Gran parte del andamiaje neoliberal se apoya en el pensamiento del economista austríaco Friedrich August von Hayek, a quien sus discípulos le atribuyen una intensa pasión por la libertad. La libertad, para Hayek, consiste en un «estado, en virtud del cual un hombre no se halla sujeto a coacción derivada de la voluntad arbitraria de […]
Gran parte del andamiaje neoliberal se apoya en el pensamiento del economista austríaco Friedrich August von Hayek, a quien sus discípulos le atribuyen una intensa pasión por la libertad. La libertad, para Hayek, consiste en un «estado, en virtud del cual un hombre no se halla sujeto a coacción derivada de la voluntad arbitraria de otro u otros». También describe a la libertad como «independencia frente a la voluntad arbitraria de un tercero».
Hasta aquí podríamos convenir que su definición, no muy original, está encuadrada dentro de los valores alcanzados por el pensamiento universal. Pero, si avanzamos un poco más en el cuerpo de ideas que sustentan al modelo económico expresado en el Consenso de Washington, que ha sembrado penurias sobre centenares de millones de seres humanos y se halla empeñado en seguir sembrándolas, nos encontramos con una perla que nos permitirá comprender mejor el accionar de los discípulos de Hayek, especialmente de aquellos que se sientan en los mullidos sillones del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y de la Organización Mundial de Comercio.
Profundizando en el tema de la libertad, Hayek considera que «el problema consiste en que numerosas libertades carecen de interés para los asalariados, resultando difícil frecuentemente hacerles comprender que el mantenimiento de su nivel de vida depende de que otros puedan adoptar decisiones sin relación aparente alguna con los primeros. Por cuanto los asalariados viven sin preocuparse de tales decisiones, no comprenden la necesidad de adoptarlas, despreciando actuaciones que ellos casi nunca necesitan practicar».
Vayamos por partes, dice Hayek «el problema consiste en que numerosas libertades carecen de interés para los asalariados…». En este punto -y sin generalizar- podríamos convenir con el economista austríaco que tiene razón. El centro de la cuestión consiste en interrogarnos sobre el por qué de esa carencia de interés.
En una oportunidad el sacerdote Edgardo Montaldo, que atiende un comedor popular en el barrio Ludueña de Rosario, Argentina, contaba que al salir a sacar los residuos del mencionado comedor se encontró con un cartonero, con quien mantuvo un diálogo sobre el papel de la Iglesia Católica en relación con el Estado. «Padre -le dijo el cartonero- los problemas comenzaron con el emperador Constantino», aludiendo al gobernante romano que adoptó el cristianismo como credo oficial del imperio y con ello, suscitó las primeras contradicciones entre los más necesitados y la religión que -desde ese momento- se hallaba apegada al poder.
¿Cuántos cartoneros realizan estas reflexiones de manera cotidiana? ¿Cuántos cartoneros disponen de la tranquilidad suficiente, para discurrir en razonamientos que vayan más allá de la necesidad de obtener la subsistencia diaria para su familia?
¿A cuántos compatriotas reducidos a la miseria se les brindó la posibilidad de acceder a una formación mínima, como la que probablemente dispone el cartonero que dialoga con el padre Montaldo sobre el Imperio Romano?
Si bien el académico austríaco habla de asalariados y no de excluidos (uno de los resultados prácticos de su teoría), podemos perfectamente incorporar a los asalariados a esta situación de precariedad, habida cuenta que gran parte de los trabajadores en relación de dependencia se hallan por debajo de la línea de pobreza.
Muchas libertades, profesor Hayek, «carecen de interés -como usted dice- para los asalariados» simplemente porque no las conocen. Y, no las conocen porque el trabajo en este sistema social tiene un carácter embrutecedor, aunque se trate de una labor calificada. El asalariado no solo es explotado, es decir no retribuido materialmente por el total del trabajo realizado, sino que además se halla desposeído de lo que produce. Un trabajador de la carne -para dar un ejemplo- no lleva a su mesa los mejores productos que manufactura, un albañil no vive con el confort de las casas que construye.
Entonces, frente al concepto liberal de la libertad, resulta oportuno recordar otra definición. Para el marxismo la libertad es el conocimiento de la necesidad. Cuando los asalariados comienzan a conocer cuales son sus necesidades; esto es, cuando descubren que tienen los mismos derechos para satisfacer sus necesidades que sus empleadores, en ese preciso momento están ampliando el círculo de su libertad. Aunque no puedan disfrutarla plenamente, saben que les pertenece y dispondrán de mayor voluntad para luchar para alcanzarla plenamente.
Cuando Hayek dice que resulta «difícil frecuentemente hacerles comprender que el mantenimiento de su nivel de vida depende de que otros puedan adoptar decisiones sin relación aparente alguna con los primeros»; lo que está pretendiendo, en rigor, es que la mayoría de la población acepte alegremente las políticas que les acarrearán sus penurias.
«¡El empobrecimiento del individuo, ‘libremente consentido’, se hace pasar por libertad suprema!», señala el sociólogo francés Henri Lefebvre, cargando las tintas contra las mentiras del capital.
La libertad suprema, en el pensamiento real de Hayek, se halla en manos del mercado. Para ser más precisos: se halla en manos de la ínfima minoría que dispone de los inmensos recursos económicos expropiados durante décadas y siglos a la sociedad. Es por ello que, cuando Hayek manifiesta que no existe ningún método conocido, fuera del mercado competitivo, que permita obtener a los actores el mayor producto posible para la comunidad; en realidad lo que quiere decir es que es el capital -y no los trabajadores- el que produce la riqueza y que los encargados de distribuirla deben ser los poseedores de esas riquezas. Esta fórmula ya logró el «éxito» de excluir a cinco mil millones de pobres e indigentes del planeta Tierra.
Conocer el pensamiento que sustenta -por ejemplo- la propuesta del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), constituye un buen camino para defender nuestra libertad frente a la «libertad» de los mercados.
Algunas veces ciertos dirigentes del establishment internacional se permiten decir con cinismo lo que en realidad piensan. Estas actitudes nos permiten conocer el verdadero sentido de las cosas. Una contribución en tal sentido la proporcionó el secretario de Estado de los Estados Unidos, Colin Powell, cuando afirmó: «Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar a las empresas norteamericanas, el control de un territorio que va del polo ártico hasta la Antártida, libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, para nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio». Esta es la mejor traducción respecto de la actitud distributiva de los mercados, expresada por el teórico Hayek.
La experiencia del NAFTA, sigla en inglés del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, demuestra que México -a pesar de que exhibe indicadores macroeconómicos positivos- tras 20 año de políticas neoliberales, no logra encontrar una ruta que conduzca al crecimiento sostenido, la generación de empleos, el abatimiento de la pobreza, es decir, al incremento del bienestar de la población. Por el contrario, la evidencia apunta hacia un deterioro en los niveles de vida de los mexicanos. En términos sociales y ambientales el modelo neoliberal ha fracasado. México es un país con mayor pobreza, mayor deterioro ambiental y social, más inseguro y más pesimista sobre su futuro que hace un cuarto de siglo.
Felizmente, una ola de crecimiento de la conciencia recorre todos los rincones de América latina. En cada uno de los países se desarrollan actividades de esclarecimiento, de organización y de lucha frente a la falacia del libre comercio.
La Red Ciudadana frente al Comercio y la Inversión, el Movimiento Popular de Resistencia 12 de Octubre y otras organizaciones sociales salvadoreñas, se reunieron con la comisión de la Asamblea Legislativa que discute la ratificación del Tratado de Libre Comercio Centroamérica-Estados Unidos, para solicitarles que no lo ratifiquen y que, por el contrario, trabajen por una integración solidaria, sustentable y con justicia social.
Por su parte, la XVII Asamblea Plenaria del Parlamento Indígena de América, reunida en Quito entre el 2 y el 5 de junio, manifestó su temor de que los tratados de libre comercio, propiciados por Estados Unidos, se conviertan en instrumentos de dominio para nuestros países. Ante tal situación, demandó a los gobiernos del continente la realización de consultas populares vinculantes, con respecto al ALCA y demás decisiones que afecten a la economía y a los recursos naturales.
En nuestro país, el jueves 1º de julio comenzaron las Segundas Jornadas de Consulta Popular contra el ALCA; por el no pago de la deuda externa ilegítima y fraudulenta; contra la presencia militar extranjera y los ejercicios conjuntos; y contra la pobreza, fruto de la aplicación de las políticas neoliberales. Estas jornadas finalizarán el próximo jueves 8 de julio y está previsto -en el mes de setiembre- la entrega de las firmas al Poder Ejecutivo nacional, solicitando la convocatoria a una consulta popular de carácter vinculante.
«Durante siglos -señaló el General Ulysses Grant, jefe de los ejércitos nordistas y presidente de los Estados Unidos entre los años 1869 y 1877- Inglaterra se apoyó en el proteccionismo, lo apoyó hasta límites extremos y logró resultados satisfactorios. Luego de dos siglos, consideró mejor adoptar el libre cambio, pues pensó que el proteccionismo ya no tenía futuro. Muy bien, señores, el conocimiento que yo tengo de nuestro país me lleva a pensar que, en doscientos años, cuando los Estados Unidos hayan sacado del proteccionismo todo lo que él puede darles, también adoptará el libre cambio».
Emitido en el programa Hipótesis y publicado en el sitio www.hipotesisrosario.com.ar
03/07/04