Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández
«Hay un caos bajo el cielo y las cosas no podrían mejorar».
Mao Zedong«El mayor peligro para el Partido desde que llegó al poder ha sido la pérdida de contacto con las masas».
Hu Jintao.
SHANGHAI.- En cualquier lugar de la China urbana desarrollada -Shanghai, Beijing, Guangzhou-, la predicción es la misma: La próxima «rebelión contrarrevolucionaria» -según definió el Partido Comunista el levantamiento estudiantil de la Plaza de Tienanmen en 1989-, si llega a producirse, será una revolución campesina. Los diplomáticos extranjeros, los académicos chinos en Pekín y los jóvenes urbanos, ‘profesionales conectados con internet en Guangzhou’, han hablado con Asia Times Online en términos inequívocos: entre el liderazgo de la «cuarta generación» del Partido, nadie quiere volver a las formas maoístas de autarquía económica y aislamiento en política exterior.
Sin embargo, la mayoría, y nadie del liderazgo -al igual que los intelectuales más influyentes-, no desea que el Partido Comunista sea derribado por fuerzas pluralistas que defiendan una democracia multipardista que pudiera suponer, en palabras de un erudito pekinés, «una desestabilización impredecible y muy peligrosa». Hay un leve detalle más: qué harán mil millones de campesinos chinos con todo esto. Véase Chen Guidi y Wu Chuntao.
En todas las zonas de la China urbana desarrollada el mensaje era el mismo: «No hay ninguna posibilidad de que puedas ir de forma inadvertida a Hefei (en la provincia de Anhui, en el este de la China Central) para hablar con Chen Guidi. Le está estrictamente prohibido por el buró de Seguridad Pública hablar con la prensa extranjera. Y si un nacional chino hace por ti una entrevista, su vida estará en peligro.» Marido y mujer, Chen Guidi y Wu Chuntao, son una pareja muy peligrosa. Todo a causa de un libro, el famoso Zhongguo Nongmin Diaocha o «Estudio sobre la China Campesina» publicado en enero de 2004, prohibido por el Departamento de Propaganda del Partido Comunista en marzo del mismo año, justo antes de la inauguración de una nueva sesión del Congreso Nacional Popular (CNP). Se convirtió en un explosivo megabestseller clandestino – se han llegado a vender más de siete millones de copias pirata. El volumen de tapas amarillas de 460 páginas, con el título en caracteres negros, puede encontrarse fácilmente bajo cuerda -clandestinamente- o incluso en algunas librerías por 22 yuanes (2,65 $USA).
La bomba de relojería
El pasado octubre, El Estudio sobre la China Campesina ganó el prestigioso Premio de las Letras Ulises, patrocinado por la revista de las letras alemanas. El valiente y emocionante reportaje literario describe la explotación, injusticia social y opresión política en la China rural – así como algunas historias extraordinarias de resistencia. Les llevó tres años escribirlo y en ello se fueron todos los ahorros de los Chen y los Wu. Visitaron más de 50 ciudades a través de la provincia agrícola de Anhui, hablaron con montones de funcionarios con experiencia en Beijing e interrogaron a miles de campesinos para explicar cómo, en su loco impulso urbanístico, el Partido no sólo había olvidado a 900 millones de campesinos -privados de cuidados sanitarios decentes, bienestar, educación, derecho a tener más de uno o dos niños- sino que también los había tratado duramente, sumiéndoles en un guaiqian (círculo vicioso) en el que nada fundamental ha cambiado, en una estructura social que ha estado explotando a los campesinos chinos de forma sistemática durante siglos.
Se destaca un modelo que se repite constantemente: si un campesino, por ejemplo, acusa de corrupción a un jefe local del partido, va inevitablemente a la cárcel acusado de «provocar disturbios». El problema-clave en el libro -así como en la modernización de China- es la corrupción. Un capítulo entero detalla cómo los funcionarios rurales y locales del Partido tergiversan las cifras sobre sus ingresos extras para engañar a sus líderes en Beijing.
Ambos, Chen, nacido en 1943 en la provincia de Anhui, y Wu, nacida en 1963 en la provincia de Hun, vienen de familias campesinas y pasaron sus infancias en el campo antes de trasladarse a la China urbana. Cuando volvieron a sus raíces, como escriben en el prólogo, «observamos una pobreza inimaginable y una maldad impensable, vimos unos sufrimientos increíbles y un abandono impensable, una resistencia inimaginable y un silencio incomprensible, y una tragedia insoportable que nos han conmovido profundamente…»
Se lee en un pasaje típico: «Los granjeros trabajaban todo el año para conseguir unos ingresos medios anuales de 700 yuanes. Muchos campesinos viven en chozas de barro que son oscuras, húmedas, pequeñas y en mal estado. Algunas incluso tienen tres tejados hechos con corteza de árbol porque no pueden permitirse comprar ladrillos. Debido a la pobreza, una vez que alguien cae enfermo, aguanta si es una enfermedad sin importancia y si es grave, espera simplemente la muerte. Había 620 hogares en todo el pueblo, de los cuales 514, es decir, el 82,9%, estaban bajo la línea de la pobreza. Pero incluso aunque el pueblo sea muy pobre, los líderes tienden a alardear y exagerar sus realizaciones, y el resultado es que el gobierno quita al pueblo en cuestión de la lista de pueblos empobrecidos. Además, los campesinos se ven agobiados con impuestos y exacciones desorbitadas.»
Chen no es un inconformista: es miembro de la respetada, y reconocida a nivel estatal, Asociación de Escritores Chinos. Chen y Wu no son definitivamente «revisionistas» – el pecado ideológico imperdonable. Son fundamentalmente reformistas moderados que creen que el partido puede transformarse: uno de los capítulos del libro hace un tributo entusiasta al carácter justo del Presidente Wen Jiabao, quien en otro tiempo sólo era un funcionario corriente. Sin embargo, el libro tuvo capacidad para asustar a los líderes de la cuarta generación porque describe gráficamente las situaciones de una época-bomba – la cara oculta del esplendor leninista en Beijing, Shanghai y Guangzhou. Aporta todo tipo de detalles acerca de la situación de las masas rurales, que no han mejorado casi nada desde que se introdujeron las reformas de Deng Xiaopin a finales de los años setenta. La media anual de ingresos en Shanghai, 14.000 yuanes (1.790$), es siete veces más alta que en la rural Anhui, 2.100 yuanes. En pocas palabras, los ingresos anuales de un campesino en la China de hoy en día no llegan más que a la sexta o séptima parte de los que tiene un profesional urbano – pero paga tres veces más impuestos, junto a una plétora de impuestos locales de legalidad discutible. Además, no se habla de los millones de personas que subsisten con menos de 2 yuanes (24 centavos) al día.
Un sistema, dos países
En la práctica, la China real de «un país, dos sistemas», está representada por el decrépito huji zhidu maoísta o sistema de registro de propiedades, que ata a los campesinos a sus tierras y ha sido un instrumento clave para hacer cumplir la colectivización agrícola. La cuarta generación es más que consciente del anacronismo que supone. Hace tiempo, Luo Gan, miembro del Comité Permanente del Politburo y encargado de la policía y del sistema legal, propuso un sistema de registro único para todos los chinos. El Consejo de Estado lo aprobó, pero su puesta en marcha ha sido muy lenta. Según el nuevo sistema, los campesinos pueden emigrar a las ciudades mientras tengan posibilidades de encontrar un trabajo. Muchos no encontraron trabajo, pero siguen emigrando con la esperanza de encontrarlo.
La desigualdad social en China es mucho más grave que en la India. Un reciente estudio de la Academia China de Ciencias Sociales dice que actualmente es la zona más depauperada del planeta, a excepción de los países más atrasados del Africa Subsahariana. La «cuestión del campesinado» en China supone una crisis económica, social y política de proporciones inmensas. Los eruditos de la ACCS estiman que, desde el comienzo de las reformas de Deng, han escapado de la pobreza 270 millones de chinos. Eso no es suficiente en una nación de 1.300 millones de personas. La cuestión crucial es cómo «un sistema, dos países», donde 400 millones de personas avanzan mientras 900 millones se quedan atrás, puede tener posibilidad de coexistir. No importa el ritmo del milagro económico, mil millones de campesinos -el 80% de la población total- jamás se van a poder asimilar en su totalidad.
De cualquier modo, el impacto del libro de Chen y Wu ha sido tremendo. En marzo del pasado año, durante el Congreso Popular Nacional, la cuarta generación actual se las arregló para criticar la obsesión de la tercera generación por la tasa de crecimiento del producto nacional bruto chino, y ahora están inmersos formalmente en una nueva estrategia de desarrollo más respetuosa con el pueblo y con el medio ambiente chino. El primer ministro Wen, aliado reformista del presidente y jefe de partido Hu Jintao, acuñó el eslogan esencial de «Los tres problemas del campesinado: campesinos, pueblos y agricultura». Pero el problema fundamental sigue siendo la corrupción – que concierne estrictamente a los funcionarios del Partido Comunista. Es una contradicción tremenda. El Partido vota para intentar resolver la «cuestión del campesinado», pero al mismo tiempo no puede sencillamente soportar que 900 millones de campesinos sean, de hecho, una subclase, o la idea de que el Partido mismo es el responsable de esa situación.
Desde luego, la saga Chen-Wu, continuó. Zhang Xide, el antiguo secretario del partido de condado de Linquan archivó un libelo contra ellos en el que se pedía el equivalente a 24.000 dólares en daños y perjuicios en el juzgado de su zona, en el condado de Fuyang, donde su propio hijo es el juez. Los abogados de Chen y Wu intentaron cambiar el juicio a una población neutral. La petición fue denegada. Chen y Wu dejaron muy claro a todo el mundo que, de hecho, estaban siendo perseguidos en la provincia de Anhui: en otras palabras, estaban siendo perseguidos por el brazo del Partido Comunista.
El año pasado, en una entrevista en Radio Asia Libre, Chen hizo hincapié en que los campesinos chinos constituyen el 40% de todos los campesinos del mundo, por tanto, no es sólo un problema chino sino un problema mundial. La pareja ha reunido suficiente material para poder hacer tres libros más sobre «la cuestión campesina» y están ya escribiendo un nuevo libro sobre su batalla legal, «Luchando por los Campesinos en los Tribunales».
El mes pasado, el abogado de Chen en Beijing, Pu Zhiqiang, se vio obligado a enviar una carta oficial al Tribunal Popular de Segunda Instancia de la ciudad de Fuyang, en la que alegaba que el tribunal había excedido el tiempo límite de seis meses para tomar una decisión en los casos de libelo. Pu comentó también de forma significativa lo que todo el mundo sabe ya – el estruendoso silencio de los medios de comunicación chinos sobre todo el asunto. La libertad de prensa y la prohibición de libelos contra los individuos están recogidas en la Constitución china. Pero el concepto de acusar a un funcionario del Partido en favor de los intereses públicos escapa simplemente de la imaginación del sistema oficial, según periodistas chinos de Shanghai y Guangzhou – y tampoco se contemplará por la nueva Ley sobre los Medios que está siendo enmendada en la actualidad. Como dijo Pu Ziqiang al periódico Yazhou Zhoukan el pasado septiembre. «Este caso puede considerarse realmente como el juicio del siglo, porque está obligando al sistema legal a tener que resolver una cuestión importante: «Si los medios de comunicación tienen derecho a criticar las fechorías de las organizaciones gubernamentales y funcionariales.»
Profesionales urbanos de éxito en Shanghai y en Guangzhou son unánimes: el caso de libelo contra Chen y Wu demuestra cómo la ley, para el Partido, es un instrumento de control, y cómo, para la sociedad china, debería funcionar como un freno a los funcionarios de partido y como una vía para proteger los derechos individuales. El Primer Ministro Wen, según diplomáticos en Pekín, es un defensor del sistema neo-autoritario al estilo de Singapur para China. Aunque hay una enorme diferencia: Singapur puede haber sido un Estado de partido único desde los días de Lee Kwan Yew a principios de los sesenta pero, esencialmente, allí no hay corrupción.
Todo lleva al mismo punto: ¿es reformable el ultra-autoritario sistema chino?. Abundan las contradicciones dialécticas. Según un erudito pekinés, el Partido reconoce que los tribunales deben ser imparciales y confían en que el país pueda enfrentar lo que muchos consideran como un volcán social inminente. Los tribunales deberían tener un papel importante en la lucha contra la corrupción y en la mejora del gobierno. Al mismo tiempo, los líderes del partido temen que la primacía de la ley signifique un claro e inminente peligro para su monopolio del poder.
Otro eslogan nuevo señala que la cuarta generación está caminando hacia la consecución de una «Amplia Sociedad de Bienestar», que establece que los niveles del PNB en 2020 serán cuatro veces superiores a los del 2000. La pregunta que está en boca de todos es cómo ese desarrollo va a combinar el persistente ideal comunista de una sociedad que por definición tiene que eliminar la pobreza, proteger el medio ambiente, evitar las guerras y crear oportunidades para todos sus ciudadanos.
Los ejércitos de la noche
En la China urbana, la última amenaza, el peligroso Otro, el Extraño, no es un terrorista extranjero: es el mingong, el trabajador campesino chino emigrante.
Más de 200 millones de mingong están vagando por China. Por lo menos un 25% no consiguen que sus empleadores les paguen, o el pago miserable se demora para antes del Nuevo Año Lunar Chino. Según Cheng Peiyan, miembro del Consejo Estatal de China, no se ha pagado a los mingong el equivalente a más de 13.000 millones de dólares; en algunos casos las deudas se retrotraen a más de diez años. El sesenta por cien de los mingong tiene que trabajar más de diez horas al día. Y el 97% no tiene ninguna seguridad sanitaria. Los profesionales urbanos de Shanghai insisten en que técnicamente, al menos por ahora, ningún campesino chino puede soñar con tener un empleo formal.
Puedes divisar a un mingong desde varias millas de distancia. Sus ropas de trabajo, azules o marrones, están raídas y cubiertas de polvo; son más delgados que el chino medio; y son también más bajos, lo que provoca gran discriminación debido a su estatura. Para cualquiera que perciba sus dificultades, son los heroicos y desconocidos protagonistas del espectacular milagro económico de China. En las grandes ciudades hay ahora más población flotante de mingong que trabajadores urbanos.
Sus ejércitos pueden verse en innumerables sitios en construcción en Shanghai y Beijing, viviendo en refugios más hacinados que celdas de prisión, con los más afortunados de entre ellos ganando 70 yuanes al día por una jornada de trabajo de 12 horas, con apenas un descanso de 30 minutos, y los recién llegados consiguiendo tan sólo 30 yuanes al día. Deben registrarse en el ayuntamiento cada dos meses y no tienen prácticamente ningún derecho a nivel sanitario ni educativo. Sólo en Shanghai hay más de tres millones, levantando al menos una torre de oficinas cada semana. Si se tuvieran en cuenta todos los mingong que no están registrados, la población de Shanghai excedería en la actualidad de los 20 millones. En el actual invierno pekinés, ya avanzada la noche, se les puede ver trabajando en las calles, soportando temperaturas heladoras y vientos despiadados del desierto del Gobi. Algunas veces, a la luz de un relámpago, se pueden divisar sus siluetas mirando con anhelo las deportivas fuera de sus posibilidades y los teléfonos móviles que relucen tras los escaparates de los grandes almacenes.
Y hay también chicas, en Guangzhou, Shenzen, Dongguan, hordas de trabajadoras manuales ocupando las cadenas de montaje en la «fábrica del mundo», la provincia de Guangdong, haciendo camisetas, pantalones y deportivas como churros y se pueden encontrar jóvenes semi-analfabetas de la provincia desértica de Gansu convertidas en guías de turismo en el vecino Tibet.
Pronto, el ejército de mingong regresarán a sus provincias para el Año Lunar Chino del Gallo
-sus únicas vacaciones- atestando las estaciones de tren con sus descomunales bolsones de nylon de rayas rojas, blancas y azules atiborrados de regalos para sus familias y preciosos y sucios sobres conteniendo todos sus ahorros (hasta el 90% de todo lo que ganan). Esta migración anual interior china es mucho mayor que la del hajj (a La Meca).
El Partido pierde su control
El campo se va alterando un poco más cada día. En 2003 -la última fecha disponible- hubo no menos de 58.000 «disturbios cívicos» que afectaron a más de 3 millones de personas. Una masa de 10.000 personas incendió los coches de policía en Chongqing, 100.000 manifestantes obligaron a retrasar un proyecto de embalse en Sichuan, 20.000 mineros y sus familias se amotinaron contra los despidos y pérdidas de pensiones en una mina en bancarrota en el deprimido noreste. La norma oficial en los medios de comunicación fue la de un estruendoso silencio. Se da por descontado que en todas las ciudades, a excepción de Beijing que tiene muchos efectivos de policía, se ha tenido que hacer frente a manifestaciones o erupciones de violencia espontánea.
Los profesionales de los medios de comunicación en Shanghai han destacado la absoluta ausencia de una organización poderosa que reúna en torno a ella a gentes por todo el país. Un intelectual de la provincia de Henan está convencido de la absoluta necesidad de una rebelión a nivel nacional. Pero en conversaciones con los profesionales urbanos de Guangzhou, la absoluta mayoría admite que no ocurrirá nada «debido a los siglos de sistema feudal de explotación en China».
De cualquier forma, la lucha de clase está viva y se extiende por todo el campo chino, enfrentando a los granjeros ricos contra el ejército creciente de mingong sin tierra – pueden ir errando pero siempre mantienen lazos estrechos con sus pueblos natales. La mano de obra sobrante en el campo puede alcanzar la friolera de 450 millones de personas, según las predicciones más alarmistas, con por lo menos 26 millones intentando anualmente buscarse la vida en las grandes ciudades.
Un total de 100 millones de campesinos trabajan normalmente en las denominadas «empresas de pueblos y ciudades pequeñas». Estas crecieron muy rápidamente en los primeros años de las reformas de Deng, pero últimamente han sucumbido ante compañías mejor equipadas con sede urbana o extranjera. Se ha absorbido ya todo el sobrante de mano de obra que se podía asumir.
Como un hombre de negocios de Guangzhou explica, el ejército de desempleados ha estado creciendo debido a dos factores unidos – la entrada de China en la Organización Internacional de Comercio (OIC), al mismo tiempo que los despidos masivos de las empresas de propiedad estatal (EPE): «Hay muchas ciudades que están obligando a los ciudadanos a volver al campo debido a que el desempleo está ahora afectando a nuestros propios residentes». Y cuando estos millones de campesinos regresan, no encuentran nada en lo que confiar y, al mismo tiempo, niveles penosos en educación y sanidad que no han sufrido ninguna transformación. Los economistas chinos dicen que el proceso ha sido inevitable desde que se erosionó la producción colectiva en beneficio de la entidad campesina familiar individual.
¿Un Tienanmen campesino?
El peligro final letal para el Partido Comunista Chino es la aparición de protestas campesinas con manifestaciones urbanas -campesinos, mingong, antiguos empleados del Estado-, todos los perdedores unidos. De ahí las acciones recientes del Presidente Hu afirmando su mano de hierro.
La nueva estrategia del Partido para contraatacar todos estos problemas, dicen los eruditos de la Academia China de Ciencias Sociales, es impulsar la demanda de consumo doméstico. Esto supone un cambio notable. El antiguo primer ministro Zhu Rongji y los conservadores basaron sus políticas económicas en el crecimiento alimentado por grandes empresas estatales. Y el modelo basado en el aumento de la exportación fue articulado por el propio Zhao Ziyan a finales de los ochenta. Ahora, el primer ministro Wen está a cargo de la economía y pretende una «tercera vía». Quiere que el crecimiento esté sostenido por la demanda doméstica, no por la exterior. Y quiere que la demanda doméstica venga de los consumidores chinos, no del Estado.
Los intelectuales, hablando de forma anónima porque nadie quiere ser despertado para un recorrido turístico de obligada cortesía al Buró de Seguridad Pública, parecen estar de acuerdo en que tratar de redistribuir un poco el pastel es la única estrategia viable si el Partido quiere recuperar algún apoyo popular. Además, el presidente Hu, el primer ministro Wen y Luo Gan (miembro del Politburó encargado de la policía y del sistema legal) creen profundamente que podrán «rectificar la conducta» de manzanas podridas del Partido para asegurar que las nuevas políticas se siguen al pie de la letra.
Estos intelectuales también insisten en que el partido rechazará volver a Tienanmen a toda costa -y, uno podría añadir, a sus riesgos, porque todas las condiciones anteriores a Tienanmen han vuelto a aparecer: la posibilidad de una reacción popular masiva contra la corrupción dentro del Partido, contra el abuso de poder de los funcionarios del Partido, y contra el insoportable abismo entre el campo y la ciudad. El Partido hará cuanto pueda para evitar la aparición de una oposición organizada y bien dirigida. Realmente controla una vasta maquinaria intimidatoria para poder hacerlo. Pero, ¿hasta cuándo?.
29 de enero de 2005
www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=103&ItemID=7137