Decenas de miles de personas venidas del mundo entero estuvieron en Caracas en la pasada semana ratificando su rechazo a la globalización norteamericana que se ha impuesto y desarrollado desde hace casi dos décadas. Grupos sociales vinculados a los trabajadores, agricultores, campesinos e indígenas, el medio ambiente, las mujeres, los derechos humanos, la deuda pública […]
Decenas de miles de personas venidas del mundo entero estuvieron en Caracas en la pasada semana ratificando su rechazo a la globalización norteamericana que se ha impuesto y desarrollado desde hace casi dos décadas. Grupos sociales vinculados a los trabajadores, agricultores, campesinos e indígenas, el medio ambiente, las mujeres, los derechos humanos, la deuda pública de las naciones del sur, la oposición a la guerra, la juventud, la justicia y la paz, y los derechos humanos, entre otros, así como parlamentarios demócratas de varios continentes estuvieron presentes para intercambiar opiniones acerca de las denuncias sobre los estragos que la expansión militar, económica, política y cultural del Imperio ha causado por todo el orbe.
Hay un movimiento social, miles de millones que hoy protestan por el sufrimiento que el modelo neoliberal y las imposiciones colaterales a él ha producido; no se trata tan sólo de un conjunto de activistas que giran en torno a una consigna política sino que, como lo dice la UNCTAD, el hambre y la pobreza tienen una tendencia a «aumentar en aquellos países que liberalizaron su comercio en un grado mayor», o el célebre estudio de Dollar y Kraay que concluye que los países que «sufren una mayor dependencia del comercio de productos básicos» fueron los que crecieron más lentamente entre 1997 y 2001. Una estimación reciente sobre ganancias por 75.000 millones de dólares que se derivaron de las negociaciones comerciales de la Ronda de Uruguay mostró que 70.000 millones fueron a parar a los países desarrollados.
Así mismo, en casi todos los países en desarrollo las importaciones crecen más que las exportaciones, y hay evidencia presentada en el informe del profesor K. Jomo de la Universidad de Malaya para el Instituto de Investigaciones de las Naciones Unidas para el Desarrollo Social que el «milagro de los tigres asiáticos» se debió a «exitosas y apropiadas intervenciones de política pública desarrollista». Lo mismo pasó con los avances en educación y salud en Costa Rica, Cuba, Zimbabwe, Corea del Sur y Malasia; en todos ellos «el papel destacado del Estado en asegurar que la más amplia mayoría de la población tenga acceso a los servicios sociales básicos» permitió que los logros que en muchas latitudes necesitaron 200 años, para el caso de las naciones nombradas se «lograra en el espacio de una generación, más o menos» acorde con la UNICEF. Diversos estudios también señalan que los crecimientos de China e India están más relacionados con políticas graduales autónomas aunque incluso en la aplicación de las políticas liberadoras de comercio se están incrementando las diferencias sociales entre ricos y pobres y entre distintas regiones. Está creciendo la acumulación de datos a favor del derecho de las naciones a «proteger su propio espacio político» con el fin de fomentar sus sectores agrícolas, industriales y de servicios. Esta propuesta está sustentada por múltiples estudios serios que se difundieron en el Foro Social Mundial y en particular por los de respetables organizaciones como Action Aid.
En contravía de lo que el mundo entero está planteando, el gobierno de Álvaro Uribe se lanza sin miramiento ni consideración algunos a ofrendar la economía y las instituciones soberanas nacionales en el TLC con Estados Unidos. No hay duda que el daño enorme que le causará al país será histórico y que tal perfidia no se subsanará solamente con el estribillo de «asumir los costos políticos que ello implique». El veredicto final lo darán las generaciones futuras y sin duda lo pondrán en la picota. El paso de los tiempos cada vez marcha con más fuerza hacia aquella premonición de Francisco Mosquera según la cual el mundo será una sola factoría donde los trabajadores aunque hablen distintos idiomas tendrán el mismo lenguaje. Eso se vivió en el Foro Social Mundial.