Todo está preparado para que el domingo los ciudadanos turcos acudan a las urnas para elegir el próximo Parlamento de donde saldrá el gobierno para los siguientes cuatro años. Unos 42,5 millones de turcos, de una población de 71 millones, componen el censo electoral de esta convocatoria a la que concurren 14 partidos y 700 […]
Todo está preparado para que el domingo los ciudadanos turcos acudan a las urnas para elegir el próximo Parlamento de donde saldrá el gobierno para los siguientes cuatro años. Unos 42,5 millones de turcos, de una población de 71 millones, componen el censo electoral de esta convocatoria a la que concurren 14 partidos y 700 candidatos independientes en busca de los 550 escaños de los que se compone el Parlamento.
Aunque los sondeos apuntan a que el actual partido gobernante, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), revalidará el triunfo con una victoria aún mayor que en 2002, lo cierto es que le reportará un menor número de escaños ante la posible entrada en el Parlamento de nuevos partidos y, sobre todo, de numerosos candidatos independientes.
El pulso echado por el sector laico en las calles, donde movilizó a millones de personas por todo el país, no ha servido para que la mayor parte de los turcos hayan caído en la trampa de ver estas elecciones como un referéndum entre secularismo o islamismo.
El AKP es un partido demócrata musulmán -cuenta con estatus de observador en el Partido Popular Europeo- con una política claramente neoliberal, cuyos resultados macroeconómicos son los que cabría esperar de unos buenos gestores dentro del marco capitalista. Además han hecho de la entrada en la Unión Europea su principal baza política. Por ello cuentan con una amplia y heterogénea base electoral, ganada también ante el descrédito en el que cayeron los partidos «clásicos», cuya cabeza más visible es el ultranacionalista Partido Republicano del Pueblo (CHP) heredero del partido único establecido por Atatürk.
En efecto, en cinco años el AKP ha terminado con muchas de las prácticas corruptas de sus predecesores y con el descontrol financiero que caracterizó a los gobiernos anteriores. Desde 2002 la renta per cápita se ha duplicado en Turquía, la estabilidad de la moneda ha alcanzado niveles desconocidos, la inflación se ha dividido por tres, al tiempo que se ha multiplicado por 20 el volumen de las inversiones extranjeras.
Pese a todo, el paro y el trabajo precario predominan entre la población activa, y esa bonanza macroeconómica no se ha visto reflejada en una mejora de las ventajas sociales tales como la sanidad, la educación o los derechos laborales. Además un descomunal programa de privatizaciones se encuentra a la espera de la previsible victoria del AKP.
Pero ni siquiera el 40% de los sufragios que las encuestas otorgan al partido gobernante -un 6% más de los conseguidos en 2002- le permitirán gobernar con la mayoría parlamentaria de la que han disfrutado en la legislatura que ahora termina. La razón de ello se debe a la probable irrupción de algún nuevo partido en la Asamblea nacional y los numerosos escaños que irán a manos de candidatos independientes.
Junto al AKP y al CHP todo parece indicar que el ultraderechista Partido del Movimiento Nacionalista (MHP) -heredero del grupo extremista de los Lobos Grises- también logrará superar el mínimo legal del 10% de los votos para acceder al Parlamento.
Finalmente, con el objetivo de sortear esta barrera electoral, el Partido de la Sociedad Democrática (DTP) -pro kurdo- ha tomado la vía de presentar a sus candidatos como independientes de modo que los sondeos le otorgan entre 25 y 35 escaños, suficientes para tener grupo parlamentario propio.
* Antonio Cuesta es corresponsal de Prensa Latina en Turquía