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No habrá iguales oportunidades para las hijas e hijos de la inmigración si no se deconstruye la barrera del otro

Fuentes: Rebelión

El modelo de convivencia debe incluir la mirada y voz de las personas migradas para que dejen de ser extrañas

El intenso debate migratorio de estos días se acercó a la realidad de las llamadas «segundas generaciones» de migrantes, es decir, aquéllas generaciones nacidas y crecidas en el país de acogida pero de progenitores migrantes en el taller Segundas generaciones. Cristina Blanco, profesora de la Universidad del País Vasco, se refirió al concepto mismo de «segundas generaciones» afirmando que «si bien es un término que, en tanto que etiqueta, puede contribuir a la exclusión y la estigmatización, no es menos cierto que no usarlo sólo deja sin nombre una realidad que, en cualquier caso, existe». Blanco consideró que «España vive un momento muy importante como país de acogida» en el que «se deben impulsar modelos de convivencia que partan del aprendizaje de errores de otros países», y en ese sentido alertó de estudios que indican que en Estados Unidos la inmensa mayoría de las personas de segundas generaciones «no llegan a superar el nivel de prosperidad que alcanzaron sus padres».

Federico Armenteros, del centro Trama de menores no acompañados, secundó las palabras de Cristina Blanco y apuntó que «hay que trabajar con la legislación de protección de menores en la mano, y no con la de extranjería» ya que las segundas generaciones son ya ‘nacionales’ del país de acogida, e impulsar políticas públicas de igualdad «sobre todo en la escuela». Pero sin duda las palabras que sonaron más vibrantes para la audiencia fueron las de Dora Aguirre, de la asociación hispano-ecuatoriana Rumiñahui, que reflexionó, a partir de su experiencia activista a pie de barrio, sobre el imaginario social a propósito de la inmigración como el principal obstáculo para la integración real de las segundas generaciones: «Muchos ecuatorianos nos confiesan que jamás oyeron la palabra ‘inmigrante’ en su país, pero que al llegar a España pierden su propio nombre y eso es en lo que se convierten, y lo que de alguna manera heredan sus hijas e hijos», por lo que, según Dora Aguirre, hay que «cuestionar el lenguaje que utilizamos, que está elaborado unilateralmente, y deconstruir la barrera del ‘otro». Ello se conseguirá, según la representante de Rumiñahui, si «las personas migradas podemos participar del diseño de un modelo estratégico de convivencia desde ya».

Por último, el director de Inmigración de la Comunidad de Madrid Gabriel Fernández Rojas, consideró «importante unir las políticas de integración de personas migradas con las de cooperación al desarrollo, y comprometer a las segundas generaciones» con el progreso de los países de origen de sus progenitores: «Las segundas generaciones son ya plenamente españolas, y por ello su vínculo con el desarrollo de esos otros países refuerza la solidaridad del conjunto de la sociedad española».