Economía pura, política dura. O viceversa. De ambas unidas; del poder del corporativismo. De eso trata el nuevo libro de la canadiense Naomi Klein (Montreal, 1970), la musa de la antiglobalización que vendió más de un millón de ejemplares con su No logo (2000). Versaba éste sobre el poder de las marcas y sus maniobras […]
Economía pura, política dura. O viceversa. De ambas unidas; del poder del corporativismo. De eso trata el nuevo libro de la canadiense Naomi Klein (Montreal, 1970), la musa de la antiglobalización que vendió más de un millón de ejemplares con su No logo (2000). Versaba éste sobre el poder de las marcas y sus maniobras feroces para colocar sus productos; The New York Times lo definió como «biblia del movimiento antiglobalización», y la revista liberal The Economist le dedicó una portada réplica que tituló ‘Pro logo’. Ahora presenta en Europa su nuevo libro, La doctrina del shock, y siempre acompañada de su marido, Avi Lewis, Klein se aloja en un hotel del Soho londinense y anda inquieta porque mantiene abierto un foro caliente con lectores de The Guardian, diario del que es columnista, al igual que del semanal izquierdista norteamericano The Nation.
El libro ha causado expectación en el Reino Unido, y hay debate, desde luego, a tenor de las respuestas en distintos medios o de las recogidas en el citado foro digital: desde el «éste es un libro que debería leer gente de todo el espectro político», de un blogero llamado Richard Marcus, hasta la de otro, de nombre Tim Worstall, que se despacha: «¿Que la caída de los sóviets es un crimen contra la democracia? ¿Pero qué se ha fumado esta mujer?».
Ella -nieta de sindicalista en la empresa-marca Disney e hija de una pareja formada por una artista feminista y un objetor de la guerra de Vietnam huido a Canadá-, seguidora entusiasta de los trabajos de Eduardo Galeano, John Berger o Susan Sontag, responde con detenimiento y seriedad a todos: «Se trata de intercambiar información, no de despotricar; de generar polémica. Esta obra es un inicio, no un punto y final». Para esta mujer, el activismo es su escritura. Y la editorial en España, Paidós, la presenta así: «Como pasó con No logo, ahora, con La doctrina del shock, Klein va a volver a sentar cátedra porque… vuelve a desarrollar una teoría fruto de la observación in situ del avance demoledor del capitalismo». En un volumen de casi 600 páginas, la autora no deja títere con cabeza en el entramado de los intereses económicos y políticos de EE UU, donde se publicó a inicios de septiembre.
¿Está siendo diferente la respuesta hacia este libro que con ‘No logo’? Su nueva obra es aún más política…
La respuesta es distinta. Cuando salió No logo, yo no era conocida, por lo que no había un deseo expreso de atacarlo; eso sucedió después. En principio, las críticas fueron positivas, y luego vinieron las negativas. Con éste ha habido polémica inmediata. Es controvertido. Cuento con que algunos se sientan amenazados: cuestiona una versión de la historia que siempre se ha aceptado, y la gente tiende a proteger su territorio. Habrá respuestas encolerizadas, otras le quitarán importancia, otras hablarán de conspiración, y otras, encantadas.
Naomi Klein, que algunos columnistas británicos presentan como «apasionada abogada de las teorías de Keynes y Galbraith», describe el auge del capitalismo del desastre y sus efectos devastadores sobre los ciudadanos de a pie. «De cómo forrarse con la desgracia ajena», se podría titular. Si la historia oficial indica que el triunfo del capitalismo nace de la libertad, que el libre mercado desregulado va de la mano de la democracia…, ella asegura: «La historia del libre mercado contemporáneo -el auge del corporativismo, en realidad- ha sido escrita con letras de shock». Una doctrina creada y recreada durante las últimas tres décadas que ella hace metáfora y lleva del cuerpo físico al político.
Así empieza su exposición, con las torturas y shocks infligidos sobre ciudadanos por agentes de la CIA durante los años cincuenta -descritos en manuales no hace mucho desclasificados-, y lo extiende a la política económica internacional implantada en distintos Estados en coyunturas concretas: Argentina y Chile, en los setenta; China y Polonia, al caer los ochenta; Rusia, la ex Yugoslavia, países de Asia o África, en los noventa, y luego el mismo Estados Unidos e Irak, en el inicio del siglo XXI. Todos, laboratorios de esta doctrina que necesita para aplicarse, «sin ningún tipo de restricciones, algún tipo de trauma colectivo adicional que suspenda temporal o permanentemente las reglas del juego democrático».
Detrás de todo ello: la ideología y práctica de la Escuela de Chicago, con Milton Friedman, el gurú neoliberal estadounidense y premio Nobel, a la cabeza. «Su teoría se impuso en todo el mundo desde los setenta, pero hasta hace poco su visión jamás se había aplicado totalmente en su país de origen». Hasta que llegó el 11-S y los neoconservadores se toparon con terreno abonado: pánico, incertidumbre, el enemigo terrorista…, y descubrieron las mil posibilidades del país de Sadam».
A la luz de esta doctrina, sigue Klein, la historia política de los últimos 35 años adquiere un aspecto muy distinto del que nos han contado. «Algunas de las violaciones de derechos humanos más despreciables de este siglo se articularon activamente para preparar el terreno e introducir las reformas radicales que habrían de traer ese ansiado libre mercado». Nada como la frase de un ex agente de la CIA para orientar: «Para nosotros, el miedo y el desorden representaban una verdadera promesa».
Su obra será especialmente criticada por los relacionados con la filosofía o las teorías de la Escuela de Chicago.
Sí, sí, pero un libro como éste no puede medirse por sus críticas. A alguien de izquierdas, le gustará; alguien de derechas, quizá lo odie. Para mí será un éxito si estas teorías salen a la luz, y si son capaces de abrir discusiones sobre cómo llegaron a dominar.
Otra respuesta a un forero para atajar críticas: «Quiero aclarar lo que es y no es este libro: no es la historia exhaustiva de todas las formas de uso del shock y las crisis para introducir medidas impopulares. Sé que los regímenes totalitarios comunistas y fascistas usaron tales tácticas. La diferencia es que dichas ideologías han tenido que rendir cuentas por sus crímenes. El capitalismo contemporáneo nunca se ha planteado tal responsabilidad?, y ya es hora».
Vestida con vaqueros y camiseta roja, media melena de corte perfecto y gafas a ratos, de aspecto más maduro que antaño, la autora, periodista y activista se deja fotografiar con parsimonia y contesta de forma apasionada a todas aquellas cuestiones referidas al contenido del libro; las otras las evita, le exasperan: «Mi vida no importa, intereso por lo que hago». Se entusiasma al citar el corto documental que le ha preparado Alfonso Cuarón (se ha visto ya en festivales) como aperitivo de su nueva publicación: «El futuro que él había creado en Children of men era muy cercano al presente que yo estaba contemplando en zonas devastadas…».
El libro expone mucho, describe un panorama desolador de maniobras políticas y económicas, y? nos deja sin aliento. Si todo está tan mal, la reacción del lector puede ser más bien la contraria a lo que usted querría como activista; es decir, ¡pasemos de todo…!
¿Que la reacción puede ser negativa?
Sí. Si todo está perdido, se puede producir una huida hacia adelante?
«¿Quién dice que todo está perdido?» [aquí encaja la frase de Mercedes Sosa]. No. Hay esperanza en el hecho de que las ideas progresistas y de izquierdas no perdieron la batalla ideológica; fueron forzadas, y fue una crisis lo que las derrotó. Pero las crisis son temporales. Si te fijas en lo que pasa en Latinoamérica hoy, se trata de un continente que ha sufrido todo tipo de crisis, y aun así, 30 años después, las ideas y la esperanza reaparecen. Y se están encontrando nuevas formas para protegerse de crisis futuras. La única cosa peor que el capitalismo es esa otra opción que sugiere que no hay alternativas. Precisamente yo digo que las hay, que las hubo siempre, que la gente las eligió y que fueron derrotadas en guerras sucias, tanto intelectuales como reales. Esto debería dar confianza a la gente…
En ‘No logo’ decía que había que poner más atención a las estrategias de las marcas…, pero han pasado seis años y las cosas no han cambiado mucho…
¡No logo no pretendía eliminar las marcas! Era un libro de política y hablaba de un sistema comercial injusto. Yo decía que las marcas son sólo símbolos, puertas de entrada al debate sobre el tipo de sistema comercial que queremos. Que era el momento de entrar por esa puerta. Y de eso trataban las protestas en Seattle contra la OMC, en Washington contra Banco Mundial y FMI, y en Génova contra el G-8; contra este sistema. Y si nos fijamos en dónde estamos en 2007, vemos que esas organizaciones están en crisis. Hay un cambio enorme.
Bien. Pero para muchos perdura la idea de que ‘No logo’ iba contra la industria, contra la economía en general…
Estaba en contra de la explotación de los trabajadores.
… y sin consumo, sin gente que consuma, no hay economía…
Sí, pero ése es un análisis muy tonto.
¿Como el de la revista ‘The Economist’, al sacar una portada titulada ‘Pro logo’?
Exacto. Cuando The Economist dice algo así, es una estrategia política. Hay una expresión para esto: «Construir un hombre de paja para luego poder derribarlo». En tal batalla política, yo estoy a un lado, y The Economist, al otro. Por supuesto que va a malinterpretar mis ideas, pero eso no es problema a no ser que sólo creas lo que dice esa revista.
¿Están más concienciadas las empresas ahora que hace un lustro?
No creo. Ha habido cambios, pero no hay ningún sistema de control, así que ¿cómo lo sabemos? Pero el plan que existía, y que buscaba formas más profundas y rápidas de liberalismo corporativo, se ha estancado. Es decir, no está mejorando, pero tampoco empeorando. A eso me refiero cuando digo que las negociaciones de la OMC llevan paradas cuatro años, que el FMI ha perdido poder, que el Banco Mundial está en crisis y que los intentos de expansión de las áreas de libre comercio se han detenido. Yo sé que no hay utopías, pero, a día de hoy, el poder parar estas cosas es en sí una victoria: el principio.
Hablando de victorias, la sensación en Europa es que los estadounidenses no reaccionan mucho con la guerra de Irak.
Es verdad, creo que es una de las ironías de la era George Bush. Esta Administración es tan terrible que hay una gran cantidad de activismo; la gente tiene más conciencia política ahora que hace cinco años. Pero todo está centrado en odiar a Bush o a Cheney, en conseguir que Obama o Hillary salgan elegidos. Todo se centra en las elecciones, en esas personas. Se ocupan menos de cuestiones como el cambio climático o la guerra, y más del enfrentamiento entre demócratas y republicanos.
Usted dijo en Francfort en 2002 que la esperanza para el futuro del movimiento antiglobalización era Europa… ¿Por qué cree que es aquí diferente a EE UU?
Si lo dije en 2002 fue porque tras el 11-S había pánico en EE UU y muchos activistas dejaron de serlo por miedo a parecer antipatrióticos. La guerra contra el terrorismo se usó como arma frente al activismo. Precisamente he escrito este libro para que mis compañeros estadounidenses vuelvan a hablar sobre sistemas. Porque antes del 11-S, lo importante del debate que existía sobre la globalización es que no era sobre Bush, Cheney o Clinton, era sobre sistemas y mentiras. Y tenemos que volver a eso.
La génesis del nuevo libro se produjo durante el año en que vivió en Argentina, mientras rodaba junto a su marido la película La toma, sobre obreros en plena crisis que sacan adelante una fábrica; allí sus amigos le hablaron de las sangrientas raíces del proyecto de la Escuela de Chicago: «A menudo, compartiendo sus propios recuerdos y tragedias personales y familiares conmigo. Ellos cambiaron la forma en que veía el mundo», recuerda Klein. Aquel primer destino le llevó luego a un periplo por el mundo que le marcó. Especialmente, Irak: «Cuando volví en 2004 tenía claro que debía escribir sobre aquello. Estaba obsesionada con el asunto del shock: era la metáfora elegida por los invasores y por los economistas. Así que empecé a investigar acerca del shock verdadero de forma científica, y a ver más similitudes entre el shock científico y lo que estaba pasando en estas zonas de conflicto».
¿Se les ha ido la mano en esa guerra?
Sin duda, la guerra de Irak no ha salido según lo previsto. Y conocemos el plan porque Paul Bremen entró en Irak e intentó convertirlo en zona de libre comercio; dejó papeles que lo demuestran. Pero la ideología (del shock) ha tenido tanto éxito que ha penetrado en el corazón del Gobierno estadounidense. Incluso cuando la guerra fracase, sigue tratándose de un éxito económico para las empresas privadas; gran parte de la guerra la están librando ellas. Así que, cuanto peor están las cosas, más beneficioso es para estas compañías.
¿Las de armas, de seguridad…?
No sólo armas, va más allá. Es muy radical lo que ha hecho esta Administración; cosas como el espionaje, los interrogatorios de prisioneros, la construcción de cárceles? Tareas que son el núcleo de lo que entendemos por Estado han sido privatizadas.
Siempre se benefician y pierden los mismos. Y esto es desesperante…
No hay nada desesperado cuando tienes claro a quién te enfrentas. Lo es más pensar que los demócratas van a arreglarlo todo en las próximas elecciones. Deprimen más las falsas esperanzas.
Tampoco parece que la izquierda tenga ideas o margen de maniobra…
Bueno, en España tenéis un ejemplo de esto; tuvisteis unas elecciones en las que decidisteis que queríais salir de Irak, y así fue: un milagro. Y esto nos demuestra que es posible tener una democracia en la que haya una relación entre lo que se vota y la realidad.
Precisamente muchos integrantes del movimiento antiglobalización no votan.
Yo, sí.
¿Y qué piensa sobre ello?
Hay mucho escepticismo debido a la experiencia de votar para el cambio y no conseguirlo. Eso aumenta el desaliento. Pero si la gente ve que se consiguen resultados, se implica más. Hay muchas situaciones en las que boicotear las elecciones fue una opción racional. Si tienes un sistema roto… Por ejemplo, Argentina antes del derrumbamiento: muchos votaron a un personaje de dibujos animados porque no tenía manos y no podía robar. Fue un voto de protesta que venía a decir que todos eran ladrones y que no querían participar en eso. Cuando un sistema está corrupto, como el de Estados Unidos, es una postura muy legítima no seguir fingiendo que esto va a funcionar. Pero si se pueden tener elecciones reales, como, espero, en Ecuador o Bolivia, la gente recupera la fe en la democracia.
Usted es de izquierda, de familia y pensamiento… ¿Cree que los partidos políticos de izquierda deben plantearse una vez más lo de renovarse o morir?
Gran pregunta, pero es difícil para mí generalizar; puedo hablar de situaciones concretas, de cada país. Decir en EL PAÍS que todos los partidos de izquierda deben morir puede ser mala idea.
¿Han perdido la conexión con la gente joven? ¿Ésta no se siente representada por los partidos de izquierda?
Mira lo sucedido en Italia con el partido comunista. Un grupo de activistas se presentó a las elecciones, hubo una renovación; después, coalición con Prodi, y poco ha cambiado… Muchos movimientos sociales muy efectivos para presionar al Gobierno están apartados… Creo que, a no ser que tengas un verdadero plan para arreglar el sistema, y no sólo sentarte y ocupar sitio en el Parlamento, es mejor y más efectivo quedarse fuera, estar bien organizado y ejercer presión. Así que depende; deben ser estrategias bien pensadas. Diría que mi generación de activistas no se toma el poder político en serio.
¿Por qué no?
Porque es posible cambiar el sistema no sólo presentándose a las elecciones, sino con un plan serio de reforma constitucional y política. Eso es lo que está pasando en parte de Latinoamérica. En Europa y América del Norte no parece haber tanta prisa, pero ocurrirá.
¿Cuándo comenzó a interesarse por la política? Ha contado en alguna ocasión que era muy consumista de joven.
Sí, cuando era adolescente.
¿Por qué cambió?
Porque dejé de ser adolescente.
Usted cambió esa conducta. Si tuviera que decirle a alguien cómo hacerlo…
Le diría que me leí un libro que se llama No logo y ya no pude ir de compras.
¿Ahora es más ‘no logo’ o ‘pro logo’?
No soy pro logo, pero no creo que mis compras sean relevantes.
Y en lo político, ¿dónde podemos hacer algo los ciudadanos?
Bueno, ésa es la razón por la que escribí el libro: el tipo de cosas que cuento van a seguir pasando. Cada vez hay más crisis y desastres, el mercado está en crisis en América del Norte, tenemos amenazas de ataques terroristas todo el tiempo, el clima enloquece… Lo escribí para que cuando esto ocurra, la gente esté informada, sepa cómo funciona, defienda sus derechos y también use esos momentos para decir con más claridad qué tipo de sociedad quiere.
Y ahí estamos. «La información es el único medio de resistencia ante el shock. Arm yourself», dice.
Klein no acepta el pesimismo. Se resiste. Rebate preguntas, las devuelve. «¿Piensas que el activismo no puede cambiar nada y que todo lo que existe en torno a la globalización no ha conseguido nada? Pues te puedo dar ejemplos de situaciones en las que sí se han cambiado cosas. El problema es que los medios tienden a ser escépticos en cuanto a las posibilidades del activismo. Y yo no lo soy porque creo en él, paso mucho tiempo con distintos movimientos sociales, y eso es lo que me inspira. Acabo de volver de Nueva Orleans: allí he conocido a padres, profesores y alumnos que intentan recuperar sus escuelas, y es duro, pero lo hacen. Veo a gente que es activa y que tiene muy poco. Gente que lo ha perdido todo y se organiza».
E insiste en que parte del problema está en creer que con el activismo se consiguen resultados inmediatos: «Se trata siempre de una lucha muy larga, de toda la vida, que unas veces se gana, y otras, no». Que algunos le dicen: fui a una manifestación contra la guerra, y como eso no ha servido, ya no voy a hacer nada nunca más. «En cierto sentido, ésta es una idea consumista del cambio; es como ir de compras: salir a la calle para que se acabe la guerra y esperar que sea ya, así, de inmediato».
Para la escritora, la solución de muchos males pasa por alejar el dinero de la política. «En EE UU, lo más urgente, si se quiere un cambio, es la reforma electoral, para que las corporaciones que están financiando a los políticos y comprando anuncios de televisión tengan menos poder; en la actualidad, presentarse a presidente es cosa de ricos».
En su libro aparecen algunos personajes, como Milton Friedman, que debieron de ser una auténtica pesadilla…
Bueno, él es ejemplo de una forma de pensar. Escribo de él para mostrar cómo se extendieron sus ideas. Pero es mucho más que el individuo en sí. Siempre ha sido apoyado por Wall Street, y forma parte de una batalla. En EE UU se trata de una batalla entre los keynesianos y Wall Street. Y la mayoría de los economistas se refieren a él como una contrarrevolución, una revolución que se dio tras la II Guerra Mundial con la aparición del Estado de bienestar, que perjudicó los beneficios de los más ricos. Veo a Friedman como una herramienta de estos poderes; no le considero por su ideología, no le veo como alguien especialmente malo. Era una persona que creía en la ley de la oferta y la demanda. Y en ese momento había demanda de Friedman, precisamente; él proporcionó estas ideas.
Hay otros muy interesantes, que atrapan en su evolución… Por ejemplo, Jefrey Sachs. Usted cuenta cómo empezó en Bolivia, cómo fracasó en Rusia…
Si no hubiera personas concretas en el libro sería muy difícil de leer, sería sólo teoría. Sachs se enfrentaba a unas fuerzas que eran más poderosas que él. La suya es una historia que trata sobre la importancia de los individuos y a la vez de los límites, de aquello que los individuos no pueden conseguir frente a la fuerza de la historia.
Además de personajes, Klein, que estudió filosofía y letras, y que procede del mundo de la cultura -«supongo que escribo sobre economía de la misma forma en la que lo haría sobre libros, con las mismas herramientas; si no fuera así, yo tampoco leería un libro de economía»-, usa situaciones políticas, describe maniobras detalladas, incluso localizaciones concretas que son como imágenes detenidas, cinematográficas, para contar lo que quiere contar: «La economía es muy importante, hay que leerla. Muchos no lo hacen porque parece un tema complicado, muy masculino, exclusivo, que hay que haber ido a la universidad para poder leer esa información. Y no tiene por qué ser así».
Cita lo masculino… ¿Qué importancia le da hoy a ese otro pensamiento, el femenino? ¿El de autoras como Susan George, Arundhati Roy, Anita Roddick…?
Mucha. No es tanto que esté unificado, sino que hay afinidad entre mujeres escritoras. Me da pena que no se mencione a más en el libro, pero el que se narra es un mundo de hombres y no creo que sea coincidencia. Esta forma de pensar del mundo de hoy no la comparten muchas mujeres. Sólo Condoleezza Rice; es la única a la que he escuchado usar este lenguaje al hablar de la guerra de Líbano. Me considero feminista, y confundir creación con destrucción tiende a ser patología muy masculina.
¿Cuánto de capitalista tiene usted?
Es algo con lo que lucho cada día; lucho por vivir una vida con diferentes valores en una sociedad de consumo hipercapitalista, así que yo diría que es algo que fluctúa, sube y baja.
¿Qué le gustaría cambiar de sí misma?
Todo, soy muy autocrítica; pero ser autocrítica en una entrevista con un periódico… es otra cosa.
¿Incluye el libro todo lo que quería?
No, no lo incluye, pero no me siento limitada. Siempre vi esta obra como un comienzo. Soy consciente de sus limitaciones, igual que lo era con No logo.
¿Qué portada sacaría ‘The Economist’ ante ‘La doctrina del shock’?
Ésa es la cuestión [se ríe].
«¿Pro shock, quizá?», apunta Avi, su marido, por detrás.