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Arsenal nuclear y militarización climática: Una mezcla explosiva

Fuentes: Rebelión [Imagen: HispanTV]

“…No se olviden

De la rosa de la rosa

De la rosa de Hiroshima

La rosa hereditaria

La rosa radioactiva

Estúpida e inválida

La rosa con cirrosis

La anti-rosa atómica

Sin color sin perfume

Sin rosa sin nada”.

(Vinícius de Moraes)

Hace pocos meses del 76° aniversario del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, por parte de EEUU, las perspectivas del uso de armas nucleares siguen siendo tan peligrosas como en cualquier otro momento desde el apogeo de la Guerra Fría, como lo ha señalado la propia Secretaria General Adjunta y Alta Representante para Asuntos de Desarme de la ONU, Izumi Nakamitsu.

La argumentación central para la defensa del mantenimiento de armas nucleares, muchas veces, es la posibilidad de “disuasión”. Sin embargo, la legitimidad de esa estratégia queda tenuemente sostenida bajo la confianza de que los Estados actúan con base en correlaciones honestas en un mundo cada vez más transfigurado a consecuencia de las fake news. 

De este modo, la posibilidad de aniquilamiento de otras naciones o del propio planeta puede originarse de una operación de falsa bandera o, incluso, de una acción criminal de secuestro de informaciones y manipulación del sistema. Sobre esta última conjetura, recordemos el “terrorismo nuclear” perpetrado por Israel contra Irán, el semestre pasado,   divulgado por la propia radio pública de Israel (Kan) como siendo un ciberataque de autoría del Mossad.

El referido acto terrorista generó un corte de energía eléctrica en la planta de enriquecimiento de uranio del país persa, causando el cierre de instalaciones enteras de esta industria nuclear, que tiene fines pacíficos, ubicada en un país signatario del Tratado de No-Proliferación de Armas Nucleares (TNP) y que es vigilado por inspectores de las Naciones Unidas, al contrario del atacante. Israel, además de nunca haber firmado el TNP, es poseedor de un arsenal nuclear no declarado y sin el monitoreo de ningún organismo internacional. 

Este año, fotos satelitales analizadas por The Associated Press (AP), revelaron el mayor proyecto de instalación nuclear israelí, en décadas. En las cercanías del Centro de Investigación Nuclear Shimon Peres, fue detectada una instalación con varios laboratorios subterráneos que actúan en la obtención de plutonio destinado al programa de bombas nucleares israelíes, como lo ha denunciado la AP. 

Todo eso, bajo el control estricto solamente del país que más ha boicoteado y saboteado los acuerdos internacionales de promoción de la paz, además de impulsar sistemáticas masacres al pueblo palestino y ser complice directa o indirectamente de persecusiones y asesinatos políticos en otras partes del mundo, y como que por milagros más asombrosos que los del antiguo testamento, caen en el total olvido, y consecuente impunidad. 

Asimismo, Israel cuenta con EEUU como su principal aliado, el único país que ha lanzado bombas atómicas contra otras naciones, y que ha abandonado el Tratado de Cielos Abiertos, el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, y el Acuerdo con Irán, que han sido estratégicos para el control del armamento nuclear. 

Hace poco fue realizada, en Escocia, la Conferencia de Glasgow y las repercusiones de la ruptura del Tratado de París, por parte del gobierno de Trump, siguen evidenciadas pese a que el actual presidente Biden se pronunció favorable al acuerdo climático. Muchos analistas se refirieron a la cumbre como vaciada de densidad política y de acciones multilaterales unificadas.

Aunque innumerables veces este vínculo es subestimado o a propósito invisibilizado, hay una relación intrínseca entre la crisis climática y la militarización, sobretodo cuando hablamos de armas nucleares y el impacto humano y ecológico que ellas implican; no sólo cuando son disparadas contra otros pueblos, pero también en su proceso de elaboración, ensayos, bien como los desechos de residuos tóxicos que expelen. Todo eso, sin hablar del enorme desvío de recursos económicos que son destinados a esa industria de destrucción masiva en detrimento de inversión en la calidad de vida de los diversos seres y ecosistemas del planeta. 

La organización internacional Pax Christi, ha dicho con razón que “las armas nucleares y el cambio climático son dos de las mayores amenazas que enfrenta el mundo” y que “el cambio climático amenaza a todas las vidas y responder a él implica desviar las prioridades y los recursos de las fuerzas armadas y la guerra, hacia una paz justa y sostenible”.

Por otro lado, hay una confusión retórica muy, convenientemente, difundida principalmente por las potencias nucleares, y esta se refiere a la seguridad climática en una asociación alevosa con seguridad militarizada, como lo ha señalado en distintas ocasiones el Transnational Institute (TNI). 

En nombre del estatus de superpotencia que las armas nucleares confieren en el tablero mundial, representantes de esos Estados abogan una interpretación militarista donde la amenaza climática queda arbitrariamente designada conforme a las actividades humanas que puedan herir los privilegios de su establishment y no propiamente el tejido comunitario-ambiental. 

No por casualidad, una estratega del Departamento de Defensa de Estados Unidos, citado por el TNI, refiere, sobre la seguridad climática, que se puede prever “una era de conflicto persistente… un entorno de seguridad mucho más ambiguo e impredecible que el que se enfrentó durante la Guerra Fría”. 

A partir de esas inquietudes y llevando en consideración que, en el año 2022, se realizará la primera reunión del Tratado de Prohibición de Armas Nucleares, el cual todos los Estados debieran firmar, y la Conferencia de Revisión de las partes del Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), hace falta un mayor compromiso multilateral en poner estos temas en la arena del debate público, y quitarle esa aureola oscurantista de que su contenido debe estar restringido a los pasillos de determinadas cumbres o departamentos de defensa. 

Mientras no nos posicionarnos, organizaciones delincuentes, anacrónicas y belicosas como la OTAN, seguirán disputando, literalmente con todas sus armas, ese espacio que dice respecto a toda la humanidad. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ha dicho que la seguridad y el clima son «dos caras de la misma moneda». Ya es bien conocido cuanto cuesta caro la moneda de esta Alianza, el cambio siempre resulta en enormes pérdidas de vidas humanas y depredación territorial. 

Esa opacidad de datos y discusiones acerca de la industria del armamento nuclear y su modus operandi, a la espalda de la opinión pública, favorece su impacto exponencial en el cambio climático. Cuanto más nos movilizamos, aunque con acciones que representan un grano de mostaza frente a un “little boy” (nombre de la bomba atómica lanzada contra Hiroshima), más demostramos nuestra opción por la primavera de la coexistencia pacífica entre los pueblos. Y, en esa primavera, ninguna anti-rosa atómica será bienvenida.

Olga Pinheiro es parte de la Revista El Derecho de Vivir en Paz

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.