«En lo que a mí respecta, estos trastornos no me incitan a reír, ni tampoco a llorar, sino más bien a filosofar y a observar mejor la naturaleza humana. Pues me parece que no es justo burlarse de la naturaleza, y mucho menos deplorarla, cuando pienso que los hombres, como las demás cosas, solo son […]
«En lo que a mí respecta, estos trastornos no me incitan a reír, ni tampoco a llorar, sino más bien a filosofar y a observar mejor la naturaleza humana. Pues me parece que no es justo burlarse de la naturaleza, y mucho menos deplorarla, cuando pienso que los hombres, como las demás cosas, solo son una parte de la Naturaleza«
(Baruch Spinoza, carta XXX a Henry Oldenburg)
Existen múltiples lecturas geopolíticas de la crisis que vive hoy Venezuela que colocan el acento en el papel imperial de EE.UU. Tales análisis, si bien necesarios, dejan siempre un sinsabor: faltan elementos, faltan matices en la visión asimétrica del poder que entiende a EE.UU como Imperio y a Venezuela como país periférico víctima de la codicia suprema. El objetivo de esta breve nota es aportar una lectura relacional de la geopolítica de esta crisis desde una perspectiva andino-amazónica.
En la selva los chamanes saben que la vida es depredación. El Jaguar es el más poderoso depredador; devorará a todo animal que se convierta en presa, que no sea invisible o que decida luchar de frente contra el predador supremo. EE.UU es un predador voraz, un Jaguar, el más poderoso sobre la selva-tierra, sobre este mal-mundo-hecho-de-un-sólo-mundo. La Venezuela liderada por Nicolás Maduro al no poder desmarcarse de una visión política confrontacional decidió convertirse en presa, asumió su lucha frontal contra el Jaguar.
La constante retórica anti-imperialista, tan contradictoria con el hecho de vender petróleo al enemigo; las dinámicas internas de concentración y abuso de poder de un gobierno sustentado por militares, han llevado a que hoy Venezuela haya co-construido, co-creado su destino. Venezuela ha co-creado su Jaguar. Ante el escalonamiento de las tensiones, hoy Venezuela está al borde de ser devorada.
La vida es depredación. No estamos frente a un dilema moral de «buenos» vs. «malos», ni de «victimarios» vs. «víctimas», estamos ante el realismo político de la lucha por el poder y los «recursos naturales» en un torpe marco extractivista internacional. No puedes pasarte la vida con un discurso incendiario contra al país que te compra el 90 % o más de tu petróleo. Has vendido al enemigo tu sangre que es la sangre de la madre tierra. El embargo petrolero es el inicio del fin de la doble moral, el comienzo de la amenaza latente de intervención militar con Duque y Bolsonaro como aliados del Jaguar.
¿Viene entonces la devoración? Es probable. Sin embargo, como el Jaguar siempre será un Jaguar, quedan dos posibles salidas: matarlo o rendirse ante su brutal poder. La primera, implicaría intentar matar muriendo en el intento o destruyendo la selva entera. La otra alternativa, es la rendición, la aceptación de la derrota frente a este Jaguar co-creado. No se trata de la derrota del cobarde, se trata de la aceptación de la derrota de quien quiere vivir sin la amenaza de ser devorado. Pasar de la ideos-logía a la bios-logía.
Construimos enemigos a la altura de nuestras propias expectativas: toda revolución necesita del mal supremo. Ante la inminencia del fin, de la devoración, rendirse es una victoria sobre nuestro envalentonado adversario, pues su esencia-Jaguar y, sobre todo, su intransigencia, radican precisamente en ser-adversario, en ser nuestro Jaguar. ¿Por qué no optar por el (auto)cuidado de los nuestros, por la aceptación, por la no-resistencia contra la brutalidad, por la «estrategia de los débiles», por «la sabiduría de los vencidos»? Un pueblo clama hoy no ser devorado.
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