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Las seis «R» del Apocalipsis

Fuentes: Rebelión - Imagen: Mural de Acción Poética

En julio de 2023, en la histórica radio uruguaya CX36 Centenario, el periodista Carlos Amir González me preguntó qué futuro le veía al capitalismo. Recordé algo del escritor marxista Daniel Banina Crocco que, un año antes allí mismo, me había regalado un aforismo muy interesante: “El capitalismo tiene los siglos contados”.

El mismo Daniel preguntó: “¿El capitalismo es viable a mediano plazo?”

Mi respuesta, entonces, fue una amable provocación a su afirmación anterior, algo sobre lo que venía escribiendo desde hacía años, casi como un proceso de descubrimiento de la pólvora y que, en un libro publicado en 2018 se tituló Neomedievalismo y Post-Ilustración (Neomedievalism. Reflections on the Post-Enlightenment Era). El término “neomedievalismo” lo usó el gran Umberto Eco décadas antes, en 1983, para referirse a las fantasías populares y del Postmodernismo literario. Más tarde, brillantes economistas como el francés Cédric Durand (2020) y el griego Yanis Varoufakis (2021) llamaron tecnofeudalismo.

Fue una de nuestras viejas preocupaciones por años. “El capitalismo ha derivado a un neofeudalismo donde los príncipes (los clanes megamillonarios) tienen más poder que los gobiernos nacionales” (Huffington Post, enero 2016). “En Europa, el dinero y el capitalismo significaron un progreso social ante el estático orden feudal de la Edad Media. Pero pronto se convirtieron en el motor de genocidios coloniales y luego en una nueva forma de feudalismo, como la del siglo XXI, con una aristocracia financiera (un puñado de familias acumulan la mayor parte de la riqueza en países ricos y pobres), con duques y condes políticos y con villanos y vasallos desmovilizados” (Página12, agosto 2017).

“No”, respondí. “El capitalismo ha muerto”.  

“Ni yo me he atrevido a tanto”, dijo Carlos.

Claro, expresiones como estas son deliberadamente radicales y provocadoras. Funcionan como despertadores. En realidad, como cualquiera sabe, los procesos históricos nunca ocurren de un día para el otro. Mucho menos los cambios civilizatorios.

Podríamos precisar: El capitalismo no ha muerto; se ha retirado a un hogar de ancianos. Ese proceso no tiene vuelta atrás. Más cuando se trata de un sistema que no tiene solución para los problemas existenciales que él mismo creó. Es un sistema que sobrevive de repeticiones, de dogmas vacíos y de predicadores apasionados. Un sistema que aún mantiene el poder político, financiero y militar y que, desesperadamente, lucha por conservar.

El primer poder que está perdiendo, de forma acelerada, es el cuarto, el poder mediático, que es el predicador de narrativas ideológicas y creador de los mitos sociales que lo sostienen. De ahí la creciente contradicción que generará aún más tensión entre los pueblos y los poderes que los dominan, desde la escala intra-nacional hasta la escala inter-nacional, sin diferencias en la lógica que relaciona a los amos con sus esclavos asalariados.

Cada año que pasa es un grado más que se agrega a la escalada hacia una explosión en el mundo. ¿Será en los años 30? ¿En los 40? ¿Mucho antes? Imposible saberlo, pero cada día se hace más y más inevitable el derrumbe de la masiva torre de huesos que prometió alcanzar el cielo para la felicidad de 33 señores allá en lo más alto.

Los poderosos nobles de nobles acciones y de crímenes nobles, confiados en la protección de sus inexpugnables fortalezas, caerán como lo que son: pequeños humanos con grandes patologías personales que alimentan las patologías sociales que llaman éxito propio y prosperidad ajena. Todo, por el momento, sostenido primero por la conformidad alegre de sus súbditos y vasallos; luego, con la rabia y orgullo fascista de los esclavos que añoran “los viejos buenos tiempos”; y, finalmente, con la explosión popular de la masas cuando su sufrimiento sea mayor a su fe en la narrativa esclavista.

La historia siempre ha escrito con seis R: Resistencia, Reforma, Reacción, Revuelta, Rebelión y Revolución. Sólo la segunda puede realizarse sin violencia. Cuando una reforma produce violencia (física, psicológica, económica, social) es porque no es una reforma, sino una reacción. Una reacción (generalmente política y cultural, como en los últimos tiempos lo han sido el neoliberalismo y el fascismo con su clásica fijación de volver, de restaurar un pasado inexistente) es siempre violenta porque aborta la necesidad de las R siguientes.

En el mejor de los casos, una reforma puede humanizar hasta el sistema más perverso, pero nunca es capaz de resolver los males de un sistema: los mitiga y, al mitigarlos, los perpetua. Para un padre o para una madre responsables de una familia, esta R2 es la más sensata y conveniente a corto plazo. Entonces ¿por qué las reformas populares rara vez se desarrollan en todo su potencial, evitando así la aparición de las restantes Rs? Simplemente, porque el poder que debe ceder privilegios nunca lo hará si no es bajo resistencia.

La inacción no es un mal pasivo sino activo. No se trata de un mal que la pereza humana perpetúa, como quien posterga el arreglo de una gotera en el techo de su casa. Es un mal inoculado por el poder. Es un mal de creciente potencial explosivo; un capacitor de odio, de vanidad, de frustración y, sobre todo, de una infinita avaricia por más poder, eso que los exitosos nobles no paran de acumular, cada vez más a la luz del día, ya sin esperar la noche, como un adicto que sabe que la droga lo va a matar, pero no puede dejar de incrementar la dosis que acelera su final.

La inacción es una dolencia histórica que no alcanza a percibirse como tal sino todo lo contrario. Es un fantasma que camina apurado hacia el abismo. Como el flautista de Hamelín, pero enfermo de rabia y orgullo, es seguido por un numeroso ejército de necios―que no quiero llamar ratas.

La torre de huesos es insostenible. No importa hacia qué lado miren los de abajo. Lo más probable es que alguna de las R avanzadas (¿la 4, la 6?) se inicie en Estados Unidos, ya que nada hay más removedor que la pérdida de privilegios y de esperanzas. Nada mueve más que la necesidad y el descubrimiento de que alguien ha vivido engañado por el poder, intoxicado por el confort y paralizados por el miedo.

Probablemente sea un síntoma de vejez, pero lo cierto es que cada vez tengo más memorias que proyectos, más nostalgias que esperanzas. También es probable que la historia no sea tan creativa, como no lo somos nosotros, quienes empezamos a observar las mismas novedades repetirse una y otra vez.

Así que voy a cerrar con otras palabras que recuerdo de mi juventud (cuando las leo también recuerdo dónde estaba y por qué las escribía con tanta pasión inútil): “Nadie hubiese previsto jamás una alternativa al feudalismo medieval o al sistema de esclavitud. O casi nadie. La historia de los últimos milenios demuestra que los utópicos solían preverlo con exagerada precisión. Pero como hoy, los utópicos siempre han tenido mala fama. Porque es la burla y el desprestigio la forma que cada sistema dominante ha tenido siempre para evitar la proliferación de gente con demasiada imaginación” (Rebelión, febrero 2009).

Esa era una de las últimas «R».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.