Hrant Dink se convirtió el viernes en la víctima número 1 500 001 del genocidio armenio. Un educado y generoso periodista y académico, director del semanario turco-armenio Agos, intentó fomentar el diálogo entre ambas naciones y encontrar una narrativa común sobre el primer Holocausto del siglo XX. Pagó el precio por ello: dos balas en […]
Hrant Dink se convirtió el viernes en la víctima número 1 500 001 del genocidio armenio. Un educado y generoso periodista y académico, director del semanario turco-armenio Agos, intentó fomentar el diálogo entre ambas naciones y encontrar una narrativa común sobre el primer Holocausto del siglo XX. Pagó el precio por ello: dos balas en la cabeza y otras dos en el cuerpo propinadas por un asesino profesional en la calles de Estambul.
No se trató únicamente de un aterrador golpe contra la comunidad sobreviviente armenia de Turquía, sino un revés demoledor a la esperanza de Turquía de unirse a la Unión Europea (UE); una propuesta visionaria ya de por sí amenazada por las relaciones rotas entre el país y Chipre, así como la negativa de Ankara de reconocer el genocidio como lo que fue: el asesinato masivo y deliberado de una raza entera de cristianos millón y medio en total por parte del gobierno otomano turco en 1915.
Winston Churchill fue de los primeros en llamarlo Holocausto, pero hasta hoy las autoridades turcas niegan tal definición e ignoran los documentos que han desenterrado sus propios historiadores y que prueban la intención genocida de su gobierno.
El periodista de 53 años, padre de dos hijos, fue asesinado a las puertas de su semanario. Apenas hace un año, fue arrestado bajo la ley 301 de Turquía acusado de ser «antiturco», lo que él rechazó vigorosamente luego de que una corte de Estambul lo dejó en libertad bajo palabra tras condenarlo a seis meses de prisión.
La UE ha exigido la modificación de esa ley bajo la cual Turquía ha tratado de encarcelar a Orhan Pamuk, novelista acreedor del Premio Nobel de Literatura.
Cuando transcurría su juicio, Dink apareció con lágrimas en la televisión turca. «Estoy viviendo junto con turcos en este país», dijo entonces. «Tengo completa solidaridad hacia ellos. No creo que pudiera vivir con la identidad de haberlos insultado en su país».
Es una paradoja sorprendente que Dink haya acusado a otros armenios como él de permitir que el resentimiento contra los turcos por el genocidio «tenga un efecto venenoso en tu sangre», y que la corte haya sacado de contexto el artículo en que el periodista hacía esta afirmación e interpretado como que él afirmaba que la sangre turca era venenosa
Dink dijo en 2005 a reporteros de agencias noticiosas que durante el juicio se le hizo la pregunta de qué sintió, en la escuela primaria, cuando tuvo que hacer el tradicional juramento turco: «Soy turco. Soy honesto. Soy trabajador». En su defensa, Dink sostuvo: «Respondí que soy ciudadano turco, pero soy armenio, y que a pesar de que soy honesto y trabajador, no soy turco, soy armenio». Afirmó también que no le gusta una frase del himno nacional turco que se refiere a «mi raza heroica», y que no le agrada cantar esa frase en particular porque, explicó, «estoy en contra de utilizar la palabra ‘raza’, que conlleva a la discriminación».
Anteriormente, Pamuk también tuvo que enfrentar a una corte por hablar del genocidio de 1915 en entrevista con una revista suiza. Los principales editores turcos dicen que en estos momentos existe una atmósfera incendiaria en Turquía hacia todos los escritores que quieren decir la verdad sobre el genocidio que arrasó con las poblaciones cristianas de amplias zonas de la Armenia turca. Decenas de miles de hombres fueron asesinados por gendarmes turcos y también por kurdos mientras que muchas mujeres y niños armenios fueron violados y muertos brutalmente en los desiertos del norte de Siria. Los pocos sobrevivientes que quedan han hablado de niños armenios que fueron quemados vivos en hogueras.
De hecho, un libro publicado en Turquía y Estados Unidos, escrito por el académico turco Tamer Ackam, da detalles documentados sobre las órdenes que pasaron por la cadena de comando desde el gobierno otomano en lo que fue Constantinopla, para concretar el asesinato deliberado e industrializado de los armenios. Miles también fueron asfixiados en cavernas subterráneas en lo que fueron las primeras cámaras de gas del mundo.
En 1939, Adolfo Hitler preguntó a sus generales: «¿Quién se acuerda de los armenios?» Y de ahí emprendió el Holocausto de los judíos de Polonia.
Independientemente de si la policía turca descubre que el asesino de Dink fue un nacionalista turco, o incluso y aunque parezca inconcebible un nacionalista armenio furioso por sus comentarios, esto será una importante prueba de la disposición de Turquía de confrontar su pasado.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca