No hay un día en que Irán no aparezca en la primera página de esos mentideros de destrucción masiva como responsable de alguna terrible amenaza, de alguna funesta noticia. Lo mismo ocurre con Venezuela. Para el estado español, así lo presida quien gobierna o quien aspira a hacerlo, es que trabajan esos medios de comunicación, […]
No hay un día en que Irán no aparezca en la primera página de esos mentideros de destrucción masiva como responsable de alguna terrible amenaza, de alguna funesta noticia. Lo mismo ocurre con Venezuela. Para el estado español, así lo presida quien gobierna o quien aspira a hacerlo, es que trabajan esos medios de comunicación, por más independientes que se digan. Son parte de la misma trama, el «entorno» de la banda imperial que asola el tercer mundo y cuya labor consiste en justificar las agresiones, señalar los objetivos y celebrar el éxito de la armada invencible, los miles de millones largos que las empresas españolas, europeas y estadounidenses, obtienen de beneficio en sus sucios negocios, que no hay negocio limpio entre la anemia y el colesterol.
Y se lo llevan todo, desde cerebros hasta bacterias, absolutamente todo, sueños, conciencias, memorias, sin códigos de barras ni etiquetas.
A cambio, a esos solícitos gobiernos a los que nunca se les cae un mal gesto o una mala palabra, se les otorga la gracia de la licencia de Estado. O lo que es lo mismo: ser una democracia. Bendita virtud que al tercer mundo le permite esperar una escuela, desear un trabajo, anhelar una casa, confiar en un médico y hasta ansiar ser libre, aunque para ello tenga que engañarse en la mentira de la huída y subirse a una yola, mojarse las espaldas, socavar los muros, saltar las alambradas o morir en el intento.
Quien más quien menos, todos los estados sometidos ríen las gracias de sus benefactores, les rinden pleitesía, aportan sus soldados a sus guerras, destinan sus recursos a paliar sus desgracias, entregan sus reservas a sus bancos mundiales y fondos monetarios y, algunos, en justa recompensa, hasta tienen la dicha de aprobar los exámenes a que son sometidos por las tantas pendientes tareas de luchar contra la explotación infantil, contra el narcotráfico, contra el racismo, contra el terrorismo, contra la contaminación…todas esas luchas de que consta el pensum, organizado por los mejores expertos, por expertos de primera mano en la materia, y del que depende el curso y la carrera.
Pero hay dos países, Venezuela e Irán, entre otros pocos que aún conservan la vergüenza, a los que no les importan las acreditaciones que concede el Imperio o los avales que exige su «entorno».
Y porque están en el punto de mira del desgobierno que conduce al mundo a su colapso, es que se afanan los medios de comunicación en ir justificando alguna preventiva desgracia o accidente que sobrevenga a Chávez o a Mahmud Ahmadinejad.
Si en el pasado, como dijera Kissinger en referencia a Chile, no pudieron permitir que un país se volviera comunista por la estupidez de su pueblo, no hay razones para pensar que, actualmente, los mismos intereses, vayan a permitir que dos pueblos se vuelvan terroristas por la estupidez de sus presidentes. Y es obvio que ni el venezolano ni el iraní se avienen a «razones» y aceptan el «progreso» al que se les conmina.
De «progreso» y «razones» tienen bien surtida sus memorias iraníes y venezolanos, también esos otros que no ignoran la historia.
Por ello es que estamos condenados a leer todos los días que Chávez provoca, amenaza, insulta, prohíbe, cierra, despide, condena, agrede… De ahí que sólo en Irán, al parecer, son perseguidos los homosexuales; que sólo en Irán es discriminada la mujer; que sólo en Irán se detiene a periodistas; aumenta la delincuencia, crece la corrupción, se apela a la energía nuclear o se pretenden bombas de destrucción masiva… mientras pasa inadvertido para los grandes medios el 62 aniversario de la primera y criminal bomba atómica sobre Hiroshima, opacado por el 30 aniversario de la muerte de Elvis; o se difumina en los informativos el derrumbe de un puente en Minnessotta y pierde interés la prensa en indagar razones y anticipar respuestas; o se diluye en los medios la quiebra del demencial sistema financiero, mientras los editoriales llaman a la calma, a mantener la confianza en el mercado, a comprender que es una crisis pasajera, que no nos va a afectar, que ya se perciben síntomas de recuperación…
Fina la discreción con que los medios de comunicación evalúan consecuencias y trazan pronósticos, por supuesto, a mediano plazo. Honda la sutileza con que los mismos encuentran disimulos y verdades a medias, por supuesto, sostenidas y sustentables.
La alarma de los medios, sin embargo, la que no se muestra en la Bolsa y su derrumbe, la que no se percibe en la quiebra del modelo, se malgasta en Venezuela y en Irán.
Al final de la crónica del día, entre los habituales silencios y omisiones, entre los comunes eufemismos, Chávez y el iraní son el problema.
Y que ojalá por muchos años.