Tras diferentes retrasos, las elecciones presidenciales afganas se han celebrado, y si en un principio las fuerzas ocupantes del país apostaron por una cita electoral «limpia y masiva», tras los acontecimientos de las últimas semanas (divisiones internas entre los candidatos, aumento de las operaciones de la resistencia afgana, operaciones masivas de las tropas de ocupación…), […]
Tras diferentes retrasos, las elecciones presidenciales afganas se han celebrado, y si en un principio las fuerzas ocupantes del país apostaron por una cita electoral «limpia y masiva», tras los acontecimientos de las últimas semanas (divisiones internas entre los candidatos, aumento de las operaciones de la resistencia afgana, operaciones masivas de las tropas de ocupación…), todo parece indicar que esos adalides de la «democracia» se conforman con una fotografía de algún colegio electoral de la capital para pasar la «prueba del algodón» y mostrar al mundo que su campaña «por la libertad y la democracia» ha tenido éxito en Afganistán.
Sin embargo la realidad es muy diferente a esa postal que las fuerzas ocupantes pretenden enseñarnos. Y mientras todo parece apuntar que la llamada estrategia de la ocupación está fracasando, el movimiento de resistencia amplia sus zonas de influencia y su capacidad operativa. Además, Afganistán asiste hoy en día a unos niveles de corrupción elevadísimos dentro del propio gobierno; la inexistencia de infraestructuras gubernamentales en el país es una cruda realidad; acompañada también de la ausencia de un sistema judicial o de las fuerzas policiales; y con una tasa de desempleo que afecta a importantes sectores de la población.
La estrategia ocupante hace aguas por doquier. Si el motivo oficial de la guerra era «construir un estado democrático al estilo occidental», se ha pasado a contener «como sea» el auge y el peso de la resistencia afgana por todo el país. Junto a ello, el coste económico y en vidas humanas no deja de crecer. Mientras que el mes de julio ha sido el más mortífero para las tropas británicas (21 muertos), y otros 76 soldados ocupantes más, la población civil afgana sigue siendo la que más sufre la brutal campaña de la coalición extranjera. Los bombardeos indiscriminados, los encarcelamientos sin juicio o las constantes presiones sobre civiles siguen alimentando el rechazo de la mayoría de afganos hacia las tropas ocupantes.
Ante esa realidad, los ocupantes han puesto en marcha «una nueva estrategia» dirigida por Washington, y que centra su foco de atención en Afganistán y Pakistán, al tiempo que se ha nombrado un nuevo comandante del ISAF. La nueva apuesta pasa por seguir con las operaciones militares contra los talibanes y otros grupos de la resistencia afgana, al tiempo que se incide en buscar medidas para «ganarse a la población local», sobre todo dotándola de mayor seguridad y de una buena administración. También se alude a la necesidad de un mayor número de efectivos militares y a continuar con el combate contra las plantaciones de opio.
Más allá de esas intenciones, «muchas palabras pero pocos hechos», en diferentes declaraciones se deja entrever un importante grado de pesimismo. Si para la administración de Obama, Afganistán ocupa en estos momentos el centro de su estrategia internacional (más tropas y recursos económicos), lo cierto es que los ocupantes «cada vez tienen menos idea de cómo materializar sus objetivos». Incluso en documentos oficiales británicos se afirma que «la misión militar en Afganistán ha fracasado a la hora de lograr lo prometido, y el coste entre las tropas sigue aumentando».
En esa línea se ha manifestado también Richard Holbrooke, enviado especial estadounidenses para Afganistán y Pakistán, que ha reconocido que la «política occidental contra las plantaciones de opio han fracasado. No han dañado a los talibanes y han colocado a los cultivadores junto a éstos y contra nuestras fuerzas».
La resistencia por su parte, ha logrado importantes avances en los últimos meses. En opinión de un prestigioso analista, «es muy peligroso menospreciar al adversario, y es necesario que se tomen en serio a la resistencia afgana». Este año, los talibanes y otros grupos resistentes, han logrado consolidar su presencia y poder en el sur y este del país, han ido abriendo nuevos frentes en le norte, y siguen aumentando la presión sobre las grandes ciudades como Kabul, Ghazni o Kandahar, donde el nivel de presencia e infiltración es cada día más alto, como lo demuestran los recientes ataques en el corazón de la capital contra el cuartel de la OTAN o el palacio presidencial, así como la toma de la capital provincial en Logar.
La diversidad de la resistencia suele confundir a algunos observadores, aprovechando esa situación para formular planteamientos erróneos sobre la realidad resistente. Si la columna central de la misma está compuesta por los talibanes, existen otros grupos como Hezb-i-islami que ha logrado agrupar a miembros de etnias no pashtunes. También la existencia de diferentes comandantes se interpreta como fuente de divergencias internas, cuando obedece a una estrategia medida, con un mando centralizado pero flexible y diverso para adaptarse a los contextos locales.
A esa estrategia cohesionada habría que añadir una importante red de comunicaciones e inteligencia por todo el país, el uso de nuevas tecnologías (modernas y sofisticadas) que permiten desarrollar una eficaz propaganda. La materialización de un gobierno paralelo en las zonas y regiones controladas por la resistencia, sustentado en dos pilares, dotar de seguridad y justicia a la población, junto a saber explotar los errores de los ocupantes y haber aprendido de sus propios fallos en el pasado (en lugar de buscar enfrentamientos abiertos en situaciones desfavorables, utilizan técnicas tradicionales de la guerra de guerrillas), son otros factores que operan en favor del movimiento contra la ocupación afgano.
Las fuerzas de ocupación en Afganistán han pasado de «ser invitados (mehman) a ser percibidos como enemigos (dushman). La percepción de los extranjeros como «una clase aparte» que apenas tiene trato directo con la mayor parte de la población, y que mantiene un estilo de vida alejado del que tienen que soportar los locales; las «victimas colaterales» de miles de civiles tras las operaciones militares de los ocupantes; o el negocio en torno a los llamados fondos de ayuda internacionales que van a apara a las élites afganas o a ciudadanos y empresas extranjeras, son otras claves que aumentan el rechazo popular ante los ocupantes.
Los grupos de la resistencia han venido mostrando este verano un importante salto cualitativo en su organización y en su accionar militar. Los mayores niveles de coordinación y la capacidad operativa se han manifestado estos días. La cita electoral en ese contexto, con el llamamiento al boicot por parte de esos grupos, que ha hecho que de momento cerca de un diez por ciento de colegios electorales no vayan a abrir sus puertas, o que los refugiados afganos en Irán y Pakistán no puedan participar en estas elecciones presidenciales, se presenta cuando menos con un importante déficit de cara a su propia legitimación.
Si tras el recuento de los votos el vencedor es Hamid Karzai, «el alcalde de Kabul» como le señalan irónicamente su propia población, y que hasta hace unos meses parecía el candidato menos malo para EEUU (tal vez porque no había logrado otro); o el tecnócrata Ashraf Ghani, que podría acabar uniendo sus fuerzas al propio Karzai si se necesitara una segunda vuelta, algo que tampoco ve con malos ojos Washington; o incluso si Abdullah Abdullah logra disputarle al actual presidente una segunda vuelta electoral, algo que entra en los planes también de la administración de Obama; el teatro afgano seguirá sumido en la violencia generada por la ocupación desde hace varios años.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)