su último documental, Le Beurre et l’argent du beurre (2007), realizado junto al burkinés Alidou Badini, Baqué nos relata un viaje diferente. De las manos de Burkina Fasso a los rostros de Europa, la manteca de karité se ha subido en el barco del Comercio Justo.
En Le Beurre et l’argent du beurre (La Manteca y el dinero de la manteca) Philippe Baqué y Alidou Badini se adentran en los mecanismos de la práctica del Comercio Justo en Burkina Fasso. La manteca de karité, producida por las mujeres burkinesas, goza de una cada vez mayor apreciación en Europa, donde se utiliza en la elaboración de productos cosméticos o como sustituto del cacao. En su producción y comercialización se han implicado diferentes entidades de Comercio Justo, con diversas visiones e intereses en el mismo. Rescatamos aquí la conversación que mantuvimos con Baqué durante el Festival de Cine Africano de Tarifa de 2008 para descubrir quién se beneficia en realidad del «dinero de la manteca».
-La Manteca y el dinero de la manteca es tu quinto trabajo como realizador de documentales. ¿Qué es lo que te ha llevado a utilizar este medio de expresión?
Mi formación periodística es en el campo escrito, pero poco a poco me he ido interesando en lo audiovisual, aunque no soy cineasta de base. He seguido esa formación con un propósito, ya que en esa época estaba asqueado por el mundo en el que vivía; no me interesaba especialmente hacer la carrera periodística, sólo tener un arma para luchar contra ese mundo. Hace 20 años que hago esto, siempre me ha gustado hacerlo, porque es algo que me interesa y que sé hacer más o menos bien, pero es cada vez más difícil y a menudo me pregunto si voy a seguir haciéndolo. Es tan difícil vivir de ello… Desde hace 20 años constato que en lugar de arreglarse las cosas, en el sentido de haber una información diferente, el campo se restringe cada vez más, sobre todo en Francia, cada vez hay menos prensa que se pueda llamar alternativa. Y hacer documentales de investigación como éste es cada vez mas difícil…
-Hablemos de él. ¿Por qué un documental sobre la práctica del Comercio Justo en África?
Al principio me interesaba más por América Latina, pero el azar ha hecho que siempre haya vuelto a África. Aunque quizás no ha sido una casualidad, ya que mi padre fue un colono que participó en la explotación de África, en Camerún y Costa de Marfil, así que parece que yo tenía que rendir cuentas… Siempre me ha indignado lo que he podido oír desde pequeño sobre todo lo que pasaba allí; Francia tuvo una política colonial que ha dejado muchas huellas en el subconsciente de la sociedad francesa. En definitiva, me interesa conocer África para poder hacer lo necesario para que Francia se acuerde de lo que ha hecho allí. En este momento es muy difícil hablar de la etapa colonial, se dice que es una época pasada. Sarkozy quiere pasar página de forma definitiva, pero el colonialismo ha dejado huellas muy profundas en el continente, y además continúa hoy bajo otra forma, como se ve en la película. En ella mostramos que la compañía Dagris, que pertenece al Estado francés, fue creada ya durante la época del colonialismo para explotar el algodón africano; entonces era la SFDT, la Sociedad Francesa de Textiles. En la actualidad Dagris hace Comercio Justo con la ONG holandesa Max Havelaar, vendiendo algodón supuestamente «justo», pero que no lo es en absoluto. Dagris, que es la heredera de la compañía colonial que expolió el continente, sigue todavía hoy haciendo el mismo pillaje…
-¿Estamos entonces ante una muestra de nominalismo vacío?
Me preocupa cómo las personas son sometidas y dominadas, y los medios tienen mucha responsabilidad sobre eso hoy en día, mucha gente tiene un conocimiento del mundo sólo a través de los medios de comunicación. Los medios son los que forman la conciencia de las personas y lo que veo en Francia, y quizás en España sea igual, es que usan, abusan y vulgarizan conceptos como «desarrollo sostenible», «Comercio Justo», todo lo que se enmarca en la ecología. Los vacían totalmente de su contenido para volver a servirles estas nociones a la población y continuar con las mismas políticas. Hoy hablamos de que es necesario un desarrollo sostenible, entonces, todas las administraciones que durante años han hecho un desarrollo que no era sostenible, ¿por qué siguen en su sitio? ¿Por qué siguen en su puesto los mismos que han explotado el Planeta y a una parte la humanidad? Porque esa misma gente que ha hecho un desarrollo no sostenible sino destructivo va a seguir la misma política pero ahora bajo otros parapetos, tapando la miseria de otra forma…
Mi trabajo sobre el Comercio Justo va en ese sentido. Como mostramos en la película, esta famosa sociedad Dagris saquea las materias primas de África al servicio de las principales industrias agroalimentarias del planeta. Y luego el propio Gobierno francés, ya sea socialista o sarkozista, hace grandes declaraciones sobre el Comercio Justo y organiza ceremonias con ministros, con viajes pagados, para redistribuir unas migajas de nada de lo que le han robado a las poblaciones africanas con el pretexto del Comercio Justo. Pero en realidad, de lo que se trata es de continuar su política neocolonial para mantener su presencia y su influencia en África, y ya está. Además, parece que la gente debería dar las gracias por haber sido agasajada con una pequeña migaja de lo que hemos robado. Es por esto que puedo afirmar que el Comercio Justo es una apuesta del Gobierno francés, que hasta ha adoptado una ley para reconocerlo, una ley basada sobre una noción colonial, para mí caritativa: el Comercio Justo sólo puede ser definido dentro de una lógica Norte-Sur, es decir, en la lógica de la ayuda a «esa pobre gente de África o de América Latina que vive en la miseria». Así, cuando la ley sea aplicada, sólo serán reconocidas como organizaciones de Comercio Justo las organizaciones, asociaciones o empresas que hagan un comercio Norte-Sur. El Comercio Justo ha llegado a ser el instrumento de esto, es decir, devolvemos una pequeña migaja de lo que hemos robado para mostrar que en realidad somos generosos y que no saqueamos África.
-En este escenario ¿cuál crees que es el rol que desempeñan los movimientos sociales y las ONG?
Tomo la experiencia positiva de Andines, que se relata en el documental, que ha creado una red de unas cien empresas de Comercio Justo. Este comercio, aun siendo justo, es comercio, la gente vive de él. Pero constatamos que muchas ONG viven de subvenciones: Max Havelaar recibió 1.500.000 euros de subvención en 2006, y asociaciones como Artesanos del Mundo, que es una asociación enorme que ocupa todo el espacio en relación al Comercio Justo, basa su trabajo en el voluntariado. La gente que trabaja en las tiendas de artesanos no cobra un salario, son jubilados con dinero que van a hacer buenas obras los sábados por la tarde, como hacía la burguesía a finales del siglo XIX. Pero vender Comercio Justo no es hacer Comercio Justo. Hay un debate en Francia en estos momentos sobre esta noción de voluntariado, y yo creo que no se puede hacer Comercio Justo siendo benevolente. Andines lucha contra ello, sus trabajadores obtienen un sueldo justo de este comercio y no tienen vergüenza por ello. Todas las personas de la filial que intervienen en nombre de esta institución cobran un salario en función de su trabajo. Aquí no se habla de dignidad, porque la dignidad no significa nada, cobran en función de su trabajo, el tiempo empleado… Las ONG siempre usan este concepto del cristianismo. Pero en este caso, ellos, cuando van a ver a sus jefes para pedir un aumento de sueldo, o cuando venden sus productos, no hablan de dignidad, sino de respeto a sus derechos. La idea de dignidad entra en la lógica de la caridad Norte-Sur. Siempre se saquea a los países del Sur, se les devuelven unas migajas, para que «mantengan su dignidad», se les roba pero se les dejan los calzones y los calcetines porque la moral no nos permite que estén desnudos. Así que «os damos un poco de comer porque unas tripas que hacen ruido no quedan bien, pero me tenéis que dar las gracias porque es justo». La otra gran fractura en la actualidad es la relación con los grandes distribuidores, una guerra total entre las organizaciones francesas, notablemente Artesanos del Mundo, la gran ONG de la que hablamos. La mayoría ha rechazado esta relación, y ha decidido retirarse de la colaboración con las grandes distribuidoras (de hecho oficialmente Artesanos del Mundo ya no trabaja con grandes distribuidores). Sin embargo, Max Havelaar, que es la otra gran ONG, colabora al cien por cien con la gran distribución. Otras organizaciones de Comercio Justo se han demarcado de esta lógica diciendo que no pueden trabajar en las grandes distribuidoras pues son las primeras responsables de todo lo que pasa…
-Explícanos por qué.
Las grandes superficies como Carrefour o Auchan aceleran la desaparición de los pequeños comercios. La red de pequeños comercios que existía en los pueblos desaparece gracias, además, al sustento político. Francia es el país del mundo con las mayores distribuidoras, con las sociedades de gran distribución más poderosas, que participan en la destrucción de una parte de la economía. Y además, participan cada año en la desaparición en Francia de cientos de agricultores imponiéndoles el precio de las ventas, así que muchos productores no pueden seguir trabajando. Se imponen condiciones de trabajo que no tienen nada que ver con la equidad. Sin embargo, se hace publicidad todos los años, como por ejemplo durante la quincena del Comercio Justo, en la que venden un 0,01 por ciento de sus productos teóricamente «justos». Para el Gobierno francés el Comercio Justo es una especie de parapeto tapa-miseria, que le sirve para continuar con su política colonial, y esconder así el pillaje del Planeta.
-¿Cuál sería entonces un auténtico Comercio Justo? ¿El comercio de cercanía, quizás?
Precisamente la directora de Andines hace referencia a eso en el documental. Dice que hay que volver a buscar una economía a escala humana y salir de esta lógica de consumismo. Pero es difícil, hay países que tienen que dedicar obligatoriamente toda su economía a la producción de café, por ejemplo, así que habría que volver a replantarse todo… Incluso experiencias como la de Andines no se denominan Comercio Justo, dicen que están en una lógica hacia un Comercio Justo, porque ya sólo en cuestión de transporte deja de serlo. Los productos tienen que ser transportados en barco, y existe una esclavitud terrible de los marineros, o la multiplicación de los transportes aéreos que utilizan keroseno que destruye el Planeta… Para mí el Comercio Justo no existe. Hay intentos, claro. En Francia la FNAB (Fédération Nationale d’Agriculture Biologique) aglutina a redes de productores y agricultores biológicos, que venden sus productos en las grandes ciudades, y que funciona bien. Hay grupos de consumidores, de unas 20 ó 30 personas, que se reúnen y cada semana hacen una propuesta al agricultor, es decir, que compran de antemano la cesta, y cada semana tienen la garantía del agricultor de que les va a vender frutas o verduras de temporada o productos de su granja.
-¿Y el gran público? ¿Cómo crees que recibe este discurso tan crítico hacia las ONG hegemónicas que realizan Comercio Justo que cuestionáis en el documental?
La verdad es que temo que esto pueda comprometer toda alternativa. Andines es un ejemplo positivo de lo que es el Comercio Justo, pero hay otras más poderosas que ella. De lo que me doy cuenta es de que estamos en una sociedad de creencias, los hombres necesitan creer en alguna cosa, y para ellos el Comercio Justo es la solución a todos los problemas del Planeta. En cuanto uno empieza a replantearlo, a despertarles un poco del sonambulismo, de repente empiezan a preguntar: «¿pero qué hay que hacer entonces? No podemos comprar sólo lo «justo», y pueden tener reacciones agresivas, como cuando despiertas a un sonámbulo, que puede ser peligroso para él.
En 1984, de Orwell, el régimen, el sistema de la dictadura, ejercía su poder sobre la gente a través del lenguaje. En este caso, el poder cambia el uso del concepto Comercio Justo. Evidentemente, hay personas que tienen reacciones violentas porque creen, sinceramente, que hacen el bien bajo una lógica cristiana, quieren hacer el bien para todo el mundo y, sobre todo, ser reconocidos. En cuanto uno empieza a herir este reconocimiento, puede hacer que se lo tomen muy mal…
Este artículo ha sido publicado originalmente en el nº 37 de la Revista Pueblos, junio de 2009
Versión original en francés. Traducida para Pueblos por Ana Eloisa Molina Goigoux.