El propósito del Pentágono es romper el equilibrio existente entre las grandes superpotencias para intentar conseguir el predominio nuclear y estratégico en el mundo.
En marzo de 2020 se cumplirán cincuenta años de la entrada en vigor, en 1970, del Tratado de No Proliferación Nuclear, TNP. Fue firmado en 1968, y lo han suscrito 191 países (la práctica totalidad del planeta, aunque entre ellos no se encuentran India, Pakistán e Israel, y Corea del Norte lo abandonó en 2003). El TNP aceptó el monopolio atómico de los cinco países que habían realizado pruebas nucleares hasta entonces, que coincidían con las potencias con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU: Estados Unidos, la Unión Soviética (ahora, Rusia), China, Gran Bretaña y Francia. El acuerdo está sometido desde entonces a la verificación e inspección del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).
Debía tener una duración de veinticinco años, pero a su término en 1995 los países firmantes decidieron su prórroga indefinida, y cinco años después se adoptaron una serie de obligaciones, recogidas en los denominados trece puntos. Los compromisos del acuerdo estipulan un examen quinquenal del Tratado, por lo que en 2020 se reunirá una Conferencia de Revisión. El TNP estipula compromisos de desarme nuclear de las potencias atómicas, abona por el uso pacífico de la energía nuclear y reafirma la decisión de los países firmantes para asegurar la no proliferación en el planeta. Pese a ello, junto a las primeras cinco potencias nucleares, cuatro países más poseen hoy armamento atómico: India, Pakistán, Israel y Corea del Norte.
En 2004, un grupo de países entre los que se encontraban ocho aliados de la OTAN (además de Suecia, Sudáfrica, México y Brasil) preocupados por la situación en Europa y por los signos de proliferación, propusieron que se aplicasen ya los compromisos firmados en el TNP: Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia se negaron. Washington, además, se negó a considerar el arsenal nuclear israelí. No era extraño que lo hicieran, porque hace quince años la ONU ya advertía sobre el riesgo de erosión del TNP, y el propio ex presidente norteamericano Jimmy Carter denunciaba que Estados Unidos tenía una responsabilidad indudable en el deterioro del Tratado y en los riesgos de proliferación nuclear en el mundo. Carter pedía entonces que la OTAN pusiera fin a su despliegue militar en la Europa del Este: sin embargo, Estados Unidos ha hecho todo lo contrario desde entonces, reforzando su dispositivo y estableciendo el peligroso “escudo antimisiles” ante Rusia y China. Aunque en 2012 George W. Bush suscribió con Putin el Tratado SORT (que quedó sin efecto con la entrada en vigor del START-III), de hecho, Estados Unidos abandonó los planes para negociar y reducir los arsenales atómicos, ignoró sus obligaciones en tratados ya firmados e inició una etapa de desarrollo de nuevo armamento nuclear. El propósito del Pentágono era claro: romper el equilibrio existente entre las grandes potencias para intentar conseguir el predominio nuclear y estratégico en el mundo, llegando al extremo de considerar la posibilidad de usar sus bombas atómicas contra países que no poseen ese armamento. Hasta ahora.
Bajo
Obama, Estados Unidos tuvo una posición más abierta, y la
conferencia de revisión del TNP en 2010 pudo convocar para 2012 una
conferencia con objeto de lograr una zona libre de armas nucleares
en Oriente Medio, aunque tanto Estados Unidos como Israel han
impedido desde entonces avances en esa dirección. Al mismo tiempo,
Netanyahu y Trump están decididos a impedir por cualquier medio que
Irán se incorpore al club atómico, lo que asegura que Israel tenga
el monopolio nuclear en la región. Aunque Obama suscribió con
Medvédev el START-III (que hoy es el principal tratado de desarme)
el propósito anunciado por Obama de avanzar hacia un mundo sin
armas nucleares quedó difuminado a lo largo de su presidencia, y
fue abandonado por completo con Trump.
Tanto la Unión
Soviética (Rusia) como China suscribieron el compromiso de no ser
los primeros en utilizar el armamento atómico. No así, Estados
Unidos. Además, en la práctica, también supone una violación del
TNP que Estados Unidos posea armas nucleares fuera de su territorio
(a diferencia de Rusia y China) e instruya a militares de otros
países para su uso: en Europa, Estados Unidos cuenta con unas 200
ojivas nucleares en Bélgica, Holanda, Alemania, Italia y Turquía,
y las ha tenido en Gran Bretaña y Grecia. Y el futuro de la no
proliferación y del desarme es muy preocupante: tras la salida
unilateral de Estados Unidos en 2002 del Tratado ABM sobre misiles
antibalísticos, y su retirada del Tratado INF en 2019, el START-III
es el último tratado de desarme nuclear que sigue en vigor, pero su
prórroga es muy dudosa, según ha manifestado el propio
Trump.
Existen otros riesgos para la proliferación
nuclear. Las conversaciones a seis (las dos Coreas, China, Rusia,
Estados Unidos y Japón) sobre el programa atómico de Corea del
Norte están estancadas por la desconfianza de Pyongyang a causa de
la negativa norteamericana a firmar un tratado de paz. Además, el
abandono unilateral de Estados Unidos del acuerdo 5+1 con Irán,
junto con su acuerdo nuclear con India y su apoyo al predominio
nuclear de Israel en Oriente Medio (el único país de la región
que cuenta con bombas atómicas) socavan también el TNP. También
el Tratado de
Prohibición completa de Ensayos Nucleares
(CTBT) de 1996, se ha visto afectado por la política
norteamericana, que no lo ha ratificado (a diferencia de Moscú),
haciendo posible que otros países tampoco lo hicieran, entre ellos
la India, Pakistán e Israel. Por eso, el encuentro
de Estocolmo, de
junio de 2019, donde participaron dieciséis países, entre ellos
Japón, Alemania, Canadá, España e Indonesia, se declaró
preocupado por el futuro del TNP, por el programa de Corea del Norte
y por el abandono de Estados Unidos del acuerdo 5+1 con Irán, y
mostró su preocupación por el inicio de una nueva carrera
nuclear. El TNP
continúa siendo imprescindible para asegurar la paz en el mundo,
impedir la aparición de nuevos países con armamento atómico y
para mantener abierto el proceso de desarme nuclear que sigue
obligando a las principales potencias, pero las señales que llegan
desde Washington no invitan al optimismo.