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Cronopiando

La fumata blanca de Ratzinger

Fuentes: Rebelión

Se conoce como fumata blanca el humo de ese color que anuncia a los católicos la elección de un nuevo papa. Y yo no sé en qué fumata y de qué color andaba ayer Ratzinger, luego de algunas semanas de prudente discreción, para desbocarse ante más de doscientas mil personas y afirmar, por ejemplo, que […]

Se conoce como fumata blanca el humo de ese color que anuncia a los católicos la elección de un nuevo papa. Y yo no sé en qué fumata y de qué color andaba ayer Ratzinger, luego de algunas semanas de prudente discreción, para desbocarse ante más de doscientas mil personas y afirmar, por ejemplo, que «la teoría de la evolución es irracional».
Porque pudo haber dicho que como teoría resultaba incompleta, que no explicaba de manera absoluta la compleja trama de la vida. Pudo haber dicho que la evolución sólo es un espacio a partir del cual entender el universo, haber hablado en latín o en arameo, cualquier cosa menos negar la evolución. Y, sobre todo, por «irracional».
En primer lugar porque si alguna palabra resulta insoportable a los oídos de la Iglesia, más que preservativo, homosexual o sexo libre, esa palabra es: razón.
De hecho, nada más «irracional» que la Iglesia y la Biblia.
Un credo que se sustenta en muertos que resucitan al tercer día o en apocalípticos juicios del fin del mundo, mal puede hablar de razón.
Una fe que se apoya en ángeles y arcángeles, en serpientes malignas y corderos divinos, en la conversión del agua en vino y en la súbita multiplicación de los panes y los peces, mal hace en invocar la racionalidad.
El primer uso que pueda hacer un creyente de la razón, inevitablemente, va a provocarle la primera duda.
Razón y religión son dos conceptos contrapuestos, antónimos, nada tienen que ver entre sí que no sea negarse.
Mañana, me temo, afirmará que la Antropología es una apostasía, que la Física es una cruel perversidad, que la Astronomía es una sacrílega arrogancia, que la Biología es otra inmoral herejía, que el atómo es un agnóstico maligno y las Matemáticas un absurdo irracional.
Porque es el «verbo eterno» el origen del universo y así lo prueba la sábana blanca, el brazo incorrupto de Santa Teresa y las Llagas de San Ildefonso
«Las cuentas del hombre sin Dios no salen», dice Ratzinger.
Las cuentas de la Iglesia sí.
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