A veces dan ganas de aconsejar lo mismo que el homérico Ulises a su tripulación para escapar del hermoso y fatal canto de las sirenas: tapónense lo oídos con cera, a ver si no llegan a ellos ciertas voces interesadas en convencer de que la Guerra Fría ha quedado sepultada en las páginas de la […]
A veces dan ganas de aconsejar lo mismo que el homérico Ulises a su tripulación para escapar del hermoso y fatal canto de las sirenas: tapónense lo oídos con cera, a ver si no llegan a ellos ciertas voces interesadas en convencer de que la Guerra Fría ha quedado sepultada en las páginas de la historia, como una ilustración recargada, superada por el «arte postmoderno» de la unipolaridad más aplastante. «¿Guerra Fría contra quién -parece ser el ritornelo apaciguador-, si, con la caída de un mundo, solo un astro brilla con luz propia en la constelación de naciones del planeta?».
¿Contra quien? Ayer contra el socialismo multiplicado; hoy contra cualquier Estado que amenace con romper el «equilibrio» de un dictador universal, USA, con plena impunidad. Y Rusia, quizás el mayor contradictor del momento en la apreciación gringa, no es precisamente un huesecillo en la garganta del Imperio. Puede que esté semejando un esqueleto completo laringe abajo, por las potencialidades que congrega. Recordemos que, si hoy resulta la séptima economía mundial, según plausibles pronósticos pronto ocupará la quinta posición, con el siete por ciento de crecimiento anual que la avala. Ello, sin tener en cuenta su condición de segunda en materia de armamentos.
Incluso, se ha atrevido a pujar con denuedo con el atlantismo, liderado por EE.UU., demostrando con hechos que no admite tutelaje y que reivindicará a ultranza su condición de superpotencia. La réplica a la invasión de Osetia del Sur por el Gobierno de Tbilisi bien podría considerarse la primera gran batalla por la multipolaridad, o el primer signo de multipolaridad recobrada. Y no es para menos. La embestida de Georgia y el propósito de ingreso de esta república soviética que fue (y Ucrania) en la OTAN reflejan el interés de continuar la saga de cercar y aislar a la Federación de su entorno natural: la mayúscula riqueza en hidrocarburos que guardan los países adyacentes al mar Caspio. Se trata también de la defensa por Moscú de su derecho a evitar la fragmentación en pequeños Estados de fácil y más que posible colonización yanqui.
Junto con los consabidos reveses en Iraq, Afganistán y Pakstán, la camarilla encabezada por el dúo Cheney-Bush, y los que vengan, tendrán ahora que soportar de Rusia cosas como un presupuesto para 2009 que cifra en unos 40 mil millones de dólares, 25 por ciento, el aumento de los gastos militares. De acuerdo con el plan trienal, las erogaciones de esa índole llegarán a 54 mil millones de dólares en 2010 y a 58 mil millones en 2011, si bien apenas el diez por ciento de los del Pentágono, que este año dedicó 480 mil millones a la adquisición de armas y a la logística, más que suficientes tomando en cuenta la estrategia de una posible guerra asimétrica, provista incluso de unos misiles que, se afirma, vulnerarían limpiamente la costosa defensa anticoheteril de los Estados Unidos.
A todas estas, el presidente Medvédev, el primer ministro Putin y los demás dignatarios moscovitas se muestran confiados en la solidez, el desarrollo de una economía que, prevén, habrá de sortear la actual crisis financiera internacional, con unas reservas de divisas de 550 mil millones de dólares, el denominado fondo de reserva valorado en 140 mil millones y el de bienestar social en 32 mil millones. Al parecer, finiquitaron los tiempos en que el inmenso país andaba de capa caída.
Por otra parte, conforme a algunos analistas, cuestiones como la presencia de buques de la OTAN en el mar Negro no han permitido a muchos descubrir en toda su magnitud que el potencial de la Alianza se va reduciendo; que, lejos de fortalecerla, la ampliación hacia el Este la debilita. No se percibe en su real significado, insisten, que casi todos los países de Europa continental envían cada vez más reducidos contingentes a Afganistán, o simplemente se niegan a combatir. Mientras tanto, el número de anglosajones no alcanza para dos guerras simultáneas: la iraquí y la afgana.
Para mayor inri de Washington y compañía, ciertos observadores estiman que la invasión de Osetia del Sur por Georgia no ha hecho más que avalar la aseveración de debilitamiento del bloque situado en la otra punta de la Guerra Fría, pues, aunque todos los miembros de la OTAN se solidarizaron enteramente con Tbilisi, la asociación no le brindó ayuda militar alguna durante la guerra.
A ello adicionemos signos como el vuelo de bombardeos supersónicos rusos sobre el Caribe y Venezuela, y, como si no bastara, los ejercicios conjuntos de la armada de la nación sudamericana con la euroasiática, para concluir que no hace falta el tapón de cera contra las voces estentóreas empeñadas hasta la histeria en convencernos de que la Guerra Fría, impulsada desde Occidente, es solo un espectro temido. De sobra está aquí, corporizada entre nosotros. Por suerte, apuntábamos una vez, con ella comienza a despejarse el dilema acuciante de si una sola potencia hegemónica o el renacer de un mundo decididamente multipolar.