Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Islamabad, Pakistán. Durante mis primeros tres días en Pakistán, ninguna conversación pudo durar más de unos pocos minutos sin una referencia a la crisis en el complejo de Lal Masjid (Mezquita Roja). Había aterrizado en Islamabad el 8 de julio, y en ese momento parecía evidente que las fuerzas del gobierno terminarían por tomar por asalto la mezquita y el seminario femenino anexo para terminar la confrontación con clérigos fundamentalistas y sus partidarios.
El ataque final terminó por ser desatado mientras dos compañeros y yo conducíamos a Lahora como parte de una gira de conferencias. Durante varias horas de intensa discusión en el coche, me suministraron antecedentes y detalles que explicaban la verdadera tragedia del conflicto.
Cuando las noticias del ataque final llegaron a través de los teléfonos móviles todos guardamos silencio, y lloramos en silencio – por los muertos y por las oportunidades perdidas, como expresión de nuestro pesar y de nuestro miedo.
En los medios noticiosos occidentales e incluso en gran parte de la prensa paquistaní, la historia fue incriminada como si demenciales fuerzas islamistas radicales estuvieran desafiando a fuerzas gubernamentales relativamente moderadas. Por cierto, los dos hermanos que dirigían la mezquita predicaban una interpretación del Islam extremadamente reaccionaria y a veces violenta. Ninguno de los que íbamos en el coche – dos musulmanes y un cristiano, todos progresistas en nuestro pensamiento teológico y político apoyaba semejantes puntos de vista.
Pero no era el fin de la historia. Farid Esack, uno de los teólogos musulmanes más progresistas del mundo, que estaba en Pakistán para enseñar y dar conferencias, y Junaid Ahmad, un activista paquistaní-estadounidense y estudiante de derecho que dirigía la serie de conferencias, señalaron ambos que se estaban pasando por alto aspectos socio-económicos de la historia.
Aparte de los llamados a favor de la ley sharia bajo un Estado islámico fundamentalista, los imanes de Lal Masjid, Abdur Rashid Ghazi y Mohammed Abdul Aziz criticaban la corrupción de las elites política, militar y económica paquistaníes, subrayando las condiciones de vida de los millones de paquistaníes que viven en la pobreza. Como en la mayoría de las sociedades del Tercer Mundo, la brecha de la desigualdad en este país se ha ampliado en los últimos años, a medida que prosperan los que hallan su sitio en el proyecto económico neoliberal dominado por EE.UU. a pesar del sufrimiento de la mayoría de la gente de a pie, especialmente los pobres.
«Podemos rechazar los aspectos yihadistas y patriarcales y a pesar de ello reconocer que esta filosofía fundamentalista contiene un llamado por la justicia social, un desafío a la búsqueda del poder y a la codicia de las elites,» dijo Esack, autor de «Qur’an: Liberation and Pluralism.» [Qu’ran: Liberación y Pluralismo.» «Cuando hablé con Ghazi, quedó claro que constituía una parte importante de su pensamiento, y es igualmente claro que el atractivo de esa teología es amplificado por la falta de llamados significativos por la justicia de otros sectores de la sociedad.»
Esack, que enseña en la Escuela de Divinidad de Harvard y es un ex comisionado nacional de igualdad de géneros en Sudáfrica, había estado visitando regularmente la mezquita y hablando con Ghazi y otros en su interior hasta que las fuerzas gubernamentales acordonaron el área unos pocos días antes. Nativo de Sudáfrica que participó en la lucha contra el apartheid, Esack pasó gran parte de su infancia en Pakistán en una madraza, donde fue compañero de clase de Aziz. Contrariamente a la imagen mediática de Ghazi, el clérigo tenía un programa más amplio y quería saber más sobre cómo se podría estructurar un Estado islámico para asegurar la igualdad económica, dijo Esack.
«Mi visión de una política inclusiva influenciada por valores islámicos progresistas es muy diferente de la de Ghazi, por supuesto, pero su teología no debiera ser reducida a una caricatura, como lo hicieron tan a menudo, especialmente en Occidente,» dijo Esack.
Ahmad destacó que otra parte crucial de la historia tiene que ver con la economía, específicamente la tierra. Los informes en la prensa se concentraron en las actividades provocadoras de estudiantes y partidarios de miembros de Lal Masjid que amenazaban a propietarios de tiendas de vídeo, hacían incursiones en burdeles y chocaban con la policía, pero una causa subyacente del conflicto fue la existencia de mezquitas «no autorizadas.» Muchas de esas mezquitas y madrazas habían sido construidas sin permisos en terrenos públicos no aprovechados en Islamabad. A medida que la ciudad se ha abarrotado más y los urbanizadores consideraban esos terrenos para edificios comerciales, el gobierno tomó el paso arriesgado de destruir algunas de esas mezquitas (aunque los numerosos proyectos no religiosos, generadores de beneficios, también construidos sin permisos, permanecían sin ser afectados.) Los clérigos protestaron, aumentando la intensidad del conflicto de Lal Masjid.
Esack y Ahmad estuvieron de acuerdo en que otro aspecto de la crisis que ha sido más ignorado por la prensa fue el hecho de que los eventos tuvieran lugar en Islamabad, centro de los elementos más seculares/liberales y privilegiados de la sociedad. Aunque esos liberales pueden ignorar semejantes movimientos y conflictos en las provincias exteriores, muchos consideraron ofensivo que un incidente tan embarazoso pudiera ocurrir en la capital, donde el mundo terminaría por prestar atención.
«Se nos habla de como esto afecta negativamente la imagen de Pakistán, sin comentar sobre las vidas de los paquistaníes de a pie y la sustancia de lo que es el país.» dijo Ahmad. «En lugar de hablar de esos temas fundamentales de justicia, mucha gente quería que se acabara el incidente para evitar que se empañara más la imagen del país. Es como la obsesión que tiene EE.UU. de lograr un simple cambio de su imagen en el mundo musulmán sin reconocer la injusticia de sus políticas.»
En la construcción de esa imagen, generalmente no mencionan la realidad de las vidas de la gente en Lal Masjid. A medida que se desarrolló la crisis y algunos de los estudiantes de la madraza abandonaban el complejo, el gobierno les dio algún dinero y les dijo que se fueran a casa.
«El problema, es que muchos no tenían casas a las que ir,» dijo Ahmad. «Sea cual fuese la teología reaccionaria de Lal Masjid, la mezquita ofrecía un albergue para muchos desposeídos o de familias pobres. Si la economía ignora a la gente y el Estado no da nada, ¿dónde va a ir?
Mi viaje a Pakistán había sido organizado meses antes; mi presencia allí durante esta crisis fue por coincidencia. Durante toda mi estadía, mientras escuchaba la discusión del conflicto, me di cuenta de cuanto menos habría comprendido los acontecimientos si hubiera permanecido en EE.UU., a pesar de haber leído la prensa internacional en la Red. Pocas veces presentan la complejidad de situaciones semejantes, y la humanidad de la gente satanizada se pierde con demasiada facilidad.
Mientras conducíamos en silencio, pensé lo fácil que es denunciar el fundamentalismo desde posiciones de seguridad y confort, cuán a menudo he hecho precisamente eso. ¿Pero a quiénes apuntamos cuando hacemos declaraciones semejantes? No me cuesta denunciar a los bin Laden y a los al-Zawahiri, o a los Bush y Robertson, y criticar su visión deformada del mundo. ¿Pero qué pasa con la gente de a pie que lucha contra las elites que ignoran los gritos de los sufrientes? Cuando esa gente adopta una teología que nosotros los izquierdistas/progresistas occidentales rechazamos, ¿no debemos destacar la desigualdad a la que también decimos que nos oponemos?
Esack dijo que algunos le preguntaron qué esperaba ganar yendo a Lal Masjid y hablando con alguien como Ghazi, pero no tiene dudas sobre el valor y la idoneidad de sus visitas al lugar.
«Cuando abandonamos la confrontación y el diálogo con los que tienen esas creencias, abandonamos la esperanza. Mi objetivo es no amurallarme contra otros musulmanes, sino buscar conexiones auténticas, incluso a través de esas brechas. «¿No es así como podemos sanar el mundo, y a nosotros mismos?» dijo. «Precisamente cuando comenzamos a pensar en algunos de nosotros como ‘elegidos’ y en otros como ‘congelados’ y estamos dispuestos a descongelarlos alegremente con nuestras bombas.»
En ese momento en el coche, mientras absorbíamos las noticias de que los soldados habían despejado la mezquita y que Ghazi y docenas de otros habían muerto, sentí enojo hacia gente como Ghazi y al mismo tiempo una profunda pena por su muerte. Sentí una cólera mucho más profunda hacia el presidente militar de Pakistán, Pervez Musharraf, y hacia los dirigentes de EE.UU. que lo apoyan. Y sentí una especie de temor por el fundamentalismo musulmán que desencadena semejantes fuerzas violentas, que siempre me recuerda a la teología igualmente atemorizante del fundamentalismo cristiano que circula en EE.UU.
Iba a tumbos entre un profundo sentimiento de desesperación y un sentido igualmente profundo de esperanza. Una vez que tuvo lugar la confrontación, tal vez la gente dentro de la mezquita y los soldados muertos tenían los días contados. Pero en el coche pude sentir en ese momento la esperanza en que el trabajo de gente como Esack y Ahmad pudiera impulsar a otras fuerzas. Sobre todo me sentí agradecido de estar en su compañía para compartir la congoja. En semejantes momentos, es posible que ese lazo sea el más humano y el más esperanzador de los logros.
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Robert Jensen es profesor de periodismo en la Universidad de Texas en Austin y miembro del consejo del Centro de Recursos Activistas de la Tercera Costa. Es autor de «The Heart of Whiteness: Race, Racism,» y de «White Privilege and Citizens of the Empire: The Struggle to Claim Our Humanity.» Para contactos escriba a: [email protected]. http://www.counterpunch.org/jensen07122007.html