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Baluchistán, días de la furia

Fuentes: Rebelión

Un nuevo episodio que ha dejado cerca de 80 muertos se acaba de producir en la guerra intermitente que, por su independencia, libra Baluchistán, la provincia más grande de Pakistán, contra el Gobierno federal, desde 1948.

En la más importante operación de los últimos cinco años llamada Haruf  (tormenta oscura y ventosa), el Ejército de Liberación de Baluchistán  (BLA por sus siglas en inglés), en una serie de ataques coordinados que comenzaron la noche del domingo y se prolongaron hasta el lunes, se atacaron diferentes objetivos como comisarias, estaciones de tren, dos hoteles, viviendas privadas y se interrumpió el tránsito en algunas de las rutas y autopistas más importantes de la provincia, como la vía costera que conecta Karachi con Gwadar. En ellas todo tipo de vehículos fueron detenidos y tras comprobar los milicianos la identidad de los viajantes, los locales eran liberados mientras que los “extranjeros”, particularmente los provenientes de la provincia del Punyab, eran literalmente fusilados, según la versión del Gobierno.

El tráfico ferroviario hacia la ciudad de Quetta, la capital provincial, ha sido suspendido por la voladura de un puente donde, además, fueron hallados media docena de cadáveres. También quedó inutilizada, la conexión ferroviaria hacia la República Islámica de Irán.

Los enfrentamientos dejaron al menos 14 efectivos de las fuerzas de seguridad y 21 insurgentes muertos. Mientras más de 40 civiles fueron asesinados, 23 de ellos ejecutados, siempre según la versión oficial, a un costado de la ruta después de ser identificados como punyabíes. También, allí mismo, fueron ejecutados varios camioneros cuyos vehículos, cargados con carbón y vegetales, fueron incendiados. Solo en el área de Musakhail, un distrito al noroeste de la provincia, se encontraron unos 35 vehículos incendiados provenientes de la provincia de Punyab, considerados por los locales explotadores de sus recursos provinciales.

En el distrito de Kalat, a 140 kilómetros al sur de Quetta, en enfrentamientos armados las fuerzas de seguridad repelieron un ataque en el que murieron una decena de personas. En Bolan, al sureste de Quetta, seis personas murieron, cuatro de ellas punyabíes.

En la acción terrorista donde participaron unos 800 milicianos, además de provocar daños, captura de armas y restablecer la sensación de inestabilidad y caos en la provincia, los rebeldes del BLA han demostrado una renovada capacidad operativa, por lo que no es para desatender la advertencia que la propia jefatura del BLA hizo a Islamabad, donde anunciaba que la segunda ronda de ataques será todavía más intensa y amplia.

Mientras, sigue siendo confusa la situación en la base de paramilitares de Bela, en el distrito portuario de Gwadar, en el sur del país sobre las costas del Mar Arábigo, a las puertas del estratégico Golfo Pérsico, donde según fuentes del BLA, cuatro de sus militantes, entre ellos una mujer, habrían realizado ataques suicidas contra esas instalaciones.

Desde Islamabad no se ha confirmado nada acerca de los atentados suicidas, aunque sí reconocieron la muerte de tres personas en cercanías de dicha base.

Es importante señalar que el puerto de aguas profundas de Gwadar, desde hace varios años está siendo administrado por China, en el que además hizo millonarias inversiones ya que es un punto clave para el Corredor Económico China-Pakistán, el mayor proyecto de la iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda, con un valor estimado de 60.000 millones de dólares, en lo que se incluye una ruta de más de 2.000 kilómetros desde Xinjiang (China) hasta el puerto de Gwadar (Pakistán), todavía en construcción.

Si bien el del domingo no ha sido el primer ataque del año, si fue el de mayor en magnitud y complejidad. A lo largo del año se han producido varios, donde además de morir civiles y agentes fueron atacados edificios gubernamentales, aunque ninguno ha tenido la magnitud de este último, que ha representado un cambio en su escala, audacia y naturaleza. Entre diciembre y enero pasados, baluchíes de Sistán, la provincia iraní del antiguo Baluchistán, pertenecientes al Jaish al-Adl (Ejército de la Justicia) sunnita y separatista, que tiene bases en Pakistán pero han operado con alguna frecuencia del lado iraní, asaltó una comisaria y asesinó a 11 policías persas para más tarde hacer lo mismo en Pakistán, donde ejecutó a una decena de soldados y de fuerzas de seguridad locales, generando una fuerte controversia diplomática entre Islamabad y Teherán (Ver: Pakistán-Irán, sin guerra… por ahora).

Un nuevo paisaje

La lucha separatista de Baluchistán, con una población cercana a los 15 millones de personas -de un total de 240 que tiene Pakistán según el censo del año anterior, 2023- que fueron repartidas  a partir de 1948 entre Pakistán, Irán y Afganistán, más allá de la fuerza de su nacionalismo, han sido marginadas de sus planes de desarrollo por parte de Islamabad  a pesar de sus ricos yacimientos de petróleo, carbón, oro, cobre y gas.

Los diversos atentados de los separatistas que se han producido a lo largo de estos últimos años, han apuntado particularmente contra ciudadanos y proyectos chinos con la intención de romper los acuerdos comerciales y de inversión entre Islamabad y Beijing.

También en este contexto hay que considerar la criminalidad común, que alentada por las profundas crisis económicas en que Pakistán cae con frecuencia, termina aglutinándose en verdaderas organizaciones mafiosas.

El tránsito de inmensas cantidades de armas para abastecer a los grupos insurgentes que existen y han existido a lo largo de la violenta historia del sello geográfico que conforman Afganistán y Pakistán, también alcanza a este tipo de bandas de crimen común, que en muchas oportunidades también han sabido jugar para alguna facción insurgente.

Como ejemplo, el pasado 22 de agosto 11 efectivos policiales fueron asesinados y otros siete resultaron heridos en una emboscada en el distrito de Rahim Yar Khan en el Punyab, un área donde se conoce que se guarecen numerosas bandas criminales. Los atacantes, que utilizaron granadas propulsadas por cohetes, jamás pudieron ser identificados y ninguna organización insurgente ha salido a reclamar la autoría del ataque, que, por lo que las autoridades creen, ha sido una venganza de alguna de esas bandas delictivas, muchas veces empleadas también por cárteles narcotraficantes.

En esta situación, con la llegada de los talibanes al poder en Afganistán en agosto del 2021, todo el contexto regional se volatilizó, con un importante incremento de los ataques del grupo Tehrik-e Taliban Pakistan (TTP), en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa, a lo que hay que sumar choques fronterizos de baja intensidad que esporádicamente se han dado entre las fuerzas de Kabul e Islamabad y las acciones de los grupos baluchíes. Hay que considerar también la presencia del Willat Daesh Khorasan, que si bien sus ataques se concentran en Afganistán, podría en cualquier momento llegar actuar en Pakistán.

Además este contexto se ha agravado por los cambios políticos que se produjeron tras el derrocamiento en abril del 2022 del Primer Ministro de Pakistán, Imran Khan, lo que habilitó la llegada de fuerzas conservadoras y proestadounidenses que avalan al nuevo jefe de Estado Shehbaz Sharif, un hombre del establishment con numerosas sospechas de corrupción a lo largo de su carrera política. Tras los ataques, Sharif prometió medidas enérgicas contra el terrorismo, concluyendo que no hay espacio para la debilidad, olvidando que el conflicto tiene ya 76 años y que los sucesivos gobiernos que desde entonces se sucedieron han prometido lo mismo, sin haber logrado otra cosa que masacres, desapariciones, ejecuciones extrajudiciales e infinidad de denuncias de tortura, por lo que a partir de la práctica una guerra sucia que el Gobierno central lleva a cabo contra Baluchistán solo engendra más odio y resistencia en el pueblo baluchí a todo lo que representa el poder de Islamabad.

Islamabad nunca ha podido contener las grandes rebeliones baluchíes (1948, 1958, 1960, 1973-77), como la última que se dio a principio de este siglo bajo la consigna de mayor participación en los beneficios que el país saca de la explotación de los recursos de esta provincia, un elemento más que justifica los días de furia.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.