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Afganistán: El león de la resistencia ruge más alto

Fuentes: Insurgente

El bien urdido estambre de la desinformación, del silencio mediático, se va rasgando como por ensalmo con respecto a Afganistán, «exótico» sitio donde los moscardones de la extrema pobreza, la desnutrición infantil, el analfabetismo, la insalubridad, la corrupción administrativa… están provocando el rugido largo y la profusión de zarpazos de una fiera indómita que los […]

El bien urdido estambre de la desinformación, del silencio mediático, se va rasgando como por ensalmo con respecto a Afganistán, «exótico» sitio donde los moscardones de la extrema pobreza, la desnutrición infantil, el analfabetismo, la insalubridad, la corrupción administrativa… están provocando el rugido largo y la profusión de zarpazos de una fiera indómita que los más avisados consideran legítima resistencia.

Resistencia como retoñada de sus rescoldos -que nunca fueron cenizas- cuatro años y medio después del comienzo de la Operación Justicia Divina- Libertad Verdadera, mediante la cual -nos recuerda un colega- las tropas anglo-norteamericanas invadieron el país centroasiático, con el pretexto de la lucha antiterrorista y en aras de derrocar a los talibanes y capturar al líder de la ubicua Al Qaeda, Osama Bin Laden, así como de propiciar la pacificación, la estabilidad política y la reconstrucción de ese Estado, trucidado por encontrados intereses étnicos y de los «señores de la guerra», y uno de los diez más atrasados del mundo.

Sin duda alguna, resistencia inadmisible para aquellos fervientes demócratas a la occidental empeñados en la infalibilidad de la tríada configurada por un Gobierno, una Constitución y un presidente electo, el benemérito y dúctil Hamid Karzai, en verdad casi actuante, porque su fuero apenas traspone el área de la capital, Kabul. Demócratas que se llevan las manos a la testa y suspiran cuando ponderan, por ejemplo, los intentos oficiales por mejorar la condición de las mujeres, otrora sojuzgadas por los fundamentalistas, y la «sinrazón» del reverdecido prestigio de esos fundamentalistas, odiados por más de uno entre los ciudadanos afganos cuando regían los destinos nacionales.

Claro, diversos analistas y hasta uno que otro comentarista de la gran prensa preveían lo que se considera escalada militar de los talibanes, guerrilla que, según la académica cubana María del Carmen Solano, se está consolidando, junto con otras agrupaciones, históricas y nuevas, como frente regional contra la dominación foránea y, sobre todo, contra los Estados Unidos de América, a pesar de estar expuesta a monumentales batidas, tales las operaciones Monte Empuje y León de la Montaña, made in USA.

Y cómo no prever esa apoteosis de ataques contra cuarteles militares o policiales; cómo no anticipar la crecida de coches bomba, atentados suicidas, secuestros, emboscadas, a imagen y semejanza de lo que ocurre en Iraq -les llaman el efecto iraquí-, si, a contrapelo del silencio de Falsimedia, se sabe de diarios abusos como la quema pública de talibanes por soldados norteamericanos, y del sinsabor dejado entre los creyentes por las publicitadas viñetas sobre (o contra) Mahoma y por las burlas al Corán que se gastan los gringos y otros entre las tropas de los 36 países invasores. Ello, sin detenernos en la precaria situación económica de una población de por sí anonadada por la inseguridad en un territorio donde florecen la drogadicción y el narcotráfico, antaño combatidos con diestra férrea por los fundamentalistas en el poder.

La resistencia es una ola…

Que crece imparable. Porque, entre otras causas -muy bien relacionadas por un entendido-, ha cambiado la estrategia de combate. «Si antes se lanzaban ataques desde las bases en Paquistán, y tras los mismos se volvían a replegar, ahora las fuerzas de la resistencia afgana buscan consolidar bases dentro del país en lugar de la táctica anterior, de golpear y retirarse».

Para nuestra fuente, el vasco Txente Rekondo, a esos vientos propicios se unen el llamado a la lucha contra las legiones extranjeras, las yanquis en primer lugar, hecho por el poderoso Gulbuddin Hekmatyar (antiguo aliado de Washington y ex ministro del Interior), quien, si bien no se ha unido a los talibanes, de facto está haciendo causa común con ellos; y las nuevas alianzas militares consolidadas recientemente entre los señores de la guerra, avenidos ahora a mantener una «situación de calma» con sus antiguos rivales, si estos garantizan no inmiscuirse en el comercio y la producción de opio… Todo por la lucha contra la ocupación, se dirán los adustos y pragmáticos talibanes… digo yo.

Nuestro articulista, agudo observador de las mareas políticas en esa y otras regiones del orbe, insiste en que la lista de causas de la ofensiva que ha roto el mutismo de los grandes medios se extiende hasta el nombramiento de Jalaluddin Haqqani como máximo responsable militar de los talibanes. «La figura de Haqqani -precisa- goza de un importante respeto tanto entre los señores de la guerra como entre la población afgana, que todavía le recuerdan como uno de los héroes de la guerra contra los soviéticos.»

No menos importante razón es la capacidad de la resistencia para unificar bajo una misma enseña a tribus paquistaníes históricamente enfrentadas. El cierre de filas de los wazirs, los mehsuds y los dawar adquiere proverbial importancia estratégica -Rekondo dixit-, pues les permite a los talibanes continuar asentando el llamado Estado islámico de Waziristán en territorio paquistaní, «desde donde pueden lanzar sus ofensivas y expandirse a las provincias afganas. Además, con una administración propia, con un sistema judicial, policial y de recogida de impuestos, este modelo busca ser ampliado a todo Afganistán».

El águila atisba

No hay que ser zahorí para percatarse de que el apoyo inicial brindado a los coligados por aquellos que odiaban a muerte a los talibanes se ha difuminado ante el fraude de las obras e inversiones prometidas por los mesiánicos extranjeros. Ello, la consiguiente pobreza y el que Karzai, ventrílocuo de los gringos, no ha logrado imponer en todo el país la razón de Estado, la estatización misma, han actuado como factores de una crisis que detonó hace unos días, cuando blindados norteamericanos se abrieron paso en el tráfico de Kabul atropellando vehículos de civiles y matando a cinco personas.

Ahora, a los gritos de «Mueran los americanos; muera Karzai»; ante la visión de las muchedumbres enfrentadas a pedradas contra los agresores, los personeros de la Casa Blanca despiertan a la realidad de que el estado de cosas relativamente apacible se sostuvo en la alianza establecida por los señores de la guerra con los ocupantes para que estos se constriñeran, gobierno mediante, solamente a la capital y sus alrededores, mientras aquellos -los señores que lucran con las matanzas- se solazaban en actividades como el tráfico de opio sin ser molestados.

Sí, todo cambia. Conforme a un atinado editorial de la publicación digital Correo Internacional, la experiencia con la ocupación hizo que cada vez más sectores de la población se volvieran contra los invasores. «El cambio en el sentimiento de la población (y en el sentimiento de los señores de la guerra, apostillamos), en estos últimos meses, abrió espacio para una nueva resistencia en la que varios grupos se enfrentan a los ocupantes y al gobierno títere.»

Si la conciencia de que se ha abierto en la región un segundo frente antimperialista no hubiera frutecido, la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, no se habría apresurado a viajar en los últimos días a Kabul, donde pregonó ante quien quiso oírla -Karzai y compañía- que «los talibanes no ganarán; no permitiremos que esto suceda». ¿Por qué los Estados Unidos Unidos destinarían otros 65 mil 800 millones de dólares para financiar las guerras en Afganistán e Iraq, presupuesto que sobrepasa el total del de varios de los países más pobres del planeta y que agregará otros números rojos al déficit de la Unión, si el águila no hubiera comprendido, de una vez por todas, que puede quedar atada a una batalla interminable y que el control escapa de las manos del Gobierno central, el títere? ¿Por qué los ministros de Defensa de la bienamada (por Washington) OTAN se han comprometido a reforzar con más de seis mil nuevos soldados la Fuerza Internacional de Estabilización en Afganistán (ISAF)?

Nada, que al parecer se trata de la temida rebelión afgana, en la cual, según María del Carmen Solana, «cada fuerza se defiende y domina un territorio de manera prácticamente autónoma, pero en unidad de propósitos con el resto (…) Cada vez que tal concertación nacional irrumpe, solo queda esperar la lucha a muerte contra el extranjero».

Lucha que ya deviene poderoso segundo frente. A pesar del silencio de Falsimedia. Y a pesar de Washington, por supuesto.