La asunción de la presidencia por Tabaré Vázquez, del Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría, significa que Uruguay y su experimentado movimiento popular ensanchan la franja de naciones encabezadas por gobiernos progresistas en América Latina. Con diferentes grados de radicalidad, estos gobiernos -que no son homogéneos ni enfrentan situaciones iguales- coinciden en ofrecer una mayor resistencia a […]
La asunción de la presidencia por Tabaré Vázquez, del Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría, significa que Uruguay y su experimentado movimiento popular ensanchan la franja de naciones encabezadas por gobiernos progresistas en América Latina. Con diferentes grados de radicalidad, estos gobiernos -que no son homogéneos ni enfrentan situaciones iguales- coinciden en ofrecer una mayor resistencia a las políticas recolonizadoras encarnadas en el ALCA y los tratados bilaterales de libre comercio, encaminados al saqueo de los recursos naturales y la anulación de las soberanías; o a los designios de subordinar los ejércitos latinoamericanos a la estrategia de Washington, como se demostró en la reunión de Ministros de Defensa del hemisferio el año pasado en Quito. Se advierten limitaciones en la ejecutoria de algunos de ellos al no satisfacer las expectativas creadas en cuanto a una lucha frontal contra el neoliberalismo, pero se incurriría en grave miopía política si se subestimara su importante significación en la retoma del objetivo de la integración económica y política y la independencia de nuestra América. Antes de que llegaran a la presidencia Hugo Chávez en Venezuela, Lula en Brasil, Kirchner en Argentina y ahora Tabaré Váquez en Uruguay la única resistencia a las acciones recolonizadoras de Washington se levantaban desde Cuba o desde los movimientos sociales de la región. Los gobiernos existentes hasta entonces no ponían la menor objeción a los planes yanquis, bien porque estaban de acuerdo con ellos o bien porque no se atrevían.
Aunque la llamada globalización ha colocado una camisa de fuerza a los Estados latinoamericanos, reduciendo su capacidad de articular políticas auténticamente nacionales, hay ejemplos de que todavía quedan espacios para rebelarse contra el embate recolonizador en dependencia de la voluntad política de los gobiernos, de la correlación de fuerzas nacional e internacional, de su capacidad para gestar alianzas y lograr apoyo de masas a su actuación. Prescindiendo de Hugo Chávez, un caso excepcional por todo lo que su gobierno ha sido capaz de hacer en materia de recuperación de los recursos energéticos, de despliegue de una política exterior independiente, de programas sociales de hondo calado y de identificación entre gobierno y movimiento popular, hay que anotarle a Lula y a Kirchner el impulso al MERCOSUR como alternativa al ALCA y el haber abierto la puerta a Venezuela en este mecanismo. Los dos han sido muy activos junto a Caracas en la defensa de los derechos de los pueblos tercermundistas en la Organización Mundial de Comercio, donde Brasil fue el inspirador del grupo que impidió la imposición por Estados Unidos de sus condiciones en Cancún. Al mandatario argentino hay que reconocerle una consistente labor a favor del esclarecimiento de los crímenes contra la humanidad de las dictaduras militares y también la quita de una apreciable parte de la deuda externa defendida con gran firmeza y sentando un precedente muy valioso en América Latina. Ambos, unidos a Chávez y, en sus primeros actos de gobierno, a Tabaré, han constituido Petrosur, un ente petrolero sudamericano y también Telesur, que en breve comenzará a transmitir programas con la óptica latinoamericana. Tabaré reanudó en su primer día de gestión las relaciones diplomáticas plenas con Cuba.
De lo anterior deriva una cuestión clave para fortalecer la resistencia latinoamericana contra el imperialismo y es la necesidad de que los movimientos populares de la región brinden su apoyo en aspectos puntuales a estos gobiernos cuando actúan en defensa de los intereses nacionales. Esto es perfectamente posible siempre que no pierdan por ello su independencia política y crítica. Son las luchas antineoliberales y antiimperialistas de los movimientos los que han hecho posible el ascenso de estos gobiernos y nadie mejor que ellos sabe cuáles son las aspiraciones que esperan ver satisfechas por los mismos. De otro lado está el agresivo derrotero antilatinoamericano que sigue la administración de Bush con sus continuas amenazas a Cuba, a Venezuela y a las insurgencias que por distintos caminos siguen los pueblos de Colombia y Bolivia, pero también más veladamente contra los demás gobiernos progresistas, que hace necesario que los movimientos populares se preparen para contrarrestar futuras agresiones con una solidaridad indeclinable, seguros de que en la unión está la fuerza de América Latina.