Las insuperables fábulas de La Fontaine enseñan que «la desgracia de unos constituye la felicidad de otros». La página mordaz Xymphora (7 de enero) enumera cuatro «ventajas» del tsunami para Estados Unidos: 1) Merma aún más a los tigres asiáticos, países cuyo éxito había sido embarazoso para el modelo rapaz de desarrollo mundial de Estados […]
Las insuperables fábulas de La Fontaine enseñan que «la desgracia de unos constituye la felicidad de otros». La página mordaz Xymphora (7 de enero) enumera cuatro «ventajas» del tsunami para Estados Unidos:
1) Merma aún más a los tigres asiáticos, países cuyo éxito había sido embarazoso para el modelo rapaz de desarrollo mundial de Estados Unidos
2) Provee inmensas oportunidades a los amigos de la administración de Bush para enriquecerse por medio de lucrativos contratos de abastecimiento de emergencia en la misión de socorro
3) Le otorga a la flota de Estados Unidos la justificación para encontrarse en lugares en los que en otras circunstancias no podrían estar, así como enormes oportunidades para descargar cualquier cargamento, que luego podría utilizar útilmente en el Océano Índico
4) Provee la oportunidad para una exhibición ostentosa de la buena voluntad de Estados Unidos, que puede ser empleada para una campaña de propaganda para restaurar la imagen de ese país en el mundo». Los cuatro puntos van viento en popa.
Una crítica feroz de Free Internet Press (7 de enero), que proclama ofrecer «noticias sin censura para la gente real» (sic), propina un golpe demoledor que se puede prestar a interpretaciones dolosas y hermenéuticas:
«El ejército de Estados Unidos y el Departamento de Estado recibieron aviso temprano del tsunami, pero hicieron muy poco para alertar a los países asiáticos. La base naval estadounidense en el atolón de Diego García en el Océano Índico fue notificada y salió ilesa».
El economista Michel Chossudovsky, tremendo crítico canadiense, realizó una extensa investigación que cuestiona sarcásticamente:
«¿Por qué el Departamento de Estado quedó mudo sobre la existencia de una catástrofe inminente?». («Conocimiento de un desastre natural: Washington sabía que un maremoto letal se fraguaba en el Océano Índico»: Centre for Research on Globalisation, 29 de diciembre). ¿Se trata de otro encubrimiento similar al del paradigmático 11 de septiembre? Como de costumbre, las teorías conspirativas abundan en Internet y varias son verdaderamente descabelladas, pero otras nos dejan perplejos. A ver quién es capaz de contestar en el mundo la pregunta de BBC News (5 de enero): «¿Por qué la base de Estados Unidos se salvó del tsunami?».
De no haber sido porque lo publicó The Jerusalem Post, diario israelí vinculado al partido Likud y a los ultrahalcones de Estados Unidos -cuyo director es el influyente israelí-estadounidense Richard Perle-, debemos confesar que no nos hubiéramos atrevido a cruzar el Rubicón informativo, por ser «políticamente incorrecto» (es decir, no es la moda mediática), sobre la temeraria aseveración de la revista egipcia Al-Usbua (que en árabe significa «hebdomadario»; 6 de enero), que repite el periódico israelí: «Fue provocado posiblemente por un experimento nuclear en el que los expertos nucleares de Israel y Estados Unidos participaron» (…).
¿Pueden las pruebas nucleares submarinas, difícilmente detectables, a diferencia de las pruebas atmosféricas y subterráneas, provocar un tsunami? Desde luego que sí. Dependiendo de la magnitud de la prueba nuclear (en la actualidad no existen explosiones «menores»; todas son superiores a las de Hiroshima y Nagasaki) y la ubicación (por ejemplo, en la cercanía de una placa tectónica o de una zona geológicamente sensible, sin soslayar que existe el antecedente en los últimos tres siglos de tres tsunamis en el Cinturón de Fuego), es científicamente creíble. Pero de allí a deducir y/o inducir, sin evidencias concluyentes, parece a primera vista temerariamente descabellado. (…)
Como el 11 de septiembre de 2001, en términos geopolíticos no importa tanto si el tsunami fue natural o provocado: otra vez el gran beneficiado resultó el unilateralismo bushiano, independientemente de la autoría natural o artificial. Desde luego que sí importa en términos humanos y humanistas, para prevenir otros tsunamis, sean «naturales» o provocados. En este último caso, tan sencillo como abolir las pruebas nucleares submarinas por ser de lesa humanidad en el mayor grado de criminalidad planetaria. Pero a nuestro juicio, fue tan criminal haber provocado, como haber ocultado deliberadamente a las 13 naciones afectadas, con varias horas de antelación, un cataclismo que a todas luces era previsible y prevenible. El resultado es el mismo.
Para beneficio de un análisis descontaminado de la ausencia de evidencias concluyentes, eliminamos de tajo la posibilidad causal del experimento nuclear submarino -sin desechar la obligatoriedad de investigar la hipótesis operativa de Al-Usbua sobre la(s) presunta(s) prueba(s) nuclear(es) en el Océano Índico-, y observamos que el epicentro del tsunami «natural», frente a la superestratégica región de Aceh-Sumatra (Indonesia) -pletórica en gas y yugular del transporte comercial marítimo entre el Océano Índico y el mar del sur de China-, tuvo un increíble tino de alta precisión geopolítica, que beneficia a Estados Unidos como a nadie.