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La «Conexión Italiana» de Joseph Blatter

Fuentes: Agencia Periodística del Mercosur - Revista Mariátegui

Un viaje relámpago del capo de la FIFA a Lugano y su encuentro con abogados, banqueros y mafiosos. El penal inventado que clasificó a la «scuadra azurra». Los dinerillos bien guardados. La veteranía en este oficio e Internet conforman una extraña pero productiva pareja, pues las buenas fuentes regadas por el mundo y la casi […]

Un viaje relámpago del capo de la FIFA a Lugano y su encuentro con abogados, banqueros y mafiosos. El penal inventado que clasificó a la «scuadra azurra». Los dinerillos bien guardados.

La veteranía en este oficio e Internet conforman una extraña pero productiva pareja, pues las buenas fuentes regadas por el mundo y la casi inmediatez del correo electrónico permiten, por ejemplo, contar esta historia; una historia que abunda como ejemplo de aquello que venimos afirmando en nuestra cobertura distinta del Campeonato Mundial Alemania 2006: el fútbol funciona como una aceitada máquina del crimen organizado.

Joseph Blatter, suizo él y vinculado desde joven a los circuitos clandestinos del sistema bancario y a los servicios de inteligencia de su país, fue apoltronándose en los sillones de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) de la mano del brasileño Joao Havelange, un verdadero caudillo a la sudamericana que supo ver la necesidad de contar con los avales del sistema financiero internacional para lograr que el negocio de un salto cualitativo en organización y rentabilidad tras la incorporación del TV global al mismo, a partir del Mundial México 1970.

Cuando don Joao pasó a retiro sucedió lo que tenía que suceder, Blatter accedió a la jefatura de la «familia» y lejos estuvo de defraudar a su mentor. Puso a la FIFA en un sitial que muchas de las más grandes corporaciones del planeta desearían ocupar.

Desde hace una década, ingresa a sus arcas un promedio de 30.000 millones de dólares anuales por fuera de todo régimen fiscal, a partir de una infinidad de actividades non santas: auspicios empresarios para los Mundiales, derechos de televisión, compra y venta de jugadores a través del control estricto del sistema de representantes y operaciones financieras destinadas al tráfico de armas, a la provisión de mercenarios y de buenas relaciones para las grandes mineras que actúan en Africa y al lavado de capitales propios y ajenos.

La FIFA ocupa también un lugar destacado en el armado político y en el tráfico de influencias a lo largo y a lo ancho de toda Europa, para que empresarios varios y en especial dueños de grandes medios de comunicación acceden a cargos de poder.

Esa maquinaria tiene importantes ramificaciones en América Latina – exportadora neta de futbolistas de alta calidad- y en Estados Unidos, sede de las mayores cadenas de televisión. También actúa en Africa y Asía, articulando con gobiernos y consorcios aplicados a la industria extractiva de recursos naturales y al circuito financiero «off shore».

El ejemplo europeo más notorio es el de Silvio Berlusconi, zar de los medios de comunicación, dueño del club Milán y hasta hace poco primer ministro de Italia. Por eso no debe llamar la atención que la famosa «scuadra azurra» haya pasado a cuartos de finales del torneo que se está jugando en Alemania, gracias a un penal inventado por el árbitro español Luis Medina Cantalejo.

Una semanas antes del comienzo del Campeonato, cuando la ola de corrupción en el «calcio» italiano rompía todas las barreas del silencio, tuvieron lugar ciertos encuentros reservados entre emisarios de Blatter y directivos de la Federación Italiana de Fútbol (FIGC).

La cuestión era como evitar que el escándalo se trasladase al Mundial, puesto que el entrenador de la «azurra», Marcello Lippi, y varios de su jugadores aparecen en la grabaciones telefónicas que están en manos de la justicia y los ubican en el centro de las operaciones de compra y venta de partidos y campeonatos.

La banda dirigida por el director general del Juventus, «Lucky» Luciano Moggi, y en la cual estarían implicados Berlusconi y su flamante sucesor, Romano Prodi, ya sabía que la historia terminaría mal para ella: el escándalo podría derivar en la perdida de la categoría para varios clubes -entre ellos el Juventus y el Milán-, en la acefalía del último «scudetto» y en el procesamiento penal de numerosos personajes, entre ellos David Lippi – hijo del director técnico -, quien es accionista de la empresa GEA.

Esa firma dedicada a la representación de jugadores aparece involucrada en los hechos porque, para formar parte del equipo que disputa el Mundial, los futbolistas elegidos debieron pertenecer, en su mayoría, a su nómina de representados.

Sin embargo, los dirigentes del «calcio» le hicieron saber a Blatter que si el camino era la no participación de Italia en el Mundial, pues entonces ellos hablarían, ventilarían muchos de los trapos sucios que esconde la FIFA.

Si Blatter fuese don Corleone hubiese castigado con bombas, balazos y degüellos esa amenaza de violación de la «omertá» por parte de los hombres de FIGC. Sin embargo, los tiempos cambiaron – si no que le pregunten a Toto Rinna – y Blatter optó por seguir negociando.

«¿Y si Italia juega pero no pasa de octavos de finales?». La FIFA proponía una salida elegante.

Otra vez, los italianos dijeron no, y le recordaron a Blatter que ellos están entre los más ricos del fútbol mundial, entre los principales importadores de futbolistas sudamericanos y africanos y entre los que más facturan en concepto de televisión, publicidades varias y sistemas de recaudación financiera. Además pidieron que la FIFA no olvide que buena parte de sus negocios pasan por las sedes bancarias de Lugano, Suiza, y del norte de Italia, casas todas ellas que gozan de excelentes relaciones con la «familia».

El torneo comenzó y la primera ronda pasó a la historia con Italia clasificada para octavos. Blatter y su gente – con el fuerte apoyo de la dirigencia sudamericana por cierto- en todo momento confiaron en un arreglo de última hora para que la «azurra» sólo llegase hasta allí.

Pero no hubo caso. Si además del escándalo doméstico – la prensa italiana le da más relevancia a la crisis del «calcio» que el propio Mundial-, la «azurra» cae ante Australia, todos saldremos perdiendo; es más, en la medida de lo posible conviene que los muchachos de Lippi sigan avanzando y ya veremos luego, dijeron los «bosses» de la FIGS.

Y el acuerdo se selló en un discreto y exclusivo restaurante de Lugano. Después de los postres, sólo restaba un detalle: conversar con el que sería árbitro del partido, para garantizar que, de ninguna manera, la victoria fuese de «los canguros», quienes, cabizbajos, el lunes pasado debieron preparar sus maletas rumbo a Sidney.

El español Medina Cantalejo cumplió al pie de la letra y cuando el tiempo suplementario llegaba a su final inventó un penal que, al día siguiente, despertó las iras de la gran prensa especializada de todo el mundo, lo que por cierto estaba previsto en los salones de la FIFA. Al fin y al cabo ya están acostumbrados a que eso suceda con cierta frecuencia.

Sin embargo, dentro de la «familia» muy poco es lo que queda librado al azar. Como los grandes medios de comunicación forman parte del negocio -es mucho lo que ganan en términos de publicidad y sería mucho lo que podrían perder en términos de relaciones con el sistema de poder si actuasen de otra forma- , esas «duras» críticas apenas si van dirigidas a diversas faces organizativas del Mundial.

Siempre ponen el acento en la mala selección de árbitros, en las deficiencias a la hora de capacitar a los mismos y en la necesidad perentoria de utilizar los recursos tecnológicos de última generación para revisar fallos polémicos.

Así es como mucho se habla acerca de la inclusión de balones con microchips incorporados, para saber cuando aquellos atraviesan la línea de gol, y sobre la posible remisión a grabaciones en video durante el transcurso de los partidos, para determinar si tal jugada fue penal o no, si tal posición adelantada fue sancionada con justicia o no.

Lo que esos grandes medios, y en particular las cadenas de televisión y sus ejércitos de relatores, reporteros y comentaristas, nunca dicen – y conocen la historia mejor que nosotros- es que todo finalmente quedaría aclarado en la medida que se reconociese que el deporte más popular del planeta está en manos de una banda de mafiosos, o, dicho de otro modo y una vez más, que «el fútbol es Cosa Nostra».

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