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Afganistán y el fin de la era de los imperialismos

Fuentes: Rebelión

Horas de llanto y de crujir de dientes (Lucas, 13,28) transcurren en estos pagos del así llamado Occidente, por el descalabro sin paliativos de EEUU y sus aliados en Afganistán. Entendámoslos. En Afganistán terminó de naufragar, de manera estrepitosa, el sueño imperial de EEUU, de imponer al mundo un “New American Century”, en la euforia generada por el suicidio de la Unión Soviética.

Para comprenderlo es preciso recordar que, antes del suicidio soviético, los ‘pacíficos’ miembros europeos de la OTAN no habían iniciado ninguna guerra, por el temor que les causaba el Pacto de Varsovia. Desaparecida la URSS y disuelto el Pacto, el Dr. Jekyll dio paso a Mr. Hyde.

Animados, o convencidos, o resultado de su herencia genética imperialista (el tan citado reflejo condicionado de Pavlov), los europeos occidentales, sepultada la URSS, volvieron a las guerras. Yugoslavia, 1999 (so pretexto de un genocidio albanokosovar a manos serbias, que luego resultó falso); Iraq, 2003, (las cacareadas armas de destrucción masiva, en lo que fue un engaño planetario); Libia, 2011 (supuestas matanzas de Gadafi, y donde, al final, el asesinado fue el presidente libio) y Siria, 2014, intento de agresión frustrado -qué descaro- por la contundente oposición de China y Rusia, que avisaron de respuestas. Todos los países atacados por la OTAN tenían gobiernos amigos de la asesinada URSS y podían ser -o eran ya- aliados de una Rusia en recomposición.

Afganistán ha sido pieza codiciada por los anglosajones desde el siglo XIX, dada su estratégica situación geográfica en Asia Central: fronterizo como era de Persia, del Imperio Ruso, del Imperio Chino y, claro, del Imperio Británico, en lo que era la joya -literalmente- de la Corona, el Virreinato de India, de donde los británicos expoliaban ingentes cantidades de riqueza El desmantelamiento de los imperios coloniales -con el fin del virreinato, dividido en los actuales India y Paquistán- y el mundo bipolar, con India aliada de la URSS y Paquistán de EEUU, devaluaron Afganistán, hasta que -error garrafal y catastrófico- la URSS decidió en mala hora invadir el país, en 1979.

EEUU vio, en la invasión, una oportunidad única de conseguir dos objetivos. Uno, lanzar una guerra de desgaste para derrotar y humillar a la URSS y, dos, desquitarse de la doloroso y traumática derrota en Vietnam, en 1975. Para lograrlo contó con la ayuda inestimable de Paquistán, en cuyo territorio se inició el reclutamiento de los futuros muyahidines, buscados entre los sectores más fanáticos y retrógrados de Afganistán. EEUU hizo de la guerra contra los soviéticos una cruzada islámica contra el comunismo ateo y Afganistán se convirtió en el epicentro y meca del islamismo más extremista. En esa guerra combatieron Osama Ben Laden y el mulá Omar y de esa guerra nacieron Al Qaeda y los talibanes, merced al apoyo de EEUU, de quien son hijos, bastardos, pero hijos, (recomendamos la entrevista a Hillary Clinton, admitiendo que fueron ellos quienes crearon a estas fuerzas: https://www.youtube.com/watch?v=kz293ocSvJ4. Tiene subtítulos en español, avisamos, para animar a los curiosos).

El fin de la Guerra Fría hizo renacer los sueños imperiales a lo siglo XIX. Un EEUU exultante se dijo triunfador absoluto sobre el desaparecido adversario soviético y pasó a diseñar un mundo a su medida, el citado “New American Century”. Un revival del siglo XXI con un único poder mundial con capital en Washington. Las guerras lanzadas por la OTAN, instigadas por EEUU, eran un medio considerado esencial para el rediseño del mundo (tema desarrollado en el libro sobre política y geopolítica). No fueron, ni mucho menos, guerras al azar, sino etapas del proceso de dominación mundial, en unos años en los que EEUU -derruida Rusia, circunspecta China- no tenía ni veía rival.

La guerra contra Yugoslavia arrasó al único aliado de Rusia y -el verdadero objetivo- puso a la Unión Europea bajo control casi total de EEUU, que expandió la OTAN hasta las fronteras de Rusia. Iraq ‘debía’ quedar bajo control pleno de EEUU, tanto por su extensa y estratégica frontera con Irán, como porque Sadam había dejado de ser un déspota de fiar. El lobby israelita hizo el resto, pues Israel quería destruido a Iraq y a EEUU asomando su potencia sobre la odiada y temida República Islámica de Irán, algo favorecido también por el obsceno régimen saudita. En Libia era quitar de en medio al incómodo, prorruso y petrolero Gadafi, para plantar el dominio de los occidentales. Derrocado Gadafi, en Mediterráneo quedaría ‘asegurado’ y ‘cerrado’ para la OTAN.

La pieza que faltaba era Siria, histórica puerta y puerto natural de Irán y Asia Central al mar Mediterráneo y viceversa. El derrocamiento de El Asad permitiría terminar de cerrar el Mediterráneo a Rusia e Irán, liquidaría al enemigo más próximo a Israel, cerraría las vías de abastecimiento a Hezbolá y, liquidado Hezbolá, Líbano quedaría de rodillas ante la OTAN, Tel Aviv y Washington. Por eso Siria se convierte en el campo de batalla más sangriento de todos, con una brutalidad sin límites. La OTAN, Turquía, Israel, Qatar y Arabia Saudita se conjuran para liquidar al régimen sirio, ante la resistencia numantina de dicho régimen, al que apoyan decididamente Hezbolá e Irán, que envían a miles de combatientes. Aquí es donde, debe anotarse, empiezan a cambiar las tornas. El protagonista del cambio tiene un nombre: Rusia. En agosto de 2015, Moscú amplía la base aérea que tiene en Siria y, el 30 de septiembre de ese año, para asombro, pavor y desconcierto de la OTAN y sus aliados, Rusia lanza una contundente ofensiva aérea y marítima contra las fuerzas delegadas de Occidente. La ofensiva, que se prolonga por más de un año, es demoledora y las fuerzas de Damasco, abastecidas de armas y asesores y comandos rusos, reforzada con miles de combatientes chiíes -que, incluso, llegan desde Afganistán- derrotan a los enemigos, que deben replegarse y quedarse quietitos en la provincia de Idlib. La intervención de Rusia en Siria hizo ver con crudeza que el sueño del “New American Century” era eso, un sueño. También marcó un antes y un después en la quimera estadounidense de dominio mundial.

II

Ahora veamos Afganistán desde esa perspectiva. Según declarara el presidente George Bush Jr., la invasión del país centroasiático era parte de la ‘guerra mundial contra el terrorismo’. Si, efectivamente, así hubiera sido, la operación militar debía haber concluido en 2002 o, a lo sumo, en 2003, pues el régimen talibán se desmoronó en semanas y un año después estaba establecida una nueva administración bajo la égida de EEUU. Como sabemos, ocurrió lo contrario. Pese al derrumbe total de los talibanes, los occidentales no sólo no retiraron sus tropas, sino que las aumentaron y reforzaron con mercenarios -llamados eufemísticamente ‘contratistas’- hasta alcanzar casi 200.000 efectivos armados. Más revelador aún, EEUU aprovechó la guerra para abrir bases militares en dos países ex soviéticos, Uzbekistán y Kirguizistán.

No era, realmente, una guerra contra el terrorismo. La guerra contra el terrorismo era el pretexto de EEUU para hacerse con el control de Afganistán y, desde este estratégico país, proyectar su poder militar y político en Asia Central. El objetivo real era extender su influencia sobre las ex repúblicas soviéticas y, lo principal, expulsar y sustituir a Rusia, establecerse en la retaguardia de China y hacer una pinza contra Irán desde Iraq y Afganistán (podríamos extendernos en el tema, pero esto es un artículo; remitimos al libro de geopolítica). Ya en julio de 1997, el secretario de Estado, Strobe Talbott, había expresado que Asia Central era “trágicamente vital” para EEUU. Zbigniew Brzezinski, por esos años, afirmaba que había que debilitar a Rusia en esa región, fortalecer a los nuevos Estados y poner sus recursos a disposición y explotación de empresas estadounidenses. En 1998, Brzezinski publicó una obra con gran éxito y repercusión en EEUU y Europa: “El gran tablero mundial: La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos”, donde planteaba la necesidad de EEUU de dominar Eurasia para dominar el mundo.

Vista la derrota atlantista en Afganistán desde esa perspectiva, se entenderá mejor el dolor de llanto y el crujir de dientes en los coaligados de EEUU y en EEUU. La derrota en Afganistán, es más, mucho más que una derrota militar: es el fin del sueño del mundo unipolar; es la derrota de las políticas imperialistas puestas en marcha en la agresión inicial contra Yugoslavia en 1999. Pero, sobre todo, significa la expulsión de EEUU y la OTAN de Asia Central, a donde tendrán casi imposible volver. Es la expulsión de Occidente del “corazón continental” del que hablaba Halford Mackinder. Del corazón de Eurasia y, siendo Eurasia “el campo de juego más importante del planeta”, como afirmara Brzezinski, su expulsión del corazón del mundo. Tony Blair ha criticado duramente la decisión de Biden, afirmando que esa decisión de retirarse de Afganistán “no fue impulsada por una gran estrategia sino por la política”.

El futuro del “corazón continental” quedará -pese a quien pese y aunque lleve su tiempo recomponer Afganistán y hallar acomodo con los talibanes-, quedará, vale repetir, en manos de los tres mayores beneficiarios del colapso atlantista: Rusia, China e Irán (y Paquistán, pero este país es subsidiario de China y no hará nada que perturbe a Beijing). Los talibanes -al menos un sector relevante de su dirigencia- saben que necesitan una relación adecuada con estos tres países si aspiran a establecer un gobierno y un sistema viable y duradero. Saben que una coalición internacional poderosa los puede volver a echar del poder y saben que, sin recursos y fondos externos, el apoyo que hoy tienen entre los afganos -hartos, cansados, arruinados después de cuatro décadas de guerra- puede disiparse rápidamente. Eso explicaría sus esfuerzos de moderación, sus misiones públicas y secretas a Rusia, Irán y China y su empeño en mostrar un rostro diferente. La alternativa a esta política es un nuevo ciclo de guerras civiles y destrucción, lo que, hoy por hoy, y según lo que se sabe, no está en la agenda de los líderes talibanes.

Que los tiros iban por allí lo parece confirmar el jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell, quien declaró ante la Comisión de Asuntos Exteriores europea: “Lo que no podemos hacer es permitir que los chinos y los rusos tomen control de la situación y sean patrocinadores de Kabul”. Estos países, afirmó Borrell, “tendrán una nueva oportunidad de incrementar su influencia” en Afganistán. “No cerrarán sus embajadas, sino, al contrario, irán ampliando su presencia. Eso cambiará el equilibrio geopolítico”. Lo que está por explicar es como los derrotados atlantistas detendrán a Rusia y China. En línea similar ha explotado Tony Blair en su página web: “Rusia, China e Irán verán y aprovecharán” … “¿Es lo que está sucediendo en Afganistán parte de un panorama que concierne a nuestros intereses estratégicos y los involucra profundamente?” … “Si lo definiéramos como un desafío estratégico, y lo viéramos en su totalidad y no como partes, nunca habríamos tomado la decisión de retirarnos de Afganistán” …

Otro punto a aclarar es ¿por qué EEUU puso hasta ahora fin a su presencia militar si, en 2014, lo había hecho el grueso de las fuerzas de ocupación? La respuesta viene con música de tango. Pues que veinte años son, en política, muchísimos años y del mundo existente en 2001 al existente a partir de 2014 quedaba muy poco. El espectacular crecimiento económico, comercial y militar de China y la no menos notable recuperación de Rusia, amén del despegue económico y científico-técnico de Irán, habían cambiado radicalmente el panorama global y regional. Para EEUU, la zona más estratégica y vital había pasado de Europa a la región Indo-Pacífico y hacia allí han venido dirigiendo el grueso de sus esfuerzos desde, al menos, 2010, aunque el acelerón se da a partir del año 2015. A ello debe sumarse lo que ha sido, con mucha seguridad, el hecho más trascendental de la última década, que es la alianza ruso-china, que ha dado un golpe político dramático a Occidente (tema tratado en Réquiem polifónico por Occidente), cuestión que, en Europa, sólo ha sido entendida por Alemania (lo que explica, por ejemplo, el empecinamiento germano en la construcción del gasoducto Nord Stream II, pese a la oposición furibunda de EEUU y buena parte de la UE. En febrero pasado, el ministro de Exteriores alemán, Heiko Maas, llamó a no aislar a Rusia y a China, pues una política así “creará la mayor alianza militar” del mundo).

Por último, recordar que EEUU es, técnicamente, un país en bancarrota, cuyas finanzas públicas son sostenidas por el resto del mundo, merced a poseer la divisa por excelencia, el dólar. Según afirmó el primer ministro británico, Boris Johnson, hace escasos días -y recogiera el diario Le Monde-, EEUU había estado gastando 300 millones de dólares al día en Afganistán. La Brown University publicó un estudio sobre el costo de la guerra y éste asciende a 2,26 billones de dólares. De esa astronómica cantidad, 800.000 millones fueron destinados a la actividad militar directa y 85.000 millones al esfumado ejército afgano. La deuda pública de EEUU ha superado, este 2021, el 102% del PIB, con perspectivas de llegar al 107%. La crisis financiera y comercial es tan grave que, hace unos años, un congresista declaró que, en la situación de EEUU, hacer la guerra contra China requeriría pedirle prestado dinero ¡a China!

El alud galáctico de comentarios, opiniones y lamentos sobre lo terrible que es el triunfo talibán y cuán triste es para la democracia y los derechos humanos y pobrecitas las afganas, está más próximos a una suerte de catarsis personal y de linimento colectivo que a un análisis pegado a tierra. La realidad es que estamos inmersos en el proceso de finalización de la hegemonía de Occidente y de ascenso de Asia, con China en el epicentro y Rusia como mole estratégica determinante. Si la UE quiere resistir y existir como actor internacional necesitará retomar el proyecto europeísta, marcar distancias con EEUU y rehacer sus relaciones con Rusia. Porque, en el mundo en transformación en que vivimos, la UE necesitará más de Rusia que Rusia de la UE. En Alemania ya lo están entendiendo. Cuanto antes lo entiendan los demás países menos traumático será.

Augusto Zamora R. es autor de Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos (3° edición, 2018), Réquiem polifónico por Occidente y de Malditos libertadores.