Tras los dos primeros encuentros -Roma, 2014 y Santa Cruz (Bolivia), 2015-, el III Encuentro Mundial de los Movimientos Populares tuvo lugar en Roma del 3 al 5 de noviembre pasado. Participaron en el evento unos 200 activistas de entre los más pobres de la Tierra (cartoneros, recicladores de basura, vendedores ambulantes, campesinos sin tierra, […]
Tras los dos primeros encuentros -Roma, 2014 y Santa Cruz (Bolivia), 2015-, el III Encuentro Mundial de los Movimientos Populares tuvo lugar en Roma del 3 al 5 de noviembre pasado. Participaron en el evento unos 200 activistas de entre los más pobres de la Tierra (cartoneros, recicladores de basura, vendedores ambulantes, campesinos sin tierra, indígenas, desempleados, chaboleros, vecinos de asentamientos populares, etc.) pertenecientes a 92 movimientos populares procedentes de 65 países de los cinco continentes.
Las cuestiones que se abordaron fueron, como en los dos encuentros precedentes, las denominadas tres «T»: «Trabajo, Techo, Tierra», a los que se añadieron esta vez las cuestiones de «la democracia y el pueblo»; el «cuidado del medio ambiente y la naturaleza»; y «los emigrantes y refugiados».
Los participantes se reunieron, durante los dos primeros días, en el Colegio Internacional Pontificio Maria Mater Ecclesiae ubicado en Via Aurelia Antica, en Roma, (sede y seminario mayor de los «Legionarios de Cristo»…).
Entre los participantes figuraban: Juan Grabois, referente de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), de Argentina; João Pedro Stédile, del Movimiento de los campesinos sin tierra de Brasil y de la organización internacional Vía Campesina; Vandana Shiva, filósofa y ecologista india, Premio Nobel Alternativo en 1993; y José «Pepe» Mujica, ex presidente de Uruguay.
El día 5 de noviembre, ya en el seno del Vaticano y después de una misa en la Basílica de San Pedro a la que se accedió por la Puerta Santa de la Misericordia, todos los participantes, más unos tres mil activistas de los movimientos sociales italianos, fueron recibidos en audiencia, en la inmensa Aula Pablo VI, por el Papa.
En su discurso de síntesis, Francisco empezó recordando «los diez puntos de Santa Cruz de la Sierra, donde la palabra cambio estaba preñada de gran contenido, estaba enlazada a cosas fundamentales: trabajo digno para los excluidos del mercado laboral; tierra para los campesinos y pueblos originarios; vivienda para las familias sin techo; integración urbana para los barrios populares; erradicación de la discriminación, de la violencia contra la mujer y de las nuevas formas de esclavitud; el fin de todas las guerras, del crimen organizado y de la represión; libertad de expresión y comunicación democrática; ciencia y tecnología al servicio de los pueblos».
Y definió «un proyecto de vida que rechace el consumismo y recupere la solidaridad, el amor entre nosotros y el respeto a la naturaleza como valores esenciales. Es la felicidad de ‘vivir bien’ lo que la gente reclama, la ‘vida buena’, y no ese ideal egoísta que engañosamente invierte las palabras y nos propone la ‘buena vida'».
¿Qué les dijo, en el fondo, el Papa a los pobres? Esencialmente cuatro cosas:
1) ¡Rebelaos contra la tiranía del dinero! «Hay un terrorismo de base que emana del control global del dinero sobre la tierra y atenta contra la humanidad entera. De ese terrorismo básico se alimentan los terrorismos derivados como el narcoterrorismo, el terrorismo de Estado y lo que erróneamente algunos llaman ‘terrorismo étnico’ o ‘religioso’, pero ningún pueblo, ninguna religión es terrorista. Es cierto, hay pequeños grupos fundamentalistas en todos lados. Pero el terrorismo empieza cuando ‘has desechado la maravilla de la creación, el hombre y la mujer, y has puesto allí el dinero’. Toda la doctrina social de la Iglesia se rebela contra el ídolo-dinero que reina en lugar de servir, tiraniza y aterroriza a la humanidad.
Ninguna tiranía se sostiene sin explotar nuestros miedos. Esto es clave. De ahí que toda tiranía sea terrorista. Y cuando ese terror, que se sembró en las periferias con masacres, saqueos, opresión e injusticia, explota en los centros con distintas formas de violencia, incluso con atentados odiosos y cobardes, los ciudadanos que aún conservan algunos derechos son tentados con la falsa seguridad de los muros físicos o sociales. Muros que encierran a unos y destierran a otros. Ciudadanos amurallados, aterrorizados, por un lado; excluidos, desterrados, más aterrorizados todavía, por el otro.
Tenemos que ayudar para que el mundo se sane de su atrofia moral. Este sistema atrofiado puede ofrecer ciertos implantes cosméticos que no son un verdadero desarrollo: crecimiento económico, avances técnicos, mayor ‘eficiencia’ para producir cosas que se compran, se usan y se tiran, englobándonos a todos en una vertiginosa dinámica del descarte… pero este mundo no permite el desarrollo del ser humano en su integralidad, el desarrollo que no se reduce al consumo, que no se reduce al bienestar de pocos, que incluye a todos los pueblos y personas en la plenitud de su dignidad, disfrutando fraternalmente de la maravilla de la Creación. Ese es el desarrollo que necesitamos: humano, integral, respetuoso de la Creación, de esta casa común».
2) ¡Sed solidarios! «¿Qué le pasa al mundo de hoy que, cuando se produce la bancarrota de un banco, de inmediato aparecen sumas escandalosas para salvarlo, pero cuando se produce esta bancarrota de la humanidad no hay casi ni una milésima parte para salvar a esos hermanos que sufren tanto? Y así, el Mediterráneo se ha convertido en un cementerio, y no sólo el Mediterráneo… tantos cementerios junto a los muros, muros manchados de sangre inocente. El miedo endurece el corazón y se transforma en crueldad ciega que se niega a ver la sangre, el dolor, el rostro del otro.
¿Qué hacer frente a esta tragedia de los migrantes, refugiados y desplazados? Les pido que ejerciten esa solidaridad tan especial que existe entre los que han sufrido. Ustedes saben recuperar fábricas de la bancarrota, reciclar lo que otros tiran, crear puestos de trabajo, labrar la tierra, construir viviendas, integrar barrios segregados y reclamar sin descanso como esa viuda del Evangelio que pide justicia insistentemente (1). Tal vez con vuestro ejemplo y su insistencia, algunos Estados y organismos internacionales abran los ojos y adopten las medidas adecuadas para acoger e integrar plenamente a todos los que, por una u otra circunstancia, buscan refugio lejos de su hogar. Y también para enfrentarse a las causas profundas por las que miles de hombres, mujeres y niños son expulsados cada día de su tierra natal».
3) ¡Revitalizad la democracia! «La relación entre pueblo y democracia. Una relación que debería ser natural y fluida pero que corre el peligro de desdibujarse hasta ser irreconocible. La brecha entre los pueblos y nuestras formas actuales de democracia se agranda cada vez más como consecuencia del enorme poder de los grupos económicos y mediáticos que parecieran dominarlas. Los movimientos populares no son partidos políticos y, en gran medida, en eso radica su riqueza, porque expresan una forma distinta, dinámica y vital de participación social en la vida pública. Pero no tengan miedo de meterse en las grandes discusiones, en Política con mayúscula, y cito a Pablo VI: ‘La política ofrece un camino serio y difícil -aunque no el único- para cumplir el deber grave que cristianos y cristianas tienen de servir a los demás’ (2). O esa frase que repito tantas veces: ‘La política es una de las formas más altas de la caridad, del amor'».
Ustedes, las organizaciones de los excluidos y tantas organizaciones de otros sectores de la sociedad, están llamados a revitalizar, a refundar las democracias que pasan por una verdadera crisis. No caigan en la tentación del corsé que los reduce a actores secundarios, o peor, a meros administradores de la miseria existente. En estos tiempos de parálisis, desorientación y propuestas destructivas, la participación protagónica de los pueblos que buscan el bien común puede vencer, con la ayuda de Dios, a los falsos profetas que explotan el miedo y la desesperanza, que venden fórmulas mágicas de odio y crueldad o de un bienestar egoísta y una seguridad ilusoria.
Sabemos que mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y, en definitiva, ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales».
4) ¡Sed austeros! ¡Huyan de la corrupción! «Así como la política no es un asunto de los ‘políticos’, la corrupción no es un vicio exclusivo de la política. Hay corrupción en la política, hay corrupción en las empresas, hay corrupción en los medios de comunicación, hay corrupción en las iglesias y también hay corrupción en las organizaciones sociales y los movimientos populares. Es justo decir que hay una corrupción naturalizada en algunos ámbitos de la vida económica, en particular la actividad financiera, y que tiene menos prensa que la corrupción directamente ligada al ámbito político y social. Es justo decir que muchas veces se manipulan los casos de corrupción con malas intenciones. Pero también es justo aclarar que quienes han optado por una vida de servicio tienen una obligación adicional que se suma a la honestidad con la que cualquier persona debe actuar en la vida. La vara es más alta: hay que vivir la vocación de servir con un fuerte sentido de la austeridad y la humildad. Esto vale para los políticos pero también vale para los dirigentes sociales y para nosotros, los pastores.
A cualquier persona que tenga demasiado apego por las cosas materiales o por el espejo, a quien le gusta el dinero, los banquetes exuberantes, las mansiones suntuosas, los trajes refinados, los autos de lujo, le aconsejaría que se fije en qué está pasando en su corazón y rece para que Dios lo libere de esas ataduras. El que tenga afición por todas esas cosas, por favor, que no se meta en política, que no se meta en una organización social o en un movimiento popular, porque va a hacer mucho daño a sí mismo, al prójimo y va a manchar la noble causa que enarbola. Que tampoco se meta en el seminario. Frente a la tentación de la corrupción, no hay mejor antídoto que la austeridad; esa austeridad moral y personal.
La corrupción, la soberbia, el exhibicionismo de los dirigentes aumenta el descreimiento colectivo, la sensación de desamparo y retroalimenta el mecanismo del miedo que sostiene este sistema inicuo».
En conclusión, el Papa Francisco citó al fallecido dirigente afroamericano, Martin Luther King, el cual optó por el amor fraterno aún en medio de las peores persecuciones y humillaciones: «Cuando te elevas al nivel del amor, de su gran belleza y poder, lo único que buscas derrotar es los sistemas malignos. A las personas atrapadas en ese sistema, las amas, pero tratas de derrotar ese sistema. (…) Odio por odio sólo intensifica la existencia del odio y del mal en el universo. Si yo te golpeo y tú me golpeas, y te devuelvo el golpe y tú me lo devuelves, y así sucesivamente, es evidente que se llega hasta el infinito. Simplemente nunca termina. En algún lugar, alguien debe tener un poco de sentido, y esa es la persona fuerte. La persona fuerte es la persona que puede romper la cadena del odio, la cadena del mal» (3).
Notas:
(1) Cf. Lc 18,1-8.
(2) Lett. Ap. Octogesima adveniens, 14 de mayo 1971, 46.
(3) Sermón en la iglesia Bautista de la avenida Dexter, Montgomery (Alabama), 17 de noviembre de 1957.
Ignacio Ramonet. Periodista y escritor. Director de ‘Le Monde Diplomatique’ en español