Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial la dependencia de Europa de energéticos soviéticos ha sido un hecho cumplido del que nadie quisiera acordarse hoy en día. Con excepción de Rumania, los países que se encontraban detrás de la «Cortina de Hierro» recibían de manera prácticamente ilimitada todo el gas y el petróleo que […]
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial la dependencia de Europa de energéticos soviéticos ha sido un hecho cumplido del que nadie quisiera acordarse hoy en día. Con excepción de Rumania, los países que se encontraban detrás de la «Cortina de Hierro» recibían de manera prácticamente ilimitada todo el gas y el petróleo que solicitaran a precios de regalo.
Justo es recordar la caída estrepitosa que sufrió Cuba cuando al desaparecer la URSS desaparecen también los envíos de petróleo. Sin embargo Europa oriental siguió recibiendo petróleo, gas y refinados sin que se alteraran mucho las condiciones de cobro pues seguían gravitando en la órbita política Rusa. Con el paso del tiempo la red de gasoductos se extendió al resto de Europa con una importancia vital del mercado alemán para el energético.
En estos años de «recuperación» del sentido geoestratégico de Rusia, terminada la fase excéntrica de experimentos de libre mercado entreguistas de Yeltsin, era sólo cuestión de tiempo que los energéticos afloraran como el tema central de la vida económica europea, pues es el gas natural de Rusia el que da calor y fuerza motriz industrial a casi todo el continente.
La irrupción norteamericana en los procesos políticos de Asia central y Europa oriental se enmarcan y tienen su explicación en este contexto. Durante los años 90 del siglo pasado se abrió con excesivo optimismo la perspectiva de que la zona del mar Caspio sería la nueva «Arabia Saudita» energética. Aunque estas expectativas no se vieron cumplidas -toda vez que las reservas a explotar son de 5 a 7 veces menores a lo que se anunció inicialmente-, de este anuncio siguieron grandes inversiones para desarrollar los campos y para construir ductos -que no pasaran por territorio ruso- que pudiesen entregarlos a puerto seguro, a los mercados internacionales.
Una vez que se ha superado la etapa de desoligarquización de la industria energética rusa con la recuperación del control de Yukos -y la anulación de Mikhail Khodorkovsky como socio y representante de los intereses occidentales-, Rusia entra en una nueva etapa estratégica en donde la posesión de campos petroleros, de gas natural y oleoductos cobra un peso preponderante en el juego político continental europeo. Esta carta es el «As» bajo la manga de negociación y presión frente a Ucrania, Belarus, Moldavia y Georgia . Estos países que se habían dejado coquetear por los Estados Unidos y que tuvieron un proceso político de democratización no tan sutilmente guiado por la NED (National Endowment for Democracy), se encuentran ahora frente a su viejo «adversario» moscovita con una fuerte dependencia energética precisamente de aquel poder del cual buscaron emanciparse. La emancipación ahora viene a cobrar sus cuentas con el anuncio de parte de Moscú de que entregará el gas natural a Kiev a precios de mercado. Putin (seguramente con una amplia sonrisa) incluso ofreció un préstamo a Viktor Yushchenko para la adquisición del gas natural a los nuevos precios cosa que este último rehusó con la argumentación de que «pagaría de sus propios recursos de acuerdo a un precio entendible, correcto y objetivamente contado» . La argumentación oculta de Yushchenko -y única carta de negociación de su endeble posición frente a su vecino, es la de ser estación de paso del mismo gas para el resto de Europa. En lo inmediato, el país más afectado sería Hungría, que ve con alarma el tono intransigente de ambas partes. Ucrania mientras tanto busca suministros alternos en Turkmenistán… Cómo va a conseguir que lleguen dichos suministros es motivo para observar el globo terraqueo e imaginar cuáles otros proyectos de ductos se estarán poniendo en marcha. Lo que si se vislumbra es que a esta confrontación con Putin, Yushchenko entra con pocas posibilidades de fortalecerse y con gran incertidumbre pues en esta primera instancia Moscú no ha abierto otras alternativas que no sean el pago puntual del gas al precio exigido.
El resto de Europa cuelga del mismo gasoducto así que pese a que Marko Frank -representante de la Eurocomisión en Rusia- declara que el conflicto se tiene que resolver de acuerdo a lo que dicten los precios de mercado, es de suponer, sin temor a equivocarse, que en este momento Ucrania tiene toda la atención del continente. Un corte indefinido del suministro del gas ruso a Europa es catastrófico y por lo tanto, impensable.
En estos primeros días del 2006 en la reseña de la resolución del conflicto del gas estamos siendo testigos del traslado a Vladimir Putin del bastón de conductor de la orquesta europea. Sus efectos serán profundos y duraderos. Stalin alguna vez preguntaba irónico que cuántas divisiones aportaba el Papa para sentarse a la mesa de negociaciones de Yalta… Hoy en día para sentarse a negociar la pregunta pertinente es: ¿Cuántos barriles aportas para platicar? y en este rubro Rusia tiene la primera y última palabra en Europa.
Carlos Ramírez Powell es director de Radio Universidad de Guadalajara, México y columnista de PORLALIBRE en México