Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Gracias a muchos magníficos oradores afro-, árabe-estadounidenses y gays durante la manifestación en Washington del 24 de septiembre, tratamos temas relacionados con la ocupación de Irak e Israel/Palestina, los desposeídos, refugiados, y el derecho al retorno a los territorios ocupados, también de partes de Louisiana, Mississippi, y Texas. Se nos recordó la historia del imperialismo de EE.UU. en las Filipinas y se nos informó que la presidenta Gloria Arroyo ha aprovechado el 11-S para criminalizar la protesta y aumentar los esfuerzos de contrainsurgencia. Soldados de EE.UU. ayudan a guarnecer puntos de control. Amiri Baraka nos llamó a institucionalizar una formación política antiimperialista en el ámbito nacional a fin de hacer progresar el movimiento. Mientras tanto, 20 manzanas de la ciudad repletas de manifestantes contra la guerra rodeaban la Casa Blanca. Aunque recibió una exigua cobertura periodística, la protesta mostró a todo el que quería ver que el movimiento contra la guerra en EE.UU. ha adquirido una amplia autoridad moral y legitimidad política. Esto, parece, proviene de su capacidad de expresar sentimientos y encarar problemas que interesan a la mayoría de la gente en este país.
La Reunión Nacional para Familias de Veteranos de Guerra, al contrario, contó con la participación del presidente Bush, Christopher Hitchens, y algunos fieles al partido republicano. Para explicar la movilización contra la guerra, teóricos conspirativos arguyeron que como fachada del Partido de los Trabajadores del Mundo, la coalición ANSWER estaba asociada a Pyongyang, Teherán, y otros ejes del mal, que la ocupación de Irak estaba relacionada con la venganza por los que murieron en los ataques del 11 de septiembre. Evidentemente, muchas más familias de militares se movilizaron contra la guerra que a su favor, y en la protesta, se relacionó la ocupación extranjera con el racismo y la desigualdad internos. Una minoría importante de ciudadanos podría ir avanzando hacia un cambio radical en las estructuras del sentimiento y de la conciencia políticos más allá de divisiones raciales/étnicas, religiosas y de clase.
Incluso si no resulta ser así, recibimos un claro mensaje – en la forma del asesinato político en Puerto Rico – sobre las consecuencias potenciales de la lucha antiimperialista el 23 de septiembre, el día en el que el ‘Grito de Lares’ nacionalista fue proclamado contra España en 1868. Como recordó un orador de San Juan a los pocos manifestantes que no marcharon en la tarde del 24 de septiembre, la colonización de Puerto Rico formó parte de la primera ola de expansión político-militar a fines del Siglo XIX. Considerando el papel más amplio jugado por Puerto Rico y Latinoamérica en el ascenso de EE.UU. como poder imperial entre 1898 y 1930, así como la masiva presencia de portorriqueños, dominicanos, mexicanos, ecuatorianos, y colombianos, en las ciudades, pueblos y campos de EE.UU., la falta de oradores en español o bilingües en español e inglés fue sorprendente. Sugiere la urgencia de profundizar los lazos con las fuerzas progresistas en las comunidades inmigrantes de habla española y de forjar la solidaridad con los movimientos radicales antiimperialistas en Latinoamérica.
II.
Distraídos por los desastres en casa y en Irak, podríamos no haber escuchado el mensaje de la administración Bush: noticias al respecto estaban enterradas al final de la página 16 en el New York Times del domingo, y fueron brevemente mencionadas en New York Daily News. Al ocurrir en la ciudad con la mayor población puertorriqueña en EE.UU., parece que podemos suponer que el asunto no recibió una cobertura seria en los periódicos nacionales o locales. Lo que sigue es un modesto esfuerzo por difundir la información. Debería ser complementada con la lectura de la descripción detallada de Rafael Rodriguez Cruz sobre el asesinato.
Los hechos básicos han sido establecidos. Después de ser rodeado en una granja cerca de Hormigueros, Filiberto Ojeda Ríos, fue alcanzado por tiros de un francotirador del FBI el 23 de septiembre y lo dejaron desangrando hasta morir durante 20 horas. Tenía entre 72 y 75 años, y aunque daba entrevistas y publicaba frecuentes declaraciones a los medios, había estado viviendo en la clandestinidad desde el 23 de septiembre de 1990 Aunque estaba arriba en la lista de los fugitivos más buscados del FBI (por haber sido condenado in absentia a 55 años) no está claro por qué el FBI no lo arrestó simplemente, como hicieron con su viuda, Elma Beatriz Rosado (que fue dejada en libertad el 24 de septiembre), o permitió que se entregara a Jesús Dávila, un reportero. A menos que uno asuma, como hago yo, que el FBI lo quería muerto y no vivo. Lo que explicaría por qué no permitió que personal médico entrara al área en la que tuvo lugar la operación.
A menudo olvidamos la histeria antiterrorista fomentada durante los años Reagan, especialmente después de que Mehmet Ali Agca, un neofascista turco trató de asesinar al papa Juan Pablo II en 1981; Michael Ledeen y Claire Sterling se convirtieron de la noche a la mañana en el tipo de expertos en terrorismo que han proliferado desde 2001, e insistieron en que una «conexión búlgara» con el comunismo soviético era responsable del ataque. En aquel entonces, en lo que Noam Chomsky llamó la «segunda guerra fría», el ‘antiterrorismo’ fue utilizado sobre todo como un arma en la cruzada contra el nacionalismo radical en Medio Oriente, Centroamérica, y Cuba.. Filiberto Ojeda Ríos y los que fueron dirigidos por él en el robo de 7,2 millones de dólares del depósito de Wells Fargo en West Hartford, CT, en 1983, se ajustaban perfectamente a la rúbrica de «comunistas terroristas» de Washington.
Fue uno de los robos de bancos más exitosos de la historia. Ojeda Ríos había estado librando la lucha armada contra EE.UU. desde que ayudó a fundar el Movimiento Independentista Armado (MIRA) en 1967. Fue arrestado a comienzos de 1970, pero escapó y ayudó a formar las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) en la ciudad de Nueva York, rebautizadas como Ejército Popular Boricua-Los Macheteros en 1976. Hijo de la generación de Che Guevara, aceptó las ideas de este último sobre el lugar de los focos de guerrillas en el inicio del cambio revolucionario. Como Che, rechazaba el cauteloso reformismo burocrática, característico de los partidos comunistas en Latinoamérica y de los regimenes en Rusia y Europa Oriental. Por cierto, Dylcia Pagán, un antiguo prisionero político que sirvió una condena de 20 años antes de que el presidente Clinton le concediera clemencia en 1999, describió a Ojeda Ríos como «nuestro Che Guevara.»
Como jefe de EPB-Macheteros, dirigió una operación político-militar que voló nueve aviones caza en la Base Muñiz de la Fuerza Aérea, y terminó por ser capturado en un tiroteo con la policía en Connecticut en 1985. Sirvió tres años sin ser juzgado antes de ser liberado bajo fianza en 1988 – un año marcado por el crecimiento de la primera Intifada, así como por disturbios contra el FMI en Argelia y Nigeria. Pasó a la clandestinidad precisamente cuando George H.W. Bush preparaba la primera Guerra del Golfo contra el pueblo iraquí y el multiétnico, multinacional, proletariado petrolero en Medio Oriente. Así, las coordenadas del mundo político en el que creció Ojeda habían cambiado hacia la contrarrevolución y se popularizó la noción de que los proyectos antiimperialistas, nacionalistas – así como comunistas – habían fallecido. A juzgar por la participación electoral y la movilización política en general, para una mayoría de puertorriqueños la independencia parecía una causa perdida.
III.
Aunque el movimiento por la independencia está internamente dividido y representa a una ínfima minoría de los puertorriqueños, lo que llama la atención es la medida en la que la ejecución de Ojeda Ríos causó indignación entre los que no apoyan la independencia. Un editorial en el mayor periódico de habla española de Nueva York, El Diario/La Prensa de centroderecha, señaló que «La vida y la muerte de Ojeda forman parte importante de la historia de Puerto Rico, de la lucha del pueblo por preservar su dignidad y de un gobierno que dice que lucha por la democracia en el exterior, pero que continúa manteniendo una relación colonial con esta isla de 3,8 millones de ciudadanos estadounidenses». Por lo tanto, como el huracán Katrina, el asesinato de Ojeda puso al descubierto la exclusión racista de gentes que son sólo formalmente ciudadanos de EE.UU., en un día de importancia simbólica para los puertorriqueños de todos los sectores. Antonio Camacho – que sirvió una condena de quince años de prisión por su papel en el robo de Wells Fargo -argumentó: «Quieren humillar a la gente para que no celebremos en fechas simbólicas». El gobernador de Puerto Rico, Aníbal Acevedo Vilá pidió una investigación, declarando su «profunda indignación» por la conducta criminal del FBI, y nombró al Dr. Héctor Pesquera, coordinador del Movimiento Independentista Hostosiano – que denunció una operación planificada del FBI para realizar 125 arrestos de independistas – para que observara la autopsia e informara sobre los resultados. Julio Fontanet, presidente de la Asociación de Abogados de Puerto Rico, anunció la creación de una comisión investigadora de siete personas que deberá presentar sus resultados dentro de 90 días.
Como era de esperar, las repercusiones en Nueva York fueron inmediatas. La congresista Nydia Velázquez llamó al FBI a explicar sus acciones y Vicente Alba, la Brigada Vieques, y el Comité Pro-Libertad organizaron un mitin de protesta en 25 Federal Plaza el 26 de septiembre. Un representante del Bronx, José Rivera, dijo: «En la historia de la lucha por descolonizar Puerto Rico. siempre ha habido hombres y mujeres que han dicho ‘¡Presente!’. Filiberto Ojeda fue uno de ellos y yo le digo al Congreso de EE.UU. que deje de jugar con el pueblo puertorriqueño, porque el estatus de Puerto Rico es el fondo de todo esto». La unidad nacionalista puertorriqueña – multiétnica, transnacional y a través de las clases – es un desarrollo positivo en tiempos brutales marcados por incidentes como el asesinato de Ojeda Ríos. No precisa ser partidario de Che Guevara, o suspirar por los días en los que la lucha armada parecía a muchos como el camino correcto hacia el cambio social revolucionario, para ver la significación de semejantes actos para puertorriqueños, latinoamericanos, y antiimperialistas radicales en todo el mundo.
Hay que formular la pregunta: aquí en el interior: ¿cuenta el régimen con el silencio y la ignorancia de nuestro creciente movimiento contra la guerra cuando realiza actos ejemplares de salvajismo imperial en Puerto Rico? En gran parte por las victorias en Camp Crawford y después, el movimiento contra la guerra forma parte del cálculo presidencial, y el asesinato de Ojeda Ríos representa un agravio a nuestro movimiento.
Antes de pasar a la lucha armada en 1967, Ojeda Ríos había sido trompetista en la legendaria Sonora Ponceña, pero después de entrar en la clandestinidad en 1990, tuvo que dejar la música a otros por temor a ser capturado. Ahora que nos ha abandonado, que se oiga nuestra voz, junto a la de su viuda: «¡FBI, fuera de Puerto Rico!»
Forrest Hylton es autor de «An Evil Hour: Colombia in Historical Context» (que será publicado por Verso) así como coeditor de «Ya es otro tiempo el presente: Cuatro momentos de insurgencia indígena», cuya segunda edición será publicada por Muela del Diablo. Para contactos: [email protected].
http://www.counterpunch.org/hylton09272005.htmlA Matter for Our Movement