No es para nosotros/as como latinoamericanos/as extraño que curas y monjas hablen de amor desde la praxis. No, no son todos los curas ni tampoco todas las monjas. La mayoría en realidad se dedica a destrozar sueños de niñas en colegios femeninos y a sembrar el clasismo que viene de la mano de la familia, el matrimonio y la propiedad, de conservar lo QUE ES, el status quo.
Pero existió este vendaval de liberación, del que Latinoamérica era puntal. La Teología de la Liberación fomentó el amor hecho carne en la opción preferencial por aquellos y aquellas que habían sido despojados de todo desde hace más de 500 años. Además, nos contaban, no era cuestión de caridad -como decía el Opus Dei, que requiere de pobres para acceder al cielo- es cuestión de justicia, de ser iguales, de buscar en la liberación de los despojados y despojadas, nuestra propia libertad. Una libertad que incluye ser dueñas de nuestro propio cuerpo, como reflejó hace un lustro una foto de Tania Macera de Monjas Lauritas en las marchas por la despenalización del aborto.
La semana anterior falleció Gustavo Gutiérrez, proponente de la Teología de la Liberación. Mientras el fallecía en Perú con ceremonias que recordaban los principios de la opción preferencial por los pobres, en Chiapas marchaban multitudes demandando justicia por el asesinato del párroco Tsotsil de Chichelalhó Marcelo Pérez Pérez, párroco en San Cristobal de las Casasa, Chiapas, “un hachazo terrible” al mundo indígena chiapaneco y a la causa de la paz, escribían en La Jornada. https://www.jornada.com.mx/noticia/2024/10/22/opinion/el-padre-marcelo-4723
Lo mataron él sabía que lo iban a matar, y el progresismo no ha hecho nada para mejorar la situación del sur de México. No, no es cuestión de dar la vida como Cristos por un mundo mejor, pero si estar dispuestos a vivirla pensando en los demás.
A veces no nos damos cuenta del impacto enorme que la teoría y la praxis latinoamericana tiene a nivel global. No reconocemos nuestro potente desarrollo teórico que va de la mano del intentar una y otra y otra vez, transformar la sociedad de grandes inequidades en la que vivimos. En salud esto fue claro con “Patologías de Poder” de Paul Farmer. Farmer, catedrático aclamado de Harvard que murió dedicando su vida a evidenciar las grandes inequidades provocadas en Haití, promulgaba una concepción de salud basada en la Teología de la Liberación. El la citaba, pero el Norte Global pensó su postura como el descubrimiento de una individualidad. Estos casos se repiten una y otra vez (ej: vemos el “Nobel de Economía” sobre Latinoamérica otorgado a estudiosos del Norte Global, por algo que desde los Sures venimos diciendo desde hace rato).
Esa teoría y esa práctica es carne en nuestra región y, para mí, es importante reconocer que no toda religión es el Opio de los Pueblos y tampoco todos los y las que aman ferozmente al pueblo son curas o monjas. Ese amor también tiene rostro de mujer anarquista vestida de negro: María Galindo, esa guerrera de corazón de pastel de naranja (si una llega a conocerla bien) que es capaz de sostener la mano de una madre a la que acaban de asesinar a sus hijos en ese preciso funeral, en el que entierra a sus hijos.
Comencé esta historia tratando de escribir de uno de los seres que tantos admiramos: un vasco tenaz, coherente, inteligente, aventurero y contreras, al que hemos llegado a querer como NUESTRO. Hace dos semanas José Miguel Goldáraz (Achakaspi), recibió aplausos, abrazos, una orquídea, un par de lágrimas, y demás, por todo el amor que ha profesado en y por la Amazonía y sus gentes durante décadas. Como dijo en su hermoso discurso Milagros Aguirre, el amor REVOLUCIONARIO que ha sembrado él durante más tiempo del que yo llevo viva. Quise hablar de él, pero por justicia- es mejor colocar acá las bellas palabras de Milagros, cronista dotada de las historias de la Amazonía.
Buenas tardes con todos y todas en esta tarde de charla y homenaje. Me siento muy feliz de acompañar ahora a José Miguel Goldáraz esta tarde. Sé que él preferiría estar ahora mismo en el calor de la selva, conversando con la gente, planificando alguna protesta o escuchando simplemente a quienes se acercan a la casa de los capuchinos a diario, por un consejo o una voz de aliento. Pero le hemos convencido de que tenía que estar esta tarde acá, gracias a la invitación de Pablo Ospina y del SEPI (Seminario interdisciplinario permanente de investigación sobre territorios, ruralidades, ambiente y alimentación en el Ecuador).
José Miguel es un Quijote. Es un luchador. Es para muchos una fuerza que nos moviliza, que nos empuja, que nos inspira. Yo lo conozco ya hace un poquito más de veinte años y para mí, particularmente, se ha vuelto una figura fundamentar en mi vida y sé que es una figura fundamental en la historia de la Amazonía, en la resistencia petrolera, en la vida de los naporuna.
José Miguel es alguien muy especial. Lleva más tiempo en la selva que muchos de ustedes en esta vida. Nació en Osinaga, un pueblito en Navarra. Sus primeros años como misionero los pasó en Filipinas y aprendió a hablar tagalo. Vino al Ecuador de una manera azarosa, cambiando la obediencia con otro fraile capuchino, y se internó en la selva. Desde ahí se volvió un hijo adoptivo de la selva.
Hoy en el afiche de promoción de su charla le han puesto el vocativo de Doctor. A José Miguel no le ha enseñado la universidad, sino la vida en la Amazonía. Ahí ha aprendido de la cosmovisión naporuna, de su espiritualidad, hablando con la gente, bebiendo tazones de chicha. Ahí ha aprendido su idioma, su gramática, su forma de conversación. Ahí ha aprendido de sus valores y virtudes y ha renegado de sus defectos.
José Miguel ha sido testigo de los rezagos de los últimos caucheros y hacendados de las haciendas del Napo. Ha sido testigo también de la liberación de esos indios esclavos y de la constitución de su organización y de la formación de las comunas kichwas.
También ha sido testigo de los desastres petroleros no solo de los desastres ambientales y ecológicos sino de las consecuencias y rupturas de la vida comunitaria, de los valores comunitarios que tanto defiende.
Y está siendo testigo del desastre ambiental y social de la minería, que está despojando de todo a las comunidades.
No ha sido un testigo silencioso, por cierto. Al contrario, movido por la indignación que produce tanta injusticia, ha acompañado de todas las formas posibles a las comunidades en sus reivindicaciones, a los dirigentes en sus protestas, a ambientalistas y ecologistas en sus reclamos, volviéndose una voz fundamental en la defensa de los territorios amazónicos.
Pero lo más lindo de José Miguel, además de toda su sabiduría, es su capacidad de soñar… pese a las batallas perdidas, está convencido de que ganará la guerra. Y se empeña en ese sueño y va con todo: desde las enseñanzas del Kichwa y de la cultura naporuna a quienes llegan a la misión capuchina, pasando por la formación de líderes y dirigentes en su escuela Achakaspi bula, hasta ahora que se ha empeñado en formar jóvenes comuneros, que vayan verdaderamente a estar al servicio de sus comunidades y no al servicio de los cargos públicos o de las instituciones gubernamentales locales. José Miguel sigue soñando y luchando por una sociedad más equitativa y justa, por defender los valores de los naporuna, por ayudar a formar dirigentes comprometidos a resolver las injusticias de sus comunidades.
Gracias, José Miguel, por todo, por tu vida entregada, por ser luz que inspiras, por mover montañas y por pelear constantemente como verdadero Quijote, contra todos los molinos de viento de la selva. Si. Algún día vas a ganar la guerra… vamos a ganar la guerra… vamos a construir ese mundo mejor, más colorido, alegre y solidario.” –Milagros Aguirre, 17 octubre, 2024.
Si el mundo estuviera más poblado de Galindos y Achakaspis que hacen y actúan, no solo hablan, otro sería nuestro destino.
La luna llena de octubre fue reveladora…algún día vamos a ganar Quijotes. Algún día…
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.