El año 2016 fue testigo de un enorme trasiego de población, sin precedentes en su rango y alcance. Millones de personas huyeron de zonas devastadas por la guerra, los desastres naturales y la violencia. Algunas desbordan los campos de refugiados de los países vecinos, otros cruzan mares peligrosos y caminan cientos de kilómetros para llegar […]
El año 2016 fue testigo de un enorme trasiego de población, sin precedentes en su rango y alcance. Millones de personas huyeron de zonas devastadas por la guerra, los desastres naturales y la violencia.
Algunas desbordan los campos de refugiados de los países vecinos, otros cruzan mares peligrosos y caminan cientos de kilómetros para llegar a tierras más seguras. Otras más buscan refugio en países a medio planeta de distancia.
Miles han muerto en su camino hacia la seguridad, y un sinnúmero más fueron víctimas de violencia y abusos, entre ellos muchas mujeres y niños.
Los conflictos armados y la violencia obligan a los habitantes a salir de sus comunidades, dejándolas sin recursos ni medios para empezar de nuevo. Paralizan las vidas de millones de personas, privando a los adultos de su dignidad y a los niños de su infancia.
Según los datos más recientes del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, 65,3 millones de personas fueron desplazadas forzosamente en 2015, una cifra que se incrementa a un ritmo de 34.000 personas al día.
Del total, 21,3 millones son refugiados y la mitad de ellos menores de 18 años, lo que ejerce una enorme presión sobre los países receptores, donde el aumento repentino de la población hace que se corra el riesgo de sufrir escasez de alimentos y competencia por las limitadas oportunidades de empleo.
En el ámbito rural, los conflictos armados tienen consecuencias devastadoras. Estas zonas, al ser más escasamente pobladas y difíciles de vigilar por las autoridades, ofrecen refugios relativamente seguros para que grupos violentos basen sus operaciones y aterroricen a las comunidades locales.
Esta es una de las formas en que se relacionan los conflictos y el desarrollo rural. De hecho, la relación entre ambos es compleja y estrechamente entrelazada. Además de afectar brutalmente a las comunidades rurales, el conflicto a menudo se deriva de la competencia por la tierra y los recursos naturales, como el agua.
La pobreza, la falta de empleo y de oportunidades de un futuro mejor alimentan el resentimiento y ofrecen a los extremistas tierras de reclutamiento fértiles. Cuando el conflicto estalla, el desarrollo rural se hace difícil, si no imposible.
Por el contrario, las zonas rurales prósperas son más resistentes a los conflictos. La inversión en el ámbito rural con el objetivo de fortalecer a las comunidades locales en la producción de alimentos, la creación de empresas, la infraestructura productiva y básica y la mitigación de conflictos ayuda a prevenir su escalada, promueve la estabilidad y reduce la inseguridad alimentaria provocada por el desplazamiento masivo de los agricultores.
El Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola tiene una considerable experiencia en la prevención de conflictos y en amortiguar sus consecuencias mediante inversiones en una transformación rural, sostenible e inclusiva en África, América Latina y Medio Oriente. Al invertir en el desarrollo rural, podemos ofrecer a la población la opción de permanecer en la zona y la fuerza para resistir el inicio de la violencia.
Al centrarse en la producción agrícola y el desarrollo de negocios rurales, los países se vuelven más resistentes a la escasez de alimentos y la degradación de los recursos naturales. Esto es particularmente importante en los Estados que dependen de la importación de alimentos y que tienen poca o ninguna autonomía en la producción propia.
Por otro lado, el desarrollo de empresas rurales ofrece alternativas a los agricultores y productores para que puedan diversificar sus actividades y fuentes de ingresos e invertir en sus territorios, lo que les hace más proclives a sobrevivir malas cosechas, así como desastres naturales o provocados por la actividad humana.
La construcción de centros rurales con una diversidad de actividades económicas es clave para reducir la presión de las zonas urbanas, altamente pobladas, y crear oportunidades para que los jóvenes planifiquen su futuro en el campo.
El desarrollo es un proceso complejo. Es un rompecabezas social, cultural, religioso, político, económico y tecnológico en el que las piezas cambian constantemente de forma. La inversión en la transformación rural inclusiva fortalece el tejido de la sociedad que armará ese rompecabezas y mantendrá las piezas unidas durante los próximos años.
En las zonas de conflicto, el trabajo y la inversión coordinados de la comunidad internacional son cruciales y deben orientarse hacia la provisión de herramientas y conocimientos a las organizaciones rurales y a las instituciones locales para que se apropien del desarrollo de sus comunidades.
Ese trabajo e inversión debe apoyar a las autoridades locales y nacionales que representan al pueblo para que generen políticas que favorezcan un crecimiento sostenible y pacífico, y para adquirir las habilidades y herramientas para negociar, hacer cumplir y mantener la paz y la seguridad.
Si bien esto contribuye a la consecución de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, también es una obligación moral.
Josefina Stubbs es candidata a presidir el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (Fida), donde fue vicepresidenta adjunta para Estrategia y Conocimiento entre 2014 y 2016.
Fuente: http://www.ipsnoticias.net/2017/01/la-paz-se-siembra-con-el-desarrollo-rural/
Traducido por Álvaro Queiruga