Juan Pablo II no era una excepción. Todos usamos buenas palabras. Cuando los empresarios y el gobierno acuerdan empeorar las condiciones laborales de los trabajadores siempre dicen que lo hacen para crear empleo, y en consecuencia, que favorecen a los propios obreros. Cuando Bush invade un país dice que es en favor del propio pueblo […]
Uno de los tópicos más insistentemente oídos estos días sobre este personaje que acaba de morir es que era conservador en lo moral y progresista en lo social. En lo moral no es que fuera conservador, es que era machista, sexista y homófobo, pero lo que más llama la atención es eso de ser «progresista en lo social». Enre los argumentos, se dice que siempre intercedía en favor de los pobres, se cita siempre la carta encíclica escrita en el centenario de la «Rerum Novarum». En este documento se pueden leer párrafos como el siguiente: La libertad económica es solamente un elemento de libertad humana… Es deber del Estado proveer a la defensa y tutela de los bienes colectivos… He ahí un nuevo límite del mercado: existen necesidades colectivas y cualitativas que no pueden ser satisfechas mediante sus mecanismos… Bien, ¿qué hizo el Papa para la promoción de esta doctrina a la que se le podría calificar de socialdemócrata? Pues que yo sepa nada, no recuerdo que la Iglesia Católica condenara a algún gobierno por su política neoliberal, ni excomulgara o impidiera tomar la comunión a algún especulador o vendedor de armas, como sí que se ha hecho con personas con orientación homosexual.
Otro de los argumentos en defensa del progresismo del Papa es que condenó la guerra. ¡No faltaba más! Solo hay que leer el quinto mandamiento. Sin embargo, poco después del inicio de la guerra, Juan Pablo II recibió a José Maria Aznar, copatrocinador de este crimen colectivo, el Jefe de la Iglesia se limitó a pedirle que se adoptaran «decisiones justas e iniciativas pacíficas para superar la crisis iraquí« y ambos coincidieron en la «necesidad de una acción común por parte de la ONU«. Reuniones así de cordiales las tuvo, también, con los Bush o el propio genocida Augusto Pinochet
A todos nosotros se nos debe juzgar, no por las palabras que utilizamos, sino por nuestros hechos. Y respecto al recientemente fallecido Juan Pablo II al juzgarlo por sus actos solo cabe una conclusión: su mandato ha estado siempre al servicio de los más poderosos del planeta, olvidando a los pobres y desposeídos a los que condenó al infierno en la tierra.