Sabíamos que algo iba a ocurrir. El sábado me tomé un café con un viejo colega del periodismo y ambos dijimos que sentíamos una nueva y amenazante atmósfera en Beirut. No nos referíamos a los precios estratosféricos ni a los usuales casos de corrupción, sino al lenguaje incendiario que tiñe la actual política libanesa. «Más […]
Sabíamos que algo iba a ocurrir. El sábado me tomé un café con un viejo colega del periodismo y ambos dijimos que sentíamos una nueva y amenazante atmósfera en Beirut. No nos referíamos a los precios estratosféricos ni a los usuales casos de corrupción, sino al lenguaje incendiario que tiñe la actual política libanesa.
«Más vale que Wallid Jumblatt tenga cuidado», comentó mi colega, y estuve de acuerdo. Apenas el mes pasado Jumblatt, el líder druso en Líbano, denunció que «elementos» del partido Baaz sirio fueron los culpables del asesinato de su padre, Kemal Jumblatt, cometido en 1975. Era una declaración explosiva, y la hizo frente a una audiencia cristiana maronita en la Universidad de San José.
La respuesta, la semana pasada, fue aún más peligrosa. El partido Baaz exigió al Estado libanés enjuiciar a Jumblatt por calumnia y traición. Luego Omar Karami, el descolorido y muy pro sirio primer ministro -remplazo de Hariri-, aseguró que los miembros de la oposición política que demandan la retirada siria de Líbano «colaboran con los israelíes». Otros usaron la palabra «Mossad» en vez de Israel. En Líbano, semejante lenguaje conduce a una explosión.
Las próximas elecciones -junto con un intento de redistribuir los territorios electorales que podría haber privado de lugares en el parlamento a las facciones antisirias- contribuyeron a encender la controversia desatada por la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU, promovida sobre todo por estadunidenses y franceses, que demanda el retiro de todas las tropas sirias de Líbano.
Los sirios llegaron a este país en 1976, conforme a un acuerdo de la Liga Arabe para poner fin a la guerra civil -fracasaron en ello-, el cual fue aprobado en su momento por el presidente estadunidense James Carter y en parte por Israel. Pero el acuerdo de Taif, posterior a la guerra, prescribía la retirada siria al valle de Becka, en el este de Líbano, y Damasco no cumplió. Sus protegidos libaneses anunciaron a voz en cuello que no querían que los sirios se fueran.
Chirac insistía en la retirada siria. Hariri era uno de los mejores amigos de Chirac; incluso se tomaron una cerveza juntos en el nuevo centro de Beirut durante la visita más reciente del presidente francés. En esa ocasión no hubo guardaespaldas ni agentes de seguridad. Pero las cosas han cambiado.
Hace unas semanas, Estados Unidos entró al ruedo para advertir que no toleraría ningún acto de violencia antes de las elecciones libanesas -lo ocurrido este lunes muestra lo que los enemigos de Washington pensaron de la advertencia- y repetir su exigencia de una retirada siria. No habrá tal hasta que otras resoluciones de la ONU sean acatadas, respondió el presidente libanés Emile Lahoud, constante antagonista de Hariri y constante adepto a Siria. Los israelíes, dijo, tendrán que salir de Cisjordania antes de que Siria salga de Líbano.
Los cristianos libaneses opuestos a Siria insistieron en que Damasco había roto el acuerdo de Taif, lo cual es cierto. Karami y el líder parlamentario Nabih Berri convocaron a una gran conferencia de prensa para declarar que las exigencias de Washington y de la oposición -entre ellas el desarme del Hezbollah- eran todas políticas estadunidenses e israelíes, lo cual también es cierto.
El domingo pasado, vehículos blindados libaneses avanzaban por la costera de Beirut. Tengo dos amigos que han estado comprando grandes cantidades de agua embotellada; uno adquirió también un generador nuevo. Maniobras de rutina, podría decirse; precauciones ante un verano caluroso o contra una de las acostumbradas fallas de las estaciones de energía de Beirut. Tal vez.
Los libaneses no tienen ya deseos de guerrear. El conflicto que concluyó en 1990 destruyó sus familias y hogares y privó su vida de significado. Una nueva generación de libaneses ha regresado de sus estudios en el extranjero y tiene aspiraciones; la irrita el continuo sectarismo de la vida oficial, tanto como la muy reducida presencia militar siria. Pero los servicios de inteligencia sirios permanecen en Líbano -su cuartel está en la ciudad oriental de Aanjar-, y su persecución de espías israelíes y traidores se ha vuelto una obsesión.
Sobre este escenario cada vez más sombrío Hariri mantenía una mirada de esperanza, sin ver ningún problema y sin oír, según decía, nada malo. ¿Cuál era, pues, su papel en la oposición? ¿Era sólo un testigo desinteresado, que desde las murallas de su palacio miraba cómo los pequeños políticos libaneses reñían por territorios electorales? ¿O tenía otras aspiraciones? Lo ocurrido este lunes demuestra que alguien creía que las tenía.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya