72 horas duró la acción implementada por Antauro Humala Tasso y sus seguidores en Andahuaylas, una de las ciudades más deprimidas del pauperizado Trapecio Andino en el sur peruano. El martes 4 de enero al mediodía, en efecto, y luego de la detención del líder ocurrida el día anterior, los humalistas depusieron las armas y […]
72 horas duró la acción implementada por Antauro Humala Tasso y sus seguidores en Andahuaylas, una de las ciudades más deprimidas del pauperizado Trapecio Andino en el sur peruano. El martes 4 de enero al mediodía, en efecto, y luego de la detención del líder ocurrida el día anterior, los humalistas depusieron las armas y aceptaron liberar a sus rehenes y dejar en el suelo las cacerinas de sus fusiles, en un acto que no tuvo precedente en el proceso peruano de las últimas décadas. Como secuela de los hechos, quedó la vida segada de 4 integrantes de las fuerzas policiales y dos bajas por parte de quienes tomaron la estación policial de la ciudad en la madrugada del Año Nuevo. También, por cierto, numerosos heridos y otros daños materiales, a más de un gran susto y un ambiente de tensión constante que se expandió por el país dado que los principales hechos fueron trasmitidos «en vivo y en directo» por la televisión peruana.
El desenlace, se gestó la noche del lunes cuando Antauro Humala fue persuadido para abandonar su transitoria fortaleza -la comandancia policial del lugar- y trasladarse a la sede municipal de la ciudad, para sostener una entrevista con el Jefe de la Policía quien «negoció» en nombre del gobierno las condiciones de a paz. Cuando, finalmente, no se arribó a los acuerdos que se esperaban, para el representante del Estado fue fácil informar a Humala que quedaba detenido «por orden superior». El resto, ocurrió sin mucha resistencia. En la mañana del martes tuvieron lugar negociaciones con quienes quedaron en el local tomado, la liberación de los 21 rehenes y el traslado de los amotinados a un lugar distante de la ciudad para afrontar el reto de la ley. Como era previsible, los medios de comunicación volvieron a respirar aliviados, al tiempo que la calma retornó a la convulsa zona andina del país.
Los analistas se preguntan, en el contexto si lo ocurrido puede ser considerado una aventura, o una insurgencia. Para ambas tesis hay razones, dado que el proceso peruano es confuso y los elementos contradictorios asoman en cada recodo del camino.
Habría que decir, en primer lugar, que la bandera levantada por Antauro Humala no fue ajena al sentimiento nacional. Por eso el 53% de los encuestados por un diario conservador -«Perú 21»- dio una respuesta positiva cuando se le preguntó si simpatizaba con la acción de Humala. En esa misma línea, un elevado, y quizá desprevenido, 46% dijo también respaldar la política etno-cacerista que propugna Antauro Humala.
Y es que el Presidente Toledo tiene menos del 1
0% de aceptación pública y su gestión llega a los límites del desastre no sólo por las promesas incumplidas, sino también por su errático comportamiento y su obsecuencia ante el Poder Imperial y los designios de la Clase Dominante, cuyos intereses encarna. La suma de errores cometidos incluso en el tratamiento de éste conflicto ha revestido tal magnitud que, luego de los hechos, la muy raleada popularidad del mandatario habrá de sufrir nuevos embates.Sin embargo, el repudio ciudadano no se limita al Jefe
del Estado. Se hace extensivo a todo el cuadro político del país, incluyendo a los partidos de la oposición. Estos, curiosamente, que llamaban todos los días a luchar por la salida de Toledo del Gobierno, y que recurrieron a todos los mecanismos legales y no legales para lograr ese propósito, cerraron filas en torno al Presidente apenas tuvieron lugar los sucesos de Andahuaylas. Ahitos de soberbia, satisfechos del precario poder del que gozan, y de plácemes por las gollerías de las que disfrutan, los parlamentarios del APRA y de Unidad Nacional fueron los primeros en condenar «la insurgencia golpista», la misma que, por lo demás, fue calificada como «asonada comunista» por el Presidente del Consejo de Ministros, Carlos Ferrero, ex vocero del fujimorismo y hoy figura destacada del régimen toledista.Por interpretar una demanda justa y por responder a un comportami
ento enérgico -que la ciudadanía reclama- fueron miles, sin embargo, los que se manifestaron en la propia ciudad de Andahuaylas en respaldo al accionar de Humala, pero también en Arequipa, Puno, Ayacucho y en otras ciudades. Sobre todo jóvenes, y también trabajadores, salieron a las calles en forma decidida, arriesgando no solo la libertad, sino también la vida.La izquierda Peruana, sin embargo, n
o respaldó el movimiento. Javier Diez Canseco y Rolando Breña, dirigentes del Partido Democrático Descentralista y del Movimiento Nueva Izquierda -los únicos que hablaron-, tomaron pronto distancia de Antauro Humala y calificaron su acción como una aventura antidemocrática e irresponsable provocada por intereses de orden familiar (Ollanta Humala, coronel del ejército y hermano de Antauro pasó al retiro el fin de año como consecuencia de una medida ciertamente discutible del gobierno). En realidad, parecieron lamentar la posibilidad de que los hechos tuvieran secuelas que afectaran los planes electorales de la Izquierda a la que representanLas cosas son más complejas en el Perú de hoy y no pueden resolverse con explicaciones simples, con verdades formales, apego a fórmulas ni excomuniones ni anatemas. El humalismo es un fenómeno que debe ser analizado en un marco concreto y en las condiciones de la profunda crisis que agobia al país.
De los sucesos de Andahuaylas hay que rescatar la decisión política, la consecuencia entre el verbo y la acción y la valentía de la que hicieron gala miles de jóvenes, muchos de ellos revolucionarios en ciernes, que se sumaron a la causa. Esos elementos, unidos a un contexto latinoamericano ciertamente sugerente, abrió la posibilidad de que se comparara la acción de Año Nuevo en los andes peruanos, con las acciones de los indígenas ecuatorianos o bolivianos, o con la gesta de los militares de Chávez, en Venezuela. La comparación resulta forzada, y en el fondo errónea. El llamado Etno Cacerismo no es un movimiento indigenista ni revolucionario, y Antauro Humala está, en todo caso, mucho más cerca del Lucio Gutierrez de hoy, que de Hugo Chávez. Sus concepciones ultrznacionalistas y su parafernalia ya conocida lo acercan más a los paradigmas hitlerianos, que a nuestra propia historia.
Tres elementos alimentan la desconfianza que genera Humala: sus antecedentes, sus opiniones recientes y su entorno político y militar.
Con relación a lo primero, hay que recordar que Humala no es una figura enteramente nueva en el país. En las oprobiosas décadas de la «Guerra Sucia» (1980-200), fue un Comando que desarrolló acciones en el interior del país. En la selva de Huanuco fue conocido bajo el apelativo de «Corpus Christi» y tuvo a su cargo acciones que ciertamente no podrían enorgullecer a nadie. Los hechos derivados de tal comportamiento aún no se han deslindado. Eso ocurrirá en la medida que se haga conciencia en el país de la necesidad de desentrañar los crímenes consumados contra las poblaciones en este infausto periodo de la historia.
Después, se alzó el 29 de octubre del año 2000, pocas horas más tarde que el país conociera de la fuga del Asesor de Inteligencia de Fujimori, peleado con éste. Ya en ese momento se presumió que la insurgencia del caudillo estuvo concertada con Vladimiro Montesinos y fue orientada a desencadenar un diluvio que ayudara a comprender al Presidente de entonces que no iría muy lejos sin la proximidad de su asesor más íntimo.
Poco después, Antauro mostró sus inquietudes electorales. Fue candidato no elegido a un puesto congresal en la lista parlamentaria del Frente Independiente Moralizador capitaneada por Fernando Olivera, hoy un firme aliado de Toledo. Más tarde, tuvo vínculos muy cercanos con gente del gobierno toledista, y finalmente aceptó la defensa de Javier Vallerriestra, uno de los politiqueros más despreciables del Perú de hoy, y que será nuevamente su abogado.
Las opiniones de Humala se exp
resan en un periódico que edita con cierta regularidad y que se denomina «Ollanta». Allí sostiene la necesidad de fusilar a «los blanquitos», «acabar con los corruptos» y «echar a los chilenos», a más de liberalizar la droga, sembrar coca y volver a la economía del trueque. Algunas de sus formulaciones parecen extraídas de textos polpotianos, pero otras lindan simplemente con la demencia más alucinante en medio de un lenguaje rebuscado y tal vez simbólico.Pero lo más preocupante es, sin duda, el núcleo que lo sustenta. Su libro -«Ejército peruano; milenarismo, nacionalismo y etnocacerismo»- editado recientemente, fue prologado por el general Ludwing Essenwanger, ex Jefe del Servicio de Inteligencia Nacional en los años de auge del Senderismo (1982 – 1985). Aun se recuerda que justamente en esos años numerosos actos terroristas fueron adjudicados a Sendero, pero una sorpresiva operación permitió capturar en la comisión de los mismos, a dos militares hijos del citado general que declararon públicamente en ese instante que sí, que ellos eran «senderistas infiltrados en la institución armada». No podían, bajo ninguna circunstancia admitir, en efecto, que las acciones senderistas no eran tales, sino más bien operativos ejecutados por la institución castrense, empeñada en crear un clima generalizado de violencia que abra paso a
un régimen de fuerza. Del caso se habló muy poco, y hoy mismo asoma silenciado. Se supo, sin embargo, que siendo Essenwanger jefe del SIN, Abimael Guzmán fue ubicado en una lujosa residencia de San Isidro, en la avenida Sánchez Carrión, en 1983. Su detención no se produjo entonces «por consejo» de los servicios de inteligencia de entonces. El hecho permitiría preguntarse hoy ¿quién era el infiltrado de quien?
Pero hay más, el asesor principal de Antauro Humala es ahora el general Gustavo Bobbio Rosas, a quien la prensa peruana señaló como «el nexo entre el ala dura del ejército contraria a la reforma militar, representada en ese momento por el general Graham Ayllón», quien recientemente se vio forzado a dimitir de su función. Bobbio Rosas, era, a su vez, asesor de Graham y tenía puerta libre para el ingreso a la Comandancia General del Ejército y otras dependencias militares, al tiempo que daba charlas de «estrategia militar» a los reservistas de Humala ¿Mucha coincidencia?. Interrogado en torno al tema, Antauro sostuvo recientemente que él «cuenta con el apoyo de muchas oficiales del ejército, tanto en actividad como en retiro».
Curiosamente en los sucesos de Andahuaylas, y mezclado con l
as actividades de Antauro Humala, estuvo también el ingeniero Fernando Bobbio Rosas, ocupado en «dictar unas charlas» para los simpatizantes de esa causa. Ubicado por las autoridades policiales intervino según parece en forma decisiva para crear las condiciones de la entrega de Humala.Si en la última semana de diciembre no hubieran ocurrido los cambios militares, si el general Graham Ayllón no hubiese sido forzado a salir de su puesto y si su entorno no hubiese sido cambiado, probablemente el escenario militar hubiese sido distinto.
Estos -y otros elementos- podrían perfilar la idea de que la toma de la Comandancia Policial de Andahuaylas era apenas un detonante para el accionar de otras fuerzas que, finalmente, no llegaron a entrar en acción ¿Algo de mayor cuantía se preparaba en el país?. En todo caso, el activo respaldo que el diario «La Razón» dio a Antauro Humala en los días de la crisis luce en extremo sospechoso. Es conocido el hecho que ese periódico -de propiedad de los Wolfensson- es el vocero más activo de la Mafia que opera en el país y que busca obsesivamente abrir el paso para el retorno de Fujimori al Poder.
Hay un elemento adicional muy usado para sustentar vinculaciones progresistas de Humala: la antigua filiación comunista de su padre y evidente gestor de su pensamiento. Isaac Humala, en efecto, tuvo una activa militancia comunista a mediados del siglo pasado, y ello genera interés en los analistas que buscan encontrar gérmenes de una semilla revolucionaria. Harían bien, sin embargo, en investigar también las causas por las que el abogado Humala, entonces asesor de sindicatos mineros y otros, fue expulsado del PC en la década de los sesenta. Su conducta poco honorable, que le permitió acumular fortuna y lo convirtió abruptamente en abogado de las empresas, fue el motivo de una sanción que pocos conocen y que nadie ha precisado.
No hay razones valederas, entonces para hacerse ilusiones con Antauro Humala y su movimiento. Este, no fue una aventura, ni una insurgencia, sino un ensayo de lo
que preparan otras fuerzas en la perspectiva. El problema es que, en el mar de confusiones en el que se debate el escenario peruano, bien podría ocurrir que la población peruana se confunda y que los jóvenes revolucionarios terminen entregando la vida por una bandera que no es del pueblo. Lo preocupante, entonces, no es tanto lo que ha ocurrido, sino lo que habrá de ocurrir, si el escenario político no es llenado por un mensaje de Clase en el que el discurso político se complemente con una práctica revolucionaria consecuente y combativa.Gustavo Espinoza Montesinos es miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera