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Carta abierta al Papa Francisco sobre Semanas Santas futuras

Fuentes: Rebelión

En fin, elevar a los pobres hasta un sitio donde puedan resplandecer y cultivar sus valores espirituales mientras viven dignamente. Recursos físicos y financieros hay suficientes en este mundo… La resurrección puede ser ahora, si es que sus fieles poseen tan siquiera un átomo de fe en sus conciencias y un gen de generosidad dadivosa […]

En fin, elevar a los pobres hasta un sitio donde puedan resplandecer y cultivar sus valores espirituales mientras viven dignamente. Recursos físicos y financieros hay suficientes en este mundo… La resurrección puede ser ahora, si es que sus fieles poseen tan siquiera un átomo de fe en sus conciencias y un gen de generosidad dadivosa en su corazón y comportamiento espiritual, social y humano.

Papa Francisco, existen razones para imaginarle sufriente y sufriendo constantemente por los males infinitos que parecen asolar a la humanidad y que no tendrán consolación y cura en este mundo terrenal solamente con plegarias, peregrinajes y apelaciones a las buenas intenciones para remediar esa especie de despiadada crucifixión y muerte de millones de personas, frágiles, desvalidas y condenadas por un destino atroz. Sepa Ud. que se le admira por esa visión suya integral de los problemas esenciales de nuestro mundo en que se funden lo material y espiritual de los seres humanos.

Empezaré con la propuesta y acto seguido con los argumentos que le sirven de fundamento. Se trata de que Ud. y sus representantes en el mundo, convoquen a todos sus fieles, que son millones en el planeta, y entre los cuales se encuentran también millones de individuos millonarios y pudientes en distintas cuantías, para que donen todos los años parte significativa de sus riquezas, desde dinero, joyas, viviendas, tierras, etc., y cuya donación tenga el tamaño de su fe cristiana para sufragar cada año en algunos o todos los países los panes y los otros alimentos que tengan el tamaño del hambre de los pobres, y, además, proveerles de calzado y vestido, de salud y educación, y por supuesto de hogares. En fin, elevar a los pobres hasta un sitio donde puedan resplandecer y cultivar sus valores espirituales mientras viven dignamente. Recursos físicos y financieros hay suficientes en este mundo, y están guardados, sería mejor decir, sepultados en los bancos y en cuanta cajas fuertes existen, para que cada año, o cada día del año, o para Semana Santa, sean librados de la cruz material y espiritualmente tal vez millones de seres humanos, salvadas sus vidas terribles, curados, alimentados, educados, como Jesús manda e hizo durante su vida terrenal. No es sueño, Papa Francisco, inténtelo a ver, y seguro que atraerá y le seguirán los representantes de todas las religiones del mundo, y quizás muchos gobiernos también. No es fácil, Papa Francisco, pero tampoco imposible. La resurrección puede ser ahora, si es que sus fieles poseen tan siquiera un átomo de fe en sus conciencias y un gen de generosidad dadivosa en su corazón y comportamiento espiritual, social y humano.

Observando y escuchando el acto reciente del vía crucis en conmemoración de la Semana Santa en el Coliseo Romano, con el relato y plegarias consiguientes que acompañaron cada una de las estaciones de Jesús crucificado, hasta su muerte, bajada de la cruz, sepultura y resurrección, pensaba que dichas reflexiones, así como las suyas, debían publicarse en todas partes por la realidad injusta en que viven los pobres, por las condiciones de vida inhumanas en que se les mantiene, por las denuncias del tratamiento y políticas aplicados a los casos colectivos o personales de los emigrantes, y que todos cargan, no solo las cruces de una existencia apabulladora, sino que encuentran muros infranqueables o proyectos de construirlos mucho más herméticos, y todas las discriminaciones existentes o inventadas para poner valladares en las relaciones sociales. ¡Y qué decir de las guerras, o de los que amenazan con ellas, o de los que ejercen represalias y bloqueos contra pueblos enteros o, sea, millones de personas condenados por la soberbia de poderes imperiales! En fin, en esa narración y en sus palabras están implícitas las denuncias de naturaleza social, política, humana, filosófica y religiosa del mundo actual.

También en la ceremonia se pudo observar a los cientos o miles de asistentes a la ceremonia, creyentes y religiosos conmovidos, contritos, por la visión de la representación contemporánea de aquellos sucesos de hace más de dos milenios. Esos participantes, todos bien vestidos y quizás muchos, o la mayoría, con enormes riquezas personales, parecían compungidos y ratificaban su fe durante aquel acto.

Fue entonces en que me pregunté si se invitarían y tendrían su asiento también preferencial, en el Coliseo Romano, los pobres, que son la sal de la tierra – los zarrapastrosos- -los ninguneados- -los infelices-, o sea, los integrantes de las clases pobres de donde provenía Jesús y su familia terrenal-, y que también deben poblar algunos sitios de la tierra italiana. En fin, quizás, alguien pueda brindar esta información. Pero sí estaban presentes, sin duda al menos en espíritu y ideas, en el relato ceremonial, todos los pobres, humillados, perseguidos, fugitivos, muertos de hambre, desamparados sin techo, crucificados cada día y todos los días por el egoísmo y la avaricia, y que los condena con la actitud y decisión de «lavarse ls manos» como Pilatos, o más bien como Herodes que anda en el papel de exterminador de un posible redentor que pida con humildad o rebeldía un poco o mucha justicia y una vida digna para todos los desheredados de la suerte. .

Por una razón evidente, Padre Francisco, José Martí, el Apóstol de la libertad de Cuba, llegó a expresar: «Con los pobres de la tierra/ quiero yo mi suerte echar». Y también dijo: «El hombre no tiene derecho a oponerse al bien del hombre».

Hay sin duda un simbolismo en el hecho de que Jesús procediera de una familia de la clase pobre y su trayectoria humana transcurriera en ese estrato de la población y en su medio natural, y sus ideas se propagaran en ella y sus milagros ocurrieran entre la gente necesitada y que su acción más concurrida y también más creadora y festiva para los hambrientos de su mundo, fue cuando viera una gran multitud procedente de la ciudad y tuvo compasión de ellos. Fue en esas circunstancias cuando Jesús «convirtió y multiplicó los 5 panes y 2 peces» y los ofreció generosamente y comieron «como cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños». Por tanto, su doctrina tuvo para los humanos y posibles conversos los dos componentes: el espiritual de la salvación del alma más allá de la muerte inevitable y el material, de cura de los enfermos y alimentación del cuerpo de los hambrientos durante la vida. Y como dice el evangelio de San Mateo «y comieron todos y se saciaron».

Pensando en las contradicciones de este mundo, anterior y posterior a Jesús, y es que la humanidad es mucho más antigua que la que se ha vivido con la fe cristiana y otras doctrinas, no puedo dejar de recordar a los miles de esclavos crucificados en las tierras bajo la égida del imperio romano después de apresados a consecuencia de la derrota de Espartaco, líder de aquella revolución rebelde de gladiadores y explotados en procura de la libertad, y que, para mayor simbolismo, se desató sólo varias décadas antes del nacimiento de Jesús

Y también se me ocurre pensar si hubiera sido posible -es pura imaginación, Papa Francisco- que Jesús hubiera nacido de una familia muy rica de su tiempo. ¿Cuáles serían las moralejas para la humanidad toda, y, en especial para las clases ricas y privilegiadas? Sin embargo, para sacar conclusiones no siempre absolutas ni definitivas, quedó el testimonio sobre EL JOVEN RICO en el evangelio según San Mateo.

Pero como la existencia humana desde su surgimiento ha estado regida por enigmas inextricables, y la historia conocida es en cierto modo la eterna lucha el bien contra el mal, y como la vida callada se desliza como una fuente de ignorado curso, ocurrió un hecho singular en un pequeño país llamado Cuba, en que uno de sus libertadores, Carlos Manuel de Céspedes, nacido el 18 de abril de 1819, hombre de leyes, hacendado rico y dueño de esclavos, justo y próximo a cumplir 33 años, expresó en un poema: «Quise ser el apóstol de la nueva / religión del trabajo y del ruido, / y ya lanzado a la tremenda prueba / a un pueblo quise despertar dormido, / y ponerlo en la senda con presteza / de virtud, de la ciencia y la riqueza».

Y después de reclamar para su pueblo un trato justo para la población criolla de la isla, y los esclavos africanos, y los chinos importados, etc., después de cumplir prisión en varias ocasiones, se lanzó a la lucha armada para conquistar la liberación y redención ansiada. Sus acompañantes principales en un principio en aquella odisea también eran ricos y representantes de todas las capas del pueblo, y se incorporaron a sus filas con una pasión tremenda también los esclavos y los pobres elevados a la condición de libres e iguales en una república soñada que nacía enfrentada a un imperio que llegó a dominar medio mundo.

Así este personaje rico, sacrificó todas sus propiedades, confiscadas por las autoridades coloniales, y errante en los montes a los pocos meses después de su alzamiento libertario entregaba todo lo valioso que personalmente poseía entonces: cuatro mil pesos en efectivo y las prendas siguientes: un par de espolines de plata, un par de brazaletes de oro con ópalos y esmeraldas, un prendedor para reloj de señora, un prendedor esmaltado con esmeraldas y brillantes, un prendedor con esmeraldas, un prendedor de oro con una cruz de brillantes, un juego de sortijas, alfiler y pendientes de brillantes, una gargantilla de brillantes, un sortijón de brillantes, un par de botones esmaltados de brillantes, una sortija de brillantes y rubíes, un reloj de oro patente inglés, una leontina de oro con una cornalina y dos cadenas de oro»

Añadía en su mensaje para hacer efectiva la donación de sus últimas riquezas: «Manifiesto mi sentimiento de no poseer mayores cantidades y alhajas para poder ofrecer en obsequio de la patria».

Era el mismo hombre inconmovible que fue capaz de sacrificar a su hijo, hecho prisionero, cuando las autoridades enemigas pretendieron inducirlo a la traición como canje para liberarlo.

Y ante las matanzas y exterminio que practicaba el ejército opresor, fue capaz de dirigirse a su adversario mayor, a Amadeo I, Rey de España, para expresarle en carta de 1872, lo siguiente: «¡Quisiera Dios que, interpretando bien mis sentimientos y gracia a mis intenciones, se digne a ordenar a la par que lo más conveniente y humanitario, lo mas justo para que cesen tantos horrores!»

Y en su voz cabe recordar lo que confesara en carta el 26 de abril de 1873: «Esto prueba, una vez más, que la idea no muere y que esos hombres, representantes de la idea, la harán brillar a los ojos de todos sus hermanos hasta desde las cumbres del Gólgota». Y meses después, el 5 de noviembre, despojado de su cargo de primer presidente de Cuba, y disfrutando solo de la condición de ciudadano simple y convertido en una sombra viviente y mal viviendo en penuria, expresó su firme convicción:»Y o debía inmolarme y me inmolé. Cristo resucitó después de la cruz…»

Sin embargo, tenía la certeza de que «las empresas de los hombres serían vanas e ineficaces, si no la sostuviese un espíritu de perseverancia. Por eso habéis llevado a cabo las que están llamando la atención del universo».

Y enfrentado siempre a su destino y fidelidad a sus ideas, expresó: » Resignado estoy a mi muerte y aquí como en la hora de mi último suspiro, para nada contaré mis sufrimientos y únicamente rogaré… que conceda algunos días risueños en la tierra a los seres que me han amado, y a estos que me perdonen los dolores que por mi causa han sufrido!».

Y estaba absolutamente seguro de que no tenía motivos para los arrepentimientos: «Mi conciencia está tranquila. Mi consagración a la causa, mis servicios, mis sacrificios están a la vista de todos: : los malos me atacarán, pero los buenos me defenderán (…) la verdad al fin se abre paso y dura».

Además, «mis herederos, que, como yo, no deben desear más que morir por la libertad de Cuba, y una herencia pobre de dinero, pero rica de virtudes cívicas».

Y dijo mucho más: «El porvenir se me presenta sombrío! Yo expirando, abandonado en la roca de Prometeo; mi honor mancillado; mi patria pobre y esclava; mis hijos con el sombrero del pordiosero en la mano, o en los cubículos de la prostitución!… Aparta de mi vista ese horroroso cuadro: no castigues tan cruelmente».

«Querer es poder, sobre todo para los pueblos viriles. Resuélvanse los ricos a sacrificar sus fortunas, los acomodados a renunciar el bienestar, los negros a conquistar su libertad natural, todos a exponer sus vidas, si preciso es, como culto debido a la Patria».

Ese hombre, que no fue santo ni aspiraba a serlo, tres días antes de su muerte estaba enseñando a escribir a algunas personas en un sitio intrincado de la Sierra Maestra, y allí cayó combatiendo solitario frente a una numerosa tropa enemiga. Se desconoce si fue el azar o la delación la causa del hallazgo en aquel remoto territorio.

También tuvo ocasión de meditar sobre la traición y tal vez recordara también el acto traicionero de Judas, -esos actos tan reiterados en la historia-, que entregara a Jesús por los 30 dineros, y afirmó un día: «pero no olvide que no todos los hombres pueden pensar de un mismo modo, y que la traición se disfrace y esconde para que no la veamos aunque esté a nuestro lado». Y concluía con esta sentencia: «¡De mal agradecidos está el infierno lleno!»

Este personaje singular fue reconocido por el pueblo cubano y su historia con el título de Padre de la Patria.

En conclusión, Papa Francisco, reciba Ud. mis afectos y respetos, hay en el mundo suficientes agradecidos que pueden seguirle en las ideas y en las obras, en los sueños y realidades del género humano, es hora de la purificación de los templos y separar de ellos a los mercaderes y corruptos, de convocar a los ricos de todas las edades, a convocar a los obreros desocupados de las viñas, de curar a los enfermos de toda índole y de multiplicar los alimentos para saciar el hambre, de abrirles los ojos a quienes se niegan o no pueden ver, y de educar para la paz, la virtud y la felicidad a toda la humanidad. Es hora de demostrar que con los pobres de la tierra se quiere y se puede echar la suerte.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.