La región del Cáucaso es el punto de encuentro de la estepa euroasiática al norte y las mesetas de Irán y Anatolia al sur, rodeado de los altos picos de las montañas de la zona y situado entre los mares Caspio y Negro. Esa situación geográfica ha conferido al Cáucaso sur una situación más abierta […]
La región del Cáucaso es el punto de encuentro de la estepa euroasiática al norte y las mesetas de Irán y Anatolia al sur, rodeado de los altos picos de las montañas de la zona y situado entre los mares Caspio y Negro. Esa situación geográfica ha conferido al Cáucaso sur una situación más abierta y accesible que el norte, y al mismo tiempo le ha convertido en frontera y puente entre diferentes pueblos y civilizaciones.
Esa privilegiada ubicación y el paso de tantos pueblos y culturas han significado la presencia de más de cincuenta grupos étnicos en la región caucásica. Esa diversidad étnica, muchas veces inmersa en tensiones y conflictos, junto a la violencia e inestabilidad política, las amenazas de factores como el tráfico de armas y drogas, y las presiones de actores extranjeros, confieren a la zona sur del Cáucaso esa complejidad.
La mayoría de lo mencionado se encuentra en clara interrelación, y sobre todo en la década pasada, y a raíz del desmembramiento de la Unión Soviética, se va a producir un ciclo donde «la competición geopolítica ha influido directamente en los conflictos étnicos, y a jugado un papel directo en la caída de los distintos gobiernos. Al mismo tiempo, los conflictos civiles que surgieron mantenían estrechos lazos con la situación etnopolítica de la región y con el aumento de la delincuencia transnacional».
Los tres estados que se formaron en la década de los noventa en el Cáucaso sur, Georgia, Armenia y Azerbaiyán, corresponden étnicamente con los tres principales grupos étnicos de la región. No obstante en su seno conviven otras minorías que reclaman un mayor peso en la política estatal o incluso la independencia.
La más afectada por los conflictos o relaciones étnicas es Georgia, que desde 1993 mantiene bajo sus fronteras a Abjasia y Ossetia del Sur, de facto dos regiones que funcionan independientemente del gobierno central de Tbilisi. Las demandas secesionistas en la región parecen haberse incrementado tras la declaración de independencia de Kosovo y a la inestable situación de los dos casos mencionados, se podrían añadir otras partes de Georgia, como Javakheti, que a menudo es presentada como un peligro de secesión potencial. En esta región, la presencia de militares rusos, la cercanía a la frontera armenia y la sensación de aislamiento y marginación la convierten en foco permanente de posible erupción de incidentes secesionistas.
Otro punto de potencialidad conflictiva lo encontramos en Adjaria, donde la mayoría musulmana rechaza la dependencia hacia Tbilisi, pero sin optar por una independencia, sus dirigentes apuestan por una autonomía mayor.
Probablemente el mayor conflicto de esas características se dio en los años noventa en torno a Nagorno-Karabaj, donde los recién creados estados de Armenia y Azerbaiyán se vieron inmersos en una guerra total. La mayoría de la población de origen armenio solicitaba su unión con Armenia, mientras que el gobierno azerí no quería ceder esa porción de su territorio. En 1994, y tras la muerte de más de veinte mil personas y cientos de miles de desplazados se logró un alto el fuego que no cerró del todo las heridas abiertas y que de momento le otorga a Nagorno-Karabaj una situación de independencia de facto de cara al gobierno central de Baku.
Mientras que Armenia parece no tener más conflictos de carácter étnico, en Azerbaiyán encontramos algunos focos de tensión en torno a Najichevan, un enclave ubicado dentro del territorio armenio pero bajo el estado azerí y que en el pasado ha desafiado a la autoridad central. Estas diferencias han disminuido tras alcanzar puestos relevantes en Bakú diferentes políticos de origen najichevani. También en torno a la minoría de origen iraní, los talysh, han surgido enfrentamientos con los mayoritarios azeríes, de origen turco. Por último, encontramos la minoría lezgin, que en la frontera con Dagestán guarda importantes lazos con sus vecinos del norte caucásico y que pueden provocar enfrentamientos futuros con el gobierno central.
Si las diferencias étnicas han desembocado en innumerables conflictos, la estabilidad y lucha política entre las élites de esos tres estados también han traído consigo importantes enfrentamientos. Los golpes de estado, de una manera u de otra, y las muertes de dirigentes políticos se han sucedido durante los años noventa en los tres estados. Más recientemente, con el apoyo de las cancillerías occidentales se ha intentado con mayor o menor éxito llevar a cabo las «revoluciones coloristas» en algunos de esos estados.
En este apartado también es Georgia la que más veces ha tenido el protagonismo. Los enfrentamientos entre Gamsajurdia y Shevardnadze fueron la constante de posprimeros años de la década de los noventa y los golpes militares no fueron ajenos a la situación. Los intentos para acabar con la vida de Shevardnadze, o la muerte del primer ministro armenio tras un ataque contra el parlamento de aquél país, son otros ejemplos de la difícil situación que afrontaron tras recuperar su independencia en los años noventa.
Otras amenazas para la estabilidad regional proceden del creciente tráfico de armas y drogas, cuyos impulsores no dudan en utilizar la conflictiva situación que se vive en algunas zonas concretas para aumentar sus negocios. Algunas fuentes señalan que Abjazia se ha convertido en uno de los puntos claves de tránsito del tráfico de heroína, y que zonas como el Pankisi en Georgia o la región de Zaqatala en Azerbaiyán son utilizadas por estas redes para operar al margen de los gobiernos centrales. Además recientemente se ha observado la utilización de la región por parte de algunos movimientos de carácter islamista radical que intentan aprovechar el vacío de algunas zonas para desarrollar su propia agenda política.
También está el tema de los millares de desplazados que han provocado todo ese abanico de conflictos. Los cientos de miles de personas que han perdido todo y se ven obligados a vivir en condiciones extremas son en ocasiones otros focos de desestabilización que cabría añadir al ya de por si difícil mosaico del Cáucaso sur.
Finalmente nos encontramos con los diferentes pulsos que sostienen los actores extranjeros en torno a la región, o mejor habría que decir en base a la importante localización geoestratégica de la misma y a otros factores económicos, ligados sobre todo con la explotación, el transporte y el comercio de los recursos energéticos, convirtiendo al Cáucaso sur como una de las áreas más atractivas para observar la competición entre las diferentes potencias desde la llamada guerra fría .
Rusia pretende mantener su privilegiada situación en la región, para seguir logrando beneficios económicos y militares (la presencia de bases rusas es un buen ejemplo), y al mismo tiempo frenara el peso de otras potencias como Estados Unidos, Turquía o Irán. Moscú es consciente que el dominio de esta zona, sobre todo tras el descubrimiento de las riquezas energéticas del mar caspio y como paso de las mismas hacia otros lugares, es un instrumento básico para ejercer como potencia en ese nuevo panorama internacional. Por ello no duda en intervenir y dividir a los estados del Cáucaso sur, con el fin de lograr preservar sus propios intereses.
Desde Estados Unidos se busca contrarrestar por todos los medios la influencia y el peso de Rusia, utilizando para ello todos los medios a su alcance, desde manipulaciones internas hasta promover cambios de régimen que desequilibre la balanza a su favor. Washington quiere participar en la explotación del gas y petróleo azerí y busca establecer un corredor para el transporte que a través de Azerbaiyán, Georgia y Turquía, como alternativa a los proyectos a través de Irán o Rusia.
Turquía también busca sacar réditos con la construcción de oleoductos y gaseoductos que desde el Cáucaso y Asia central lleguen a los puertos turcos del Mediterráneo. Ese corredor energético es una de sus prioridades económicas, junto al interés político por estrechar lo lazos con los pueblos pan-turcos de la zona. En su política, Ankara tiene que mantener al mismo tiempo sus intereses y buscar el equilibrio con sus relaciones con Rusia y EEUU, de ahí en parte ese giro pragmático y estable de los últimos años.
Irán, aunque con menor peso también ha incrementado su posición en la región, actuando como mediador en algunos conflictos. Teherán no desea un Azerbaiyán fuerte y estable que podría acabar desestabilizando a la importante minoría azerí que vive en sus fronteras.
Otros actores como China, la Unión Europea, Israel o Pakistán también mueven sus fichas, aunque a una importante distancia de los anteriores. En este apartado también se podrían incluir las empresas o multinacionales ligadas a la explotación, comercio y transporte de los recursos energéticos, ya que en ocasiones son estos gigantes los que llegan a dictar las políticas de muchos gobiernos, y las intervenciones de éstos vienen marcadas por sus designios.
La riqueza regional está distribuida desigualmente. Si Georgia trata de aprovechar su privilegiada situación geoestratégica, Azerbaiyán posee la mayoría de los recursos energéticos, mientras que Armenia sufre un cierto aislamiento económico. La privatización salvaje, el reparto entre las élites locales tras la desaparición de la Unión Soviética afectó negativamente al desarrollo económico de estos nuevos estados. En los últimos años, se aprecia una cierta recuperación de aquel colapso inicial aunque la transición hacia una estabilidad y prosperidad para el conjunto de pueblos que habitan el Cáucaso sur se presenta todavía bastante difícil.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)