El reciente Congreso Internacional de Agroecología celebrado en Córdoba, en el que se encontraron cerca de 500 personas de 12 países distintos
¿Cómo tendríamos que organizarnos para alimentarnos de otra forma? El reciente Congreso Internacional de Agroecología celebrado en Córdoba, en el que se encontraron cerca de 500 personas de 12 países distintos, nos propuso (re)politizar nuestros sistemas agroalimentarios. Asumir la alimentación como un hecho social del que depende la reproducción de nuestras vidas, nuestra cultura, nuestros territorios. No es, por tanto, reducible a un nuevo nicho de consumo, a una producción crecientemente industrializada o a una búsqueda reducida a facilitar (cada vez para menos gente y en condiciones menos saludables) una ingestión diaria de dos mil y pico calorías.
La falta de (re)politización alimentaria impone varios cercamientos a los habitantes del Sur global y crea una situación de crisis al conjunto de la humanidad. Son cercamientos físicos los monopolios de campos para alimentar la dieta hipercárnica de una minoría. Son cercamientos políticos la intensificación productiva con apoyos públicos; o la «ayuda» alimentaria que propicia un control social de quienes son situados más abajo en nuestras sociedades duales. También sabemos de cercamientos económicos: tendrás que beber de paquetes tecnológicos cada vez más costosos, ajenos e «inteligentes» y venderás a la gran distribución como única salida. No faltan los cercamientos transversales: fundamentalmente mujeres y mayoritariamente las campesinas y campesinos lejanos a las grandes urbes habrán de sostener las cadenas que van de la siembra a la mesa para que los cuerpos y sus lazos sigan sosteniéndose. Y quienes habitamos algún Norte, algún espacio social con ciertas condiciones para la elección y el acceso regular a comida, también recibiremos nuestra parte de la plaga: nutrición no adecuada, participación en un consumo que no para de retroalimentar el cambio climático; desinformación mediática y publicitaria que nos impide destejer el negocio de la comida, alejándonos del derecho a una alimentación saludable, a un medio rural que nos sostenga, y a tecnologías no basadas en los intereses exclusivos de élites y pseudociencia.
¿Qué hacer? Hemos sabido en este y otros encuentros sobre agroecología que aún en condiciones adversas la producción y no sólo la alimentación ecológicas están encontrando resuellos en nuevas iniciativas, en nuevos perfiles de simpatizantes y consumidoras que se acercan por problemas de salud o sensibilidad ambiental. Somos conscientes de que necesitamos disputar esferas de legitimación, investigación y apoyo del régimen organizado de malnutrición del planeta. Tenemos que frenar los epistemicidios que borran saberes fundamentales para la nutrición: sobre biodiversidad, en la cultura gastronómica, en el conocimiento y valoración de nuestros medios rurales y sus formas diversas y específicas de producir de forma sana. Nos han impresionado los testimonios de organización desde abajo de miles de agricultores y agricultoras de La Via Campesina, la visibilización de redes de mujeres a través de proyectos como Ganaderas en Red, saber de renovadoras escuelas agroecológicas que siguen a Paulo Freire o a Ivan Illich por toda Europa y América Latina, entender que la escala no es un problema cuando se cuentan con mimbres de comunalidades (lazos y comunidades) que construyen cooperativismo como la Tozepan en México para más de 30.000 familias, junto con otras iniciativas que trabajan la intercooperación y la defensa de nuestra casa común, como son los mercados sociales-solidarios, las agriculturas (peri)urbanas o las plataformas en defensa del territorio y en apoyo de manejos agroecológicos, propias en este país de una Agroecología en 3 C: aquella centrada en circuitos cortos, cooperación local, cuidados de la casa y de los lazos sociales.
Precisamos reinventar las formas de alimentarnos y las formas de relacionarnos. Innovar no puede significar adaptarse a las tecnologías y concentraciones que impone el actual régimen alimentario, sostenido por instituciones públicas. Son tiempos para un Biosindicalismo Alimentario: organizarse y organizar la producción alimentaria desde el derecho a la alimentación y a la nutrición saludables y adecuadas; fomentar la relocalización de producciones y mercados ante un previsible colapso (energético, económico y social) de nuestros regímenes agroalimentarios; así como impulsar nuestras economías vivas, aquellas enraizadas conjuntamente en economías sociales, solidarias, ecológicas, feministas. En definitiva, la alimentación como eje de lucha frente a las vidas que se arrebatan, se invisibilizan, se malnutren, se desemplean, se agonizan en pos de unos beneficios monetarios que no se pueden comer y que nos suicidan ambientalmente.
¿Y por quiénes y para quiénes? La producción agroecológica que plantea una vinculación sostenible con nuestros territorios, los mundos rurales que luchan por seguir vivos y las excluidas alimentarias de cualquier Sur global, así como las personas afectadas por las consecuencias ambientales y nutricionales del actual negocio de la comida, deberían ser las cuatro patas principales de una articulación que se ancla en territorios pero que quiere disputar conjuntamente regímenes agroalimentarios. Hablo de sindicalismo para recordar las bases de producción, circulación y consumo que tienen los alimentos en el marco de economías capitalistas. Se trata de organizar cadenas de otra forma: biorregiones en lugar de logísticas definidas por mercados centralizadores; circuitos cortos y directos como base para sembrar otras relaciones entre producción y consumo. En definitiva, un nuevo hardware. Para lo que necesitamos así mismo un nuevo software alimentario: unas ciudades que reclaman el derecho a la alimentación, demandando equipamientos esenciales donde asentar esos derechos, asumiendo que deben ceder privilegios en su ingestión de materia y energía hacia territorios más autónomos; un mundo rural que tendría que custodiar dichos territorios para que sigan siendo bienes comunes, nutriendo ciclos que aumentan la fertilidad y no la disminuyen. Lo Bio, por último, no sólo como expresión de cierre de ciclos y producción ecológica, también como esferas de contrapoder que van de la mano de luchas por la justicia ambiental o por la co-gestión solidaria de territorios. Bio que es planetario, articulador entre economías centrales y periféricas donde sucumbe el Sur global, ya muy instalado en los propios países europeos. Bio que niega y contesta las etiquetas de lo «ecológico» entendidas como un certificado, como un nuevo código de barras. Bio que articula el campo alimentario desde demandas de salud, de justicia ambiental, de radicalización de la democracia y de reproducciones centradas en la vida.
Fuente: http://www.eldiario.es/ultima-llamada/Biosindicalismo-alimentario_6_780831928.html
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