Mural en Quito de Apitatán, renombrado artista urbano: El amor no tiene género, que fue borrado por la reacción conservadora en contra del matrimonio igualitario, julio/2019. «La única manera de lidiar con este mundo sin libertad, es volverte tan absolutamente libre que tu mera existencia sea un acto de rebelión«. Albert Camus Otro mundo […]
«La única manera de lidiar con este mundo sin libertad,
es volverte tan absolutamente libre que tu mera existencia sea un acto de rebelión«.
Albert Camus
Otro mundo será posible si -en el camino- imaginamos y construimos sociedades desde principios totalmente opuestos a la actual civilización, causante de tantos y crecientes desequilibrios, frustraciones y violencias. Requerimos relacionalidad en vez de fragmentación; reciprocidad en vez de competencia desbocada; solidaridad y correspondencia en vez del individualismo egoísta; cooperación mutua en vez de competencia feroz; derecho a la vida digna en lugar de derecho absoluto a la propiedad privada o al lucro sin fin. La codicia, rectora del capitalismo, debe reemplazarse por la búsqueda de una vida en armonía. Desaceleración, descentralización y desconcentración deben parar el paroxismo consumista y el desbocado productivismo. Y en todo este empeño, desde lo comunitario, desde territorios concretos, urge desarmar -democráticamente- las estructuras jerárquicas patriarcales, racistas, empobrecedoras, destructoras, concentradoras, policiales y sobre todo autoritarias.
Algunos de estos principios de gran potencial transformador son más fáciles de encontrar en el mundo rural, particularmente indígena, de todas partes del planeta: en la «indigenidad» de la que hablaba el gran Aníbal Quijano. En cambio, los espacios urbanos se alejan cada vez más de una vida humana solidaria, sostenible y respetuosa de la Madre Tierra, al tiempo que se profundizan las tendencias consumistas e individualizantes, desatando violencias de todo tipo.
En 1968 Henri Lefebvre escribió su libro El derecho a la ciudad considerando el impacto negativo sufrido en los países capitalistas por las ciudades, convertidas en mercancías al servicio exclusivo de los intereses de la acumulación del capital, en un proceso acelerado de mercantilización urbana.2 Ante ese fenómeno, urge construir una contrapropuesta política que reivindique la posibilidad de que los habitantes de la ciudad vuelvan a adueñarse de ella, construyendo opciones de Buen Vivir desde su propio territorio y comunidades o barrios. Hay que superar aquella visión dominante para la cual la ciudad implica civilización: «las luces de la ciudad» han iluminado renovadas formas de dominación colonial, patriarcal, clerical, incluso geográfica… alimentando las ilusiones de «progreso» y «desarrollo» (fantasmas imposibles de alcanzar).
Es necesaria, entonces, una reflexión y crítica comprometidas para construir otras ciudades que sirvan de base a otros mundos en donde todos los seres vivos -humanos y no humanos- vivan en dignidad. Hacia esa reflexión apuntan las siguientes líneas, teniendo presente que
«Al querer desviar la explotación del hombre por el hombre sobre una explotación de la naturaleza por el hombre, el capitalismo multiplicó indefinidamente ambas. Lo reprimido vuelve, y lo hace por partida doble: las multitudes que se quería salvar de la muerte vuelven a caer por centenas de millones en la miseria; las naturalezas, a las que se quería dominar por completo, nos dominan de manera también global amenazándonos a todos»,
para tomar prestadas las palabras de Bruno Latourt (Nunca fuimos modernos, Siglo XXI, 2007). Es evidente, entonces, que superar el antropocentrismo es uno de los grandes retos más trascendentes que tenemos entre manos, en tanto nos conomina a transitar por senderos de post-desarrollo, post-extractivismo e incluso post-decrecimiento ecomómico.
Las ciudades, corazón de la reproducción de modos de vida dominantes
Por definición, no hay ciudades sustentables. Las ciudades viven una desconexión permanente de la Naturaleza. Esta desconexión se acelera cada vez más con el creciente número de habitantes en el mundo, particularmente concentrados en las urbes: en 2007 la población urbana superó a la rural; para 2050 se espera que dos tercios de la Humanidad vivan en las ciudades. Esta evolución responde sobre todo a las presiones creadas por la acumulación capitalista y la mercantilización urbana, las cuales han masificado la producción, el consumismo, los volúmenes de basura y desperdicio, una huella ecológica insostenible, e incluso un frenesí individualizante devastador: basta ver cómo, en Gran Bretaña, desde enero del año 2018, se estableció el Ministerio de la Soledad para atender a millones de personas que malviven por la exacerbación de estas tendencias individualizantes y egoistas. En paralelo, los espacios públicos -calles y plazas- se subordinan a las lógicas del consumo fragmentado, estratificado, segregado según las necesidades de acumulación y mercantilización. La misma violencia provocada por diversas formas de criminalidad encuentra explicaciones en estos espacios de creciente barbarie.
Parecería pertinente, incluso, hablar de «un extractivismo urbano»3, al decir de Enrique Viale. Este renombrado y comprometido abogado ecologista, sobre el caso argentino, dice que
«En las ciudades no son los terratenientes sojeros, ni las megaminerías, ni las petroleras, sino la especulación inmobiliaria la que expulsa y aglutina población, concentra riquezas, produce desplazamientos de personas, se apropia de lo público, provoca daños ambientales y desafía a la naturaleza, todo esto en un marco de degradación social e institucional. Se nutre de la misma lógica extractivista, que los mono-cultivos y la megaminería, dando resultados similares: destrucción de la multiplicidad, acumulación y reconfiguración negativa de los terri-torios urbanos. Las tierras, los inmuebles del Estado y los espacios verdes son convertidos por la especulación inmobiliaria en la pata urbana de la desposesión, aquella de la que habla David Harvey y nos ayuda a comprender los procesos de acumulación por desposesión que se dan con la megaminería en la cordillera andina o con el agro-negocio en el campo.»
«Cada vez más, los barrios van perdiendo sus identidades, sus habitantes no participan de las decisiones de planeamiento urbano y el extractivismo urbano también tiene como característica el impulso de la mercantilización de la vivienda hasta el paroxismo: es decir, convierte a los inmuebles en verdaderos commodities, el inmueble deja de ser un bien de uso para convertirse en un bien de cambio. En el caso agrícola, el commodity es la soja y en nuestro caso son los inmuebles.»
Y es justamente en este ámbito de mercantilización urbana desenfrenada, en el que la gentrificación no es su única manifestación, cuando el bienestar está ligado al precio, es decir «cuanto más caro, ´mejor´es el barrio», como destaca Viale. Este «éxito» es medido con indicadiores vinculados al negocio inmobiliario -por ejemplo, a través de los metros cuadrados de construcción que se concentran en los barios de gente más acomodada- y que no hablan de la calidad de vida de la población en su conjunto, lo que consolida aún más ciudades desequilibradas y desiquilibrantes.
Aquí debe quedar claro que no se trata del desalojo de personas de sus viviendas, para que las remodelen y posteriormente suba el precio del alquiler, impidiendo que sus habitantes originales puedan regresar a ellas. Se trata de complejos enteros que están siendo deshabitados para impulsar enormes proyectos urbanísticos cuyo objetivo real no es construir viviendas, sino simplemente obtener grandes beneficios; estamos frente a procesos donde los grandes capitales financieros están cada vez más involucrados.
La lectura desde la Argentina está en sintonía con otras muchas aproximaciones al tema. Son potentes los aportes de Mario Rodríguez Ibáñez para la ciudad boliviana, con anotaciones extrapolables en gran medida a otras realidades andinas. Este autor vincula el extractivismo minero y agrario con las ciudades de su país, así nos dice que
«Los sectores dominantes de las ciudades y del país requieren sostener ese extractivismo saqueador para acceder a servicios y beneficios que ofrece la vida urbana. Esa relación es fundamental para comprender cómo nuestras élites reproducen el extractivismo y la economía primaria exportadora; desde ahí reproducen las formas coloniales y extraen sus beneficios, a costa de lo que se desposesiona, se invade, se penetra, se saquea.»
«La ciudad colonial instauró en el imaginario colectivo que la civilización, la superioridad, se vive en las ciudades.»
Rodríguez Ibáñez es categórico al puntualizar que
«La ciudad se encaramó en el simbólico dominante, como el lugar privilegiado de distanciamiento de la naturaleza, como el lugar de la civilización, como el lugar del éxito moderno, como la materialización del progreso y del desarrollo. La ciudad se identificó como distanciamiento de lo campesino, y en nuestro continente invadido eso significa, también, distanciamiento de lo indígena, en oposición a lo rural que se relaciona con «dependencia» de los ciclos de la naturaleza. La ciudad se hizo, así, el lugar privilegiado para no ser nosotros ni nosotras, para dejar de mirarnos al espejo y, al contrario, tratar de vivir una mascarada de imitaciones a lo externo, a lo «civilizado», a lo «desarrollado», a lo moderno-colonial.»
«Las ciudades son el corazón de la reproducción de los modos de vida dominantes, coloniales, modernos, capitalistas. Las ciudades son el lugar donde se alimentan las subjetividades que consolidan nuestro histórico saqueo y el extractivismo primario al que nos condenó la colonia. Y, sin embargo, nuestras ciudades no escapan de su sino; no pueden no ser habitadas por nuestros otros modos de vida profundamente indígenas u originarios, que disputan desde «lo popular» sus significados y sus configuraciones.»
Sabemos bien que América Latina tiene algunas características que la diferencian de otras regiones del planeta. Como anota Gonzalo Quilodrán, quien enmarca las soluciones en el terreno del «crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenicble«, ésta es la región más urbanizada y también la más desigual, no la más pobre, del planeta. Es decir las diferencias entre los que más y los que menos tienen son mayores que en otras partes. Además, según Quilodrán:
«más del 80% de la población de América Latina vive en ciudades. Esta tendencia de urbanización parece no detenerse y es una constante en todos los países de la región. El año 1963 fue bisagra y América Latina dejó de ser una región con población predominantemente rural y campesina para empezar a ser urbana. Los habitantes de las ciudades crecieron aceleradamente: si en 1950 el 41% de la población vivía en ciudades para 2010 llegó al doble (82%). El Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU-Hábitat) calcula que la tasa de urbanización en la región será de cerca del 89% de la población en el 2050.»
Esta realidad no puede ser ausmida como un símbolo de progreso, todo lo contrario. Las ciudades latinoamericanas y muchas otras en el mundo, cabría decir, sintetizan la gravedad de los problemas, en la medida que se trata de ciudades «degradadas, violentas, insalubres, privatistas y antidemocráticas«, para ponerlo en palabras del mismo Viale.
Las ciudades, como potenciales espacios para el cambio
Pese a sus enormes problemas estructurales, en las ciudades también hay opciones transformadoras, incluso hay luchas históricas y acciones propias de ciudades radicales por las alternativas que practican, algunas ya en marcha. Falta, de todas maneras, redoblar y multiplicar lecturas y acciones concretas, desde los márgenes y sobre todo sin pedir permiso.
Repensar las ciudades, rediseñarlas, reorganizarlas desde abajo, restableciendo su balance con lo rural (que debe ser profundamente revalorizado y fomentado), descolonizando la imaginación, incluso alentando la reducción del tamaño de las urbes más grandes y la descentralización efectiva, es parte de la tarea. Incluso cabría pensar hasta qué punto es viable terminar con la separación urbano-rural y, al menos sugerir, nuevas formas de organización social donde la idea misma de migración del campo a la ciudad pierda sentido.
Estos temas, y otros apenas esbozados en este texto, son pensados en muchas partes del mundo. Desde la publicación de un libro que se puede considerar clásico en esta materia: Housing by People: Towards Autonomy in Building Environments, del inglés John F.C. Turner, en 1976, la discusión no ha parado sobre un tema que es un problema permanente. Basta recordar la primera frase del prefacio escrito por Colin Ward a este libro:
«En el momento en que la vivienda, una actividad humana universal, se define como un problema, surge todo un problema de vivienda, con un ejército de expertos, burócratas y científicos, cuya existencia es una garantía de que este problema no se superará«.
Desde entonces ésta es una cuestión recurrente. Frente a la presión dominante de soluciones tecnológicas -que no resuelven «el problema»-, se registra por todo el planeta y desde hace tiempo la búsqueda de alternativas. La cuestión se recoge en preguntas fundamentales como quién planifica, decide y ejecuta las políticas urbanas. Respuestas a esas preguntas existen y alternativas también.
Bastaría mencionar la discusión impulsada por la Asociación de Arquitectos Alemanes, en un país del Norte global, que ha hecho un llamado programático para cambiar el paradigma en la arquitectura y la construcción, con el documento de posición «La Casa de la Tierra». El documento aboga por superar las ideas del crecimiento y pide a los arquitectos y urbanistas que defiendan una comprensión de vida diferente desde la reutilización de los recursos disponibles enfatizando la «inteligencia de lo simple» para reemplazar la actualización técnica de «edificios inteligentes»; la preservación de lo existente sobre la demolición innecesaria; el empleo de materiales completamente reutilizables o compostables; el abandono de los materiales a base de carbono y de los combustibles fósiles en la construcción, reemplazándolos por la eficiencia energética; la movilidad entendida como una tarea conceptual y creativa de arquitectos y urbanistas; entre otros puntos.4
En esta línea de acciones en marcha, podríamos ubicar las propuestas que se multiplican en el Sur global, en Brasil, por ejemplo, para impulsar una «arquitectura para la autonomía«, activando, cultivando y reconociendo territorios educadores -espacios o incluso instantes en donde sobre todo se desaprende aquello que se pensaba y asumía como conocido e indiscutible, espacios que proponen descolonizar el pensamiento y los cuerpos-, como base fundamental para transformar las ciudades. Lo que demanda, desde dicha perspectiva, una transición de «una praxis arquitectónica y urbanista hegemónica, exclusiva, mercantilizada, colonial, alejada de la realidad, al ejercicio de múltiples prácticas -complejas, inclusivas, contextualizadas, resilientes, integradas- que generen afecto, valor, significado y pertenencia durante su elaboración y existencia«, teniendo como horizonte el Buen Vivir5. Esta arquitectura para la autonomía plantea: invertir la mirada para descolonizar el imaginario y producir colectivamente conocimiento; conectar saberes, para activar comunidades autónomas e inteligencias colectivas; crear un paisaje común inspirado en lo que podría ser el Buen Vivir en la ciudad… la lista de proyectos concretos en este empeño es enorme tanto dentro de Brasil, como fuera de ese país.
Lo evidente es que no podemos ahondar más las complejas y terribles realidades de las ciudades desde el manejo inmobiliario mercantilizado y especulador, así como tampoco desde la gestión del Estado proveedor, responsable de muchas dependencias y clientelismos. Por eso, para encontrar ya respuestas, no cabe esperar que actúe el poder, sea gubernamental municipal o nacional. En muchos casos no lo hará o, si lo hace, en tanto la comunidad no sea actora de primera línea de esas acciones gubernamentales, recreará las estructuras y clientelismos que se quiere superar. Igualmente, no se puede esperar respuestas desde el mundo de las empresas o fundaciones que solo buscan -respectivamente- la acumulación o el reconocimiento egoísta de sus miembros.
Es cada vez más urgente enfrentar al monstruo burocrático, estatal y corporativo con capacidad para «rastrear, clasificar, enloquecer, manipular y censurar a los ciudadanos», algo similar al Estado-Gran Hermano de China, que disfraza la tiranía de una supuesta libertad. Conocer las potencialidades y sobre todo las amenazas de las tecnologías es una tarea urgente pues con frecuencia son instrumentos de dominación y no de emancipación.
Recuperando reflexiones anteriores, cabe valorar la capacidad de construir participativamente las ciudades. Hay que aumentar la durabilidad de los bienes materiales proscribiendo cualquier obsolescencia programada. Las ciudades demandan de más y más espacios verdes, llenos de vida y biodiversidad.
Un punto clave. Hay que recuperar los espacios urbanos para la gente «atropellando la dictadura del automóvil» y las lógicas consumistas. Bien anotaba Wolfgang Sachs (1984): » El automóvil pertenece a una clase de productos que no podemos modificar a nuestro gusto. Dado que su uso requiere la exclusión de las masas, la democratización de los automóviles destruye sus ventajas «. La reducción del uso de los vehículos privados es pues una opción urgente y concreta que se cristaliza ya en varios países; por ejemplo, en Viena, capital de Austria, más de la mitad de los hogares ya no tienen auto propio en tanto que mejora en todo sentido el transporte público subsidiado y aumenta la conciencia por la necesidad de un cambio en los estilos de vida.
Hay que revalorizar por igual las miles de respuestas pequeñas en todas partes del planeta para asegurar -al menos en parte- la soberanía alimentaria desde las ciudades, por ejemplo desde los huertos urbanos: entendiendo que no solo importa el consumo -que puede exacerbarse con la sobreproducción tecnificada- sino también las condiciones de producción; aquí hay mucho espacio para políticas alimentarias desde los ámbitos municipales, tal como insiste permanentemente Gustavo Duch. En este empeño habrá que paulatinamente «pasar del comesolito -egoísmo puro en acción- hacia una pamba mesa –espacio en donde se comparte y se colabora en pro de un objetivo común- surge como una forma de actuación productiva en donde a todos se los incluya, independientemente del poder económico, tecnológico y relacional que poseen de forma individual.» Los espacios de consumo compartido vistos no solo como acción desesperada frente a la pobreza extrema, sino de solidaridad practicada, son oportunos para consolidar los lazos de vecindad y de confianza, en línea con otras formas de resonancia y espiritualidad.
Librar a los barrios de los grandes centros comerciales es también indispensable para sostener el tejido comercial, productivo, artesanal y de servicios en el territorio barrial, sobre todo con empresas pequeñas, cooperativas y asociativas. En esa misma línea asoman las redes de amparo para gestionar derechos, protecciones y defensas ante antropellos y violaciones, en particular para mujeres, niñas, niños, jóvenes y migrantes, tanto como para personas de la tercera edad desamparadas.
Paulatinamente se debe articular una pertenencia colectiva y recuperar las memorias diversas y comunes existentes, tanto como las experiencias y los saberes compartidos. Con niveles adecuados de diversidad e igualdad se tejerán otras relaciones sociales potenciando los elementos relacionales de la vida sobre los consumistas y productivistas. De esos espacios pueden surgir verdaderos semilleros de otras formas de vida. Una tarea compleja es construir los vinculos generacionales y territoriales que consoliden raíces de arraigo e identidad, tanto como de emoción y empatía. La diversidad de la lucha, de las organizaciones, de las acciones, de las alianzas, de las visiones deben transformarse en elementos potenciadores del cambio. No más propuestas homogeneizantes, caudillistas, ortodoxas. El diseño y construcción de liderazgos colectivos y horizontales es uno de los puntos más complejos.
Sin duda, para una transformación mayúscula -impulsada crecientemente desde abajo- hay que librarse de la economía del crecimiento y de la acumulación de bienes permanente, dinámicas que son la esencia misma del capitalismo y su tendencia perpetua la mercantilización de toda dimensión de la vida humana.
En estas condiciones, muchas veces adversas, en el mundo entero, se construyen respuestas de todo tipo, sin recetas, ni modelos. Así, cual círculos concéntricos provocados por una piedra lanzada en un lago, se expanden incluso en ciudades grandes, muchos ejercicios alentadores en donde los actores sociales intercambian mutuamente conocimiento artesanal; cambian tierras baldías y levantan con autogestión nuevos espacios abiertos para todas y todos; reciclan y reparan; y desde estas prácticas amplían también sus márgenes de acción, como cuenta la alemana Christa Müller de la Fundación Anstiftung. Incorporemos en esta lista a las ecoaldeas, los ecobarrios, las comunidades ancestrales, los pueblos en transición. Destaquemos por igual las múltiples redes existentes, como la CASA: Consejo Asentamientos Sustentable de América Latina o la GEN: Global Ecovillage Network, por citar apenas dos ejemplos.
Las tecnologías, sobre todo las que ahorran fuerza de trabajo (física o mental), deberían liberar al ser humano del trabajo orientado a acumular capital, permitiendo instaurar jornadas laborales menos extenuantes, tal como se consigue en varios países industrializados: en Alemania los trabajadores acaban de conseguir que se pueda establecer una semana de 28 horas de trabajo, para ampliar el tiempo en familia. Y eso puede lograrse, por ejemplo, también liberando el conocimiento científico e impulsando un diálogo respetuoso con los saberes ancestrales, mientras las estructuras de producción y consumo -visto como un acto político, tal como lo como proponen decididamente Laura Villadiego y Nazaret Castro e incluso de rebeldía cotidiana- se transforman para construir sociedades donde la explotación a la Humanidad y a la Naturaleza sea inviable.
Claro que aquí también será necesario pensar hasta que punto la holgura en las condiciones laborales de unas urbes del mundo industrializado se consigue a costa de la sobreexplotación laboral en los rincones de la periferia global. De hecho, la discusión de la ciudad también merece plantearse en términos del -asimétrico- sistema mundo capitalista: ¿cuáles son los límites para construir ciudades diferentes en el Sur global?, ¿son necesarias estrategias diferentes entre las urbes de los centros y de la periferia?
Afrontamos complejidades múltiples inexplicables desde la monocausalidad o desde simples respuestas escapistas. Precisamos respuestas múltiples, diversas, pequeñas y grandes (si fuera posible…). Sin desestimar las posibles acciones gubernamentales, hay que tener presente siempre que el control sobre los cuerpos y los territorios está en la mira del poder, esos cuerpos y esos territorios son y serán los campos de batalla. La lucha, una vez más, será desde abajo, multiplicando rebeldías, resistencias y desobediencias ciudadanas tanto frente a los grandes como a los pequeños y cotidianos usos y abusos del poder, que terminan construyendo y consolidando hegemonías.
Urge identificar y -de ser posible- transformar las herramientas de dominación, como las redes sociales, en instrumentos de comunicación y organización liberadora, pero siempre recordando sus límites. Esta acción que, en ningún momento debe restringir la libertad de expresión e información, debe guiarse por las luchas de aquellos grupos históricamente oprimidos -desde enfoques feministas hasta indígenas, incorporando visiones ecologistas y porqué no también socialistas-, así como por propuestas comunitarias de quienes viven -o al menos imaginan- un mundo de libertades plenas, viable en la medida que confluyan la justicia social y la justicia ecológica; el comunitarismo indígena puede ser un terreno de lecciones provechosas. En definitiva, necesitamos un ejercicio de contra-hegemonía política, que no menosprecie la herramienta tecnológica, pero sin caer en falsos optimismos (pues muchas veces el propio diseño tecnológico puede crear la ilusión de emancipación). Y por cierto esto demanda la construcción de alternativas estratégicas de largo plazo.
Los barrios, territorios para la gran transformación
Punto importante. El complejo entramado de la vida urbana puede y debe asumirse desde los barrios. De hecho ya hay muchas acciones en marcha para organizar vivienda y transporte, suministrar energía eléctrica y servicios públicos, recuperar escuelas y espacios comunales, consolidar finanzas cooperativas (el «pasanaku de bienes y dones» relacionada con el Ayni, un sistema de cooperación rotativa heredado de las culturas de Los Andes en Bolivia, por ejemplo) y monedas comunitarias, impulsar huertos urbanos (chacras en sentido de la agricultura familiar indígena y campesina) para alcanzar crecientes niveles de autoabastecimiento alimentario y establecer ámbitos de recreación, tiendas y negocios particulares y comunales; negocios comunitarios para reciclar y reparar, en donde principios del bienestar colectivo reemplacen a la búsqueda del lucro individual; son algunas de las muchas acciones posibles. Todo esto demanda ampliar la ayuda mutua como base de otra economía.
Incluso cuestiones de seguridad se resolverán en tanto que la comunidad recupere directamente el control de los espacios públicos -el crimen organizado o no, también hecha raíces en estos espacios-; la militarización de los espacios públicos no será nunca una solución, sino todo lo contrario: es más, cada vez es más necesario dar paso a procesos de desmilitarización de las sociedades. Y es indudable que el estado centrismo no tiene futuro alguno.6
Este empeño será aún fácil construyendo y controlando bienes y espacios comunes (como se hace en todo el mundo más allá del mercado y el Estado: David Bollier y Silke Helfrich (2012)). Gestión que demanda territorios emancipados y emancipadores que llenen a los barrios -y a las comunidades rurales- de vecindad, vida intensa, autosuficiencia y democracia; entre muchas opciones a destacar. Son necesarias las acciones de artistas urbanos que plasmen de alegría -no confundir con la happycracia neoliberal– y mucha rebeldía las calles, las plazas y las mismas paredes de las ciudades para corroer esas bases conservadoras que caracterizan a las sociedades coloniales, patriarcales, neoliberales… Los barrios y las comunidades rurales deben revertir sus imaginarios negativos y tristes, deben abandonar su gris del cemento, dejar de ser lugares de paso o simples «dormitorios»; el color y la vida plena debe realizarse allí.
La «libre asociación», sobre bases de una radical y horizontal democracia comunitaria, será el motor que garantice la libertad individual a ser alcanzada en comunidad. Esta es una tarea que demanda claridad, creatividad y constancia: la (re)construcción de tejidos comunitarios; en realidad lo que se precisa es potenciar el ingenio social para potenciar democráticamente «la sociedad autónoma», recuperada de forma clara por Juan Cuvi. Sociedad autónoma, que, como puntualiza Natalia Sierra en la presentación del libro de Cuvi,
«no requiere de lazarillos, de guías, de caudillos, de mesías. Los pueblos libres inventan, crean, resuelven su vida sin necesidad de que haya un sujeto dueño del conocimiento único y verdadero que los guíe.»
En las ciudades existen -para ponerlo en palabras repetidas por Rita Segato- «girones de comunidad», que en parte provienen de la migración desde los mundos rurales (indígenas y afro) y parte de otras formas de organización de la vida. No olvidemos que lo indígena, afro y popular está también atravesado por la promesa de la modernidad: individualismo, consumismo, productivismo. Pese a eso, muchos segmentos populares de las sociedades encuentran en el Buen Vivir / Vivir Bien, como anota Mario Rodríguez Ibáñez,
«un horizonte de sentido; un indicativo de que se puede transitar hacia otros modos de vida y formas civilizatorias que nos permitan salir del entrampamiento de la modernidad y el desarrollo hegemónicos, que se expresan más radicalmente en el capitalismo, aunque no únicamente.»
«No se trata de un modelo o un proyecto claro, sino de un sentido que exige capacidad de construir, inventar, criar y permitir el brote de lo existente, que reconfigura la dominación hacia otros horizontes. No es posible sin diversidad y pluralidad; por ello, permite hablar de un modelo a seguir.»
Las opciones concretas están presentes en muchas partes. Mencionaría las existentes en Bolivia, por ejemplo, en El Alto. Allí, desde lo existente, desde lo complejo y desde lo abigarrado, sin modelos predeterminados, brotan acciones desde abajo tendientes a criar procesos educativos para la construcción de lo comunitario, propendiendo a una convivencia armónica entre los humanos incluyendo a la Naturaleza. Los trabajos de la Red de la Diversidad, de la Fundación Wayna Tambo, dan cuenta de esas y otras experiencias. Aquí están en juego la planificación y uso del suelo, el territorio y el hábitat urbano; el espacio para viabilizar los encuentros y convivencias, no solo los flujos comerciales; los consumos y modos de producción y de vida urbanos; otras economías y otras lógicas de mercado (conviviendo con el mundo capitalista…); la recuperación de los espacios públicos: plazas y calles (cuyo contenido común ha sido vampirizado por políticas urbanistas destinadas muchas veces a embellecer las ciudades vaciándolas de habitantes…); la pluralidad y diversidad en ejercicios de creciente democratización. Todo esto demanda destruir los muros visibles e invisibles que jerarquizan y dividen las ciudades y sus sociedades, tanto como construir puentes entre las luchas urbanas y las rurales, entre quienes resisten al extractivismo clásico y quienes lo hacen al «extractivismo urbano», que en definitiva son también puentes entre quienes impulsan visiones postextractivistas vinculándolas con opciones de postcrecimiento para superar el laberinto capitalista. Como nos recuerda Enrique Viale hablamos de
«puentes entre los que resisten a la minería en lugares apartados, los que ponen el cuerpo al glifosato y al agronegocio, y los que vivimos en ciudades cada vez más caras, enrejadas y represivas. Es una misma lucha y es el desafío del momento, pero los vínculos entre la gente del campo y de la ciudad no vienen dados, sino que debemos construirlos. En eso estamos».
No está por demás notar que las lógicas extractivistas clásicas -minera, petrolera, agrícola, pesquera, forestal-, que implican procesos de desposesión y destrucción de territorios y comunidades alejados de las ciudades, resultan funcionales a las formas del «modo de vida señorial» de las ciudades (Mario Rodríguez Ibáñez), entiéndase de los segmentos más acomodados de las urbes, que bien engarza con la lectura del «modo de vida imperial» que realizan Ulrich Brand y Markus Wissen.
En otras regiones hay procesos que se asimilan de alguna manera a los rápidamente descritos. Un aporte notable es el de Davide Brocchi, uno de los principales promotores de «El Día del Buen Vivir» (UrbaneTransformation – Das gute leben in der eigenen Stadt, 2017) en Alemania, desde la ciudad de Colonia (Köln), que ya desde hace varios años propone una profunda transformación urbana para todo ese país europeo. Su éxito es cada vez mayor. Tanto que Brocchi, al analizar esta experiencia y otras más – Utopiastadt en Wuppertal, Jack in the Box en Köln-Erenfeld, Bürgeinititive Viva Viktoria en Bonn- concluye -en un libro publicado en 2019: Grosse Transformation im Quartier – Wie aus gelebter Demokratie Nachhaltigkeit wird, Oekom, München)- que es posible la «gran transformación en el barrio», en tanto que con una democracia vivida se puede lograr la sustentabilidad, incluso en términos ambientales.7 Todos estos son ejercicios de creación comunitaria trascendente y práctica; son esfuerzos que por sí solos no cambian el mundo, pero ayudan a pensar cómo hacerlo (lo cual en lo personal siempre motiva) y cuyo potencial será cada vez mayor en tanto que se entretejan redes de resistencia y construcción de alternativas entre barios dentro de las ciudades y fuera de ellas, entre las ciudades, entre el campo y las urbes.
Esto no implica transformar a los barrios -y a las comunidades rurales- en una suerte de guetos marginados de las luchas en marcha, tanto a nivel nacional como internacional. Tampoco simplemente de asumir subsidiariamente tareas que les competen a los municipios. Al contrario. Desde abajo hay que pensar y cristalizar otros estados, otras sociedades, otras economías, otras instituciones, otros mundos. Consolidando bases materiales de autosuficiencia, interdependencia y autonomía genuinas habrá incluso más posibilidades para proponer y ejercitar alternativas transformadoras como las que podrían venir, para citar apenas algunos ejemplos, de la introducción de la renta básica universal, de la reducción de la jornada de trabajo productivo, de la salud y la educación gratuitas; sin perder de vista la redistribución de la riqueza y de los ingresos vía tributos a los patrimonios, a la plusvalía, a las rentas desmedidas o incluso a través de reformas agrarias y urbanas que afecten la excesiva concentración de la riqueza y la propiedad. Acciones que demandan una clara estrategia de construcción de poderes contra-hegemónicos.
En la mira debe estar la recomposición de la cotidianidad revalorizando la convivencia en comunidad, la construcción y defensa de bienes comunes, la consolidación de historias y conocimientos comunes, la autogestión de la producción y la distribución, las actividades destinadas a la reproducción de la vida, la desprivatización y la recuperación comunitaria (no estatizada) de los bienes y espacios públicos, y la misma búsqueda de alternativas que ayuden a superar aquella perversa opción que aflora al asumir que las necesidades son infinitas, que la acumulación material debe ser permanente, que tener más nos hace más felices… falacias tan difundidas y propias de la civilización que hoy nos domina. En definitiva, desde los barrios y las ciudades, se deben construir nuevos sentidos de vida que reemplacen a la fe del lucro sin fin.
Mientras más fuerte sea el tejido social comunitario, mientras más abiertas y solidarias sean las construcciones comunitarias, mientras más intensa y activamente participemos en el proceso social, mientras más alianzas sociales y políticas se consoliden, mientras más influencia tenga la educación y capacitación, así como la atención de salud comunitarias, mientras más autosuficiencia material se logre, más libertad y más autonomía alcanzaremos. Para lograrlo habrá que desarrollar las capacidades necesarias para abordar temas y retos nuevos, con creatividad, audacia y sin fijaciones que limiten las acciones comunitarias. Todo esto, como ya se dijo antes, sin pedir permiso y sin descuidar los límites y particularidades de las urbes del Norte y del Sur global (cuyas diferencias pueden requerir de propuestas distintas en cada caso).
Es la hora de las luchas y respuestas comunitarias. Si ponemos algo de atención y -figurativamente hablando- hacemos silencio, podemos escuchar el futuro respirar. Las propuestas alternativas están allí. La construcción del pluriverso 8 está en marcha y las ciudades aparecen como espacios potentes para la emancipación.
La vida es hoy. Y nadie mejor para revolucionarla que quienes la viven sin sofocar la vida de nadie, sea por la explotación Humana o de la Naturaleza. Y esas personas justamente viven en los barrios y en las comunidades. Son esas personas las que deben tener una voz y enseñarnos al resto desde la sabiduría que han ganado desde su cotidianeidad.
Notas:
2 La lista de personas que abordan el tema de la ciudad -dentro del ancho espectro de la búsqueda del progreso y el desarrollo, con el crecimiento económico de por medio- es enorme. Recordemos un par de referentes, a Saskia Sassen, que publicó un libro importante sobre el tema: La ciudad global (The Global City: New York, London and Tokyo, Princeton, Nueva Jersey, Princeton University Press, 1991) y a Fernando Carrión Mena, arquitecto ecuatoriano, uno de los mayores conocedores de la materia, y cuya producción investigativa es digna de ser destacada.
3 Marina Garcés Mascareñas, destacada filósofa catalana, también habla de «turismo extractivista», refiriéndose a su ciudad Barcelona. Sin embargo, es preciso ser cuidadosos y rigurosos con el uso de su definición, como plantea Eduardo Gudynas. Recomendamos su libro sobre el tema: Extractivismos – Ecología, economía y política de un modo de entender el desarrollo y la Naturaleza, Claes y CEDIB, Cochabamba, 2015.
4 Elementos que deberían también incluir los riesgos naturales en ciudades como Quito, por citar un caso.
5 De una cada vez más amplia bibliografía existente sobre el tema, se puede consultar el libro del autor de estas líneas: El Buen Vivir Sumak Kawsay, una oportunidad para imaginar otros mundos, ICARIA, (2013), a partir de una edición preliminar en Abya-Yala Ecuador (2012). (Este libro ha sido editado en ediciones revisadas y ampliadas continuamente, en francés – Utopia 2014, en alemán – Oekom Verlag 2015, en portugués – Editorial Autonomia Literária y Editorial Elefante 2016, en holandés – Uitgeverij Ten Have 2018).
6 Acosta, Alberto (2018); «Repensando nuevamente el Estado ¿Reconstruirlo u olvidarlo?», en el libro de varios autores/as, América Latina: Expansión capitalista, conflictos sociales y ecológicos, Universidad de Concepción, Chile. http://lalineadefuego.files.wordpress.com/2019/01/alberto_acosta_articulo.pdf
7 La cantidad de acciones desde los barrios es imposible de determinar. En todo el planeta la gente se organiza para una multiplicidad de actividades que tienen que ver con temas de limpieza, seguridad, educación, salud, etc., etc. Cuáles acciones tienen en su seno un verdadero potencial transformador resulta una de las preguntas más complejas de responder. Algunas de ellas, pensadas y ejecutadas desde necesidades coyunturales, pueden servir para construir relaciones vecinales que podrían potenciar posteriormente acciones realmente comunitarias. Como una muestra podríamos mencionar esta crónica del conservador Diario La Nación, Buenos Aires, del 12 de noviembre del 2018: «P ensar entre todos: organizaciones y vecinos se ponen sus barrios al hombro», https://www.lanacion.com.ar/comunidad/sin-titulo-nid2190719
8 En este sentido, convendría revisar las lecturas críticas y propositivas que se presentan en el libro Ashish Kothari, Ariel Salleh, Arturo Escobar, Federico Demaria, Alberto Acosta (editores; con contribuciones de 110 personas de todos los continentes), Pluriverso – Un Diccionario del Posdesarrollo , ICARIA – Abya Yala (2019); disponible en librerías o a través de https://icariaeditorial.com/ o https://abyayala.org/Abyayala2018/libreria/ Existe también una edición en inglés: (2019), Pluriverse: A Post-Development Dictionary , Nueva Delhi: Tulik Books and AuthorsUpFront, https://www.radicalecologicaldemocracy.org/pluriverse/
Alberto Acosta. Economista ecuatoriano. Profesor universitario. Ex-presidente de la Asamblea Constituyente de la República del Ecuador.
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