Cuando el realismo más ramplón aboca a las curas de austeridad, el reinado de las primas de riesgo y los recortes sin fin, la alternativa al pragmatismo pasa por reivindicar la utopía. Así piensa Ignacio Ramonet, director de la edición española de Le Monde Diplomatique y fundador de ATTAC, que ha impartido una conferencia en […]
Cuando el realismo más ramplón aboca a las curas de austeridad, el reinado de las primas de riesgo y los recortes sin fin, la alternativa al pragmatismo pasa por reivindicar la utopía. Así piensa Ignacio Ramonet, director de la edición española de Le Monde Diplomatique y fundador de ATTAC, que ha impartido una conferencia en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) con el título de «Utopías posibles. Objetivos de desarrollo del milenio».
Que el mundo de hoy no se sostiene en las circunstancias actuales es algo empíricamente demostrable. Si los 7 mil millones de habitantes de la tierra vivieran como el americano medio, harían falta tres planetas. Por eso, subraya Ignacio Ramonet, «el rumbo de la salvación de la humanidad no han de determinarlo la banca y los mercados, sino los valores, la ética y la solidaridad; y, sobre todo, sin confundir el crecimiento (que el capitalismo defiende y se realiza a costa de los recursos del planeta), con el desarrollo sostenible».
Hay quien connota negativamente la idea de «utopía», y la asocia a una quimera o a un proyecto irrealizable. Pero se trata de una noción «en positivo» con varios siglos ya de recorrido. Ramonet recuerda el relato de Tomás Moro («La utopía»), escrito en el siglo XVI, en el que éste pensador político (además de consejero del monarca inglés Enrique VIII) revela cómo ha de ser la sociedad ideal, cómo funcionará su economía, el urbanismo, la constitución, las relaciones personales y hasta la vida cotidiana. «El éxito del libro es que el título se ha convertido en un concepto que ha perdurado en el tiempo», destaca el pensador.
Sin embargo, no todas las utopías se han realizado con éxito. Y eso que se basaban en proyectos supuestamente racionales y elaboraciones teóricas dirigidas a un nuevo modelo de sociedad. Ramonet pone los ejemplos de la utopía hitleriana de la selección racial y el mito ario, que culminó en los campos de exterminio y la II Guerra Mundial; la utopía estalinista, que pretendía el paraíso terrenal de la clase obrera y degeneró en el gulag; la utopía político-religiosa de los talibanes en Afganistán, o de los jemeres rojos en Camboya. «Hay casos, parafraseando a Goya, en que el sueño de la razón produce monstruos», concluye Ramonet.
La utopía continúa siendo, a pesar de todo, un concepto «fecundo», en opinión del autor de «La explosión del periodismo», «La catástrofe perfecta» e «Irak. Historia de un desastre», entre otros libros. Pero a condición de que supongan un aumento de la libertad, la justicia, la solidaridad, la justicia y el progreso. «Que supongan, en definitiva, más humanidad». Con todas sus limitaciones y carencias, Ramonet apunta algunas conquistas que en el pasado se consideraron meras utopías: la abolición de la esclavitud, los avances del feminismo y de la democracia, la fundación de Naciones Unidas e incluso la construcción de una Europa unida como espacio para el progreso político y económico.
El periodista propone una mirada objetiva al Sur, lo que permite observar que el mundo continúa plagado de lacerantes injusticias. Por eso tiene sentido hoy reivindicar la utopía. El mundo es actualmente mucho más desigual que hace 50 años: si en 1960 el 20% de la población más rica acumulaba ingresos 30 veces superiores a los del 20% más pobre de la población mundial, en el año 2010 la brecha entre estas dos franjas pasaba a ser 85 veces superior a favor de los más ricos. En 46 países del mundo (muchos de ellos africanos) el PIB ha disminuido respecto al de hace dos décadas. No faltan cifras para el escarnio. En ocho países de África la esperanza de vida se sitúa en los 40 años (la de una mujer occidental puede situarse en torno a los 80 años); 3.500 millones de personas (la mitad de la humanidad) malviven con menos de dos euros diarios.
La gran tragedia es que hay recursos disponibles en el mundo para evitar que, como sucede actualmente, 40.000 personas mueran diariamente a causa de la pobreza, que 1.250 niños fallezcan al día de enfermedades curables o que un tercio de la humanidad viva sin agua potable ni electricidad. Precisamente para atajar estas lacras, recuerda Ignacio Ramonet, Naciones Unidas planteó en el año 2000, en un contexto marcado por el final de la Guerra Fría, los Objetivos del Milenio, que se resumen en ocho metas: erradicación de la pobreza; extensión de la educación primaria universal; igualdad entre los géneros; reducción de la mortalidad infantil; mejora de la salud materna; detener el avance del SIDA y otras epidemias; protección del medio ambiente y promover una asociación mundial para el desarrollo.
La gran cuestión. ¿Hay recursos disponibles en el mundo para erradicar la pobreza? «Si algo abunda en este mundo es el dinero», responde Ramonet, «pero el sistema financiero lo crea para los mercados, no para los ciudadanos». «Lo que realmente falta es voluntad política». Y en este punto las cifras, más que apelar al sector analítico del cerebro, mueven a la rabia y al enojo. Según la ONU, para suprimir el hambre en el mundo sería suficiente con una inversión de 13.000 millones de euros anuales. El dato no dice mucho en sí, pero aclara las cosas, más bien grita en su estridencia, si se compara con los 23.000 millones de euros que cuesta el rescate de Bankia, los 600.000 millones del plan de rescate lanzado en 2011 (uno entre tantos) por Obama para la banca estadounidense; o los 85.000 millones de euros que hace dos años el FMI y el Fondo de Rescate Europeo destinaron a dos bancos irlandeses.
Mientras una mujer muere cada minuto en el mundo a causa de problemas en el parto, vivimos hoy una verdadera «utopía regresiva, una utopía al revés, con menos solidaridad, mengua de las pensiones, merma de derechos básicos como la salud y la educación, y pérdida creciente de puestos de trabajo». En la Unión Europea es éste el pan de cada día en unas economías arrojadas al precipicio por las elites políticas y financieras. Se habla de falta de liquidez y de confianza pero, recuerda Ignacio Ramonet, según el Banco Central Europeo (BCE) el fraude fiscal en la UE asciende a 250.000 millones de euros, cantidad que en buena parte se refugia en paraísos fiscales. En España, las empresas cotizadas en el Ibex35 repartieron en 2009, con la crisis ya golpeando, dividendos entre sus accionistas por valor de 32.300 millones de euros, un 19% más que en el año anterior. Es decir, hay recursos, sobran incluso, pero falta energía política que obligue a canalizarlos en beneficio de los ciudadanos.
El hambre y la pobreza constituyen, en fin, un estigma por sí mismos, pero además generan otras consecuencias como los masivos flujos migratorios que, «en contra de lo que nos cuentan los medios convencionales, afectan principalmente a los países del sur», explica el director de Le Monde Diplomatique. Sequías, hambrunas y desplazamientos por la guerra de millones de personas en África y Asia, nada tienen que ver con la inmigración como problema a la que se refieren los medios de comunicación del Norte. Y a ahondar en la pobreza de los países de la periferia del mundo contribuyen asimismo los mercados. Ignacio Ramonet explica el proceso: en 2008, con el estallido de la crisis, los capitales especulativos abandonan las finanzas y se reorientan hacia los mercados de alimentos y materias primas. Esto provocó revueltas y crisis en más de 60 países e incluso la caída de varios gobiernos.
Teóricamente, para abordar en profundidad estas cuestiones se reunirá próximamente, entre el 20 y el 22 de junio, la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible (Río+20) en Río de Janeiro. Mucho más cabe esperar de la Cumbre de los Pueblos que se celebrará en paralelo en la misma ciudad y que se centrará en la «Justicia Social y Ambiental». Se espera que acoja el triple de participantes que la reunión oficial, y bien podría estar presidida por una cita de Gandhi, que Ignacio Ramonet suele recordar: «La tierra tiene recursos suficientes para satisfacer las necesidades de todos, pero no para dar satisfacción a la avaricia de algunos».
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