La superación de las secuelas económicas y sociales de la pandemia de la Covid-19 no puede venir por volver a reproducir y perpetuar un sistema que precariza la vida, genera desigualdades y depreda el medio ambiente; sino que tiene que pasar por potenciar unas economías transformadoras interconectadas con la consecución de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Estas otras economías están en pleno proceso de construcción, de acumulación de fuerzas, en busca de un relato común como uno de los principales retos que permita aglutinar a las diferentes propuestas en relación a una visión más amplia y compartida de una transformación socioeconómica –tan necesaria para revertir que las consecuencias de una crisis agraviada por la pandemia no recaigan en los colectivos más vulnerables–. Es en este sentido que hablamos de las economías transformadoras como movimiento de movimientos, como concepto aglutinador de un relato común articulado alrededor de dos grandes ejes: la sostenibilidad de la vida en relación con la naturaleza, la cura y la comunidad; y la distribución igualitaria del poder y de los recursos a través de una organización económica basada en la satisfacción de las necesidades para una vida digna mediante una gestión democrática, transparente y sin afán de lucro.
La economía social y solidaria, con el comercio justo y las finanzas éticas, construida sobre las bases del cooperativismo y la articulación de mercados sociales, con prácticas de autoorganización y democratización de la economía, proveyendo bienes y servicios para la satisfacción de necesidades en vez del lucro.
La economía basada en los procomunes, como tercera vía en la manera de gestionar los recursos y producir valor, basada en la gestión comunitaria, rompiendo la dualidad estado-mercado como únicos espacios visibles y legitimados para la producción, gestión y asignación de recursos del sistema económico.
Las economías feministas, para desplazar a los mercados y al capital como centro de la organización socioeconómica y situar la vida y todos los procesos que la hacen posible de manera sostenida, con especial importancia de la economía de las curas y el papel clave de la mujer y de los valores feminizados.
El movimiento por la Soberanía Alimentaria, con su papel fundamental en el replanteamiento del modelo agroalimentario como pieza básica para el sostenimiento de la vida, y que, por lo tanto, conecta su lucha con todas las luchas por la defensa de la tierra, encabezadas por el ecologismo social y movimientos como el Decrecimiento.
Se trata de recuperar la función originaria de la economía, poniéndola al servicio de las personas, para gestionar los recursos equitativamente y explotarlos de manera sostenible, ensayando un nuevo modelo socioeconómico más justo, democrático y solidario. Otra economía que, en definitiva, permita plantar la semilla del cambio para construir un modelo económico y social que tenga a las personas y al planeta en el centro.
Jesús Gellida, politólogo, investigador social y escritor